“No estamos educados para la cooperación. Estamos educados para competir”
Lizeth Arámbula – Edición 447
Tumbona tiene más de 60 títulos que pueden conseguirse en librerías, pero también en ferias, fiestas y hasta en una tlayudería en la ciudad de México. ¿Por qué? Porque desde el principio fue concebida “con la intención más o menos chiflada de transformar las viejas estrategias de producción y difusión editorial”. A diez años de su fundación, sus iniciadores hacen un recuento del trabajo realizado
Vivian Abenshushan y Luigi Amara son del tipo de editores más bien parecidos a los “buzos del desagüe profundo, esos tenaces buscadores de perlas en el estercolero que pocos se atreverían a emular”, como dicen en “Historia abreviada de Tumbona Ediciones”. Hace más de diez años ambos renunciaron a sus empleos y, con poco dinero pero mucho tiempo, fundaron una cooperativa editorial junto con varios amigos. Trabajarían sin oficina, “sin checadores de tarjeta, sin accionistas, sin director editorial y, presumiblemente, sin dinero”.
“Tumbona Ediciones surgió con la intención más o menos chiflada de transformar las viejas estrategias de producción y difusión editorial”. Y es que, como ellos dicen: “sólo un gran malestar y una profunda desesperación podrían orillar a un grupo de artistas diversos a sacrificar el tiempo (siempre amenazado) de la creación, para aventurarse en esa empresa temeraria, y acaso suicida, de la edición independiente en México”.
Diez años después, Tumbona tiene más de 60 títulos que pueden conseguirse en librerías, pero también en ferias, fiestas y hasta en una tlayudería en la ciudad de México. Hay varias colecciones: ensayo, crónica, diatriba, flipbooks (o cine de dedo). Alguien se lo tiene que decir, de Juan Manuel Villalobos, es un libro de cuentos editado por Tumbona acerca de las decisiones difíciles que puede detonar una pregunta tan sencilla como: ¿Cuándo fue la última vez que me tumbé y para qué?
La historia de Tumbona Ediciones es inspiradora: renunciaron a sus empleos para fundar una editorial, pero entonces, ¿renunciaron a trabajar para trabajar?
Luigi: Sí. De algún modo, como tú dices, es un relato. En la práctica, es probable que saltar al terreno de la iniciativa propia —porque decir iniciativa privada suena horrible, ¿no?— es bastante laborioso. Tampoco fue un salto al dolce far niente, simplemente fue un salto fuera de las rutinas consabidas del trabajo, intentando crear nuestro propio ritmo, nuestra propia idea de lo que podía ser una editorial, nuestra propia organización. Ahora bien: siempre hay, en última instancia, que trabajar: no hay duda. La cuestión es justo reinventar esa práctica para que no sea el tipo de trabajo molesto, pesado, alienado (toda esa carga), sino que de algún modo lo puedas sentir tuyo. Tampoco es que sea una conquista permanente, es algo que día a día tienes que reinventar, porque la carga de chamba siempre se puede revertir.
Se reinventaron con otra idea del tiempo, no perderlo, sino recuperarlo y hacerlo desde el cooperativismo. ¿Cómo es el trabajo colaborativo?
Vivian: La gran diferencia de trabajar para un patrón y la idea de trabajar con otros, al lado de otros, cómplices, iguales a ti, de quienes no eres ni un subordinado ni un jefe, implica una transformación importante, relevante y difícil porque no estamos educados para la cooperación, para la vida cooperativa. Estamos educados para competir, para el éxito inmediato, para el reconocimiento, la subordinación. Éste ha sido un aprendizaje de diez años en el que ha ido entrando y saliendo gente a la editorial; gente que no entendió la horizontalidad, se salió.
Entre nosotros conversamos mucho, porque en la horizontalidad no hay jerarquías, no hay un jefe, no hay alguien que dice cómo se deben hacer las cosas, sino que es deliberativo. Por eso también ha sido más lento, ha sido un aprendizaje complejo, porque entraña una responsabilidad y un compromiso asumidos por cada uno, sin dar órdenes. Entendiendo que si tú no haces algo, afectas todo el proceso de los otros, en ese sentido ha sido para nosotros todo un experimento, no sólo editorial, sino también económico, político, vital, social, en el que se han puesto en juego el paso de la teoría a la práctica, de nuestras lecturas sobre la horizontalidad, el trabajo colaborativo, los colectivos artísticos, el situacionismo y un montón de lecturas que sí están acompañando el proceso de la fundación de la Tumbona y la práctica cotidiana.
