Guadalupe Nettel: A trasluz
José Israel Carranza – Edición 442
Su novela El huésped, finalista del Premio Herralde, daba razones para advertir que Nettel es una narradora cuya originalidad radica en una percepción insospechable de la realidad.
Más que lo obtenido por nuestra voluntad, que las figuraciones de nuestra intervención en la propia vida y que cuanto hayamos hecho, somos lo que nos hicieron, lo que nos ha pasado, lo que nos han quitado y hemos perdido. Somos, vamos siendo, la consecuencia de estar por donde hemos ido, de habernos hallado en las inmediaciones de quienes iban a nuestro lado, de llegar siempre a destiempo a un mundo que no precisa de nuestra comprensión ni de nuestra participación para operar —basta ver a los demás, cómo están a salvo de nuestras perplejidades y de nuestra confusión: acaso estén tan indefensos como nosotros, pero no son nosotros—. Somos lo que los otros ignoran o comprenden mal, las presencias inesperadas y no siempre admisibles en las que encontrarán infaliblemente un principio de extrañeza: nos ven, si tenemos suerte puede que consientan nuestra comparecencia anómala en sus vidas, acaso incluso nos amen, pero no podrían responder: ¿quiénes somos?
Una niña, en el umbral de la pubertad, está empeñada en pertenecer a un equipo de futbol. Parece que nada le interesa más que jugar, y ha dado pruebas de desenvolverse bastante bien. Tiene, desde luego, otras preocupaciones: el comportamiento de sus padres y sus consecuencias para el modo en que ella y su hermano menor están enterándose de cómo la vida es una sucesión de ilusiones y decepciones; la vigilancia de la abuela a cuyo cargo han quedado; la existencia de los demás en torno a su soledad creciente, las preguntas propiciadas por esa existencia y que ella apenas va comenzando a formularse. Poco antes ha dado con un libro, y muchos años después recordará: “El libro me comprendía como nadie en el mundo y, por si fuera poco, también se permitía hablar de cosas que difícilmente una logra confesarse a sí misma, como las ganas irreprimibles de asesinar a alguien de su familia”. También recientemente presenció la autoinmolación de una vecina de su edad con la que solía encontrarse a la distancia y en silencio, de ventana a ventana: “Supimos después, por los vecinos de su edificio, que ella misma se había bañado en disolvente para óleos y se prendió fuego en su habitación. La noticia salió en todos los diarios. Alguien pronunció la palabra ‘esquizofrenia’. Para mí la explicación era simple: Ximena había resuelto escapar de una vez por todas al cautiverio de su vida”. Pero lo que ahora más quiere es jugar futbol, en un equipo masculino que la acepta a duras penas tras la intercesión de su abuela. Y aunque la niña logra arreglárselas con la hostilidad que la recibe, poco después tendrá que resignarse a abandonar: “Cuando por fin estaba adquiriendo cierta legitimidad en el equipo, surgió un nuevo obstáculo, quizás previsible para muchos pero totalmente inesperado para mí: como si de repente hubiera cobrado vida propia, mi cuerpo empezó a sabotearme”. Y es que, para nuestro interminable desconcierto, también somos un cuerpo. O no también: antes que nada.
El cuerpo en que nací, segunda novela de Guadalupe Nettel (ciudad de México, 1973), es la historia de lo que esa niña encuentra durante la espera, extendida entre el fin de la infancia y el reconocimiento de los territorios de la adolescencia, de que los médicos dictaminen si se podrá o no corregirle el ojo deficiente con que nació —una mácula sobre la córnea derecha, justo en el centro del iris—. Como si esa condición hubiera determinado cómo podía ver al trasluz la vida que atravesaba —penetrando así en los secretos y los misterios fuera del alcance de quienes sólo cuentan con lo evidente—, la mujer que fue esa niña habrá preservado, para la reconstrucción autobiográfica de aquel tiempo, la mirada singularísima a cuyos descubrimientos debemos una de las obras en curso más sugerentes de la literatura mexicana actual. Su novela anterior, El huésped, finalista del Premio Herralde, daba razones para advertir que se trataba de una narradora cuya originalidad radica en una percepción insospechable de la realidad. Esas razones se han visto refrendadas en libros de cuentos como Pétalos y otras historias incómodas, habitado, entre otros, por un fotógrafo especializado en retratar párpados, una joven que busca La Verdadera Soledad, un olfateador de rastros en retretes de restaurantes, un matrimonio japonés trasuntado en un problema de botánica; y El matrimonio de los peces rojos, con el que Nettel obtuvo el Premio Internacional Narrativa Breve Ribera del Duero, poblado por individuos y animales cuyas naturalezas, observadas a través de una prosa tan atenta en su indagación como resuelta en una memorable voluntad poética, revelan cuánto nos falta imaginar de nosotros mismos. m.
Libros de Guadalupe Nettel.
:: El huésped (Anagrama, 2006)
:: Pétalos y otras historias incómodas (Anagrama, 2008)
:: El cuerpo en que nací (Anagrama, 2011)
:: El matrimonio de los peces rojos (Páginas de Espuma, 2013)