Jane Goodall: Imaginarse en otras mentes
Yara Patiño – Edición 462
Fue una niña de curiosidad inagotable que pronto supo que podría hacer todo lo que se propusiera. Toda su vida ha trabajado por hacer crecer nuestro conocimiento del mundo en que vivimos, principalmente a partir de la observación de los chimpancés. Hoy, aquella niña es una de las científicas más respetadas de este tiempo, que ha cambiado nuestro modo de entender a la naturaleza y nos recuerda la importancia de que la cuidemos y la vivamos en paz
Una niña puede querer ser todo y hacer de todo. Jane Goodall quiso hablar con los animales, viajar a África, escribir, entender el mundo, luchar por él, cambiarlo. Lo hizo todo. (Aún lo hace: Jane vive.)
A los dos años, la niña Jane recibió un muñeco de felpa: era un bebé chimpancé al que llamó Jubilee. Las amigas de su madre pensaron que era horrible y que la pequeña tendría pesadillas. Era un muñeco grande como un niño, con ojos negros de botón, labios y párpados prominentes, pelo negro, nariz en espiral, orejas con forma de embudo y pies muy largos. Jane lo abrazó. Cuando jugaba, estaba siempre Jubilee a su lado. (Jane tiene ahora 83 años y aún conserva a Jubilee.)
Foto: The Jane Goodall Institut
Al año siguiente, Jane y su familia se mudaron a una casa en los suburbios de Londres, con amplios jardines, muchos árboles y un pequeño lago. Su madre cuenta que la pequeña pasaba los días en el jardín escuchando tordos, mirlos y búhos, oliendo lirios y lilas, contemplando las margaritas y los miles de dientes de león que ahí florecían. Pronto se familiarizó también con otros pequeños vecinos: hormigas, abejas, arañas, escarabajos. Una vez llevó a su cama un puñado de lombrices; su madre no la regañó, sólo le dijo que las lombrices necesitaban estar en la tierra o de lo contrario morirían, y fueron de nuevo al jardín a regresarlas. Por aquellos días tuvo una tortuga a la que llamó Johnny Walker y una perrita llamada Peggy. (Por estos días, Jane lleva a cabo planes de acción para la conservación del planeta.)
En la granja de su abuela había ovejas, vacas, gansos y gallinas que Jane ayudaba a alimentar; ahí conoció a Painstaker, su primer caballo, al que seguirían Cherry, Blitz y Poosh. Cuando tenía cuatro años nació su hermana Judith, y Jane conoció a Dimmy, un amigo imaginario que podía volar. Un día, Jane desapareció durante horas; todos se preocuparon, pero finalmente la encontraron en el establo: había estado con las gallinas todo ese tiempo para ver cómo ponían los huevos. (Hoy se reconoce a Jane como la primera persona que descubrió, tras observar con mucha paciencia, que los chimpancés podían usar herramientas.)
Jane juega con el chimpancé llamado Uruhara en 1996. Foto: Michael Neugebauer
Vino la Segunda Guerra Mundial. Jane tuvo su propia máscara antigases y en casa tenían un refugio antibombas. La familia perdió casi todos sus recursos, pero luego encontró cierta calma en The Birches, una casa en la campiña con otro gran jardín de pinos, abetos, hayas y laureles. Con rosas, lavanda, menta, nomeolvides y pensamientos. A Jane le gustaba trepar a los árboles: Nooky y Beech fueron los nombres de sus favoritos. Su tía Olly le había enseñado a leer, pero disfrutaba tanto las clases que fingía no aprender nada para que éstas no terminaran. En casa, las luces debían apagarse a cierta hora, pero Jane se quedaba leyendo a escondidas con una lámpara bajo las sábanas. De la guerra aprendió que a veces debía esconderse, ser siempre frugal y no desperdiciar nada. Y que los humanos son capaces de grandes atrocidades. (Jane es ahora Mensajera de Paz de las Naciones Unidas.)
