El juego de la seducción autoritaria

Javier Milei, presidente de Argentina. Foto: Mariana Nedelcu / SOPA Images / Sipa USA.

El juego de la seducción autoritaria

– Edición 499

Javier Milei, presidente de Argentina. Foto: Mariana Nedelcu / SOPA Images / Sipa USA.

Sobre las promesas rotas del neoliberalismo, en las sociedades desencantadas de la democracia y de su sistema tradicional de representación partidista, ha cobrado fuerza una ola de líderes autoritarios. Electos debido a la justificada indignación social, buscan seducir para controlar el poder e imponer sus propios intereses

Javier Milei con una motosierra, prometiendo drásticos recortes al gasto público en Argentina; Nayib Bukele exhibiendo a cientos de presos sometidos en cárceles en El Salvador; Donald Trump enfilado de nueva cuenta hacia la Casa Blanca, acusando a los inmigrantes de “envenenar la sangre” de Estados Unidos. Los liderazgos autoritarios están en auge y traen muchos riesgos para las personas, las comunidades, los pueblos y las sociedades en las que se implantan. A pesar de ello, en América Latina crece el respaldo a los regímenes autoritarios: según la encuesta del Latinobarómetro de 2023, sólo 48 por ciento de 19 mil 205 personas encuestadas en 17 países cree en la democracia, lo que marca una disminución de 15 puntos porcentuales desde 2010. Frente a esta realidad, conviene tratar de entender un fenómeno que tiene raíces en la insatisfacción, la frustración y la ira de buena parte de la población ante el modelo neoliberal y el sistema de representación democrática tradicional.

En las promesas rotas de prosperidad y una vida mejor que dejan el sistema de partidos políticos y el neoliberalismo podemos encontrar claves para entender el creciente atractivo de la nueva ola autoritaria que, a diferencia del pasado, no llega al poder por la fuerza de las armas, sino por los votos en las urnas. Tal vez así, en adelante, se podrían evitar amargas sorpresas, como la victoria de Milei en la elección presidencial de octubre y noviembre de 2023. Pocos meses antes, Marta Lagos, directora de la corporación Latinobarómetro, presentó los resultados de una encuesta según la cual 62 por ciento de los argentinos apuesta por la democracia, y dijo que “Argentina está en una muy buena situación, mucho mejor de lo que aparenta en la opinión política y la crisis económica. De acuerdo con estos datos, ningún populista podría ser elegido en Argentina” (France24, 22 de julio de 2023).

La seducción del poder

“Los regímenes autoritarios son aquellos que se caracterizan por limitar tanto derechos como libertades civiles y políticas, es decir, restringen o coartan libertades como la de expresión, por ejemplo, o la de asociación. Pero también tienen un deficiente Estado de derecho, es decir, influyen en las instituciones, están en contra del equilibrio de rendición de cuentas […] No están a favor de que haya pesos y contrapesos, sino que en ellos más bien predomina un poder sobre los demás. En términos económicos, no hay una gran diferencia, sino más bien es en términos políticos, en cuanto a libertades y derechos se refiere”, explica Luis González Tule, profesor en el Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos del ITESO y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca.

Raúl Zibechi, escritor y pensador-activista uruguayo dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina, define el autoritarismo “como una situación en la que las libertades individuales y las libertades democráticas tienden a erosionarse, y aparecen dirigentes o líderes que buscan un control del poder más absoluto, más permanente. Eso puede valer para las derechas o para las izquierdas […] Pienso en Daniel Ortega, pero hay algo en común en todo, y es la erosión del Estado nación, del sistema, y esto tiene una base que tiene que ver con la crisis social y con la crisis geopolítica”.

