De la transgresión de los géneros a lo inclasificable
Hugo Hernández – Edición 435
Algunos cineastas aceptan los límites que plantean los géneros y entre ellos han sabido moverse con éxito; otros los toman como punto de partida para luego ir en otra dirección; para algunos pocos, tales nociones son una camisa de fuerza: reconocen las fronteras, pero para traspasarlas. Estos últimos son inclasificables.
En el libro Los géneros cinematográficos, Rick Altman anota que los géneros son transhistóricos, que tienen identidades y fronteras precisas y estables y que siguen una evolución predecible; apunta, además, que cada película pertenece, íntegra y permanentemente, a un solo género. La rigidez que supone este acercamiento ofrece ventajas para el realizador y para el espectador. El primero cuenta con rutas y prerrogativas cuyos resultados son hasta cierto punto predecibles; al otro le generan expectativas más o menos seguras.
Algunos cineastas aceptan los límites y entre ellos han sabido moverse con éxito (como Billy Wilder); otros los toman como punto de partida para luego ir en otra dirección; para algunos pocos, tales nociones son una camisa de fuerza: reconocen las fronteras, pero para traspasarlas. Estos últimos son inclasificables o terminan estableciendo un género por sí solos, y aparecen lo mismo en esquemas industriales que en tradiciones independientes —aunque es más frecuente encontrarlos en el segundo caso—. Por ejemplo, Alfred Hitchcock, mago del suspense, concebía subterfugios para ir del thriller al drama romántico en la misma cinta; Jean-Luc Godard conoce bien las tradiciones genéricas, pero su cine no se suscribe a ninguna.
Al traspasar las fronteras del género, el espectador puede quedar contrariado y hasta indignado: al distanciarlo de lo esperable se pone en juego su seguridad, pero se le abren nuevas posibilidades. Las obras que así se construyen a menudo ofrecen una riqueza que se abre plenamente… al aventurero de la sala oscura. m
Glauber Rocha
(Brasil, 1939-1981)
Para él, el cine es más que una ocupación burguesa, y la autoría más que una vanidad. Alguna vez escribió que “la política de un autor moderno es una política revolucionaria”. Este afán impulsa al cinema novo, a cuya paternidad contribuyó y cuyas obras parten de una conciencia social e histórica clara y crítica. Rocha rompe con los esquemas dominantes heredados, con la ortodoxia estética y con el relato en tres actos. A falta de otra clasificación, su cine es ubicado dentro del drama, género generoso —si los hay— en donde cabrían… hasta las películas de Rocha.
Tierra en trance (1963, Premio de la Crítica en Cannes)
Dios y el diablo en la tierra del sol (1964)
Antonio das Mortes (1969, Mejor Director en Cannes)
Aleksandr Sokúrov
(Rusia, 1951)
Fue discípulo de Andrei Tarkovski. Pero a diferencia de éste, que filmó poco, Sokurov ha alimentado una filmografía vasta y diversa. Con cierta regularidad realiza documentales y cortometrajes, pero en la ficción es donde se ubican sus obras más logradas y donde ha dejado ver riesgos formales y narrativos valiosos. El arca rusa, por ejemplo, es un fresco histórico sin cortes; a la emoción que alberga Madre e hijo contribuyen los efectos que produce a través de filtros ópticos. Sabe ir de la fantasía al drama íntimo en la misma cinta, por lo que a menudo surge la extrañeza. Y es fascinante.
Moloch (1999, Mejor Guión en Cannes)
Padre e hijo (2003, Premio de la Crítica en Cannes)
Fausto (2011, León de Oro en Venecia)
Jean-Luc Godard
(Francia, 1930)
Sus primeras películas se instalan de forma deliberada en un género (Sin aliento es un polar o thriller a la francesa; Alphaville cabe en la ciencia ficción). Pero sólo hasta cierto punto. Después, los límites se hacen difusos y hasta confusos. Godard multiplica los pretextos para pensar el cine en el cine, o la historia desde el cine, y siempre se puede detectar la voz que empuja el relato o a un personaje (a veces él mismo) que proporciona frases e imágenes —sonoras, visuales— para la reflexión. En la diversidad formal que profesa hay una constante: la permanente presencia de… Godard.
Sin aliento (1960)
Yo te saludo, María (1985)
Historia(s) del cine (1988-1998)
Robert Altman
(Estados Unidos, 1925-2006)
Concibió propuestas que transitan por más de un género, pero su osadía no se agota ahí: ahí donde el individuo es el que manda y el héroe solitario es la norma, él concedió el protagonismo a la colectividad y fragmentó el asunto entre sujetos más o menos ordinarios. Así hizo de la institución el blanco de su crítica, como sucede con el ejército en M.A.S.H.; y si los géneros son un pilar de la industria hollywoodense, el cineasta la exhibió al eludirlos. Esta voluntad de Altman alarmó a más de uno, pero son muchos más los que ríen o reflexionan con sus películas.
M.A.S.H. (1970)
Nashville (1975)
Vidas cruzadas (1993)
Dogma 95
El punto 8 del “Voto de castidad” que orienta las películas del Dogma 95 reza: “No se aceptan películas de género”. El movimiento nace como una reacción a la artificialidad del cine, y en ese apartado reconoce la contribución del género a este paisaje. Las cintas dogmáticas imprimieron autenticidad por medio de cierta crudeza estilística (cámara en mano, iluminación naturalista), y efectivamente renuncian a prácticas habituales del cine de género. No obstante, el analista puede percibir elementos de más de un género, en particular del melodrama.
Festen: La celebración, de Thomas Vinterberg (1998, Premio del Jurado en Cannes)
Los idiotas, de Lars von Trier (1998)
Mifune, de Søren Kragh-Jacobsen (1999, Premio Especial del Jurado en Berlín)