Adioses de película

Adioses de película

– Edición 484

Imagen de la película «Casablanca»

Decir adiós tiene per se una carga dramática y los cineastas de todas las latitudes y todos los tiempos han encontrado la forma de incrementar la emoción con actuaciones, luces y músicas propicias.

En la historia del cine abundan los adioses. Entre padres e hijos, vivos y muertos; a un país, a una época, a una etapa del crecimiento, a un amante: el abanico de despedidas cinematográficas es tan amplio como la vida —y la muerte— misma. Desde muy temprana edad, el cinéfilo identifica que la separación es algo habitual en las historias que mira y escucha en la sala oscura. Al grado que, por manidos, los adioses pueden resultar odiosos. A menudo, sin embargo, resultan memorables, y las rememoraciones aceleran las palpitaciones e insuflan los suspiros.

Decir adiós tiene per se una carga dramática —como lo hemos podido constatar en tiempos recientes, en los que, como nunca, hemos dicho “hasta siempre” a más de un amigo— y los cineastas de todas las latitudes y todos los tiempos han encontrado la forma de incrementar la emoción con actuaciones, luces y músicas propicias. ¿Cómo olvidar el adiós a et, endulzado al son del Score de John Williams en e.t. (1982)? ¿O los abrazos de Donde viven los monstruos (2009), la bella propuesta de Spike Jonze en la que el pequeño Max crece cuando se despide de sus monstruosos amigos? Ni hablar del último beso, del goodbye y el au revoir de Antes del amanecer (1995), un adiós que es un hasta luego; o las experiencias con la muerte que al ritmo de las prodigiosas músicas de Joe Hisahishi encara el protagonista de Violines en el cielo (2008), quien trabaja en una funeraria y tiene la oportunidad de hacer los honores finales a su distante padre. Cómo no: hay adioses cinematográficos que nunca dicen adiós. Y se vale llorar.

Casablanca (1942), Michael Curtiz

Casablanca, 1941. Al café de Rick llega Ilsa. Ambos vivieron una singular historia de amor en París. La guerra los separó y ahora los reúne en la ciudad epónima. Él se ha vuelto cínico; ella es pareja de un científico en riesgo. Rick tiene un dilema: hacer caso a la razón (lo que cree correcto) o a la sinrazón (lo que siente por Ilsa). La despedida de los amantes, aquí, allá y por doquier, invariablemente deja honda huella. Aun si los recuerdos son un contrapeso —como en Casablanca—, el adiós duele; incluso si “siempre tendremos París”.

Memorias del subdesarrollo (1968), Tomás Gutiérrez Alea

La Habana, 1961. Tras el triunfo de la Revolución cubana, numerosas personas abandonan el país. Entre ellos, los padres de Sergio, su esposa, sus amigos. Él no viaja, y la cinta inicia con los adioses en el aeropuerto. Para el que se queda se abren nuevas posibilidades. Sergio vive más ligero, pero también más desorientado. Observador crítico, es testigo del adiós al viejo orden y ve con recelo el presente. Hace un diagnóstico agudo del revolucionario “mundo nuevo”, que no cuaja porque los cubanos no superan sus atavismos. Empezando por él.

Ese oscuro objeto del deseo (Cet obscur objet du désir, 1977), Luis Buñuel

Esta película representa varios adioses para Buñuel. Porque el protagonista, un hombre “en trance de envejecimiento”, se despide de forma singular de la mujer a la que deseó y que lo rechazó. No dice adiós al deseo, pero tal vez a la posbilidad de concretarlo. Es, además, la última película del cineasta. En sus memorias anota que prefiere una muerte lenta, para poder “saludar por última vez a toda la vida que hemos conocido”. Este deseo sí se concretó, y dijo adiós —a veces más de una vez— a los lugares y personas de la vida que conoció.

El viaje de Chihiro (2001), Hayao Miyazaki

Chihiro tiene 10 años. Sin buscarlo, llega a un sitio habitado por dioses maltratados, fantasmas amenazadores y brujas malignas. Sus padres se han convertido en cerdos y no pueden ayudarla. Para sobrevivir, trabaja como afanadora. Pronto conoce a Haku e inicia una linda y poco convencional historia de amor, como las que habitan el cine de Miyazaki. Chihiro dice adiós a la niña berrinchuda y egoísta que fue; crece y ve por los otros. Pero su futuro no está ahí, por lo que la despedida del joven amado es ineludible. E inolvidable.

Adiós a Lenin (Good Bye Lenin!, 2003),Wolfgang Becker

Berlín, 1990. El muro ha caído y, con él, Alemania Democrática. El joven Alex se empeña en conservar el mundo como fue. Se resiste a dar el adiós a Lenin… y a su madre, quien ama a su país estuvo en coma por más de un año y para quien el shock del nuevo statu quo puede ser fatal. Así, Alex mantiene la puesta en escena del pasado y le hace creer a su madre que nada ha sucedido. Becker muestra cómo algunos apegos son vitales, mientras sigue una verdadera historia de amor filial. De esas que no abundan; tampoco en el cine.

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