El altruismo es sospechoso

El altruismo es sospechoso

– Edición 479

Imagen de la película «Children of Men»

Si el mal nos define, ¿por qué, entonces, a alguien se le ocurriría lanzar bondades a las llamas infernales, hacer un regalo genuino sin obtener una retribución? Algunos cineastas han intentado ofrecer respuestas

En las clases de guion que solía acompañar eran frecuentes las propuestas de los alumnos en las que el protagonista regalaba maldades con una gratuidad que a nadie sorprendía. Para desarrollar la historia y seguir las peripecias del malvado, los estudiantes no veían la necesidad de proponer justificaciones sólidas: hacían eco del cine que veían —tanto del mal llamado “comercial” como del también mal llamado “de arte”—, que refuerza esta postura: nos hemos acostumbrado a ver que el mal define al ser humano. De ahí que abunden las películas de terror, por citar un género bastante ilustrativo en estos menesteres, que proponen personajes de los que poco o nada sabremos y que dejan un reguero de cadáveres mutilados.

Un panorama muy diferente se abrió en clase cuando hablamos acerca del hipotético caso de un personaje que pretende regalar alegría, hacer el bien nada más porque sí. Entonces surgían las dudas: ¿qué lo motiva?, ¿por qué lo haría? Para ser verosímil tendría que obtener algo a cambio, al menos el reconocimiento público. Al final llegamos a una conclusión: si no se justifica de alguna forma, el altruismo resulta sospechoso.

¿Será que aquello que postuló Sartre, que el infierno son los otros, es un axioma ontológico? Si el mal nos define, ¿por qué, entonces, a alguien se le ocurriría lanzar bondades a las llamas infernales, hacer un regalo genuino sin obtener una retribución? Algunos cineastas han intentado ofrecer respuestas por medio de historias que amplían “el campo de batalla”, el terreno que define lo humano.

¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life, 1946), de Frank Capra

George ha apoyado sin condiciones a su familia. Al morir el padre se apresta por fin a viajar para seguir con sus estudios. Pero peligra el negocio paterno, que hace un bien a la comunidad, y decide quedarse. George descubre que el sacrificio puede ser ingrato, pero el realizador le tiene reservada más de una sorpresa. El título cuenta lo demás: una vida bella quiere vivir para los demás. ¡Qué bello es vivir! es la clásica película para sentirse bien (feel-good movie), un clásico regalo en toda forma, cómo no.

Una historia sencilla (The Straight Story, 1999), de David Lynch

Con historias inquietantes, David Lynch ha explorado con lucidez el lado oscuro de la mente. Pero también filmó dos películas diáfanas, protagonizadas por almas cándidas: El hombre elefante y Una historia sencilla. En esta última sigue el viaje de un viejo enfermo que pretende visitar a su hermano, con el que peleó años antes y acaba de sufrir un infarto. El recorrido es lento y azaroso… y rico en gestos de solidaridad. Lynch nos hace un regalo inolvidable: hacer las paces con el hermano es hacer las paces con uno mismo… y con el género humano.

Cadena de favores (Pay It Forward, 2000), deMimi Leder

El maestro deja una tarea: llevar a la práctica una propuesta que cambie al mundo. Un chico lanza una iniciativa: hacer un bien sin esperar retribución; el receptor del favor, a su vez, ha de hacer un bien a alguien más, y así crece la cadena. La realizadora, Mimi Leder, se inspira en una novela de Catherine Ryan Hyde. Ésta fue bien recibida; la cinta obtuvo numerosos reproches: la narrativa en pantalla hizo flaco favor al literario exhorto ético. Ya lo dice el dicho: de buenas intenciones está empedrado el camino a los otros, digo, al infierno.

Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001), de Jean-Pierre Jeunet

Amélie vive su infancia en el encierro, pensando que su corazón se detendrá en cualquier momento. En su juventud decide dedicar su vida a ayudar a las personas que la rodean, sin esperar retribución alguna. Así comienza a detonar historias maraavillosas. Con un estilo lúdico, Jean-Pierre Jeunet entrega una fábula fantástica y realista. Amélie es ingenua; Jeunet, no. No obstante, la cinta invita a considerar al otro con interés desinteresado. El resultado es de una calidez prodigiosa; es como el destino de Amélie: fabuloso.

Niños del hombre (Children of Men, 2006), de Alfonso Cuarón

En el futuro que se esboza aquí, la humanidad no tiene futuro: ha perdido la capacidad de reproducirse, y el paisaje es caótico, muy parecido al actual. Theo es pesimista con justa razón (el pesimismo siempre se nutre de razones justas); sin embargo, transita de la indiferencia al sacrificio. En la ruta encuentra un regalo insospechado: un sentido para su vida. Bella travesía la que plantea Alfonso Cuarón en esta cinta magistral: la esperanza aparece cuando vemos el bosque detrás de las llamas, cuando ponemos al otro como prioridad posible.

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