Hayao Miyazaki: la nostalgia animada

Hayao Miyazaki: la nostalgia animada

– Edición 485

Retratos de Hayao Miyazaki. Foto: Spencer Weiner/Los Angeles Times vía Getty Images

Desde su niñez tuvo claro lo que quería. En su juventud hizo lo necesario para aprender la técnica, el oficio. Hoy, en su plena madurez, es uno de los realizadores más importantes de la historia. La trayectoria de Hayao Miyazaki ofrece un valioso ejemplo de fidelidad al anhelo infantil, pero también de capacidad de trabajo, terquedad y humildad, imaginación y esfuerzo constante

Hayao Miyazaki está de vuelta. En 2013 anunció su retiro porque se sentía agotado y, debido a su edad (72 años) y a su propia exigencia, cada vez invertía más tiempo en sus cintas: veloz en la concepción, pero cada vez más lento en la realización: si a sus primeros largometrajes dedicaba alrededor de un año, Se levanta el viento (2013) lo mantuvo ocupado por más de cinco. Pensar en otro proyecto no lo entusiasmaba: “Estaría cerca de los 80 cuando la película se estrenara. Sería estúpido si dijera que quisiera continuar”, afirmó entonces. No obstante, en 2017 decidió volver “porque no puede dejar de crear”, como señala su hijo Goro, y porque pensaba en su nieto, según comentó el productor Toshio Suzuki. Su nueva película lleva por título ¿Cómo vives?, y llegará a las salas de exhibición, como Miyazaki temía, después de sus 80 años: todo indica que será en 2023. El proceso inició en 2017 y ha sido largo: 60 animadores realizan un minuto de película por mes, y después de tres años habían completado la mitad; el faltante tomará otros tres años —ya lo decía el querido Rigo Mora, pionero de este arte en Guadalajara: hacer animación es como ver crecer el pasto—.

Miyazaki ha contribuido a poner la animación en las “grandes ligas” del mapa cinematográfico, y hoy es un referente mundial: sus películas han sido presentadas y celebradas —y en ocasiones han competido— en los festivales de cine más importantes del mundo (Cannes, Venecia, Berlín), que normalmente no incluyen cintas de este género en sus secciones; han alcanzado a públicos de diferentes latitudes y con ellas ha crecido más de una generación: si hace 20 años era difícil que llegaran a la cartelera o circularan en dvd (hasta que Disney comenzó a comercializarlas en este formato), hoy gozan de buena distribución, y las más importantes compañías de streaming se pelean por exhibirlas. Este panorama se explica por una buena razón: las películas del cineasta japonés entretienen e invitan a la reflexión, son espectaculares y sustanciosas; son un verdadero prodigio. Y Miyazaki es todo un personaje.

Nacido en Tokio el 5 de enero de 1941, Miyazaki es el segundo de los cuatro hijos de Dola y Katsuji. Ella era una mujer de carácter fuerte que tenía el hábito de la lectura, que heredó a su hijo; ha sido, además, un modelo para los personajes femeninos de Hayao. Katsuji dirigía Miyazaki Airplane, próspera empresa de su hermano que fabricaba partes para los aviones caza Zero durante la Segunda Guerra Mundial. De su padre heredó la pasión por la aviación; años después, confesaría que llegó a sentirse culpable porque la familia paterna ganó dinero gracias a la guerra.

El punto de inicio

A causa de los bombardeos sobre Tokio (de los que da cuenta Isao Takahata en La tumba de las luciérnagas, acaso la película más triste de la historia), los Miyazaki cambiaron de residencia en más de una ocasión. Esta época fue dura, además, porque Dola padeció una larga enfermedad y estuvo hospitalizada tres años. En algún momento, la familia se instaló en el campo, pasaje del que hay reminiscencias en Mi vecino Totoro (1988).

A finales de 1958, Hayao tuvo una revelación fulminante: se enamoró de la animación cuando vio La serpiente blanca, de Taiji Yabushita. Años después aún recordaba “los retortijones de emoción” que le provocó la extraordinaria belleza de la joven protagonista, Bai-Niang: “Era como estar enamorado, y ella llegó a ser una novia sustituta en una época en la que no tenía ninguna”.

