Se calcula que entre 30 y 40 por ciento de la población mexicana padece estrés laboral. Las condiciones precarias, la competencia interna en las empresas y un sistema que privilegia los resultados sobre las personas causan múltiples problemas a los profesionales. La paradoja es que si las personas viviéramos mejor, la productividad de las empresas mejoraría.
Por Alejandra Guillén y Raúl Torres
Aunque aún no termina su formación profesional, José intenta administrar el sitio web de un diario local durante las noches, pero el costo es alto. “Ahora soy como un viejito nervioso”, dice a sus 22 años. Las condiciones laborales le empiezan a cobrar factura: “Eran como las cinco de la mañana cuando me quedé dormido sobre el teclado. Desperté de súbito y vi que me faltaba subir varias cosas [a la página web] e intenté hacerlas más rápido. Sentí una temblorina en las piernas y la sensación no me dejaba sentar, era como cuando un gis raya con fuerza un pizarrón y te provoca un rictus. Me paraba y me volvía a sentar; pero no era suficiente. El malestar se me quitó hasta que pude dormir”.
José vive en Guadalajara y prefiere no dar su nombre verdadero porque no quiere “victimizarse”. “Entro al periódico a las once de la noche y a veces termino a las ocho de la mañana”, relata. “Muchos días me voy a la escuela saliendo del trabajo, incluso hay ocasiones en que no puedo descansar más de dos horas, porque mi jornada de estudio se extiende hasta la tarde y prácticamente tengo que regresar a la chamba al terminar la escuela”. A la luz de un diagnóstico clínico, los síntomas de José apuntan a lo que se conoce como estrés laboral: “Se presenta fatiga crónica, trastornos del sueño, trastornos en la sexualidad, problemas en las relaciones sociales y con las redes sociales de apoyo, problemas familiares, aislamiento y problemas de alimentación”, explica el doctor Blas Jasso Hinojosa, miembro de la Clínica de Salud Mental de la Universidad de Guadalajara.
El 26 de diciembre de 2010, la Secretaría de Salud del gobierno federal emitió un comunicado en el que asegura que México es el segundo país en el mundo con mayor estrés laboral, pues entre 30 y 40 por ciento de su población lo padece. De no atenderse, la presión puede generar trastornos psiquiátricos como ansiedad, depresión, consumo de sustancias (alcohol o drogas, por ejemplo), hipertensión, diabetes, obesidad y problemas cardiacos.
Clelia García Silva, médica de carrera y doctora en Psicología, explica: “La consecuencia final del estrés laboral es el síndrome del burnout. Cuando presionamos de forma permanente a las personas a nivel laboral, éstas van a enfermar física y mentalmente; a este desencadenamiento se le conoce como burnout. Es el cansancio y el desgaste emocional final que se da en una persona altamente estresada. El que la gente diga que siente que ya no la hace en su trabajo, puede considerarse como uno de los síntomas”.
Foto: Marte C. Merlos
Profesiones estresantes
Muchos de los casos que se atienden en el Centro Comunitario de Salud Mental del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), ubicado en Zapopan, Jalisco, están relacionados con el tipo de actividad que desempeñan las personas. La mayoría son maestros, policías —especialmente desde que se incrementó la violencia en la ciudad— y personal del sector salud, sobre todo los que atienden urgencias, “porque tienen jornadas largas y tienen a cargo la vida de la gente”, explica la psicóloga Olga Castañeda, quien labora en esta clínica.
Una encuesta de 2010 del Grupo Multisistemas de Seguridad Industrial, empresa dedicada a la seguridad privada, señala que entre las profesiones más estresantes están las relacionadas con las ciencias de la salud, la educación, las finanzas y el manejo de personal. Establece que aunque se trata de un problema multifactorial, la violencia comienza a asociarse con este problema, en especial en los servicios de seguridad, salud y educación.