Foto: Eduardo Menoni / Instagram

Carlos Cordero, excoordinador de la carrera de Relaciones Internacionales y actual director de la Oficina de Internacionalización del ITESO, opina que el “autoritarismo rompe con la división de poderes instaurada, digamos, con los modelos clásicos democráticos”. Como antecedente, recuerda que desde la llamada “guerra contra el terrorismo” tras los ataques a Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001, “se empezó a gobernar con los principios del estado de excepción. Cuando un Estado aplica el estado de excepción, le da prerrogativas a su poder Ejecutivo de suprimir ciertos procesos políticos y, sobre todo, de suprimir garantías para poder garantizar la seguridad del Estado, como ente abstracto, la seguridad completa del proyecto político”. Más recientemente, “es cuando el Ejecutivo identifica una amenaza al Estado y declara el estado de excepción, generalmente en asociación con el Parlamento o con el poder Legislativo, y después ya el poder Ejecutivo no quiere salirse de esa condición, porque le resulta más económico, digámoslo así, poder pasar leyes o decretos, dado que en esta excepcionalidad con poder plenipotenciario tiene mayor campo de acción sin tener que apelar a la división de poderes”.

Según Cordero, la primera característica de los nuevos liderazgos autoritarios “es que tienen excelentes estrategas de comunicación política, a diferencia de los autoritarismos militares de los años sesenta y setenta [del siglo pasado] que se imponían por la fuerza, de las dictaduras sudamericanas o, incluso, de algunos gobiernos mexicanos con el sello del PRI, a los que no les importaba mucho que la gente estuviera de acuerdo con su concepto de ‘amenazas’, porque tenían el suficiente poder para imponerlo. América Latina ha recurrido mucho a la figura del líder carismático, a la articulación de significados vacíos en los que pueda caber una serie de conceptos y de ideas sobre los cuales construir una amenaza, y también un ideal, un horizonte utópico al que se quieren acercar. Sobre ello, la gente les otorga su voto: es el caso de casi todos los regímenes autoritarios que tenemos ahora, entraron como lo hizo Hitler. Es un juego de seducción: una vez que llegan al poder empiezan a instrumentar sus políticas y a enfrentarse a la oposición, así como a grupos [de la población] que no están del todo de acuerdo”.

Raúl Zibechi remarca que los regímenes autoritarios “controlan los mecanismos parlamentarios, electorales y judiciales, y buscan perpetuarse en el poder en defensa de privilegios o de intereses corporativos —o personales, a veces— y, por lo tanto, limitan la participación de la población y las libertades democráticas. El ejercicio autoritario del poder no respeta, en el sentido liberal del término, la división de poderes, la rotación en el poder, etcétera. Puede haber regímenes que no tengan características liberales, pero no sean necesariamente autoritarios; por ejemplo, ¿China es un régimen autoritario? Es más complejo, ¿verdad? Pero sí hay una tendencia, sobre todos en los países que tuvieron cierta legitimidad democrática, a esa erosión y, en algunos casos —pienso en Nicaragua, por ejemplo, o en Brasil—, hay una pervivencia de prácticas caudillistas. En Nicaragua, la democracia fue una excepción en su historia, si es que realmente la hubo. Hay países donde nunca ha habido una tradición democrática, por ejemplo, Vietnam: ¿por qué le vas a exigir que haya democracia, si no está en su tradición?”.

En este sentido, Luis González Tule plantea: “También hay que pensar qué tipo de democracia se tenía” antes. “En América Latina, las dos democracias más desarrolladas han sido Uruguay y Costa Rica —y, bueno, Chile, un poco atrás—; el resto ha tenido muchas deficiencias como para pensar que estaba consolidado un régimen democrático de avanzada o en el que sirvieran realmente los mecanismos de pesos y contrapesos y se respetaran los derechos. Hemos tenido avances en algunos sentidos, pero limitados también; por ejemplo, cuando llega sobre todo la derecha, es un poco más represiva: pienso en Colombia, en México, en Brasil en su momento, con Bolsonaro; ahora Argentina, o el caso de Chile, con Piñera, donde se suelen restringir mucho las libertades. En esas democracias, que tampoco es que estuvieran realmente consolidadas, a partir de procesos de transición llegan líderes autócratas o populistas. Pero creo que para hablar de eso hay que contextualizar muy bien el tipo de democracia que se tenía previamente”.