Nunca estuvo más apasionado por el manga (historieta) que en esa época, cuando se preparaba para ingresar a la universidad. Así lo explica: en esa edad, los jóvenes parecen tener mucha libertad, pero en muchos sentidos están muy oprimidos. Para escapar de “esta situación deprimente, a menudo se encuentran deseando vivir en un mundo que realmente puedan decir que es suyo. El anime (animación) es algo que pueden incorporar a este mundo privado”. Este sentimiento es “el anhelo por un mundo perdido”, y “la palabra nostalgia viene a la mente: el punto de inicio para mucha gente involucrada en la animación es la nostalgia”. Los niños de apenas tres años ya pueden sentirla, y crece con el tiempo; en la edad adulta se vuelve más abarcadora o se agudiza. La pérdida experimentada es compensada con las posibilidades de vivir mundos fantásticos. Mucha gente se siente insatisfecha, “aun si no considera que vive en un medio particularmente infeliz”. Podemos obtener un tipo de satisfacción “sustituyendo con algo la porción insatisfecha de nuestras vidas”. Ese algo puede ser la animación.

Hayao Miyazaki y su madre en 1943. Foto: Studio Ghibli

Una carrera con tiempo libre

Hayao quería hacer animación, pero cuando escogió una carrera, no fue a la escuela de artes porque no le gustaba estudiar. En 1959 ingresó a Ciencias Políticas y Economía en la reconocida y privada Universidad de Gakushuin. Fue un estudiante malo, pues dedicaba la mayor parte de su tiempo a dibujar. De hecho, escogió esa carrera porque estaba en “el único departamento de la universidad en el que uno no necesitaba trabajar mucho”. Así pudo tener “cuatro años de libertad con un mínimo de estudios y mucho tiempo para la creación”. A pesar de su escaso esfuerzo, obtuvo los dos grados de su facultad con la tesis “La teoría de la industria japonesa”.

Al egresar, buscó trabajo en la industria. Quería dedicar su vida a crear películas animadas, pero era consciente de que no tenía la capacidad para hacerlo. No obstante, ingresó a la productora cinematográfica y televisiva más grande de Japón: Toei Doga. Inició como artista intermedio(dibujante encargado de “llenar” las posiciones entre las imágenes inicial y final de un movimiento) y, en 1965, ascendió a key animator, cuya responsabilidad es dar forma a los escenarios y la animación, y participó en La princesa encantada (1968), el primer largometraje de su enorme colega y amigo Isao Takahata. En octubre de ese año casó con Akemi Ôta, quien también trabajaba como animadora en Toei, y con quien sigue casado.

Hayao Miyazaki, imagen tomada en 1967 mientras realizaban la filmación de Horus, Príncipe del Sol. Foto:

En 1971 “se mudó” a Nippon Animation, responsable de series de televisión como Heidi (1974) y Marco (1976), dirigidas por Takahata y con la contribución de Miyazaki. En 1978 dirigió su primera serie: Conan, el chico del futuro, que se basa en una novela de Alexander Key. El proyecto deja ver su gusto por la literatura occidental, que ha sido fuente constante de inspiración y le permitió materializar uno de sus principios: “El anime puede presentar mundos ficticios, pero creo que en su corazón debe tener un cierto realismo”.

En 1979 ya estaba en Tokyo Movie Sinsha, y dirigió su primer largometraje: El castillo de Cagliostro (1979), que surge de las novelas gráficas de Monkey Punch, quien a su vez se inspira en Arsène Lupin, prolijo ladrón creado por Maurice Leblanc. La cinta registra las aventuras de Lupin, quien descubre que robó dinero falso y va en pos de los falsificadores. En la ruta se topa con una chica en apuros, y sus problemas comienzan. John Lasseter, que es un gran admirador de Miyazaki y que vio algunos avances, comenta que quedó “atrapado por los personajes e impresionado con la energía y lo ingenioso de la animación”. En este estudio también dirigió 26 de los 70 episodios de la serie Sherlock Holmes (1984-1985).

Miyazaki Hayao y Ōtsuka Yasuo.

