¿A dónde te fuiste, independencia?
Juan Pablo Gil – Edición 489
El sufrimiento que vive la gente por la violencia que azota a México, enquistada por varios sexenios, nos hace preguntarnos de nuevo por el paradero de nuestra independencia
Los jesuitas de México estamos celebrando 450 años de la llegada de los primeros compañeros a Nueva España. Enviados por el general san Francisco de Borja, SJ, y comandados por el padre Pedro Sánchez, SJ, un grupo poco mayor a una docena de jesuitas llegó a estas tierras “bajo la bandera de la Cruz para atender a la defensa y propagación de la fe y al provecho de las almas en la vida y en la doctrina cristiana”.
En su quehacer apostólico durante el virreinato la Compañía de Jesús fundó obras educativas para clases sociales altas, es decir, para los futuros responsables de dirigir el bienestar de la nación; al mismo tiempo, atendía con la misma calidad y rigor educativo a los estratos sociales menos favorecidos, en materias como Artes, Botánica, Física o Religión. La arquitectura de esos colegios novohispanos se conserva, y éstos son, hoy en día, recintos gubernamentales, rectorías universitarias, bibliotecas o sedes culturales en Ciudad de México, Querétaro, Morelia, Guanajuato o Mérida.
Las misiones son el otro brazo apostólico de los jesuitas. En tierras inhóspitas como la desértica Pimería, entre los territorios que hoy son Sonora y Arizona; con indígenas en el Valle del Yaqui y el Valle del Mayo; y, con riesgo de perder la vida, en la mítica e idealizada California de Hernán Cortés. La sierra Tarahumara, a su vez, ha sido desde entonces una bella estación misional. Juan María Salvatierra, Ádamo Gilg, Andrés Pérez de Rivas o Francisco Glandorff son jesuitas registrados en la historia de lo que serán nacientes ciudades mexicanas.
Es conocida la amistad entre Carlos de Sigüenza y Góngora y sor Juana Inés de la Cruz con el jesuita Eusebio Kino; las cartas que se escribían iban de los debates astronómicos a los sonetos literarios. De la biblioteca de don Carlos, donada a la formación jesuítica, se benefició Francisco Javier Clavigero, SJ. Él, junto con los jesuitas Rafael Campoy y Francisco Xavier Alegre, cimentó las bases del pensamiento independentista que posteriormente ejecutaría, ya expulsada la Compañía de Jesús de Nueva España, Miguel Hidalgo y Costilla.
Tender puentes entre realidades aparentemente irreconciliables es una característica de nuestro carisma: educación y misión, ciencia y religión, contemplación y acción. La labor “bajo la bandera de la Cruz” sigue presente hoy en nuestras universidades, en la defensa de los derechos humanos, en la difusión de la espiritualidad, en la atención a migrantes y refugiados, en desarrollos productivos y culturales en parroquias campesinas e indígenas.
El servicio de la fe y la promoción de la justicia han llevado a varios hermanos nuestros a recibir el martirio, desde la antigua Guadiana y el gran Nayar, hasta el grito del padre Pro en la Cristiada del siglo XX. El reciente asesinato en Cerocahui de los padres Javier Campos, SJ, y Joaquín Mora, SJ, nos anima a seguir tendiendo puentes, y el sufrimiento que vive la gente por la violencia que azota a México, enquistada por varios sexenios, nos hace preguntarnos de nuevo por el paradero de nuestra independencia. ·
1 comentario
Se a perdido nuestra libertad si alzamos la voz en nuestro está nos mandan la ley garrote el gobierno pone y dispone de las leyes a su conveniencia