Delita Martin: RESISTENCIA
Daleysi Moya – Edición 477
Delita Martin ha ido inventando un lenguaje propio que busca reescribir el relato del sujeto negro estadounidense. En esa narración de la rebeldía se expresa la belleza limpia de la primera mujer, del primer hombre. Una belleza aún sin racializar
“Soy tan fea”, le dice a su madre una niña que no pasa de los cinco años. La madre, sorprendida por la fuerza de esas palabras, deja de trenzar el cabello de la pequeña, la abraza tiernamente y reitera con cierta desesperación: “Eres tan linda, eres tan linda. La piel negra es hermosa”. Esta escena, que podría pertenecer a libros esenciales en el abordaje del conflicto racial en Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX, es muy reciente. 2020, para ser exactos. Hace apenas unos meses circulaba el video por las redes. Una línea ininterrumpida y poderosa conecta la convicción de esta niña, la certeza de su fealdad, con el anhelo de Pecola Breedlove, aquella otra pequeña de The Bluest Eye, que todo lo que desea en la vida es un par de ojos azules. Aún no son adultas, pero ambas han aprendido que la belleza tiene un color y unos rasgos físicos determinados. Ese color, bien lo sabemos, es el blanco. La belleza ha sido racializada de forma tal que mucho de lo que asumimos como bello es simplemente caucásico.
De esta conciencia, en primer lugar, emerge la obra de la artista Delita Martin (Conroe, Texas, 1972). En su trabajo, la raza se convierte en un territorio amplio mediado no sólo por el tono de la piel, sino, además, por la historia, la tradición familiar, la cultura y una forma puntual de entender el mundo. Si pensamos en la niña que una vez fuera Delita, podemos intuir que, en algún punto, ella también se las vería con la mirada racista de la sociedad estadounidense. Una sociedad en donde buena parte de las mujeres afrodescendientes ha tenido que reinventarse conforme a los códigos estéticos de la cultura blanca. No es casual, entonces, que la gran protagonista de sus lienzos sea la mujer negra, una suerte de arquetipo simbólico que ella denomina como “Spirit Women”, en el que confluyen su madre, sus abuelas, tías, amigas, y que enlaza con el legado del África fundacional de sus mayores.
Martin ha subrayado la importancia que para ella implica el contacto afectivo con la historia de su familia. Refiriéndose al proceso de costura a partir de parches, técnica fundamental en su quehacer, comenta: “Esto es influencia de mi abuela, con quien cosía de pequeña. A menudo ella se refería a su costura con parches como ‘armar las piezas’. Durante esas sesiones me contaba relatos sobre su niñez y nuestra familia. Yo sentía que ella estaba componiendo las piezas de mi historia y de mi Historia dentro de estos mundos hermosos. Quise ser capaz de relatar las historias de las mujeres en mi trabajo de la misma forma, así que ése fue un modo natural de incorporar la costura a mi práctica creativa”.
La grandeza de este universo visual desplegado por la artista radica, de un lado, en la validación concedida a los modos de ser, físicos y culturales, del sujeto negro, sobre todo de la mujer negra estadounidense (doblemente marginada); de otro, en el acto de resistencia que supone el rescate de la herencia africana que el cruento proceso de la esclavitud primero, y la posterior segregación, intentaron extirpar de la blanqueada memoria occidental. En su exposición Calling Down The Spirits (Llamando a los espíritus), en el National Museum of Women in the Arts, los retratos de Martin funcionan como ejercicios rituales que viabilizan el encuentro de pasado y presente, una cuestión esencial a la hora de entender quiénes somos y el sitio que ocupamos en el rompecabezas de la historia. La transición, identificada por la artista como un espacio fronterizo —entre lo terreno y lo espiritual— en donde cohabitan mujeres y hombres de distintas épocas, se propicia gracias a un expresivo manejo de los colores, la hibridación de técnicas artísticas como el grabado, el dibujo, la pintura, el collage, la costura, y una personalísima iconografía que se apropia de elementos de gran peso en la tradición del occidente africano (estampados textiles cargados de significación, máscaras y otros elementos ceremoniales).
Delita Martin ha ido inventando un lenguaje propio que busca reescribir el relato del sujeto negro estadounidense. En esa narración de la rebeldía se expresa la belleza limpia de la primera mujer, del primer hombre. Una belleza aún sin racializar que desactiva las conexiones entre lo negro y lo feo, lo negro y lo indigno, que el imaginario esclavista cimentara en la psique moderna. La reafirmación de la cultura a la que pertenece es la base de su trabajo y un instrumento eficaz para construir un mundo divers. El mundo en el que ninguna niña vuelva a sentirse fea por su color de piel.