Foto: Natacha Pisarenko / AP

Democracia y neoliberalismo, promesas rotas

Los liderazgos autoritarios suelen germinar a partir de las promesas de bienestar incumplidas por el modelo clásico de representación democrática y el sistema económico neoliberal. Carlos Cordero subraya la importancia de “señalar la crisis del modelo democrático como lo conocemos, porque ese modelo democrático ha dejado fuera muchas demandas y ha quedado en deuda con muchos grupos sociales. Por ejemplo, me gustaría señalar, en el caso de América Latina, la emergencia del movimiento feminista, la marea verde y la marea violeta, que surgen precisamente frente a la incapacidad de estas supuestas democracias. A mí me da mucha risa cuando dicen que está siendo amenazada la democracia: como si la democracia algún día hubiera estado consolidada. Las democracias están en deuda con este gran grupo poblacional que al menos representa a la mitad de la sociedad, y entonces es cuando llega alguien como Milei y considera eso una amenaza y logra convencer a la gente, distraerla, para poner el foco de atención en la ideología de género, las políticas proaborto… Yo creo que estamos en un impasse histórico: hay un modelo que se resiste a morir o a transformarse y, por el otro lado, otro modelo que nos quiere traer una fórmula muy del pasado”.

Junto a la crisis del modelo democrático aparece la crisis del modelo económico neoliberal y “ahí hay que voltear a ver o poner el foco de análisis”, explica Cordero. “Hay que recordar que desde 2008 —ya hace casi 16 años—, el mundo entero ha vivido condiciones de crisis permanente, y la crisis siempre es el mejor pretexto para instrumentar el estado de excepción. Las sociedades latinoamericanas están muy agotadas de la interconectividad global, que tiene muchos años, pero se agudizó a partir de 2008, con la crisis financiera, después las movilizaciones sociales de 2012, la Primavera Árabe, la marea verde y la marea violeta. [Todo ello] ha generado un sentimiento de inestabilidad permanente que hace que las personas den su voto de confianza a proyectos radicales que plantean soluciones fuera de la caja, que se atreven a ser disruptivos, a transgredir”.

Zibechi coincide en el impacto de la crisis social y económica generada por el neoliberalismo. Señala, por ejemplo, cómo en el periodo anterior existían grandes fábricas, como “Aceros Monterrey: eran el centro de la sociabilidad y de la vida de millones de trabajadores que venían del campo, que a lo largo de una generación tenían una performance de vida ascendente. Empezaban en trabajos muy penosos, las mujeres como empleadas domésticas, el varón como obrero de la construcción, y terminaban calificados y sus hijos probablemente en la universidad. Había una familia nuclear, una cohesión familiar, una colonia donde vivían muchos obreros de la misma fábrica, clubes deportivos, clubes sociales, clubes culturales, bibliotecas. Y esa performance se corta con el neoliberalismo y hoy lo que tenemos, haciendo un corte rápido, es una juventud precarizada con trabajos de corto plazo, sin futuro. Yo siempre digo: si la generación fabril tuvo alguna perspectiva de tener pensiones cuando fueron mayores, estos jóvenes no van a tener nada. ¿Hoy quién representa a los miles de chicos que distribuyen en Rappi, o a los choferes de Uber quién los representa? No hay nadie. Hay una crisis general de representatividad muy profunda y que no tiene visos de recomponerse, o se recompone de una manera terrible”.

Presos en San Vicente, El Salvador. La cárcel más grande de Latinoamérica. Foto: Álex Peña / Getty Images vía AFP

Luis González Tule explica que, históricamente, hay una coincidencia entre la instrumentación de las políticas neoliberales y la transición democrática en los años setenta y ochenta del siglo XX. “Lo que trajo consigo esta agenda es mayor desigualdad, concentración de la riqueza y peores condiciones en términos sociales, en detrimento de la sociedad en su conjunto, salvo por algunos pequeños grupos que se vieron favorecidos. También este modelo dio como resultado una democracia sumamente elitista, separada de la representación política, muy alejada de la población, de las necesidades más básicas. Esto sirve como caldo de cultivo para la llegada de líderes autócratas, o, llamémoslos en el sentido más peyorativo, populistas que se comunican directamente con la población, la convencen utilizando una retórica que critica a la clase política tradicional. Es muy fácil que obtengan respaldo en momentos en que el modelo neoliberal está en crisis y la representación política también ha demostrado su desgaste”.