Eso implica una forma de trabajo enteramente distinta. En términos formales, cooperativa es una fábrica o una empresa que le pertenece a sus trabajadores. Y en ese sentido, no le rendimos cuentas a alguien más, y eso, en términos de libertad, es importantísimo porque publicamos exactamente lo que queremos, lo que nos parece relevante, lo que queremos poner en circulación…
L: Y lo que podemos, también.
V: Sí, por supuesto, porque no tenemos todo el dinero del mundo. Hay muchos proyectos medio “guajiros” que se nos han ido quedando en el camino. La edición independiente ha proliferado en los últimos diez años en todo el mundo gracias a que los procesos digitales permiten que no haya una oficina central y que en vez de gastar dinero en pagar renta, teléfono, luz, todo ese dinero sea para generar más libros. Nosotros nos reunimos una vez por semana y discutimos, nos delegamos labores. Después de diez años fue muy importante tener la posibilidad de que cada quien fuera dueño de su tiempo y tener otras cosas (nosotros: escribir; Verónica es artista; Christian hace diseño; Aridel es traductora), yo he sentido que nos hace falta un espacio donde estar juntos más tiempo. Es curioso cómo vamos aprendiendo que la virtualidad tiene sus ventajas, pero también significa una separación entre las personas.
Una editorial independiente no es un negocio, ¿o sí? Participa en un mercado en el que se puede producir y reproducir, por medio de la escritura, ese “derecho universal a la pereza” que Tumbona tiene como lema. Si no hay ganancias, entonces ¿qué hay?
L: No puedes marginarte completamente del mercado, pero sí no seguir su lógica, sus patrones. Obviamente nos importa que nuestros libros estén en la Gandhi, pero que también te los puedas encontrar en lugares en donde no sospechabas. La idea de independencia, en ese sentido, sería que los libros que hacemos, no los hacemos en función de su rentabilidad. Eso es lo que no nos importa. Ahí te estás independizando de algún modo del perfil mercantil del libro; para nosotros eso es central. El otro lado es que todo lo que ingresa intentamos que sea reinvertido en hacer más libros; a fin de cuentas, si no estamos en números rojos, siempre estamos en cero.
¿Qué ganas? Muchísimas cosas: en primer lugar, una forma de organizarte a nivel vital que es diferente; ganas muchas satisfacciones y placeres asociados a la idea de leer, editar, difundir un libro. Creo que para muchos de nosotros, la editorial no está desligada de nuestra actividad de escritores o de artistas, sino que es una continuación. Nunca hemos visto la Tumbona como algo ajeno, sino como otra manera de hacer lo que hacemos, pero aterrizado en la realidad: con distribuidores, con libreros…
V: Es una pregunta vital y central en la concepción de la editorial, porque es una discusión política. Es decir, somos independientes porque somos independientes del capital financiero. Es muy importante decir esto. A la editorial no le interesan las ganancias, le interesa la autogestión, que es otro modelo económico distinto al capitalista, porque a veces pensamos que el capitalismo es el único modelo posible.
“Pensamos en trabajar sólo en función de las ganancias”.
V: Claro, el capitalismo se funda en la acumulación, en el dinero aumentado. A nosotros lo que nos interesa es recuperar el dinero de los libros para hacer más libros, no para hacernos ricos. No para ensanchar nuestras fortunas. De todas formas, si eso quisiéramos, tendríamos que hacer otra cosa distinta de los libros.
L: Podría ser: en vez de plusvalía, plusvalibro (risas).
V: Exacto, no nos interesa la plusvalía. Ésa es una distinción, al menos en el caso de la Tumbona. No creo que sea el mismo para todas las editoriales independientes, es un término que abarca muchas cosas, a veces incluso contradictorias. Pero a nosotros no nos interesa crecer. El crecimiento económico es otro mito neoliberal. De hecho, nos interesa producir cada vez menos. Es decir, si para una editorial es importante producir 40 libros para estar en las mesas de novedades, para nosotros hacer cinco ya es demasiado. Va en contra de nuestro propio ritmo y de nuestro propio entusiasmo, de nuestra propia economía de dimensiones humanas, diría yo. Y ésta es una editorial de dimensiones humanas, que permite que el libro circule a su propio ritmo. El libro es un animal lento: a veces tarda décadas en encontrar a sus propios lectores, a sus contemporáneos, si no es que siglos. Entonces, el sistema de novedades, que es un sistema que se ha ido acelerado en la medida en que la economía también se ha acelerado, está impidiendo que circule el oxígeno que hace vivir a los libros, que es el tiempo. Entonces, para nosotros la lentitud tiene mucho que ver. El nombre de Tumbona Ediciones está asociado a esta otra concepción económica y política de la edición y también de la vida.
