Cerati, de ida y vuelta

Gustavo Cerati

Cerati, de ida y vuelta

– Edición 400

Gustavo Cerati

El rock latino es un género consolidado que ha encontrado la complicidad de los jóvenes a lo largo y ancho del continente. En su universo particular destaca una serie de figuras que han sumado ideas y canciones a su evolución. Una de ellas es Gustavo Cerati. A continuación, un repaso por su zigzagueante trayectoria artística, a propósito del tan publicitado retorno de la agrupación que lo dio a conocer, Soda Stereo.

En junio de 2006 volví a encontrarme con Gustavo Cerati. El lugar fue un salón del hotel Hilton de Guadalajara. El motivo, realizar una entrevista para un programa de televisión con el cual yo colaboraba entonces, a propósito de la salida de su álbum Ahí vamos y del concierto, parte de la gira de promoción del mismo, que ofrecería el jueves 8 de ese mes en el teatro Diana. Periodistas y fotógrafos de distintos medios hacían fila para aprovechar los rigurosos 15 minutos que tenían para conversar con el compositor. Cada uno de ellos desaparecía por la puerta del salón y luego regresaba con el testimonio, registrado en su grabadora o su cámara de video, acerca del cuarto disco de estudio como solista de quien en otro momento fuera el cabecilla del célebre trío Soda Stereo. De hecho, evocar a Soda Stereo aquella mañana radiante parecía una cosa impensable. ¿Cómo podía caber en la vida de Cerati la añeja agrupación, si ahora había logrado conjuntar a la mejor banda de rock de su vida? Sin embargo, estoy seguro de que más de alguno de sus entrevistadores, por no traicionarse a sí mismo, aludió al trío del que, aparentemente, como reza una de sus canciones, Cerati se encontraba a “años luz”.

Y allí estaba él, sentado en uno de los únicos dos sillones que albergaba el salón, con una mesilla circular al lado y una lámpara de pie a sus espaldas, tal como si fuera el personaje de una cinta de suspenso en espera de un desenlace. Llevaba unas gafas de carey que no osó quitarse durante toda la charla, un sombrero de fieltro de ala corta sobre sus bucles oscuros y una gruesa chamarra de cuero café que contrastaba con su delgadez y parecía fuera de lugar en la cálida mañana que respiraba fuera del edificio.

“¿Crees que en nuestros días la canción ha adquirido la misma importancia que tuvo la poesía para las personas en otros años?”, pregunté entre otras cosas, tratando de no resultar demasiado rebuscado. Cerati respondió enseguida y, en su respuesta, se materializó la pasión por la materia prima de su trabajo: la canción. “Está claro que cuando uno escribe letras, no está haciendo poesía. Pero hay algo de la música implícita en esas palabras. Yo necesito que el oyente la complete con su imaginación, no me gusta darle todo demasiado servido. Y, en ese aspecto, hay canciones y canciones. Canciones que te dejan volar y canciones que te atrapan y te tienen enjaulado. Canciones que te hacen la vida mejor y canciones que te hacen la vida peor. No quiero sacralizar demasiado nada, pero siento que siempre hay una luz allí. Para mí, una buena canción sigue siendo re importante en mi vida, porque antes de ser músico soy amante de la música, antes que eso compro discos y me gusta lo que hace mucha gente. Y una canción puede ser algo muy importante.”

Ahí vamos resultó ser un disco en el que Cerati retornó a su raíz musical con toda determinación: la guitarra eléctrica. En el pasado, luego de la aparente terminación de Soda Stereo en 1997, Cerati había declarado en más de una ocasión que la guitarra dejaba de interesarle y que su curiosidad ahora la encaminaría hacia los medios electrónicos. Pero en Ahí vamos él se reconcilia por completo con el instrumento que abraza con pasión en la foto de la portada.

