Antropología teológica ignaciana
Alexander Zatyrka, SJ – Edición 491
El Principio y Fundamento es la introducción y al mismo tiempo el resumen del camino de los Ejercicios: ordenar nuestro afecto moviéndolo de las cosas a las personas
Para entender la espiritualidad ignaciana y el “modo de proceder” de la Compañía de Jesús es fundamental acercarnos al texto de los Ejercicios Espirituales. Es, sin duda, la herramienta central de su pedagogía espiritual, de su mistagogía. Etimológicamente, mistagogía proviene de dos verbos griegos que describen la meta (el Misterio) y el itinerario que nos conduce: μυειν (myein, “cerrar” [los labios]) y γωγος (go-gos, “conducir”). Dicho en otras palabras, es una didáctica espiritual que pretende conducir al creyente al encuentro con el Misterio, es decir, con Dios.
Todas las grandes religiones nacieron como una mistagogía, es decir, como un camino práctico y vivencial que ayuda a los creyentes a acercarse al Misterio, introduciéndolos en el dinamismo del Trascendente, como experiencia de comunión en el Amor.
Si hiciéramos un estudio comparativo de diversos caminos de interiorización y apertura a la trascendencia, podríamos encontrar la siguiente secuencia de etapas:
1. Preámbulo: presentación del itinerario de crecimiento para hacerlo inteligible (que se pueda entender claramente), razonable (que aparezca como plausible, con sentido) y deseable (que claramente implique un beneficio para quien lo transite).
2. Rehabilitación de la sensibilidad contemplativa. Crecimiento en la actitud de correcta percepción (disposición a “dejar ser”, “dejar ir”, a renunciar a una actitud proactiva para desarrollar una más receptiva).
3. Explicitar la meta como la obtención de la plenitud humana: descripción de los alcances de la naturaleza humana y su potencialidad. Una antropología prospectiva.
4. Explicitación de los impedimentos para alcanzar el ideal de plenitud humana y la manera de remediarlos.
5. Discipulado como aprendizaje por modelaje mediante la convivencia con un maestro en el arte del bien vivir.
6. Madurar y mantener la libertad del corazón que se va obteniendo.
7. Vivir desde el dinamismo del amor compartido (compasión y misericordia) en armonía consigo mismo, con los semejantes, con el cosmos.
La estructura de los Ejercicios de san Ignacio sigue un esquema similar:
Principio y Fundamento (establecer el sentido y la dirección del proceso).
1ª semana: reconocer la propia situación de enfermedad (pecado) y ser sanado de ella (encuentro con el Inocente, perdón y reconciliación).
Llamamiento de Cristo: “Sígueme”.
2ª semana: discipulado, “conocimiento interno del Señor Jesús para más amarlo y mejor seguirlo”.
Proceso de elección: con Cristo y desde Él encontrar la vocación personal.
3ª semana: constatar la profundidad de nuestro Amor por Cristo acompañándolo por su pasión y muerte. Confirmación de la elección.
4ª semana: vivir la gracia de encontrarnos con el Resucitado y recibir de Él nuestra misión.
Contemplación para alcanzar Amor: constatar que vivimos insertos en el Amor infinito e incondicional de Dios.
Notamos que Ignacio no ofrece en su texto los dos primeros momentos del camino mistagógico (presentación del itinerario y rehabilitación de la percepción). Esto se debe a que él dedicaba tiempo para acompañar personalmente a quienes consideraba que podrían vivir con provecho la experiencia de Ejercicios. En ocasiones le tomaba hasta cuatro años este propedéutico que permitiera desarrollar una práctica de introspección del cultivo de la interioridad.
El libro de los Ejercicios (núm. 23) inicia con el Principio y Fundamento, es decir, aquello que debemos tener siempre delante (principio) y como base (fundamento) del actuar del cristiano (y del compañero de Jesús, desde luego). Expresa, en un lenguaje teológico propio de su época y su formación universitaria, su convicción sobre el sentido de la vida humana (alcanzar la comunión basada en el amor) y la manera de obtenerlo (amando concretamente, entregando libremente los dones que Dios nos ha confiado para verlos convertidos en vida, bendición, para los demás). A continuación transcribo el texto ignaciano autógrafo (en cursivas), seguido de una breve interpretación-actualización mía (entre paréntesis) de su significado en términos más cercanos a nuestra sensibilidad y el lenguaje teológico:
I. El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; (nuestra salvación es entrar en la vida de comunión, en la vida de/con/en Dios).
II. y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que es creado; de donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe apartarse de ellas cuanto para ello le impiden. (todo lo que somos y tenemos se puede traducir en una oportunidad para entregarnos, encarnando el amor de ágape, a la manera de Dios. Pero estos recursos a nuestra disposición también se pueden convertir en obstáculo cuando nos apegamos compulsivamente a ellos).
III. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido. De tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para que somos creados. (Para amar sana y correctamente con lo que eres y tienes, es importante mantenerse libre de todo apego, de lo que te lleva a engañarte considerando los dones que Dios te ha dado para amar, como propiedades/seguridades tuyas, al grado de preferirlos por encima de las personas).
Aquí tenemos la formulación de la antropología fundamental ignaciana. Para san Ignacio, el ser humano es creatura, y creatura de un Dios que le dio la existencia por Amor. Somos hijos de Abba, el Dios que Jesús con su vida nos revela. Dios ya nos amó y nos ama continuamente: al darnos la existencia, al sostenérnosla, al darnos todo lo que necesitamos para que podamos, desde su estilo de donación modelada en nosotros, entablar relaciones de reciprocidad con Él, con nuestros semejantes, con toda la Creación. Frente todo este amor, el ser humano responde:
I. Alabando: significa reconociendo (haciéndonos conscientes) de quién es este Dios como Padre amoroso y al mismo tiempo Creador de todo lo que existe. Hacerme consciente de que Dios crea amando. Lo alabo agradeciendo el Amor que vierte sobre nosotros.
II. Haciendo reverencia: que quiere decir acatando la voluntad de Dios, vivir en consonancia con esa voluntad (de que amemos como Él nos ama), vivir la “sinergia”, sentirse y estar guiado por un Dios que nos consta que desea lo mejor para nosotros(as).
III. Sirviendo: que es la concreción del Amor, un servicio que no es por sacar provecho, ni por obligación ni por “chamba”, sino una forma particular de vincularnos con aquel a quien servimos, amándolo, construyendo con él y por él, la comunión. Ésta es la Salvación.
Podríamos decir que el Principio y Fundamento es la introducción y al mismo tiempo el resumen del camino de los Ejercicios: ordenar nuestro afecto moviéndolo de las cosas a las personas, descubriendo que lo importante de la vida es amar construyendo comunión. La pedagogía de los Ejercicios nos conduce a no vivir dispersos(as) en lo superficial y lo contingente.
1 comentario
Se valora especialmente su reflexión, padre Alexander, cuando aquellas y aquellos que fuimos formados por jesuítas no estamos cerca de los lugares donde sirven los ignacianos. Es especialmente útil su planteamiento sobre los Ejercicios Espirituales cuando uno ha dejado la juventud y se acerca a una época donde tiene que hacer un corte de caja. Saludos