Al gusto
José Israel Carranza – Edición 504

Desde los orígenes históricos de la escritura ensayística, quien la ejerce se sorprende, y llega a sorprender a sus lectores, gracias a que puede ocuparse de lo que sea y como mejor le parezca
En buena medida, el antojo es el principio operativo de la escritura ensayística. Si bien la exploración puede arrancar a partir de una exigencia irresistible de la curiosidad, o bien de la urgencia de esclarecer algo que no está lo suficientemente claro, e incluso de la inconformidad mayúscula con una determinada configuración de la realidad, en el decurso de sus pesquisas el ensayista —o será más bien su prosa— depende principalmente de la posibilidad de irse por donde le dé la gana.
A diferencia de otros géneros, el ensayo, cuando quiere ser leído como se lee la literatura (y por eso no habría que ponerle ese rótulo a lo que persigue otros fines, como el trabajo académico o científico o histórico, etcétera), parece tener una principal o única responsabilidad, que es la de ser sabiamente irresponsable. Es decir: aprovechar su libertad característica, que no es otra que la libertad del pensamiento, sin preocuparse por cumplir con ninguna obligación que no esté relacionada con su cometido artístico: ni con la objetividad, ni con la búsqueda de la verdad (como no sea la verdad literaria). Desde los orígenes históricos de la escritura ensayística, quien la ejerce se sorprende, y llega a sorprender a sus lectores, gracias a que puede ocuparse de lo que sea y como mejor le parezca. “Elijo al azar mi primer argumento”, reconoció Michel de Montaigne, y también: “Varío cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que es la ignorancia”.
No tomarse en serio
No me gusta mi cuello, de Nora Ephron (Libros del Asteroide)
Afamada, en buena medida, por su trabajo como guionista (Cuando Harry conoció a Sally) y directora (Tienes un e-mail), también como ensayista Nora Ephron ha deleitado a muy amplios públicos, al grado en que se la puede considerar como una de las forjadoras de la educación sentimental de la sociedad estadounidense al menos a lo largo de dos generaciones. Este libro, en el que imperan el desparpajo y la saludable actitud que consiste en no tomarse jamás en serio, habla de los problemas mínimos y mayúsculos que suelen dar forma a lo cotidiano y frecuentemente inadvertido.
Lo inaprensible
Ensayismo, de Brian Dillon (Anagrama)
“¿Por qué dedicar mi vida adulta, en detrimento de más de una seguridad, a la composición de muchos cientos —quizá unos cuantos miles, al final— de reacciones al mundo de las cosas y los libros y las fotos y los sitios y los recuerdos? ¿Para qué sirve todo eso, exactamente?”. Es lo que se pregunta el autor en uno de los abordajes que emprende para intentar apresar algo de la sustancia y la razón de ser de la escritura de ensayos. Despliegue de ansiedades y certezas, este libro es un magnífico ejemplo de lo que ocurre cuando alguien se pone a pensar por escrito… y a pensar lo que le da la gana.
El asombro incesante
Continuación de ideas diversas, de César Aira (Jus)
Tan resuelto está César Aira a no obedecer a nada más que su propio deseo, que primero escribió este libro, y unos años más tarde el que tendría que haberlo precedido (titulado, desde luego, Ideas diversas). Densas y, paradójicamente, dispuestas con querencia por la levedad —eso debe de ser algo parecido a la sabiduría—, estas brevedades dan cuenta de una inteligencia que salta de un asunto a otro con aparente arbitrariedad, pero en el fondo con una conciencia muy clara de lo que está haciendo. Lector, novelista, ciudadano, y al cabo dueño de una vida, como se supone que lo es todo el mundo, Aira es siempre asombroso.
El arte de la miscelánea
Enciclopedia de las artes cotidianas, de Laura Sofía Rivero (Falso Azufre)
Sabedora de que la índole miscelánea de sus asuntos es la que mejor conviene a la escritura ensayística (o es al revés: de que la escritura ensayística es lo que más vale tener listo para dar cuenta del acontecer imprevisible del mundo), la autora afirma, de entrada: “Mi remanso es la pedacería, los confabularios, la disparidad de Montaigne, el cascajo de Torri, las digresiones de Szymborska. Escribir para multiplicarse”. Presentaciones de libros, vecinos, viajes, jardines, animales… Y la vida extendida ante una mirada que sabe interrogarla como muy pocos en la literatura mexicana actual: con un afinadísimo sentido de la ironía, entre otras numerosas virtudes.