Coordenadas mínimas del cine mexicano independiente
Hugo Hernández – Edición 489
Más que por su financiamiento —y abundan las películas que gozan de apoyos gubernamentales—, es por su estilo y su ambición, por el riesgo que asume, que cabe hablar hoy de cine independiente mexicano
La noción de independencia en el cine surge con las producciones estadounidenses realizadas fuera de los grandes estudios, al margen —o en contra— del cine según Hollywood. Las películas independientes a menudo cuentan con la participación de actores desconocidos, tienen bajos presupuestos y circulan por salas de arte y festivales. Asimismo, apuestan por narrativas, temáticas y ritmos diferentes a los del cine clásico hollywoodense. Las películas de Jim Jarmusch, incluso si en ellas participa algún estudio, son hoy un buen epítome.
En México y en la Época de Oro (años cuarenta y cincuenta) hubo empresas y sindicatos sólidos, pero en adelante es inexacto hablar de industria cinematográfica. Más que por su financiamiento —y abundan las películas que gozan de apoyos gubernamentales—, es por su estilo y su ambición, por el riesgo que asume, que cabe hablar hoy de cine independiente mexicano. Éste tiene matices de originalidad y autenticidad. Ahí “militan” algunas voces valiosas del paisaje nacional actual, como Carlos Reygadas, Michel Franco, Ernesto Contreras, Julián Hernández o las animadoras Rita Basulto y Sofía Carrillo, quienes reflexionan acerca de la intimidad o la cosa pública con estilos y perspectivas atípicos y asisten con regularidad a festivales internacionales.
El paisaje actual es ecléctico; con frecuencia aparecen y se consolidan nuevas voces. Felizmente. Y podemos hacer valiosos “descubrimientos” o constataciones en los festivales de Morelia, Monterrey o Guanajuato. Por supuesto que en la lista que aparece enseguida, ni están todos los que son ni son todos los que están. Pero nos ofrece coordenadas mínimas.
Fernando Eimbcke
Ciudad de México, 1970.
Con huellas de Jarmusch, lo “descubrimos” en el festival de Guadalajara con Temporada de patos (2004); y quedamos encantados. En esta cinta se asoma con humor y ligereza, con agudeza, a los sinsabores del crecimiento. En Lake Tahoe (2008) y Club Sándwich (2013) —que tiene ecos del cuento de Cortázar “Usted se tendió a tu lado”— amplía “el campo de batalla” a los tormentos maternos. Son valiosos sus aportes a los largometrajes colectivos Revolución (2010) y Berlin, I Love You (2019). Eimbcke filma poco, pero cada entrega es memorable.
Pedro González-Rubio
Bruselas, 1976.
En su obra, el documental adquiere matices emotivos más que informativos. Imprime a su lente —pues también es cinefotógrafo— toques líricos, y con encanto registra personajes que nos resultan cercanos, entrañables. Lo mismo sucede con las locaciones (ya sea en el Japón montañoso o en el México profundo), que son más que paisaje de fondo. Para muestra, Alamar (2009), cuya acción se ubica en un arrecife de Quintana Roo y registra la temporada de despedida de un chamaco, de su padre y su tierra (y agua), que irá a vivir con su madre a Italia.
Claudia Sainte-Luce
Tlalixcoyan, 1982.
Los insólitos peces gato (2013), su opera prima, fue una grata sorpresa; obtuvo premios en La Habana y Toronto. Con cariño, hace un registro cálido de la familia, en particular de los personajes femeninos. Estos rasgos crecen en sus siguientes largos: La caja vacía (2016), que da cuenta del doloroso reencuentro de un padre y su hija; El camino de Sol (2021), que narra las penurias de una madre cuyo hijo fue secuestrado; y El reino de Dios (2022), que acompaña a un chamaco que crece en condiciones adversas.
Samuel Kishi
Guadalajara, 1984.
En su cortometraje Mari Pepa (2011) ya eran palpables la frescura del estilo y la generosidad con sus personajes (incluso con una Guadalajara más o menos querible), la sensibilidad y la calidez para abordar conflictos esenciales del crecimiento y la convivencia. Estas virtudes persistieron en el largometraje que de ahí surgió: Somos Mari Pepa (2013), en el que acompaña a una banda que sólo se sabe una canción. En Los lobos (2019), que da cuenta del encierro de dos niños en un departamento en Estados Unidos, cabría hablar, ya, de cierta madurez.
Haroldo Fajardo
Guadalajara, 1986.
Con ritmo lento y a menudo en blanco y negro, su estilo se ubica en el margen, donde camina al lado del argentino Lisandro Alonso y del francés Bruno Dumont. Ha realizado dos largometrajes, No hay nadie allá afuera (2012) y La incertidumbre (2018), y media docena de cortometrajes. Por su cine transitan jóvenes medianamente extraviados que buscan un lugar en el mundo adulto, para el que son indiferentes y que les ofrece su hastío. En Una comedia pretenciosa, de próximo estreno, se abre una ventanita de esperanza para sus personajes.
Para saber más
:: Entrevista con Fernando Eimbcke por Club Sándwich.
:: Mari Pepa, cortometraje completo.
:: Entrevista con Haroldo Fajardo.
1 comentario
El cine independiente nacional ha sufrido en los últimos años por la falta significativa de apoyos económicos, tanto de parte del gobierno como de inversionistas privados. Súmando a lo anterior existe una deficiencia en los espacios de difusión, donde tienes que lograr muy buenos acuerdos comerciales con cadenas de cine nacionales para poder distribuir tu proyecto, además de contar con pocas salas de cine independiente y de arte en el país.
Claro que destacan obras como Los lobos, La delgada línea amarilla y demás que son grandes obras y afortunadamente han contado con estos escasos apoyos. La pregunta no es si existen o no, la pregunta radica en qué sería del cine nacional si existieran más lugares de difusión y mayor inversión económica.