Durante el concierto, la noche posterior, Cerati hizo entender a su audiencia las razones por las cuales él no necesitaba pensar en Soda Stereo. En principio, su repertorio había crecido y él podía darse el lujo, sin pedir permiso a nadie, de recuperar lo mismo los temas más exitosos de aquella banda que los de su obra como solista. Y, para hacerlo, contaba con varios de los instrumentistas más talentosos de su país: una combinación entre experiencia y juventud, representada por el guitarrista Richard Coleman, viejo colega de Cerati, con quien trabajó en proyectos como Fricción y Los Siete Delfines; el prestigioso baterista Fernando Samalea, así como el productor Leandro Fresco y el bajista Fernando Nalé. Un cuarteto de calibrados músicos al servicio de la guitarra y la voz de un Cerati obsesionado por la electricidad desmedida y el poder que ésta tiene en quien se expone a su sonido amplificado.
Sobra decir que fue una noche mágica y reveladora, una noche en la que Cerati ratificó el arraigo que tienen sus canciones en sus seguidores y, a su vez, la plasticidad de las mismas para ser llevadas a cualquier estilo que él elija, incluido el rock eléctrico más visceral y estridente.

SODA EN LA IMAGINARIA
Meses después de aquella intensa velada musical, en marzo de 2007 comenzó a sonar con insistencia el rumor de la reunión de Soda Stereo, empujado por el hecho de que se cumplían diez años de su disolución. Lo primero que opté por hacer al respecto fue consultar a una fuente confiable, y escribí a Tweety González, el productor y músico que fuera considerado como el cuarto integrante del grupo. Tajante, me hizo saber, a través de un correo electrónico titulado “No hay Soda aún”, que yo era el tercer periodista que le hacía la misma pregunta. “No hay vuelta al menos por todo este 2007, seguro”, escribió el tecladista, haciéndome saber que recién había terminado la grabación de Mole, la nueva banda del baterista Charly Alberti. Pero, al parecer, ni siquiera González, una de las personas más allegadas al grupo que inició su cosecha musical en 1984, presagiaba lo que estaba por venir.

Desde sus primeros días, Soda Stereo estableció una relación más que duradera con su público en Argentina, misma que más tarde se repartiría a lo largo del continente Americano. A México el grupo llegó en 1985, gracias a una extraña coincidencia: el éxito de su canción “Cuando pase el temblor”, de su disco Nada personal y el terrible terremoto que sacudió al Distrito Federal ese mismo año. De hecho, ésa fue la primera vez que me encontré con Cerati, también en un salón de hotel, en este caso el que entonces se llamaba Hyatt, ya que el trío se presentó por vez primera en Guadalajara en su pista de hielo, que hoy ya no existe. No recuerdo mucho de aquel primer encuentro, sólo que pese a que habíamos sido convocados para entrevistar en grupo a la banda, Cerati, Alberti y Zeta Bozio, su bajista, parecían estar determinados a no hablar de más, y en ellos, en sus intervenciones, reinaba la parquedad más que otra cosa; nada que ver con la elocuencia que los años les darían. Por ejemplo, ante la iterativa pregunta de cuáles eran sus influencias musicales, lugar común de todas las ruedas de prensa, los tres a duras penas ofrecieron una clave. Había en ellos más pose que naturalidad, la misma que ilustran algunas fotos de la época en que aparecen con estrafalarios peinados a la usanza de los darkies británicos. Pero no era su look lo que más llamaba la atención, sino la rara manera en que Cerati escribía sus canciones, su manera de sonar sudamericano, del tercer mundo —aunque quizás eso fuera lo que menos quisiera entonces— y a la vez contemporáneo y universal. Títulos y letras de canciones como “Sobredosis de T.V.” y “Observándonos (Satélite)”, entre otras, lo constatan.

