¡Cuidado! Esa idea no es tuya
Laura Santos – Edición 449
Copiar parcial o totalmente una obra es un acto que podría causar un doble daño: moral y patrimonial. En una época en la que los contenidos se viralizan con facilidad vía internet, puede ser más sencillo tanto detectar como ejecutar un plagio. Pero es una práctica tan vieja como la humanidad
Plagia la gran marca de ropa a la que le compraste la blusa que estás usando y que nunca le contestó el e-mail a la diseñadora independiente, pero que industrializó su boceto sin pagarle un peso. Si no es la gran marca de ropa, entonces es el director de cine de la película con la que te desvelaste ayer, que copió el personaje de un libro perdido que leyó cuando era niño. Si no es el director de cine, entonces es tu hijo, que llegó con un 8.7 en Historia, y menos mal, porque el trabajo que presentó sobre los aztecas lo copió íntegro de la tesis de un doctorante que tomó de internet. Si no es tu hijo, entonces es la reportera que te presenta un artículo y no pudo evitar la tentación de atribuirse una frase que no era suya… como este párrafo, basado en el primer capítulo de CeroCeroCero, el libro del italiano Roberto Saviano que trata de la cocaína —un autor que, por cierto, enfrenta serias críticas por plagiar: Saviano fue acusado en The Daily Beast por apoderarse de frases o párrafos de otras obras sin citarlos e, incluso, por inventar fuentes. Desde el diario La Reppublica, Saviano reviró que la información es del dominio público y no pertenece a ningún periódico—.
Presentar una idea o parte de ella como propia es lo que se conoce como plagio. La historia está llena de anécdotas acerca de robo intelectual; el mismísimo Albert Einstein decía que el secreto de la creatividad está en saber cómo ocultar tus fuentes.
Es una práctica que sucede más a menudo de lo que nos percatamos, y cada semana aparecen en diferentes industrias noticias de acusaciones de robo de ideas: mientras se redactaba este artículo, Beyoncé era señalada por copiar el video de tres submarinistas españoles y la marca H&M denunció a Forever 21 por vender una bolsa igualita, caso extraño porque entre dos grandes emporios no suele haber copias.
El respetado historiador y escritor Stephen Ambrose fue el centro de un escándalo de plagio en 2002 después de que se especuló que su libro The Wild Blue: los hombres y los niños que volaron el B-24 sobre Alemania era un plagio del libro Alas de la mañana: la historia del último bombardero estadunidense derribado sobre Alemania en la Segunda Guerra Mundial, de Thomas Childers, un profesor de historia de la Universidad de Pensilvania.
Hasta en las mejores familias
Un día, la investigadora española Rosario Sevilla recibió la llamada de un periodista de El Universal, de México, para preguntarle qué opinaba acerca de la copia de una de sus publicaciones. Así fue como se enteró de que había sido víctima del “plagiador serial”.
A principios de julio se detonó la bomba con una nota publicada en ese mismo periódico, y la comunidad académica mexicana “bulló” con el escándalo del chileno Rodrigo Núñez Arancibia, quien construyó una carrera como historiador en México a base de artículos y capítulos de libros que copió, entre ellos uno de Sevilla. El cuento fue largo y terminó con la expulsión de Núñez Arancibia y otro académico del Sistema Nacional de Investigadores, administrado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
“Yo estas cosas me las tomo con bastante filosofía. Hombre, me molesta que un trabajo que he hecho yo, que me ha costado (…), pues a lo mejor hay un montón de gente que lo ha leído atribuyéndoselo a otro señor. Lo que sí, ahora los investigadores en general —en todo el mundo, nos pasa a nosotros, les pasa en Latinoamérica, en Inglaterra, en todas partes— están demasiado presionados. Esto puede llevar a cierta gente, con cierta ética, a eso [al plagio]; a lo mejor teniendo esa misma ética, pero sin tanta presión, no se lo plantearían”, explica Sevilla.
Núñez Arancibia se postuló en 2007 para ingresar al Sistema Nacional de Investigadores. Su solicitud fue rechazada por falta de publicaciones, detalló el académico en una entrevista al diario chileno La Tercera,titulada “Confesiones de un plagiador”. Tras otro intento fallido, en 2009 volvió a postular y esta vez tuvo éxito, por lo que a partir de 2010 empezó a recibir alrededor de 850 dólares al mes como apoyo.
