Más allá de su utilidad, las marcas y las etiquetas entrañan siempre el peligro del equívoco y la confusión, especialmente cuando las fija la ignorancia y el prejuicio.
Visibles o tácitas, resúmenes precisos o injustos, arbitrarias o debidas a la necesidad de orden —sin el cual no parecemos capaces de arreglárnoslas en un mundo que exige continuamente ser rotulado—, detrás de toda etiqueta hay un sistema de valores. Clasificar es calificar.
Como con un equipaje al que se le haya desprendido la etiqueta que indique su destino, es difícil saber qué hacer con lo que carece de distintivos. Pero, aparte de las que cumplen con una utilidad elemental y evidente, las marcas para saber qué es cada cosa, dónde va y cuánto vale, entrañan siempre el peligro del equívoco y la confusión, especialmente cuando las fija la ignorancia y el prejuicio. Y aunque queramos organizarnos bien y nos guste mucho ponérselas a todo, apenas nos damos cuenta de que llevamos una encima, buscamos la forma de quitárnosla. m.