El olvido es indeseable por su naturaleza de destrucción, y porque sin la preservación de la experiencia es imposible comprender el presente o aventurarse en el futuro.
Somos lo que recordamos, pero los límites del individuo y de la sociedad también están trazados por el olvido. Entre las primeras impresiones de la infancia y la posibilidad de declarar qué desayunamos esta mañana, se multiplican hasta lo inimaginable las informaciones que no llegaron a alojarse en los almacenes de la memoria. Y aunque la amnesia es temible, también es abrumador el destino de Funes, el personaje de Borges: un hombre incapaz de olvidar —y que por eso mismo permanecía inmóvil, en la oscuridad y el silencio, para que la vida no siguiera saturándolo con recuerdos.
Pero, en general, el olvido es indeseable por su naturaleza de destrucción, y porque sin la preservación de la experiencia es imposible comprender el presente o aventurarse en el futuro. Aunque la memoria pueda ser engañosa —los procesos cerebrales que la posibilitan son los mismos de la imaginación—, siempre es preferible contar con ella. Que no se nos olvide. m