La actividad de Rodrigo Garibay Rubio encaja en este tipo de perfil: es rescatista en la Cruz Roja de la ciudad de México desde hace más de diez años. Como la mayoría de los voluntarios, construye su vida a partir de esta pasión, por lo que tiene que buscar otros empleos para mantenerse. “Doy algunos cursos de capacitación en la misma Cruz Roja y además daba clases de Psicología en la unam. Ahora entré a un doctorado y ya no es necesario porque tengo una beca, pero sigo cumpliendo mis doce horas de guardia por semana como voluntario”, explica Garibay, psicólogo de 28 años, técnico en Urgencias Médicas con especialidad en Psicología en Desastres y maestro en Filosofía de las Ciencias Cognitivas por la UNAM.
Para Garibay, el perfil del rescatista y del paramédico es muy particular, pues son personas con inclinaciones al riesgo cuya valoración de éste es menor que la de las personas comunes. Los rescatistas con más antigüedad en la Cruz Roja han aprendido a dedicar más tiempo a su desarrollo personal, relata Garibay. Toma como ejemplo a su compañero, el Güero, quien con el tiempo ha entendido que tiene que cuidar a la familia y a sí mismo; de hecho, la institución recomienda a todo su personal que tome sus descansos y que tenga al menos una actividad lúdica por mera diversión, sin que esto implique que de esa actividad deba derivar algún tipo de aprendizaje.
Consciente de lo que implica su labor como voluntario, Rodrigo es muy cuidadoso en seguir estas recomendaciones: “Un día se lo reservo a mi pareja y eso es una descarga emocional. Además, siempre hago deporte: antes escalaba dos veces por semana, iba al gimnasio y corría porque estaba entrenando para hacer un siete mil de montaña; después me lastimé una rodilla y ahora sólo voy a correr y hago pesas, pero ya estoy buscando entrar a hacer otra actividad”.
Foto: Marte C. Merlos
Productividad y adicción
Oliver es belga e Iliana es mexicana. Desde hace cuatro años viven en Bélgica, y aunque les gustaría establecerse en México para dejar de lidiar con el clima europeo, la decisión siempre se posterga porque tendrían que renunciar a casi tres meses de vacaciones al año más días feriados, vales de comida, seguro de hospital –incluye pareja–, pensión, abonos para desplazamiento –en autobús, metro, carro o bicicleta–, seguro de vida, un mes de aguinaldo y un bono anual.
“He escuchado que no hay seguridad social tan buena y los salarios en general son más bajos, aunque se pagan menos impuestos. Además tendría gastos suplementarios que no están incluidos en mis prestaciones y no puedo concebir trabajar en sábado”, afirma Oliver.
Aunque en Bélgica legalmente se trabaja cinco días a la semana —incluso los domingos no se publican periódicos— con jornadas laborales de siete horas, más una de comida, y el periodo vacacional es de 25 días, su situación laboral es particular, porque durante periodos de tres meses hace “muchas horas extras” (dos o tres diarias) y después recibe un mes completo de descanso.
Estas condiciones laborales les permiten a Oliver e Iliana ir al gimnasio tres veces por semana, planear cada año viajes largos —de más de 15 días— a otros continentes y uno o dos cortos —de tres a cinco días— dentro de Europa. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicó el pasado 12 de abril de 2011 un estudio hecho en 29 países en el que señala que los mexicanos tienen las jornadas laborales más largas(diez horas), mientras que Bélgica presume de las más cortas (siete horas). Según este documento, decenas de millones de mexicanos dependen de la economía informal, los empleos son mal remunerados, las personas tienen muy pocos días libres al año y casi siempre extienden su vida productiva hasta muy entrada la vejez. En tanto, los belgas tienen varias semanas de vacaciones al año y gozarán de una jubilación anticipada a los 60 años aproximadamente.