En 1969, tras la salida al mercado del disco Abbey Road, la disquera del músico Chuck Berry demandó a The Beatles alegando que en la canción “Come Together” John Lennon había copiado la letra y la música de “You Can’t Catch Me”, de Berry. Lennon reconoció estar familiarizado con la canción y acabaron llegando a un acuerdo extrajudicial del que no se conocen todos los detalles. Fue la única vez que The Beatles negoció un caso de presunto plagio.
Rosario Sevilla explica que los investigadores, en general, están sujetos a publicar una cuota de artículos al año en determinadas revistas; de no hacerlo, su dieta mensual puede bajar, pero no sólo eso: también el presupuesto de sus centros, la autorización de plazas… “hasta los administrativos llegan a cobrar más en función de la productividad científica”.
Lo cierto es que Núñez Arancibia estuvo 11 años copiando trabajos y nadie se dio cuenta. ¿Hay aquí un problema estructural en la academia? Rosario Sevilla contextualiza: mientras más tesis doctorales dirija un investigador, más prestigio tiene. Es esta persona el primer filtro de un trabajo, el experto en el tema, quien tiene los elementos para darse cuenta de un posible plagio; si este filtro está saturado, se explica, aunque no se justifica, que puedan pasar tantos años sin que nadie detecte la estafa.
Vivian Abenshushan, escritora y fundadora de Tumbona Ediciones, quien hace mucho dejó la academia, reclama que nunca se hable de la enorme presión a la que están sujetos los investigadores cuando se censura el plagio.
“No puedes ser original todos los días del año y pensar sin extenuarte. No estoy justificándolo, lo que quiero es darle complejidad a la discusión, porque si no, todo se vuelve muy maniqueo y, desde mi perspectiva, muy hipócrita”.
Núñez Arancibia trabajaba en la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Fue en esta institución donde se publicaron los trabajos plagiados y donde un comité tuvo que evaluarlos. Nadie se ha puesto en contacto con la investigadora para disculparse.
Quien sí lo hizo fue Núñez Arancibia, vía correo electrónico.
Durante su carrera, Andy Warhol enfrentó varias demandas de parte de los fotógrafos cuya obra se apropió para hacer sus serigrafías. Tal fue el caso de Patricia Caulfield, que había fotografiado unas flores para una revista. En 1964 Warhol cubrió las paredes de la galería de Leo Castelli, en Nueva York, con las reproducciones serigrafiadas de la fotografía de Caulfield. Después de ver un cartel de su trabajo en una librería, Caulfield reclamó la propiedad de la imagen.
Creatividad blindada
En una época en la que las obras se difunden con mucha facilidad por todo el mundo vía internet, ¿es más fácil copiar? Núñez Arancibia publicaba en revistas de un país distinto al de la autora original; sin embargo, aceptó a La Tercera que copiaba íntegramente los textos y sólo realizaba pequeños cambios de palabras, así como en el título o en el resumen.
El ingeniero agrónomo colombiano Alfredo Espina, quien es uno de los fundadores del portal Plagio S.O.S., no culpa a la viralización de los contenidos en internet como facilitadora para los plagiarios, al contrario. “No se va a plagiar lo que es conocido, es más fácil que se copie lo desconocido. Yo soy de pensar que la digitalización de los documentos, de las bases de datos, va a disminuir la ocurrencia del plagio”, consideró.
Plagio S.O.S. es una iniciativa en la que un grupo de académicos, desde 2010, se dedica a documentar estudios de caso de copias de trabajos, con nombres propios y modus operandi. Hasta el momento han registrado 13 sucesos con cierto grado de rigor, a decir de Espina. Apelan al hecho de que la difusión y la transparencia constituyen su defensa.
Fue gracias a internet que Rosario Sevilla pudo detectar la copia de una obra. Un par de años atrás formó parte del jurado de un certamen prestigioso en Sevilla, el Concurso de Monografías Nuestra América; ahí se encontró con un trabajo cuya redacción le provocaba rechazo, en algunos momentos incluso le daba la sensación de que lo había escrito una mujer, pero el autor era un hombre. Se puso a “googlear” frases y encontró el texto, que era la tesis doctoral de una investigadora presentada en la Universidad de Valencia. “Cuando no existían estas facilidades no me hubiera gustado el libro por como estaba escrito, pero no hubiera podido saber que era un plagio”.