Hay que tratar de entender de dónde deriva la necesidad de autoritarismo, opina por su parte Érick Gonzalo Palomares, licenciado en Relaciones Internacionales por el ITESO, doctor en Gobierno y Administración Pública por la Universidad Complutense de Madrid y actualmente académico en la Universidad Pontificia Comillas. “Hay que avanzar en la comprensión de los votantes; a veces los juzgamos como si fueran idiotas que votan sin pensar, y no es así. Desde hace muchos años, el Latinobarómetro decía que los ciudadanos en América Latina estaban dispuestos a volver a la dictadura, más de la mitad aceptaría renunciar a la democracia si a cambio de ello se les garantizaba una vida digna, alimentación, trabajo, salud. Y lo primero que hay que entender es que vivimos un momento de crisis social y económica y política muy grave, en el que los relatos ya no nos sirven, ni siquiera los relatos alternativos de la izquierda, de la socialdemocracia, del comunismo, del marxismo. Y tampoco del otro lado: ni siquiera el neoliberalismo ofrece la promesa que ofrecía. Estamos en un momento de desamparo de coordenadas ideológicas; por eso se habla tanto de la ausencia de utopías y de las distopías”.

Si se parte desde ahí, afirma Palomares, “parecería evidente, natural, que la gente acepte que un cabrón decida una medida, que parecería contraria a ciertas libertades democráticas o a cierto marco constitucional, en nombre de la emergencia, de la necesidad. Claro, a nosotros nos escandalizan individuos como Milei, o como Bukele, que está metiendo en la cárcel a gente sin respetar el debido proceso judicial; pero es que tú no sabes lo difícil que era para las familias… cuando tú tienes hijas, por ejemplo, en el barrio, saber que están todos esos gañanes, todas estas pandillas en la calle, y que corren peligro todos los días. Sólo se entiende como reacción, y esto es importante porque tiene que ver con la democracia, con una respuesta a la voluntad popular, cuando hay un desamparo ciudadano que no sólo motiva, sino además justifica que los gobiernos hagan lo que hacen”.

Violencia, crisis social y geopolítica

Nayib Bukele llegó a la presidencia de El Salvador en 2019 y un año después usó a las Fuerzas Armadas para presionar a la Asamblea Legislativa para que aprobara un préstamo de Estados Unidos para combatir a las pandillas. Pregunta Raúl Zibechi: “¿En qué se basa? En que había una brutal violencia de las maras, con miles de asesinatos y terror en la población; entonces Bukele viene a resolver una situación y, por supuesto, junto con eso le abre las puertas a la minería, ¿verdad? Y aplica toda la receta neoliberal. Milei igual: el drama de los argentinos es la inflación, y Milei, para bajar la inflación, tiene que disminuir el ingreso de los jubilados, lo cual es un delirio, porque es el sector más vulnerable, pero a su vez le abre las puertas al Comando Sur de Estados Unidos para la explotación del litio. No hay esos liderazgos sin una demanda real de la población, y es muy curioso, pero el diálogo mediático que tienen estos autoritarismos con la población es el mismo diálogo de las ‘mañaneras’. Con objetivos distintos, y no quiero comparar a Bukele con López Obrador, pero ambos están afectados por la crisis de representación, porque López Obrador no tiene instancias, porque Morena es un partido que no tiene organicidad participativa, porque los sindicatos no lo son, porque no hay organizaciones barriales, entonces apela a las mañaneras, y Bukele y Milei a los medios o a las redes sociales”.

Fotografía tomada de la cuenta en Instagram del influencer Iñaki Gutiérrez, encargado de redes sociales de Javier Milei.

El uruguayo considera varios “escalones” en el análisis del auge del autoritarismo: uno de ellos “son las crisis sociales, el desgarramiento del tejido social, la pérdida de legitimidad de los Estados; esto tiene mucho que ver con el modelo económico de acumulación por desposesión, la especulación financiera, un sistema como el capitalista que se ha vuelto más especulativo que productivo, entonces una parte de la población no tiene futuro en estos países y el tejido social tiende a desgarrarse desde muchos lados. La violencia empieza a tener un papel importante, los feminicidios, la injerencia del narcotráfico. En América Latina no hay país donde el narcotráfico no tenga una presencia fuerte, y cuando digo narcotráfico, digo varias cosas: una alianza narco paramilitar paraestatal, porque el narco infiltra o se alía con sectores de los Estados: policía, aparatos judiciales, etcétera”.