En el jardín, Jane tenía una colección de insectos vivos. Escribía acerca de sus muchas orugas: una verde que comía del lodo y luego se volvió un capullo, otra con pelo negro que comía de una ortiga, una pequeña y amarilla que masticaba hojas de limonero, otra verde que se alimentaba de calabaza y se había vuelto marrón. Tenía también caracoles: Alice, Andy, Gally, Jonny y Prizewinner. Paseaban por casa dos tortugas de tierra, Jacob y Christobel, y una de agua, Terrapin; tres cobayas, Jimmy, Gandhi y Spindle; los gatos Pickles y Jaffe; Hamlette, el hámster; el perro Chase y Peter el canario. (Muchos años después, Jane recibió dos veces el reconocimiento Franklin Burr de la National Geographic Society.)
Imagen de Jane Goodall en sus días de juventud. Foto: The Jane Goodall Institut
Jane se hizo amiga de otros dos perros de la localidad, Budleigh y Rusty. Les ofreció a los dueños de Budleigh sacarlo a pasear todos los días, y Rusty, que vivía en una casa cercana, empezó a acompañarlos. Jane trataba, sin mucho éxito, de enseñar a Buds a dar la pata, pero fue Rusty quien respondió desde lejos levantando la suya. Jane y Rusty empezaron a pasar mucho tiempo juntos; él la visitaba desde temprano, salían a pasear y a veces se quedaba todo el día. Ella le enseñaba trucos y juegos. De él aprendió que los perros pueden pensar en objetos ausentes y hasta tener sentido de la justicia. Que tenían personalidad propia, emociones y sentimientos. Jane podía imaginarse en la mente de Rusty. Escribía sobre él en su diario, lo llamaba su “pequeño ángel negro”. Dijo también que él fue el amor de su vida y su principal maestro. (Treinta años después, Jane recibiría la medalla Hubbard para la Distinción en Exploración, Descubrimiento e Investigación y el Life Achievement Award en Defensa de Animales, entre otros muchos premios.)
A Jane no le gustaba mucho ir la escuela, prefería los árboles, los animales y los lugares lejanos, pero le gustaba leer y en su casa había muchos libros. Vanne, la madre de Jane, era escritora. Jane pronto encontró la colección de libros del Dr. Dolittle, un médico que puede hablar con los animales y que viaja a África para ayudar a monos enfermos. Le gustaba El Libro de la Selva. Leyó Tarzán sobre las ramas de su árbol Beech. (Hoy, a Jane la llaman “la doctora que habla con animales”.)
Las tres grandes científicas y primatólogas en 1978. Dian Fossey, que estudió por 18 años a los gorilas de montaña en Ruanda, Jane Goodall y Birutè Galdikas, que en 1971 inició su trabajo de investigación sobre el comportamiento de los orangutanes en Indonesia. Foto: The Jane Goodall Institut
Para Jane, ser solitaria es también estar con los otros, observar por mucho tiempo, aprender. Para ella, estar en silencio es escuchar. Estar a solas es convivir con lo que está alrededor. Conocer el mundo entero empieza por ver qué hay en una gota de agua, en una planta o en la mirada de un perro; en los movimientos de las aves y en las patas de los insectos; en el interior de un capullo, en el andar de un gato y en los gestos de un mono. (Jane tiene ahora la medalla Benjamín Franklin en Ciencias de la Vida, el premio al Extraordinario Servicio a la Humanidad, el Premio Príncipe de Asturias por sus contribuciones a la tecnología y a la ciencia, y otros muchos.)
