Gerhard Richter: “Siempre la pintura, evidentemente”
Daleysi Moya – Edición 495
A través de sus constantes idas y venidas de la abstracción a la figuración, Richter persiste en su empeño por lograr esa tan anhelada impersonalidad de la pintura
Podríamos decir que lo que mantiene a salvo el quehacer irreductible de ese gran artista que es Gerhard Richter (Dresde, 1932) viene a ser la naturaleza “abierta” de su obra y la imposibilidad de circunscribirla a un conjunto específico de tópicos estilísticos. Richter permanece como un enigma pendiente de resolución, una especie de dispositivo estético encaminado a desbaratar muchas de las certidumbres que la historia del arte ha cimentado en torno al sentido último de la creación. A lo largo de su carrera, el alemán ha sido consciente de este posicionamiento: de ahí la insistencia constante en una serie de negaciones abiertamente contrapuestas a la tradición y a ciertos imperativos de la praxis contemporánea: “No obedezco a ninguna intención, sistema, ni tendencia […]. Me gusta la incertidumbre, el infinito y la inseguridad permanente”, escribía en 1966.1
En sus textos, Richter da muestras de una radicalidad que parece insostenible. Sin embargo, algunos elementos como el azar, el interés por distanciarse del objeto de la representación y la idea de penetrar la esencia de lo pictórico se manifiestan como obsesiones recurrentes en toda su obra. A raíz de ello, se ha tendido a pensar la variación estilística como el hilo conductor de su quehacer; una verdad a medias, ya que los imperativos de originalidad o ruptura no representan para él valores en sí mismos, sino vías de acceso al corazón del medio.
En estos 60 años son muchas las búsquedas emprendidas en su afán por entender primero, y reinventar más tarde, las lógicas y los límites del lenguaje de la pintura. Luego de su ingreso a la Academia de Arte de Düsseldorf, en 1961, Richter realizará sus primeras foto-pinturas. Éstas son, en buena medida, resultado de un interés marcado por limpiar la forma de todo rastro de subjetividad y por hacer manifiesta la arbitrariedad del proceso de selección temática. Refiriéndose a la capacidad de la fotografía para desentenderse de cuestiones medulares para la pintura, comentará: “De repente, la vi [a la fotografía] de otra manera, como una imagen que me ofrecía una nueva visión, libre de los criterios convencionales que siempre había asociado al arte. No tenía estilo, ni composición, ni juicios. Me liberó de la experiencia personal”.2
Posteriormente, se embarca en una serie de ensayos constructivistas e informalistas (sus Farbtafel [Cartas de colores], los Vermalung [Sobrepintados], los monocromos grises, etcétera) que cimentarán la ruta de acceso a la abstracción, territorio en donde encontraría muchas ¡de las respuestas que andaba buscando. En el texto que escribiera para la exposición de arte documenta 7, en 1982, decía: “Gracias a la pintura abstracta, nos hemos dado posibilidades adicionales para acercarnos a lo imperceptible e ininteligible porque sugiere directamente lo obvio y describe la ‘nada’ a través del lenguaje del arte”.3
Con el tiempo, y a través de sus constantes idas y venidas de la abstracción a la figuración, Richter persiste en su empeño por lograr esa tan anhelada impersonalidad de la pintura. Para ello intentará enfocarse en la consciencia del “hallazgo” más que en la idea de la voluntad creativa.4 Ello se hará extensivo a su manera de relacionarse con el medio y a la generación de la imagen pictórica. Lo paradójico, sin embargo, será que más allá de sus esfuerzos por mantener esta barrera entre su obra y su historia personal, una suerte de permeabilidad inmanejable termina colando un mundo en otro. Su biógrafo oficial, Dietmar Elger, ha llamado la atención sobre el hecho de que sus tópicos no habrían sido tan arbitrarios como Richter aseguró durante mucho tiempo.
De alguna manera, la propia pintura terminaría por utilizar a Richter como un vehículo para mostrar al mundo el relato de un hombre a través de su obra. Las palabras del propio artista sobre la naturaleza de la representación y los procesos perceptivos serían reveladoras de este fenómeno: “Las pinturas cobran vida a partir de nuestro deseo de reconocer algo en ellas”.5 El mecanismo del cómo permanece intacto, garantizando que Gerhard Richter y su pintura continúen siendo el misterio que son.
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1. Richter, Gerhard (2012). Textes 1962-1993. Les Presses du Réel, p. 57.
2. Dietmar Elger, Gerhard Richter. A Life in Painting, The University of Chicago Press, 2009, p. 50.
3. Ibid., p. 109.
4. Ibid., p. 250.
5. Ibid., p. 267.