¿Cómo se han enfrentado al problema de la distribución de los libros? ¿Qué red sostiene a Tumbona?
V: La distribución es un problema real. Cuando surgimos nos preguntamos si queríamos ser una editorial independiente condenada al ostracismo, recluida, con sus libros en la bodega, lo cual es un despropósito porque publicar significa hacer público algo, ponerlo en circulación, que se discuta, que se delibere, que se hable de él, que se lea… entonces decidimos optar por una doble vía, digamos, la carretera libre y la de cuota. La libre es un circuito alternativo que hemos ido explorando e inventando, que tiene que ver, por ejemplo, con hacer fiestas de mezcal con otras editoriales y vender los libros directamente, sin intermediarios…
L: Ya que todos están borrachos (risas).
V: Con ese lubricante llamado mezcal. Y, además, hay una relación distinta con la gente porque preguntan de qué se trata el libro; un poco como en el mercado, conversas con la gente, vuelves a encontrarte con que es una labor que se ha perdido justamente por esta aceleración del mercado. Los libreros ya no son libreros que conversan, porque no tienen tiempo para leer. Son bodegueros, en realidad, que pasan libros de una caja a otra. Entonces, para nosotros era importante ir creando estos circuitos. Próximamente vamos a hacer un pequeñísimo encuentro de tres o cuatro editoriales afuera de una librería de viejo con mezcalito, conversación, etcétera.
También hemos puesto libros en espacios que no parecían espacios para el libro, que son galerías, tiendas de diseño, ¡hasta en una tlayudería de la ciudad de México hay libros!
Por otro lado, y porque sí nos interesa que los libros se lean, luchamos durante muchos años con varios distribuidores —tenemos anécdotas siniestras, historias de terror con un par de distribuidores fantasma que nunca volvieron a aparecer—, hasta que encontramos a los distribuidores de Sexto Piso, que es una editorial que también sufrió lo mismo y decidió poner una distribuidora y que entiende cuál es la lógica de los libros independientes. Desde que estamos con ellos nos ha ido bien. También están estas otras librerías del Estado, como Educal, que permiten llegar a lugares donde no hay librerías en varios kilómetros a la redonda.
¿Cómo se acercan a los autores y negocian las regalías en un contexto de copyleft?
L: A nosotros nos parecía importante, como editorial, no tener esta actitud leonina que suelen tener las editoriales. Básicamente una editorial tiene una actitud monopólica con los libros que publica, trata de que sólo ellos publiquen y ya. Nos empezamos a dar cuenta de que esa actitud sólo respondía a los intereses del capital. Comenzamos a explorar otras opciones y nos fue seduciendo la idea… No es que estemos en contra de los derechos de autor, pero sí del copyright, que es diferente.
El derecho de autor es el derecho que tiene cada persona que hace algo de recibir una retribución por su labor. Y el copyright, como su nombre lo indica, tiene que ver con una especie de monopolio y de quién tiene el derecho a copiar lo que tú has hecho. Y eso normalmente tiene que ver con las empresas, con los consorcios, etcétera. Nosotros estamos en contra del copyright. El objetivo es que los libros, además de venderse, puedan circular, digamos, que no estén en una caja fuerte. El espíritu de la editorial ha sido desde el comienzo cómo poner en la mesa la discusión de cosas que nos importan, cómo comenzar debates que no están y eso no sólo se hace vendiendo libros, también haciéndolos circular. Curiosamente nos ha tocado tener incluso que explicarle a los autores qué es, en qué consiste, porque rara vez llega un autor diciendo: “Oye, yo quiero hacer mi libro así”. En realidad, digamos, somos una aberración para los editores. Todos los editores nos dicen: “Pero, a ver, es que ¡al revés, ustedes deberían proteger el copyright!”. Y nos hemos dado cuenta de que es falso, de que todo está construido como si todos quisiéramos ser Random House Mondadori, o bueno, ya no sé si se llama Random House, se llama Penguin-Random-No-Sé-Qué… Pero no todos queremos hacer eso. No a todos nos importa ese modelo.