En 1983 inicia la producción de Nausicaä (1984), que surge de la historieta homónima de su autoría, cuya publicación inició en febrero de 1982 y terminó en marzo de 1994. Inicialmente se negaba a llevarla a la pantalla porque surgió como “algo que sólo podía hacerse con manga”. Miyazaki fungió como guionista y realizador; Takahata fue el productor. El financiamiento lo aportó Tokuma Shoten, compañía de la que dependía Animage, la revista que publicó la historieta. La cinta esboza un mundo apocalíptico e irrespirable, asediado por monumentales bichos. Nausicaä, una joven princesa, encara a los que hacen la guerra y hace ver a los humanos todos que, de seguir como van (y vamos), acabarán con la vida. El score musical es de la autoría de Joe Hisaishi, quien se convertiría en un colaborador habitual de Miyazaki y ha contribuido a apoyar la emoción y el sentido, a dar aliento y majestuosidad, a las películas de Ghibli. Nausicaä no fue un éxito de taquilla, pero obtuvo abundantes comentarios elogiosos de la crítica… y de Akira Kurosawa.

El viaje de Chihiro, 2001.

Studio Ghibli levanta el vuelo

Nausicaä dio a Miyazaki el impulso para buscar independencia y plantear proyectos más ambiciosos. Él y Takahata se dieron a la tarea de dar forma a una nueva compañía productora, de la que ambos serían las mentes creativas. Convocaron al productor Toshio Suzuki y contaron con el apoyo financiero de Yasuyoshi Tokuma, fundador de Tokuma Shoten. Así nació Studio Ghibli, cuyo nombre fue iniciativa de Miyazaki: Ghibli es el término con el que los libios designan al viento siroco; es, además, el nombre que una compañía italiana dio a uno de sus aviones destinados al transporte de personas y mercancías. Ghibli ha sido la productora de todas las películas que Miyazaki y Takahata realizarían posteriormente.

La primera película del estudio es El castillo en el cielo (1986), la historia de una niña que posee una piedra codiciada porque es la llave para acceder a la prodigiosa isla flotante de Laputa (que aparece en Los viajes de Gulliver). Con la ayuda de otro niño enfrenta a secuestradores hambrientos de poder y piratas codiciosos que van tras la piedra. Miyazaki combina con brío la fantasía y las aventuras, la imaginación y la sabiduría infantiles, para hacer una crítica a la avidez de los adultos.

Mi vecino Totoro (1988) es su primera obra maestra. La historia sigue a las hermanas Satsuki (11 años) y Mei (4) cuando se instalan con su padre en una casa que colinda con el bosque. Enfrente hay un árbol monumental, y pronto Mei descubre que el bosque está habitado y es protegido por un voluminoso guardián, Totoro. Luego las hermanas vuelan con él y pasean en un autobús-gato. Miyazaki comentó que experimentó “tremenda felicidad mientras hacía esta película”. Y se nota, cómo no. Totoro se convirtió en el emblema de Ghibli (John Lasseter le hace un homenaje en Toy Story 3, de 2010).

Mi vecino Totoro, 1988.

Kiki, entregas a domicilio (1989) acompaña a Kiki, una brujita de 13 años que debe abandonar su hogar por un año para completar su formación. Viaja entonces con su gato parlanchín a una ciudad pequeña, donde se gana el pan haciendo entregas sobre su escoba voladora. En el origen, apunta Miyazaki, estuvo el ánimo de “filmar la historia de una chica en la adolescencia, una de esas chicas ordinarias que llegan a Tokio del campo”.

Porco Rosso (1992), su sexto largometraje, ubica la acción en la Italia de los años 1930. Víctima de un hechizo, el protagonista tiene cuerpo rollizo y cabeza de cerdo: Porco Rosso vive en una caleta apartada y se gana la vida sobre un hidroavión desvencijado, cazando recompensas. Ésta es, tal vez, la película más “adulta” y más nostálgica de Miyazaki, quien se explaya en su gusto por la aviación con una buena cantidad de insólitos artefactos voladores.