Empezó a escribir sus primeras historias, en las que sus personajes solían ser animales. Junto con sus amigas creó un club para amantes de la naturaleza: el Club Alligator. Cada miembro debía escoger el nombre de un animal, y Jane escogió el de una mariposa: Red Admiral. Acampaban en el jardín y hacían fogatas. Una de sus misiones era reunir fondos para ayudar a caballos viejos y enfermos. Hicieron un pequeño museo en donde reunían colecciones de plumas, caracoles y conchas, hongos y setas. Red Admiral, Jane, creó la revista del club: Alligator Letter, en la que había dibujos y notas acerca de los ojos compuestos de los insectos, tipos de huevos de aves o de huellas de animales. A sus pequeñas colaboradoras les pedía que por lo menos supieran reconocer diez aves, diez perros, diez árboles, cinco mariposas y muchas más flores y plantas, por lo menos siete o diez más. (Hoy, Jane tiene el Premio de la Enciclopedia Británica por la Excelencia en la Diseminación del Conocimiento en Beneficio de la Humanidad.)
Foto: National Geographic
No es raro para una niña querer ser todo y hacer de todo, y algunas tienen la suerte de que nadie, o casi nadie, les diga que no pueden hacerlo por ser niñas. A Jane le dijeron que una niña no podía pensar en ir a África. Por suerte, no se lo dijeron en casa: su madre le dijo siempre que podía hacer lo que quisiera, que sólo tenía que trabajar mucho en ello, aprovechar las oportunidades y no rendirse. Durante su infancia y adolescencia, Jane vivió con su madre, sus tías, su abuela y su hermana, y sus amigas la visitaban por largas temporadas durante los veranos. Todas ellas sabían de la convicción de Jane, a ninguna le parecía extraño que hablara de ir a África ni dudaban que lo haría. (Décadas después, Jane recibiría el premio de la Organización Nacional de Mujeres Intrépidas, el premio de Times Magazine Europa para Héroes y la Medalla Presidencial Global para Líderes Visionarios.)
Sus días en el bachillerato fueron difíciles, se sentía oprimida y aburrida. Sus clases y los profesores le parecían detestables. De cualquier modo, siguió escribiendo con frecuencia; todo esto se sabe porque ella lo escribía. En dos ocasiones ganó el premio de ensayo de su escuela y empezó a pasarla un poco mejor, a la vez que sus clases, en particular las de Biología y Literatura, le iban resultando más interesantes. Comenzó a leer los libros de filosofía de su abuelo y a interesarse más por la poesía y la música. Escribió muchas cartas, cuentos, poemas, ensayos y su diario. Experimentaba con diversos estilos según crecía, escribía acerca de animales, de lo que le ocurría, lo que sentía y veía. (Hasta ahora, Jane tiene publicados más de 30 libros y un sinfín de artículos.)
Jane Goodall y su madre, Vanne, clasifican especímenes en una carpa en la Reserva de Chimpancés Gombe Stream. Foto: Hugo Van Lawick
Si la familia hubiera tenido suficientes recursos cuando Jane terminó el bachillerato, la joven habría elegido cursar una carrera universitaria. Pero eso no fue opción para ella. Había pensado en ser periodista, mas decidió seguir la sugerencia de su madre, quien pensaba que con estudios secretariales le resultaría más fácil conseguir trabajo. Aunque no convencida del todo, Jane se matriculó en el Colegio Secretarial de Queens, que, para su beneplácito, según cuenta en su diario, quedaba junto al Museo de Historia Natural. Al graduarse, su reporte escolar decía que era una chica lista pero un tanto engreída, y que, si bien sus habilidades técnicas habían mejorado, seguía siendo muy inmadura y no estaba lista para las responsabilidades; que deseaba con ansias escribir, pero que con el tiempo lograría desechar sus delirios infantiles y probablemente, conforme sentara cabeza, podría llegar a ser una buena secretaria. (Años después, Jane obtendría el Doctorado en Etología por la Universidad de Cambridge, aun sin contar con estudios universitarios previos.)
Un tiempo trabajó en la clínica donde su tía Olly daba terapia a niños con parálisis. En sus cartas escribía de los niños, hablaba de la alegría y la amabilidad que encontraba en ellos a pesar de sus condiciones, hablaba de las lecciones que aprendía de ellos y de los privilegios que se dan por hecho pero de los que no todos gozan. Después de su temporada en la clínica, Jane consiguió un trabajo como secretaria y luego otro en un estudio de filmación, y no dudó en renunciar cuando recibió la invitación de su amiga Clo para visitar la granja familar en Kenia. (Jane ahora dirige el instituto que lleva su nombre y el programa Roots and Shoots, plataformas con orientación comunitaria para la conservación, el desarrollo y el bienestar de personas y medio ambiente.)