La violencia también está reconfigurando las relaciones humanas en pequeña escala y la respuesta de los Estados es la militarización. “El narco, por medio de la violencia y de la corrupción reconfigura las relaciones familiares, barriales, en las colonias, etcétera, y termina siendo una fuerza disgregadora de la cohesión social. Esa reconfiguración es tremendamente antidemocrática: nombran alcaldes o destituyen o matan, y eso no sólo en México, en Centroamérica cada vez más, Argentina también, en Ecuador. La respuesta de los Estados a esta crisis social es la militarización. Es muy sintomático que haya militarización en países autoritarios como Venezuela y Nicaragua, o en países gobernados por fuerzas conservadoras como Ecuador y Argentina, pero también donde hay progresismo, como Brasil o México”.

Otro escalón es geopolítico y se centra en la “fuerte decadencia del poder unilateral de Estados Unidos, el ascenso de Asia y, en particular, de China, que ya ha superado el pib de Estados Unidos. Esta decadencia de Estados Unidos y de Europa lleva a apoyarse en aliados, independientemente de los regímenes que tengan; y el repliegue autoritario en muchos países, si no hubiera esa crisis geopolítica tan fuerte, probablemente no lo tendrían. Estados Unidos se ha apoyado en regímenes como los de Arabia Saudí y otros países árabes que no tienen la menor idea de lo que es democracia; China nunca se mete en los asuntos internos de otros países y hace exactamente lo mismo. Por otro lado, se recurre de manera cínica, hipócrita, al argumento del respeto de los derechos humanos: por ejemplo, se les exige a Maduro y a Venezuela que convoquen elecciones con todas las de la ley, pero a los países árabes no se les dice nada”.

Foto: Luis Robayo / AFP.

Grupos sociales amenazados

Luis González Tule explica que uno de los grandes riesgos estriba en “reducir la capacidad de las instituciones de controlarse mutuamente, desapareciendo organismos o influyendo en ellos y también limitando derechos, por ejemplo, la libertad de expresión y de manifestación. Hay otra cosa que han utilizado [los regímenes autoritarios] que es el lawfare [la guerra jurídica]: los líderes ponen a sus cuadros dentro de las agencias de control gubernamental a fin de que éstas eviten un cambio del statu quo”.

Entre los principales riesgos que se corren en los regímenes autoritarios están los que corren los “grupos sociales que han sido identificados como amenazas”, señala Carlos Cordero. “Ahí es donde tenemos que poner el foco de atención y empezar a intervenir, analizar de qué manera podemos hacerles frente. El caso del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo es una de las fronteras, otra es el respeto de los debidos procesos en las intervenciones judiciales —lo que está haciendo Bukele con las detenciones arbitrarias—. En donde se ve en riesgo la dignidad humana es donde tendríamos que poner el primer frente de batalla”.

Otro riesgo, agrega, “tiene que ver con la pérdida de la capacidad de análisis y de conciencia crítica respecto a nuestro modelo de desarrollo; los autoritarismos que niegan el cambio climático, que apelan a empujar la industrialización con esquemas y modelos de hace 40 o 50 años… Tendría que ser otra de las líneas que observemos”.

Foto: José Cabezas / Reuters

Pequeñas y grandes resistencias

Al analizar formas de frenar el auge del autoritarismo, Luis González Tule identifica un área tanto de riesgo como de oportunidad: los medios de comunicación y las redes sociales, ya que “pueden influir más en una democracia, para bien o para mal. Lo que hemos visto es que influyen negativamente y manipulando a la población para apoyar a algún líder de derecha”, por ejemplo, en el caso de Cambridge Analytica y el peso que tuvo en la decisión de los electores en el Brexit, así como en las elecciones de Estados Unidos en 2016. “Se tiene que regular lo que pasa en las redes sociales y también en los medios de comunicación —claro, sin afectar la libertad de expresión—, porque lo que hemos visto es que políticos y empresarios o grupos de interés los utilizan para manipular conciencias”.

González Tule también opina que los partidos políticos tienen un papel que desempeñar frente al autoritarismo “como responsables de la crisis de representación. Una forma de estar a la altura es identificar a aquellos candidatos que puedan ser dañinos para la democracia: pueden servir como un mecanismo de control. Pero también son responsables de modificar tendencias y prácticas y presentar programas para atender realmente las necesidades que han quedado pendientes”.

