Los indignados en España: la esperanza de la revuelta global
Álvaro González – Edición 425
¿Quiénes son estos jóvenes que en mayo pasado llenaron la Plaza Cataluña, en Barcelona, la Puerta del Sol, en Madrid, y otros 50 espacios públicos en toda España? Su protesta contra la democracia representativa y el modelo económico se ha contagiado a otros rincones del mundo.
Cuando mayo llegaba a su fin, la Plaza Cataluña de Barcelona parecía un gran camping, de esos que se pueden encontrar en cualquier pueblo de la Costa Brava. La diferencia: no hay playa, sino tiendas de campaña, cocinas al aire libre, grupos de jóvenes escribiendo mantas que demandan una democracia más participativa, el derecho al trabajo, a la vivienda, y que critican la avaricia de los bancos.
El hartazgo, pero sobre todo el desencanto provocado por una crisis económica que parece no tener fin, desató un fenómeno nunca visto en la historia de España desde la transición democrática: miles de personas tomaron la calle, sin sindicatos o partidos políticos de por medio, para protestar por la precariedad económica y el sistema político.
¿Quiénes son estos jóvenes que en mayo pasado llenaron la Plaza Cataluña, en Barcelona, la Puerta del Sol, en Madrid, y otros 50 espacios públicos en todo el estado español? Durante los primeros días, todos se preguntaron lo mismo: nadie sabía exactamente de dónde habían salido y pocos tenían claro cuáles eran sus exigencias. Se llamaron a sí mismos “indignados”, un término tomado del libro ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, convertido en la referencia de cabecera de estos jóvenes, estudiantes, profesores, desempleados, a los que se fueron añadiendo okupas, ongs y amplios sectores de la población.
Aunque las primeras imágenes recordaban a las que se produjeron meses atrás en la Revolución del Jazmín en Túnez y a las de la Plaza Tahrir en El Cairo, los españoles no pedían la dimisión de sus dirigentes ni un cambio radical en el sistema político de su país, sino una democracia mucho más participativa —“Dicen que esto es democracia y no lo es”, cantaban en la mayoría de las concentraciones— y ajustes en las políticas económicas del país, que tan sólo en cuatro años pasó de tener una tasa de desempleo del 8 por ciento (2007) al 21.3 por ciento a mediados de 2011.
Más allá de los resultados inmediatos —el paro sigue creciendo, las previsiones de crecimiento del pib español para 2012 siguen por debajo del uno por ciento—, el mayor legado del movimiento es un grupo de ciudadanos, jóvenes en su mayoría, que han decidido salir a la calle para ponerle rostro y nombres propios a la crisis. Y lo más importante: han llenado las plazas de toldos, ideas y esperanza. m
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