Campamento en el lago Tanganyika, donde, acompañada por su madre, Jane Goodall comenzó sus estudios de los chimpancés salvajes. Foto: National Geographic
Finalmente, se embarcó con rumbo a África a los 22 años. Pocos meses después conoció a Louis Leakey, un excéntrico paleoantropólogo encargado del Museo Coryndon, en Nairobi. Jane visitó el museo y quedó maravillada con lo que Leakey le mostraba. Charlaron durante horas, él empezó preguntándole si le gustaban los caballos y los perros y terminó ofreciéndole trabajo como secretaria del museo y como su asistente. Le hizo algunas pruebas: le pidió recolectar arañas para la colección e identificar algunos de los animales con que se topaban durante un paseo nocturno en camioneta. Jane obtuvo el trabajo. A los pocos meses, Leakey y su mujer, Mary, también antropóloga, prepararon una expedición a la Garganta de Olduvai, en el norte de Tanzania, a la que invitaron a Jane para que ayudara en la recolección de fósiles. Jane escribió en una carta lo que pensaba acerca del viaje: que estaría muy lejos de todo, en tierras peligrosas con leones y rinocerontes, que tendría que trabajar muy duro desenterrando huesos y en condiciones muy difíciles, y que sería el paraíso absoluto. (Jane ahora viaja 300 días al año y se han hecho muchos documentales acerca de ella y su trabajo.)
Escribió que en Olduvai vio gacelas, antílopes, hienas, serpientes, escorpiones y todo un universo misterioso. Y que Louis Leakey le habló de los chimpancés. Él investigaba los orígenes humanos y pensaba que el estudio de primates podría darle pistas. Hasta ese momento no se tenían muchos estudios sobre chimpancés y Louis planeaba hacer los propios. Los esfuerzos de Jane por entender a los animales, y la inteligencia y la paciencia que Leakey notó en ella, la calificaron como la persona idónea para la misión: se iría por seis meses a la selva a estudiar chimpancés. Jane lleva 57 años realizando esa investigación. (Y recibió el premio de la Fundación L.S.B. Leakey para la Investigación Multidisciplinaria sobre la Evolución de Simios y Humanos.)
Foto: National Geographic
Tanzania entonces era Tanganica y continuaba siendo un protectorado británico. Las autoridades inglesas no querían que una chica tan joven se fuera sola a vivir a la selva africana, por lo que su madre se dispuso a acompañarla y obtuvieron el permiso. Las dos llegaron al Parque Nacional de Gombe, situado en las orillas del lago Tanganica. Jane escribió que había encontrado el paraíso. Las primeras semanas fueron un tanto frustrantes: los chimpancés le temían y no se acercaban ni se dejaban ver. Pronto Jane encontró un sitio alto donde poder ubicarse para observar sin ser vista. Esperó en silencio. Entonces vio a un chimpancé de barba blanca y él la vio a ella. El chimpancé hizo un gesto de sorpresa, se detuvo y la miró fijamente, corrió a una rama y volvió a mirarla. Volvió a verlo otro día y esta vez él se acercó más. Otro día lo descubrió, sentado y tranquilo, observándola. De lejos, empezó a conocer a otros chimpancés y ellos a ella. Escribía sobre todo lo que veía: su forma de conseguir alimentos, de saltar entre las ramas, jugar y reírse, acariciarse y pelearse, la forma de sus huellas, heces o pelajes. Volvió a ver a aquel chimpancé de barba blanca y se dio cuenta de que él, junto con otros, se alimentaban de un pequeño mamífero. Ésa fue la primera sorpresa, ya que en ese tiempo se pensaba que los chimpancés eran vegetarianos. A las pocas semanas volvió a verlo: esta vez estaba cerca de un nido de termitas y usaba una rama para sacarlas del tronco. Jane lo llamó David Greybeard. Pasaban semanas y David se iba acercando cada vez más al campamento y a Jane. Una vez tomó de sus manos una banana. Otro día, Jane se sentó junto a él. Comían. Jane encontró una nuez y se la ofreció a David, éste la miró con desinterés y no la tomó. Ella volvió a ofrecérsela. Esta vez David tomó la nuez, luego la mano de Jane y la sostuvo por algunos segundos con firmeza, después arrojó la nuez. Jane supo que la había aceptado a ella, no su regalo. (Jane luego escribió que ése fue uno de los momentos más felices de su vida.)
