Cuando alguien pregunta “¿Cuántos hijos tienen?” y la respuesta de la pareja es “Ninguno. No tuvimos porque no quisimos”, las reacciones casi siempre son de sorpresa y luego vienen las acusaciones: si son egoístas, superficiales, inmaduros e individualistas.
¿Estás casada? Sí, desde hace doce años. ¿Y cuántos hijos tienen? No, no tenemos hijos. Cara de “metí la pata”, abrupto cambio de tema, o de plano un “lo siento mucho, no sabía”. No tuvimos porque no quisimos. Asombro: ¿cómo puede ser que no quieran hijos? Sara cuenta que la gente siempre asume que no pudieron, o trata de convencerlos con argumentos como: “¿Quién los va a cuidar cuando estén viejos? Tengan aunque sea uno”. Presiones en forma de preguntas incrédulas, insistencias de la familia y médicos que niegan métodos anticonceptivos definitivos porque “seguro se arrepienten” —y hasta amenazan con aquello de que “útero que no da hijos, da tumores”.
Las acusaciones giran en torno a si son egoístas, superficiales, inmaduros e individualistas. Y, ante tanta presión, son pocos los casos en que es tajante y explícita la decisión de no tener hijos. La mayoría de las veces, esta decisión se posterga hasta que las circunstancias económicas mejoren o el trabajo aminore… y se aplaza, se revisita y se pospone un poco más, hasta que un día termina de afirmarse, casi sin querer, porque siempre se prefirió seguir así: sin hijos.
La socióloga Kristin Park sostiene que la parentalidad es vista como conflictiva con la carrera profesional y las identidades individuales, pero de manera diferencial para mujeres y hombres: estos últimos reportan preocupación por las implicaciones económicas de tener hijos, mientras que las mujeres lo adjudican sobre todo a una “falta de instinto maternal” y a la renuencia a sacrificar su carrera profesional. En consecuencia, estas parejas argumentan tener más libertad y autonomía, mayores oportunidades laborales, una posición económica más holgada y una relación de pareja más íntima. Los hijos son evaluados en términos muy pragmáticos, en función de la satisfacción emocional que reportan y de la responsabilidad y los sacrificios que representan.
Sólo fue hasta la llegada de métodos confiables de control reproductivo —en particular la píldora anticonceptiva, en los años sesenta—, que la posibilidad de permanecer sin hijos en una relación se volvió factible. Desde entonces, el número de parejas que deciden permanecer sin hijos aumenta cada año, así como los grupos a favor de la libre elección. En la actualidad hay alrededor de 400 grupos, y se concentran sobre todo en Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Alemania, Australia e India. El llamado “déficit de fecundidad” es más marcado en países desarrollados, donde una de cada diez mujeres que bordean los 40 años, no tiene hijos. En México, 15 por ciento de las mujeres en edad fértil y sin hijos afirma no querer ninguno.1 Se trata, en definitiva, de un fenómeno creciente y con enormes implicaciones demográficas, políticas y culturales, en el que habrá que seguir pensando. m
1 Encuesta Nacional de Dinámica Demográfica (Enadid) 2009.
En la web
:: International Childfreeday.
Para leer
:: No Kids. 40 Good Reasons Not To Have Children, de Corinne Maier (McClelland & Stewart, 2009).
:: The Childless Revolution, de Madelyn Cain (Da Capo Press Inc., 2001).