Más allá de los mitos que derriba este estudio —que los mexicanos somos perezosos, por ejemplo—, la doctora Clelia García Silva considera que revela el grado de necesidad que tiene un pueblo, los bajos salarios y el deterioro del poder adquisitivo de las personas que tienen que trabajar más tiempo para obtener el mínimo de satisfactores. En su opinión, se trata de un problema sistémico, pues predomina una visión que pone los resultados por encima de las personas. “De alguna manera, hemos vuelto a los sistemas de explotación y esto desgasta al individuo, pero como somos muchos, el individuo se vuelve desechable”, señala la doctora. “Eso también afecta a las generaciones siguientes, porque cuando los padres se la pasan en la oficina, no hay quien acompañe a los hijos en su crecimiento”.
Foto: Marte C. Merlos
El doctor Blas Jasso recuerda que vivimos en una sociedad cuyas relaciones laborales se basan en la presión: “Hay gente que piensa que es normal tener que esforzarse más para sacar el trabajo adelante. Estamos habituados a pensar que quien más trabaja es quien más tiene. El concepto de éxito está vinculado a lo que se tiene, no a lo que se es, como en las culturas orientales”.
Francisco González es licenciado en Administración de Empresas y trabaja como especialista en recuperación de cartera vencida en un banco de Guadalajara, Jalisco. La suya es otra de las profesiones que generan más estrés: tiene metas específicas que cumplir cada mes y eso implica roces constantes con clientes y superiores jerárquicos. Aunque descansa los fines de semana, parte de ese tiempo lo utiliza para atender un negocio familiar y resolver los pendientes de su casa.
Al principio de su matrimonio, Francisco y su esposa Dolores llevaban trabajo a casa pensando en que así serían más productivos. “Se nos juntó todo, teníamos tres o cuatro años de casados, traíamos deuda de hipoteca, de carros, de tarjetas de crédito y no nos alcanzaba”, recuerda Francisco. “Queríamos superarnos económicamente para darles algo mejor a los hijos. Pero por los problemas que empezamos a tener, decidimos ya no traer pendientes a casa y que Dolores trabajara sólo medio turno aunque tuviéramos menos dinero”. Planearon mejor sus gastos y su tiempo familiar para estar más al pendiente de los hijos, repartieron tareas domésticas e incluso encontraron una manera de ahorrar dinero cuando hacen reparaciones o ampliaciones en casa: convocan a los demás familiares a comer y entre todos se ponen a trabajar en lo que se necesita. “Por ejemplo, tengo un cuñado que sabe de carpintería y así hicimos los clósets; entre todos pintamos y hacemos reparaciones en la casa de quien lo necesita. Además, es otra forma de convivir con la familia”, afirma Francisco. Su hija mayor está por entrar a la universidad y para solventar ese gasto decidieron rentar la casa propia, irse a vivir a un sitio barato y abrir un negocio familiar: una mercería y un cibercafé en el mismo local.
El psicólogo Efraín López Molina, quien asesora a empresas respecto al manejo de estrés laboral, asegura que llevarse trabajo a casa es un síntoma de adicción al trabajo. Quienes lo hacen, creen que así se mitiga el estrés cotidiano: “los ejecutivos se aceleran más, son muy competitivos, son personas que tienden a perseguir el éxito y eso genera factores de riesgo altos; pueden llegar a sufrir un infarto”.
—¿Qué están haciendo las empresas para atender el problema?
—Cada vez hay más empresas que acuden a los psicólogos para contratar cursos de manejo de estrés para sus empleados. Es decir, ya tienen conciencia de lo que está pasando. Hay una alta demanda de las compañías a los sistemas de investigación universitaria para evaluar el problema entre su personal y se ha demostrado que no por pasar más horas laborando se es más productivo.
En este punto vuelven las odiosas pero necesarias comparaciones: la encuesta que en 2010 realizó el Grupo Multisistemas de Seguridad Industrial revela que el estrés laboral reduce hasta en 30 por ciento la productividad en el país; y de acuerdo con la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo, casi 25 por ciento de los trabajadores del viejo continente se ve afectado por este problema. Según estos estudios, entre 50 y 60 por ciento de las bajas laborales europeas está relacionado con la tensión.