El uso de herramientas se consideraba entonces una cualidad exclusivamente humana. Leakey dijo que ahora deberían redefinir herramienta, redefinir al ser humano, o aceptar a los chimpancés como humanos. Se dispusieron entonces a conseguir fondos para continuar la investigación, y animó a Jane, que no tenía estudios formales, a matricularse en la Universidad de Cambridge para tener un doctorado. (A la fecha, Jane ha obtenido más de una decena de doctorados Honoris Causa por parte de universidades de todo el mundo.)
Foto: National Geographic
Además de David Greaybeard, conoció a los chimpancés Goliath, Mike, Flo, Gigi, Humphrey, Spindle, Passion, Mel, Figan, Beethoven, Darbee, Golden, Glitter, Gremlin, Flint, Melissa, Goblin, Hugo, Jomeo, Satan, Hugh, Godi, Willy Wally, Sniff, Sparrow, Sheldon, Gimbles, Wilkie, Freud, Fifi, Frodo y muchos otros. Todos distintos, cada uno con personalidad y emociones propias. A Jane no le costó nada darse cuenta de eso, pues lo había entendido así desde siempre; por sus amigos animales, por imaginarse en los otros. Le dijeron que no debía ponerles nombres a los chimpancés, que la norma era usar números y no involucrarse emocionalmente con ellos ni verlos como individuos. (Jane no hizo caso: una niña puede tener convicciones, hacer todo, nombrar y cambiar el mundo.)
Por muchos años, décadas, Jane vivió en África, observó, escribió y convivió con los chimpancés. Después decidió seguir escribiendo y viajando para hablar de lo que había aprendido y acerca de sus razones para la esperanza. Buscó y procuró ayuda y recursos para los chimpancés y su hábitat, para las comunidades y personas más necesitadas y para la conservación de todo el planeta. (Y aún lo hace. Así es Jane.) m.
Foto: National Geographic
Para saber más
:: The Jane Goodall Institute.
:: Instituto Jane Goodall en España.
:: Jane, documental de Brett Morgen (2017).
Fuentes
:: Sesión de preguntas y respuestas con Jane Goodall y Brett Morgen, director del documental Jane, posterior a la premier del documental en el New York Film Festival 2017.
:: “I am Dr. Jane Goodall, a scientist, conservationist, peacemaker, and mentor”, conversación en Reddit AMA (Ask me Anything).
:: Entrevista a Jane Goodall en The Huffington Post.
:: Entrevista a Jane Goodall para La Nación.
:: First Look at Jane, en National Geographic.
:: “How Dr. Jane Goodall Used the Lessons She Learned from Chimps to Raise Her Own Children”, en Today.
:: “Jane Goodall, Rusty and Me”, por Elizabeth Abbott.
:: “Jane Goodall, la mujer que redefinió lo que nos hace humanos”, por Henry Nicholls.
:: “Jane Goodall’s Dog Blog — Rusty”.
:: Jane Goodall’s Roots & Shoots.
:: Biography.
:: Encyclopedia or World Biography.
:: Jane Goodall: The Woman Who Redefined Man, de Dale Peterson, Ed. Houghton Mifflin Harcourt, 2008, 740 p.
Goodall descubrió que los chimpancés salvajes experimentan emociones muy parecidas a las de los seres humanos. Foto: National Geographic.