¿Por qué publicar un libro como Cinismo ilustrado, cuya naturaleza es internet?
L: Bueno, entre otras cosas era aterrizar ese proyecto de una manera diferente. No es que lo que sucede en la página está simplemente reproducido en el papel. Entre otras cosas, están los mejores comentarios, o los más ridículos.
V: Es una edición, una curaduría que implica una lectura distinta a la de internet, que es efímera. En el libro las cosas se pueden volver a ver, releer, el contexto y el soporte cambian la forma de la lectura.
A propósito de la invitación que hicieron para el festejo del décimo aniversario, ¿para qué continuar produciendo ese objeto todavía llamado libro en un país todavía llamado México?
V: Es una pregunta que nos hacemos y cuya respuesta evidentemente estamos tratando de elaborar. No la tenemos. Quizá precisamente porque nos encontramos en un momento tétrico, abrumadoramente violento, aparentemente sin horizonte, como si todas las posibilidades de salida estuvieran clausuradas… nos parece que el libro, como objeto para el pensamiento, para la imaginación, para la creación de posibilidades, es más importante que nunca, aunque ese objeto se haya modificado por las nuevas tecnologías y no sea un objeto anquilosado, moribundo, sino que también se modifica por estas otras formas de lectura que intervienen hoy y que multiplican el texto por todos los medios posibles. Creemos, y no ingenuamente, sino porque si bien los libros tal vez no cambian de manera verificable la realidad, sí transforman a los individuos, cambian los puntos de vista. A mí muchos libros me han modificado radicalmente… mi posición, mi perspectiva frente a ciertas preguntas. También ahí, en un panorama que parece tan clausurado, creo que los libros abren por lo menos grietas, fisuras por donde dejar pasar un poco de aire respirable.
L: Y pienso que esa pregunta no es algo que nos planteamos antier, sino que es una pregunta que nos acompaña desde el origen, porque también creo que la idea de intentar hacer una editorial independiente de la manera como la concebimos, como la fuimos construyendo, es una respuesta. Quizás uno no puede hacer las cosas del mismo modo, como se acostumbra, como es normal, uno tiene que repensar todo el proceso. ¿Qué es un libro? ¿Cómo se difunde? ¿Cómo se distribuye? Si tiene sentido, es una cuestión que está abierta; pero lo que a nosotros nos quedó claro es que no podía hacerse del mismo modo, había que cambiar.
¿Qué circunstancias los harían cerrar Tumbona?
V: Cuando deje de ser un espacio creativo, porque creemos que la edición lo es, no es una chamba —aunque implica mucho trabajo—. Para nosotros es un lugar de investigación en donde seguimos preguntándonos cosas que nos planteamos cuando escribimos. ¿Qué significa escribir ahora, en la era digital? Para nosotros es importante seguirnos preguntando eso para dialogar con el presente, porque somos escritores aquí y ahora, no somos escritores del siglo antepasado.
Una de las razones por las que decidimos fundar la editorial es porque el mercado ha uniformado los géneros literarios, las tendencias, los lenguajes, las escrituras, y eso empobrece enormemente el pensamiento, la cultura, y también va clausurando las posibles salidas a esta especie de marasmo vital y existencial en el que se encuentra el mundo. Hay que abrir esas posibilidades, generar otros lenguajes es fundamental para que la literatura siga viviendo. Tenemos una colección específica, Anómalos, donde nos ha importado mucho que surjan libros inclasificables en algún sentido, no son ni novela ni ensayo ni poesía ni aforismo, sino un cruce de lenguajes donde probablemente se está reformulando nuestra concepción de literatura y nuestra forma de lectura, también. Los mejores libros son los que inventan nuevos lectores, nuevas formas de lectura y es lo que permite que la literatura siga viva. m.
Algunos títulos imprescindibles
:: Contra el trabajo, Lucio Anneo Séneca / Samuel Johnson / Friedrich Nietzsche / Bertrand Russel / Theodor W. Adorno / E.M. Cioran, Colección Versus (2009).
:: De cómo no fui el hombre de la década (y otras decepciones), Luis Ignacio Helguera, Colección Derivas (2010).
:: Retrato de mi cuerpo, Phillip Lopate, Colección Derivas (2010).
:: Cinismo ilustrado, Eduardo Salles, Colección Anfibios (2014).