Envejecer con grandeza en pantalla grande

Envejecer con grandeza en pantalla grande

– Edición 495

El actor y director Clint Eastwood. Foto: Siebbi/Flickr.

Más allá de la longevidad y de la autobiografía es pertinente revisar la trayectoria y la obra de algunos cineastas que reflexionan con rigor en sus películas sobre el proceso de envejecer

Son numerosos los realizadores que filman con solvencia a edad avanzada. John Huston, por ejemplo, estrenó a los 81 años Los muertos (1987), su última película y una de las más memorables de su filmografía; Alain Resnais era un nonagenario cuando concluyó Amar, beber y cantar (2014), que tiene su sello vivaz; Leni Riefenstahl era centenaria cuando concluyó Impresiones submarinas (2002), que da cuenta de su pasión por el buceo. Menos frecuentes son los que han mostrado en sus obras interés por el proceso de envejecimiento, que viven en primera persona. Y aún menos abundantes son quienes conciben acercamientos con matices autobiográficos, como Agnès Varda, quien es el personaje principal de sus últimos documentales y muestra su vitalidad y lucidez en Varda por Agnès (2019) a los 90 años.

Más allá de la longevidad y de la autobiografía, y en tiempos en los que los ancianos no siempre forman parte de la agenda de la inclusión, es pertinente revisar, así sea de forma somera, la trayectoria y la obra de algunos cineastas que aun antes de llegar a la senectud, o ya plenamente instalados en ella, reflexionan con rigor en sus películas, directa o indirectamente, sobre el proceso de envejecer y la vida en la tercera edad; o simplemente dan cuenta de las singularidades y contrariedades que se presentan.

Como se puede constatar a continuación, existen títulos valiosísimos, que provienen de diferentes latitudes y autores, que devuelven a los ancianos, en pantalla grande, el valor que otrora tenían en sus comunidades.

Luis Buñuel
(España, 1900-1983)

Maduró lentamente. Dirigió Los olvidados (1950), su primera gran película, a los 50 años. Sexagenario, entregó dos obras maestras: Viridiana (1961) y El ángel exterminador (1962). El actor Fernando Rey, quien protagonizó la mayor parte de sus cintas postreras, fue un alter ego propicio para explorar la vejez. Ese oscuro objeto del deseo (1977), su último largometraje, es un agudo broche de oro para su carrera: Rey da vida a un anciano enjundioso que sólo cosecha frustración y que, al final, es testigo de la clausura simbólica del objeto de su deseo.

Manoel de Oliveira
(Portugal, 1908-2015)

Es un caso extraordinario de longevidad, más allá de los terrenos del cine. Centenario, seguía entregando en promedio una película por año. De su larga filmografía es pertinente mencionar dos títulos que tienen al cine como pretexto y que son protagonizadas por hombres de edad avanzada que envejecen de forma agridulce: Viaje al principio del mundo (1997), en la que sigue los afanes de un director de cine por encontrar las huellas de un actor, y Regreso a casa (2001), que relata las contrariedades de un actor después de un accidente.

Shôhei Imamura
(Japón, 1926-2006)

En La balada del Narayama (1983), Imamura registra los empeños de una anciana por seguir una tradición local: ir a morir a la montaña al cumplir los 70 años. En sus últimas películas, el nipón exhibe las consecuencias de la bomba nuclear. Hay un poco de luz en Dr. Akagi (1998), en la que un maduro médico combate la hepatitis; es lóbrego el paisaje que exhibe Lluvia negra (1989), que nos lleva a Hiroshima en 1945, y el cortometraje-testamento que aportó a 11’09”01. Septiembre 11 (2002), que narra el demencial regreso a casa de un excombatiente.

Clint Eastwood
(Estados Unidos, 1930)

Es considerado “el último gran clásico”. En su juventud tuvo una exitosa carrera como actor. Después de los sesenta años ha entregado muy buenas cuentas como realizador: entre otras, Los imperdonables (1993), Golpes del destino (2005), Gran Torino (2008) y Río místico (2004). En las tres primeras también actúa; da vida a los protagonistas y explora diferentes facetas del ser viejo. Y si en ellos hay tormentos y remordimientos, también hay serenidad y sabiduría, así como una férrea voluntad para resistir el anquilosamiento.

Michael Haneke
(Alemania, 1942)

Suele iluminar facetas del ser humano tan cochambrosas como perturbadoras. Expone la violencia de niños y jóvenes en obras maduras: El listón blanco (2009) y Juegos divertidos (1997). A los 70 años estrenó Amor (2012), en la que imprime las dosis de ambigüedad que tanto le gustan (¿es una película realista o una de fantasmas?) y registra la convivencia de una pareja de ancianos que se hacen cargo de su circunstancia. Al final la cinta ilustra las implicaciones de la palabreja del título; y el final es estremecedor.

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