Pero ¿cómo explicar el tremendo impacto que las canciones de Cerati generaron en una audiencia mexicana? Quizás es el hecho de que llegaron en un momento coyuntural, cuando los jóvenes de nuestro país pretendían conformar un rock propio cantado en español, deseo que los llevó a escuchar a quienes ya lo hacían en Argentina y España. No es de extrañar, por eso, que el primer disco de Caifanes, el que inaugura lo que se conoce como “el boom del rock mexicano” a fines de los ochenta, tuviera a Cerati como invitado. El argentino participó tocando la guitarra en “La bestia humana”. Aunque el eco de Soda Stereo, en la gran mayoría de países hispanoparlantes, también puede adjudicarse a la frescura de su obra, tanto lírica como musical. Al hecho de haber aparecido en un momento en que Latinoamérica estaba en busca de nuevos rasgos de identidad y unidad: un rock convincente y original, a tono de los nuevos tiempos, de la mano de un discurso renovador e inteligente, a la altura de sus complicadas y caóticas megalópolis, sus inevitables ciudades de la furia.  

EN LA CIMA
No volví a ver a Cerati hasta la noche del 8 de diciembre de 1989, en el debut del trío en suelo estadunidense, en el legendario The Palace de Hollywood. Era el momento de Doble vida, uno de los trabajos más importantes del trío, el mismo que introdujo en su inventario musical la que muchos siguen considerando una de sus mejores canciones, “En la ciudad de la furia”. Recuerdo con claridad las imágenes de su videoclip, aquel Buenos Aires “tan susceptible” en blanco y negro, proyectándose en una gran pantalla durante un espectáculo que a todas luces había mejorado, con un Soda Stereo alineado a manera de sexteto, contando con la participación de Andrea Álvarez en coros; Gonzo, el saxofonista de Los Twist, soplando su instrumento sobre una alta columna, y Tweety en los teclados.

Pero si “En la ciudad de la furia” queda en el recuerdo como una de sus canciones más alucinantes, su mejor disco aún estaba por llegar: Canción animal, uno de los referentes del rock latinoamericano de los noventa; un trabajo que de nueva cuenta habló en favor de Cerati como compositor, a través de un racimo de canciones que, en su mayoría, aluden al amor carnal utilizando una serie de metáforas con gran altura poética y ninguna solemnidad. Su importancia puede medirse en el hecho de que fue el álbum que más canciones aportó a la selección que el grupo interpretó en su emotiva gira El último concierto, celebrada en 1997 e inmortalizada en los dos discos compactos del mismo título. En México, su despedida consistió en dos presentaciones, llevadas a cabo el sábado 30 y el domingo 31 de septiembre en el Palacio de los Deportes. Yo asistí a la segunda jornada y coreé hasta el límite los estribillos de tantos temas que el grupo nos entregó con la consigna de que los guardáramos con celo en el tiempo por venir, de “Persiana americana” a “De música ligera”.

DE IDA
Nunca tuve la menor duda de que Cerati conseguiría como solista una carrera exitosa. Ya el disco Amor amarillo, que sacó en 1993, durante uno de los sabáticos de Soda, lo presagiaba. Y, Bocanada, su primer título de la era post-Soda, hizo a un lado cualquier especulación. Además de ofrecer una obra con un perfil mucho más íntimo de su autor, el disco presentó a una nueva generación de músicos, en su mayoría aficionados a la electrónica, los mismos que formaron parte de su banda de respaldo: Flavio Etcheto, Leandro Fresco y Leo García, quienes también alimentan una valiosa obra personal. Con Bocanada pude ver a Cerati una buena cantidad de veces, la más memorable el mismo año de la aparición del disco, 1999, cuando compartieron escenario con Café Tacvba en el Hard Rock de Guadalajara.

No obstante mi admiración por el trabajo de Cerati, fueron sus acompañantes quienes despertaron mi curiosidad. Así, no sólo esquivé la predecible conferencia de prensa —aquella que lo hizo molestarse con un grupo de periodistas poco enterados de su trayectoria, celebrada en el Camino Real de la ciudad de México— para interceptar a Etcheto y conversar con él; también desarrollé una estrecha amistad con Leandro Fresco, que se nutre esporádicamente por internet y me mantiene muy al tanto de lo que sucede en la electrónica más vanguardista de su tierra, de la cual él es una figura indiscutible. 

