Antonio Di Benedetto: Punto y aparte
José Israel Carranza – Edición 429
Desatendido por sus pares, incomprendido por la crítica y malquerido por la historia (la dictadura argentina lo encarceló un año, lo torturó, casi lo dejó loco, y nunca supo por qué: acabó yéndose al exilio, de donde regresaría a la soledad reduplicada y a la muerte), concitó, sin embargo, una suerte de culto en torno a sus libros extrañísimos y hechizantes
“Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde”. Punto y aparte. “Tenía 33 años”. Punto y aparte. “El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad”. Punto y aparte. Quien pronuncia estas palabras es un reportero, que arriba a esta constatación al tiempo que recibe la asignación de investigar las historias detrás de las fotografías en las que se ven los cadáveres de unos suicidas —tienen los ojos abiertos, “en la boca se les ha formado una mueca de placer sombrío”—. Para el trabajo, en la agencia le imponen la colaboración de una fotógrafa, a fin de lograr un reportaje (ilustrado) que luego pueda venderse a varias revistas. Conforme van hallando los indicios que permitan conocer el sentido de esas muertes —si lo hubo—, los periodistas empiezan a atravesar los días rumbo al cuarto viernes del mes próximo. “Si no se vive no hay que aguantar que nos dejen vivir. Los demás nos dejan vivir, pero mandan cómo”. Ella le pregunta si lo haría. Si se mataría. Él no piensa en otra cosa: además, una colega de la agencia, avezada en la investigación documental, le pasa continuamente noticias, extractos e interpretaciones de autoridades filosóficas, literarias o históricas que se han ocupado del suicidio. (Bueno, él piensa además en la novia que tiene, en su madre, en su hermano, en la fotógrafa —de la que, por supuesto, va enamorándose—, en su padre).
La novela no necesitaba otro título: Los suicidas. La firma Antonio Di Benedetto, y es una de las tres piezas maestras de una obra en la que se condensaron las posibilidades más insospechadas del idioma español en la segunda mitad del siglo pasado. Lo mismo que en El silenciero y en Zama, las otras dos novelas, en Los suicidas se advierte, desde las líneas inaugurales, que será indispensable prestar una atención que muy probablemente no le hayamos dispensado nunca a nada de cuanto hemos leído: una prosa narrativa que no consiente que el lector escape de ninguna de sus palabras: que, en su recio y trabajadísimo ensamblaje, jamás —jamás— admite el lugar común, y que se ocupa de comprensiones absolutamente impensables del destino.
“Considero al hombre como hacedor de ruidos”, declara el protagonista de El silenciero: un hombre atribulado por la infestación de estruendos en que transcurre su vida (un aparato de radio lejano, un taller vecino, un autobús, el pulso de sus venas). Su voz misma, con la que va dejando el contenido registro de su combate, es una pura voluntad de acallamiento, que sólo se tolera a sí misma porque al quedar por escrito va siendo desprovista de ruido. El ruido es un alambre ardiente que le atraviesa la cabeza: “El alambre, más arriba de la sien, comienza a emitir sus señales. Lo desatiendo un rato y se ofusca, vibra, se enciende al rojo vivo, y el dolor me hace dar gritos y llorar. Estoy llorando”. Y la figura de don Diego de Zama es, quizás, la del personaje más insoportablemente solo que nadie pueda imaginarse: un funcionario de la Corona española esperando, en Asunción en el año 1790, a que su suerte cambie y pueda reanudar su vida: la lucha de un hombre que, sin ser capaz de reconocerlo —pues se lo impedirían sus nociones sobre la hombría y la honra—, lucha contra la desesperación, una fuerza mayor que la del destino que lo ancla a una circunstancia que aborrece —aunque también abraza las razones de su aborrecimiento, y de ahí sus desventuras: Zama es un hombre que se descubre afrentado no sólo porque no ha de alcanzarlo la munificencia del rey, sino sobre todo porque entiende que se le niega el derecho al amor.
Di Benedetto (Mendoza, 1922-Buenos Aires, 1986) pasó con extrema discreción por su tiempo. Desatendido por sus pares, incomprendido por la crítica y malquerido por la historia (la dictadura argentina lo encarceló un año, lo torturó, casi lo dejó loco, y nunca supo por qué: acabó yéndose al exilio, de donde regresaría a la soledad reduplicada y a la muerte), concitó sin embargo una suerte de culto en torno a sus libros extrañísimos y hechizantes, a su estilo inimitable y a la profundidad existencial de sus personajes. De un tiempo acá se lo ha ido releyendo y redescubriendo con azoro. “Espero que mis escrituras hagan su camino sosegado… que sean objeto de pacientes y razonables lecturas”, dijo en una entrevista poco antes de morir. Hacer esas lecturas supone merecer una revelación brutal. M
Algunos libros de Antonio Di Benedetto
:: Zama (Adriana Hidalgo Editora, 2004)
:: Los suicidas (Adriana Hidalgo Editora, 2004)
:: El silenciero (Adriana Hidalgo Editora, 2004)
:: Sombras nada más (Adriana Hidalgo Editora, 2008)