Por su aliento épico, el New York Post calificó a La princesa Mononoke (1997) como La guerra de las galaxias de las cintas animadas; sin embargo, por su singularidad narrativa y su ambición reflexiva, con ecos panteístas, más bien cabría hablar, tomando como referencia la cinta de Terrence Malick, de La delgada línea roja de la animación. Seguimos en ella las andanzas de la muchacha del título, una defensora a ultranza de la naturaleza y sus divinidades, que se opone al destructivo y militarizado mundo industrial. Al final es más que una cinta ambientalista y alcanza proporciones tanto épicas como éticas. Nunca la naturaleza fue tan emocionante, tan vívida.

Kiki, entregas a domicilio, 1989.

 En El viaje de Chihiro (2001), que representó su consagración mundial, Miyazaki parte de una constatación (“las palabras son poder”) y una observación: “Los niños de hoy se sienten blindados, protegidos y distanciados de la realidad, al punto en que sólo tienen un vago sentido de lo que significa estar vivo, y su única solución es inflar su sentido de sí mismos, por lo demás débil”. Las aventuras de la caprichuda Chihiro en un mundo raro, que resulta ser un balneario para deidades, le permiten “aprender sobre la amistad y el sacrificio, y usando sus propias habilidades no sólo sobrevive, sino que consigue regresar a nuestro mundo”.

En El increíble castillo vagabundo (2004) asistimos a una rica reflexión sobre la fealdad y la belleza, la juventud y la vejez, la apariencia y la esencia. Sofi es una muchacha que se siente fea, y no es hasta que se ve y se sabe anciana que aprende a estar en paz con ella misma, con tanta paciencia como sabiduría.

Ponyo y el secreto de la sirenita (2008) sigue a la heroína epónima, quien es hija de un humano y una diosa marina. Vive en el océano, y un día escapa y es víctima de la contaminación de los mares. Pero es rescatada por Sosuke, un niño de cinco años que vive en la costa. Miyazaki extiende aquí su preocupación por el bienestar del planeta y deja ver su desencanto por la humanidad (no en vano el padre de Ponyo se opone a que ella se convierta en niña). Sin embargo, deja abierta una ventana a la esperanza. Y si hay futuro es porque aún hay amor.

Se levanta el viento (2013) surge de la biografía de Jirô Horikoshi, quien soñaba con aviones y se convirtió en uno de los grandes diseñadores de aeroplanos. La historia sigue la Historia: va de los años veinte a los cuarenta y recoge la formación y las contrariedades que vivió el personaje. Jirô va de la candidez al desasosiego, y si tiene éxito en su carrera y alcanza sus metas, la realidad le compensa con dolor. Es, quizá, la cinta más amarga del realizador.

Ghibli ha vivido pasajes agridulces: nació en la modestia económica y se mantuvo al inicio por el apoyo de Tokuma (del que se separó en 2005); posteriormente tuvieron ingresos extraordinarios (El viaje de Chihiro recaudó cerca de 400 millones de dólares), pero en años recientes ha vivido en crisis, al grado de que el Museo Ghibli, que abrió sus puertas en 2001 y en el que “viven” las películas del estudio, recientemente tuvo que recurrir a donaciones para evitar su cierre.

Ponyo y el secreto de la sirenita, 2008.

Rápido como un segunda base buscando hacer un doble play

Isao Takahata perfila con brillantez el carácter de Miyazaki. Miya-san, nos dice, es contrastante y tiende a los extremos: es “increíblemente trabajador”, en extremo amoroso, compasivo y tímido, sumamente amable con las mujeres. “Es, fundamentalmente, como un niño en su inocencia, pureza de espíritu, egoísmo e impulsividad, y así, cualquier cosa que desea es revelada por la expresión de su cara”. Ama a las personas y espera demasiado de sus talentos, pero también se enoja y “tiene poderosos gustos y disgustos”. Es humilde y pide que no le digan sensei (término honorífico para una persona sabia y realizada).

Hayao significa “rápido”, y si bien sus piernas distan de serlo, “tiene una cabeza grande y piensa con rapidez; su cerebro siempre está ocupado”. Incluso cuando se divierte. Takahata afirma que, en las pausas de trabajo, el staff de Ghibli suele jugar beisbol, y pelotear con Miyazaki es agotador por la velocidad con la que devuelve la pelota. Es como un segunda base que busca hacer un doble play.