Cerati en Soda
Nacido en Buenos Aires, el 11 de agosto de 1959, Cerati inició su carrera con la salida del disco epónimo de Soda Stereo en 1984. Su segundo trabajo, Nada personal, editado un año después, fue el que lo dio a conocer en México. Signos, de 1986, su tercer disco, tiene temas clásicos del trío como “Persiana Americana”. Ruido blanco, de 1987, es el álbum en concierto que parece cerrar una etapa en la vida del grupo y encaminarlo hacia discos llenos de ambición: Doble vida, de 1988 y Canción animal de 1990, con el que Soda se afianza como uno de los grupos líderes del rock latino. Dynamo, de 1992, brinda otro de sus mejores momentos y Sueño Stereo, tres años más tarde, es el disco que cierra la obra en estudio del grupo y en el cual ya se transparenta el interés de su líder en la electrónica. Confort y música para volar, de 1997, captura al grupo en una memorable sesión grabada para la cadena de televisión MTV, en la que destaca la compañía de la colombiana Andrea Echeverri. Y el doble El último concierto, de 1997, es el testimonio del final del grupo, capturado en su gira de despedida.

El rasgo que distingue al grupo de músicos que Cerati ha venido convocando en los diez años que lleva fuera de Soda Stereo, es que todos son como él. Es decir, compositores de criterio amplio que experimentan a discreción y con cualquier tecnología o fuente de sonido. Esta actitud es la que lo ha llevado a ser parte de proyectos de corte electrónico como Ocio y Roken. Otra de las extravagancias que Cerati ha llevado a cabo con el ímpetu por afrontar las cosas y la seriedad que lo caracterizan.

En Bocanada se corroboró de nuevo el calibre de Cerati como escritor de letras. Figuras como: “Cuando no hay nada que decirnos, habla el humo, nada el humo y rema en espiral…”, son testimonio de ello. Asimismo, su capacidad como compositor asoma en temas como “Verbo carne”, instrumentado por una orquesta, y que lo encaminó a la posterior grabación del sobrio 11 Episodios Sinfónicos, en 2001.

DE VUELTA
Pero retornemos a la mañana de junio de 2006, de la que se desprende este recuento; al Cerati ya consagrado, luego de una trayectoria de más de veinte años de hacer canción, que me escucha atento formular la última de mis preguntas, ante el apuro del representante de la discográfica Sony-bmg que maneja su agenda, y que más tarde me comentará que el músico disfrutó la charla sobremanera, halago que comparto con modestia y un aire de complicidad.

Llega entonces el momento de esclarecer mis sospechas y ratificar que a Cerati la libertad y sus experiencias con la electrónica lo han convertido en un músico dueño de una perspectiva mucho más amplia que enriquece su obra; uno que responde al presente, al tecnificado siglo XXI, de manera coherente; uno que se actualiza a conciencia para enfrentar el reto del futuro inmediato y cuyo talento exhibe muchos más recursos que los de aquel rockero que salió de Soda Stereo años atrás. “Gustavo”, le digo, como hace uno con alguien a quien conoce de tiempo atrás, “sé que se insiste en el tema Soda, pero más allá de tocarlo, ¿cómo evalúas el desempeño del trío frente a la banda que te acompaña en la gira de Ahí vamos?”. Sin meditarlo, él habla: “Me parece que lo que yo hago es mucho mejor que lo que hacía con Soda Stereo. Porque, si no fuera así, mejor me dedico a otra cosa. Porque evolutivamente necesité hacer otras cosas”.

No obstante la claridad de sus convicciones, ni siquiera Cerati podría negar lo que la música de Soda Stereo significa para la vida de muchísimas personas; esa magia que continúa atada a su memoria, la responsable directa de que el trío haya resuelto reunirse, volver a los escenarios y escribir un capítulo más en el recorrido artístico de uno de los más singulares cantautores de habla hispana del tiempo que nos ha tocado vivir. m.

MAGIS, año LX, No. 502, noviembre-diciembre 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de noviembre de 2024.

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