Vivian Abenshushan propone estirar más el hilo y mostrar que en algunos casos hay una doble moral en la discusión acerca del plagio. “A mí me parece una discusión mucho más interesante, compleja, que implica posiciones políticas frente a la cultura; hay que introducir, no sólo el valor de la propiedad, sino también el valor del bien común. ¿Qué parte de la cultura es común, y nos pertenece a todos, y qué parte de la cultura es privada?”.
Ciertamente, la escritora discrimina entre plagio y usurpación. Para ella, es totalmente censurable el hecho de firmar cualquier tipo de obra como tuya cuando no lo es… A eso lo llama despojo.
La pintura Tus actos gritan más fuerte que tu voz, de Susana Paulina Casillas, fue retirada de la exposición del salón de octubre, en el Exconvento del Carmen de Guadalajara debido a que el jurado de la convocatoria consideró que tiene muchas similitudes con la obra Perception, de la artista rusa Tanya Shatseva (derecha). La pieza original está fechada en 2014.
¿De quién son las ideas?
En realidad, las ideas son colectivas, afirma Espina. Todos podemos tener la idea de hacer un vaso, una tuerca; pero cómo hacemos el vaso o la tuerca, cómo cada uno los diseña de manera diferente, eso es lo que protege el derecho de autor.
A Leopoldo Aguilar nadie le dijo que sus creaciones valían y que de hecho podía ganarse la vida inventando mundos. Es director de cine: entre sus películas está El secreto del medallón de jade.
La experiencia le llegó a palos y de una persona cercana. En un proyecto que hizo en colaboración, el compañero con el que trabajó falsificó su firma para involucrar a un tercero y sacarlo a él, y con esa creación los plagiarios se ganaron un premio.
“Nos hemos educado en una nación que no le da un valor real al pensamiento, a la creación. No tenemos una educación en nuestros derechos y obligaciones a la hora de construir arte. Yo creo que el que registra es porque ya se dio cuenta de que su idea tiene un valor y que puede vivir de ello”, reflexiona. Pero también ahonda en la otra cara de la moneda. Por ejemplo, las veces que tomamos una foto que nos encontramos en internet y la utilizamos sin detenernos a pensar que le pertenece a alguien.
En el mundo del cine, en el que él se mueve, el plagio es constante. No solamente por el robo de ideas, sino que a veces no se reconoce como parte del trabajo el proceso creativo de alguien. “Legalmente, yo no tengo cómo reclamarle a x o y director el hecho de que no reconozca mi trabajo como parte de su trabajo, y que se esté levantando el cuello con mi chamba. Te queda una sensación como de haber sido usado”.
Por situaciones como la anterior es que Abenshushan argumenta que hay una doble moral en las discusiones acerca del plagio, porque muchas veces las industrias, avaladas por el sistema legal, usan las creaciones de otros sin darles créditos. En las editoriales, por ejemplo, existen los “negros literarios”, que son personas que escriben lo que otros con más prestigio o más capacidad de venta han de firmar.
Para Alfredo Espina, el caso que denuncia Leopoldo Aguilar es un ejemplo de lo que refiere como revictimización: no sólo no hay una indemnización al plagiado, no sólo no se aplica justicia, sino que además ni siquiera se reconoce que el hecho está mal.
El plagio daña a los autores, considera Espina; se explica por los sistemas de producción de pensamiento, como contextualiza Rosario Sevilla; puede despojar a los creadores, como le pasó a Leopoldo Aguilar, y debe ser analizado desde sus aristas más profundas, como pide Vivian Abenshushan.
Pero, sobre todo, la cuestión del plagio invita a reflexionar: ¿dónde comienza tu idea y dónde termina la mía? Y, como en toda discusión que involucra las particularidades, debe haber una legislación que proteja las generalidades. Al menos en Iberoamérica, considera Espina, las legislaciones en materia de derechos de autor alcanzan para proteger a los creadores. m.
Más vale tomar precauciones
La tecnología ofrece una serie de recursos para detectar plagios, algunos de ellos gratuitos:
:: Plagiarisma: verificador de texto duplicado. Recomendable para profesores e investigadores. Tiene una versión gratis.
:: Google: tal vez sea una obviedad, pero colocar fragmentos de textos entre comillas puede ser una de las formas más sencillas de encontrar similitudes.
:: TinEye: permite subir tu imagen o link y la herramienta busca entre 13 billones de fotos si ha sido copiada. Tras un registro, tiene una versión gratuita.
:: Shazam: no es precisamente una herramienta para detectar plagio, pero puede servir. Es una app que reconoce canciones o fragmentos de ellas.