Raúl Zibechi considera que “el autoritarismo tiene múltiples escalas y modos y no se le puede frenar en un solo espacio; tiene que ser una acción en múltiples espacios, en la escala micro, en el barrio, en el cara a cara cotidiano, porque además, el autoritarismo no es sólo de arriba: es múltiple, se da en la violencia patriarcal, en la familia, por ejemplo, como un rechazo al crecimiento y al poder que han adquirido las mujeres en general en la sociedad, y eso no lo vamos a combatir en un solo lugar ni de una sola manera. Es en toda la sociedad, el espacio en el que se debe trabajar”. Carlos Cordero recuerda que “la gran deuda que tiene la izquierda es que ha sido incapaz de identificar otras formas de articularnos. En muchos casos de resistencia en el mundo, podemos ver otro tipo de articulaciones. La sociedad civil es un buen ejemplo: cómo se ha movilizado para apoyar los movimientos de personas en condición migrante, para sostener, arropar, contener. O está el caso de las mujeres, que también se articulan y están transformando la manera en que nos estamos concibiendo; los zapatistas son otro ejemplo, los pequeños movimientos ambientalistas; las resistencias frente a la violencia, como es el caso de las comunidades autónomas en Michoacán… Pero, claro: como eso no se ajusta a los estándares revolucionarios de los años setenta y a lo que entendemos como democracia, pues ni siquiera lo consideramos”.

Revolución de valores y juventud

Brasileño simpatizante de Jair Bolsonaro y Donald Trump.
Foto: Ricardo Moraes / Reuters

Los nuevos liderazgos autoritarios se abren paso criticando las crisis generadas por el modelo neoliberal y los partidos políticos tradicionales, en una lucha por el poder que se mantiene dentro de los márgenes del capitalismo —sea globalizado, nacionalista o estatal— y de la propia democracia liberal. Ante esta espiral, vale la pena preguntarse: ¿podemos imaginar una salida radical de este bucle? Carlos Cordero, excoordinador de la carrera de Relaciones Internacionales del ITESO, opina que “tendría que haberla. El modelo político de la Edad Media duró casi mil años porque el miedo al infierno tenía detenida a la gente para poder pensar fuera de sus esquemas. Es necesario empezar a analizar de manera crítica la democracia y no nada más quedarnos en la amenaza, porque en realidad esa democracia que se está cayendo por el autoritarismo es una democracia muy ilusoria”.

Para ello, considera que “hace falta el diálogo intergeneracional”, ya que buena parte de los seguidores de los nuevos líderes autoritarios “es de generaciones jóvenes que se han visto muy seducidas por esas ideas de antaño”. Por eso, “vale la pena permitir que los jóvenes propongan y construyan más, que se involucren en la agenda. Yo estoy muy esperanzado en las nuevas juventudes, se están articulando de formas diferentes, están teniendo nuevos lenguajes, nuevos símbolos, nuevas maneras de comunicarse”.

Al preguntarle a Raúl Zibechi, escritor y activista uruguayo, si es momento de imaginar otros horizontes, inspirados en experiencias actuales que van más allá del Estado y el capital, como la autonomía zapatista, la revolución kurda o la defensa de territorios desde los usos y costumbres, como en Cherán o Oaxaca, dice que “sería lo bueno, pero todas ellas son minoritarias; no son marginales, porque todo el mundo sabe de Cherán, de Chiapas, de los 400 municipios de Oaxaca, y no son pocas las personas involucradas. Pero son insuficientes para configurar otro forma de vida, son locales y son vulnerables y requieren una energía enorme, porque la otra energía, la del consumismo, la de la destrucción, la de la guerra o la del narco, es muy potente”.

Por ello, opina que “esto requiere previamente una revolución de valores, una revolución espiritual, y eso no lo vamos a conseguir de un día para otro. Antes tendrá que agotarse esta corriente conservadora, derechista, y mostrar todas sus miserias para que se abra una luz. Por eso creo que los desastres que nos esperan a mediano plazo son muy grandes y quizás eso espabile un poco al ser humano. Pero a corto plazo, no soy muy optimista; estoy esperanzado porque hay cosas que existen y son referencias, pero nada más que eso”.

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