Costumbres: ¿es que así somos?
José Israel Carranza – Edición 444
Es posible que la idiosincrasia acaso sólo exista como un conjunto de suposiciones que se desvanecen en cuanto se trata de verificarlas. Porque en ella anida siempre la excepción
En Noruega es costumbre que las familias y los amigos se reúnan los viernes por la noche a ver la gullrekka (la “barra dorada” de programas musicales y cómicos de la NRK, la cadena televisiva pública) mientras comen tacos. Tacos mexicanos. Es una tradición tan arraigada que las generaciones más jóvenes creen que se trata de auténtica comida noruega. “Tú sabes, los viernes todos comen tacos y ven la tele”, le responde uno de sus secuaces escandinavos al mafioso estadunidense Frank Tagliano en la serie Lilyhammer cuando éste le pregunta por qué hacen eso. (Para Tagliano, trasplantado a esa pequeña ciudad a fin de borrar su rastro y adoptar una nueva identidad tras haber delatado a sus jefes en Brooklyn, resultó más fácil fundar ahí una sucursal nórdica de la Cosa Nostra que asimilarse al modo de ser de la sociedad noruega, llena de enigmas como este de los tacos.)
Si tal usanza cuenta como componente de la idiosincrasia noruega contemporánea, tal vez quepa afirmar que el carácter de un colectivo se define por todo aquello que dicho colectivo hace sin necesidad de cuestionárselo. Así, parte de ser noruego sería ver la tele y comer tacos los viernes por la noche (porque todos los noruegos lo hacen). Sin embargo, toda noción de idiosincrasia es huidiza apenas se la cuestiona un poco, y si de los mexicanos se dice que nos define nuestro trato confianzudo con la muerte, por ejemplo, basta que un compatriota se declare ajeno a tal rasgo identitario, para admitir que nunca podrá afiliarnos a todos.
Figuración de una homogeneidad a la que se recurre para hacer más manejable el temperamento de una sociedad, la idiosincrasia acaso sólo exista como un conjunto de suposiciones que se desvanecen en cuanto se trata de verificarlas. Porque en ella anida siempre la excepción, toda generalización (salvo ésta, claro) tiende a fallar: cuando el presidente Peña Nieto concluyó, en una lamentable reflexión, que la corrupción es un “asunto cultural”, estaba promoviendo, muy convenientemente para su negligencia o su ineptitud, la aceptación de una fatalidad: así somos y ni modo. Pero la realidad de un solo ciudadano que observa las leyes, cumple con sus responsabilidades y es incapaz de cohecho, sería suficiente para desmentir tan grosera simplificación.
Octavio Paz apostaba, en “Los hijos de la Malinche”, por una matriz de todas las ambiguas ideas acerca de los mexicanos: nuestro hermetismo, causa de nuestra soledad inextirpable. En silencio y solos, ¿cómo saber cómo somos, entonces? Y es un tema que nos preocupa mucho: tal vez la única condición que decida nuestra idiosincrasia es que somos el único pueblo que cree que existe la idiosincrasia. m.