Recurrir al azar como explicación del mundo, no obstante, suele tener un efecto tranquilizador. O quizá todo lo contrario
Creer en las fuerzas del azar tiene tanto sentido, y al mismo tiempo tan poco, como creer en la fuerza del destino. Uno y otro son desdeñables o ineludibles, según cada quien prefiera conducir su vida. ¿La fe en que todo está ya escrito y decidido impone dejar de lado cualquier pretensión de albedrío? ¿No nos orilla a eso mismo la convicción de que el universo es impredecible? ¿De qué sirve, entonces, que aspiremos a cualquier forma de control?
Recurrir al azar como explicación del mundo, no obstante, suele tener un efecto tranquilizador. Aristóteles concedía que, pese a todo lo que nos empeñáramos en negarlo, la suerte existe. Y quizá cuando menos dispuestos estemos a aceptar su existencia es cuando más se entrometa en la nuestra. O quizá todo lo contrario.