Es una persona de sentimientos profundos: “Miya-san dibuja apasionadamente buenos o malos tipos, bellas mujeres o bestias, ciudades o bosques, en la forma que cree que deberían existir o que para él es ideal”. Es muy positivo, “tiene pródigas expresividad y curiosidad, y posee una imaginación tan vívida que se acerca a una visión alucinatoria”. Estas características, remata Takahata, “están en constante conflicto con el sentido de idealismo y justicia, la exigencia, el sacrificio, el autocontrol, la abnegación que lo han caracterizado desde su juventud. Se puede decir que este conflicto es lo que crea su propio carácter, complicado y, sin embargo, atractivo”.

La princesa Mononoke, 1997.

Un legado prodigioso

La filmografía de Miyazaki es de un extraordinario rigor formal y una asombrosa profundidad. Su técnica es un hito. Valora lo hecho a mano y ha dejado su huella en la exquisitez del trazo de sujetos y escenarios, en el cálido manejo de la luz y el color. Como buen animador, el movimiento posee meritorias dosis de fantasía, elegancia y eficacia. En la banda sonora da peso a los ambientes (y hasta el sonido del viento tiene su rúbrica), a canciones folclóricas y populares; las músicas de Joe Hisaishi hacen sensibles ánimos y atmósferas. Así, sus cintas son fascinantes para la vista y el oído.

Su narrativa elude la transparencia que caracteriza a las películas animadas. El espectador es invitado a ir más allá del armado de la historia (que, por cierto, continúa en los créditos finales). Privilegia la aventura y la fantasía, por lo que la acción es constante y nos lleva a diferentes ámbitos. Si su público primero son los niños, también resultan atractivas y significativas para audiencias de diferentes edades, pues implican diferentes grados de habilidad para la  lectura y la interpretación. Los universos que crea son provechosos para que todos activemos la imaginación y recuperemos mundos perdidos, pero también para que reflexionemos acerca del crecimiento y la responsabilidad, para revisar conductas y comportamientos, para revalorar la infancia y cuestionar la insensatez que no falta a los adultos. Con humor —que está presente en todas sus entregas—, Miyazaki pone un espejo inquietante y emocionante, una invitación a la reflexión, a la crítica.

El increíble castillo vagabundo, 2004.

Se ha convertido en portavoz de las tradiciones y los valores culturales, espirituales y religiosos de su país: del sintoísmo toma el culto a los kami,o espíritus de la naturaleza, y explica que para los japoneses, “la naturaleza existe aparte del mundo de los humanos. Por eso son humildes y modestos frente a ella”. Y dado que “los humanos son tan crueles”, tiende a “representar a la naturaleza con amabilidad, pero aquélla puede ser brutal, irracional y muy caprichosa en cuanto a por qué un organismo permanece vivo y otro muere”.

El cine de Miyazaki nos hace más sensibles al otro. Con ternura, y exento de maniqueísmo, nos invita a comprender incluso los motivos de los villanos, a ver más allá de nosotros mismos, a vivir en armonía, a cuidar de los demás. Amor es la palabra que mejor describe su labor, su cine, su legado. No en vano, en la mayor parte de sus películas, el amor mueve a los niños, pues no hay amor más puro que el de ellos, al grado que crecen y son capaces de sacrificarse por otro. Si bien es cierto que tiene claro que “los humanos son creaturas irremediables”, al ver sus películas uno corre el riesgo de ser mejor persona..

Foto: Kyodo News Stills vía Getty Images.

Bibliografía

:: “Hayao Miyazaki explica los motivos de su retiro”, artículo en Sensacine: bit.ly/Miyazaki_1

:: J. Foreman: “A Very Pretty Toon”, en The New York Post: bit.ly/Miyazaki_2

:: J. Lenburg, Hayao Miyazaki (Chelsea House, 2012).

:: H. Miyazaki, Starting Point: 1979-1996 (Viz Media, 2010).

:: H. Miyazaki, Turning Point: 1997-2008 (Viz Media, 2014).

:: M. Robles, Antología del Studio Ghibli, (Océano/Dolmen, 3ª ed., vol. 1, 2013).

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