Foto: Marte C. Merlos
Aprender a descansar
Muchas veces se piensa que el puro descanso elimina el estrés. Como si éste sólo se sudara. Pero según Efraín López, es necesario que las personas aprendan a descansar, que encuentren el tipo de ejercicio adecuado para ellas. “Como terapeuta nunca voy a recomendarle jugar squash a personas cuyos rasgos de carácter apuntan hacia la competencia, pues también en ese espacio se estresarán por querer ganar”, asegura.
Esto explica por qué hay gente que, ya acostada en su cama por la noche, sigue con la cabeza revolucionada, pensando en sus pendientes profesionales: “Cuando se está en esos niveles de tensión hay que acudir con un profesional de la salud para recuperar esas cosas que antes nos eran innatas pero que hoy ya no tenemos”.
En el Instituto de Estudios de Ocio de la Universidad de Deusto, en el País Vasco, se considera que el ocio “es una experiencia integral de todas las personas e incluso se contempla como un derecho humano fundamental”. Así pues, se intenta hacer ver que gracias a éste, la persona se afirma e identifica a sí misma. En este sentido, “existe siempre un campo de goce personal profundo que favorece que la persona se relaje y desafíe la estricta reglamentación de la vida rutinizada, sin poner en peligro su subsistencia ni su posición social”.
Claudia Sainte-Luce es asistente de dirección de cine: se encarga de preparar guiones y hacer los planes de rodaje. Cuando está en etapa de grabación, sus jornadas laborales son de 15 o 16 horas continuas. “Tenemos el tiempo encima y entonces dejo de hacer ejercicio, me alimento mal, veo poco a mi pareja, se intensifican mis migrañas y mi mal humor”, explica la joven radicada en la capital del país. En esos periodos tan intensos, Claudia procura dedicar el domingo a su novio: le prepara el desayuno y salen a pasear en bicicleta, ven películas “tontas que no le generen pensar”, o se tira en el piso con su gata y la abraza “hasta que me odie”.
Al terminar los proyectos, con el dinero que ahorró, dedica unos cuantos meses a viajar y estudiar cuanta cosa se le ocurre. Para Claudia el ocio va más allá del descanso, es igual o más importante que su actividad laboral, pues es lo que le permite estar equilibrada. Le gusta tomar cursos de teatro, clown, guión y una serie de actividades que, aunque también le ayudan para profesionalizarse, en el fondo le dan placer. Algunas de sus vacaciones las dedica a visitar a sus seres queridos, que ve poco durante sus jornadas de trabajo.
Toma clases de reiki, yoga o cábala; asiste frecuentemente a médicos homeópatas, iridólogos y hasta psicólogos. “Porque quiero estar bien conmigo misma, busco ser congruente con lo que pienso, lo que digo y lo que hago; todo lo que realizo para estar bien conmigo misma me ha permitido ser mucho más paciente en mi trabajo”. m
3 comentarios
excelente artículo, ojalá se
excelente artículo, ojalá se publicara en un medio al que más personas tengan acceso
Wow México es el segundo país
Wow México es el segundo país con estrés laboral en el mundo!!! Eso no lo sabía y más que casi 1 de cada 3 empleados lo tengan es peor aún. Creo que se tiene que incentivar y educar a todas las personas a que sepan descansar y tener buenos hábitos de descanso para que no se desenboque en problemas mentales de mayor magnitud.
Gracias por presentar estos casos, me gustó y me cocientizó su artículo.
Pero no mencionan que el
Pero no mencionan que el estrés laboral en México es un lujo, sí, un padecimiento de quienes tienen trabajo y les alcanza el tiempo para andar pensando en el estrés. Cifras, cifras… 200 millones de desempleados en el mundo (según la OIT al 23 de septiembre de 2011), y en México?
Ahi les dejo nomás la reflexión.
saludos
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