El campo de batalla de las madres
Fue en Kenia, mientras cumplía con un encargo que consistía en fotografiar a madres masái con sus hijos, donde recordé la fuerza de lo familiar y lo mundano.
Había pasado la mayor parte de los últimos 20 años trabajando como periodista, fotografiándolo todo, desde batallas callejeras en Cisjordania y Gaza, hasta encuentros de líderes mundiales. En China y en India documenté cambios tremendos que me parecía que valía la pena fotografiar.
Pero, luego de un par de semanas en Kenia, entre paisajes agrestes y familias ganaderas cuyas vidas aún se desarrollan con ritmos antiguos, empecé a preguntarme acerca de mis propias actitudes. ¿Por qué pensaba que valía la pena documentar a esas madres, en ese ambiente diferente y exótico? ¿Por qué pensaba que la maternidad en mi propio mundo carecía de ese brillo? ¿Por qué lo lejano es más valioso para una fotógrafa que el mundo a su alrededor?
Y me di cuenta de que había soslayado la profunda y compleja historia que ocurría justo a mi lado: las carreras para llegar a tiempo a la escuela, los viajes a la tienda, las clases de natación y las incontables fiestas de cumpleaños y excursiones.
El mundo en el que navego todos los días con mis dos hijos pequeños.
Cada dos días nos detenemos en el supermercado y hay que batallar para que los niños se suban al carrito. ¿Esto debería quedar en el olvido? ¿Vale la pena fotografiarlo?
Mientras caminamos por los pasillos, veo mis opciones: ¿Shreddies? ¿Cheerios? ¿La marca de la tienda, que es más barata? Los gritos de los hermanos que se jalonean y toman todo lo que pueden de los estantes perturban mis pensamientos. Para mi sorpresa, Ben no elige Monster Puffs sino una caja enorme de Weetabix. “¡Ésta, mamá!”, insiste.
Niños y madres habitan un mundo extraño que, hasta hace pocos años, desconocía por completo. Ni siquiera cuando era niña sabía de su existencia. Hoy, mis días transcurren entre stormtroopers que patrullan los corredores. Mis tardes se agotan entre la cena y la hora del baño y el cuento antes de ir a la cama y los berrinches y mucho más. Ésta es mi nueva normalidad, y tomar fotografías me hace detenerme y mirar.
Una de las partes más importantes de este proyecto ha sido la oportunidad que me ha dado de reevaluar mi papel como “ama de casa”. Una amiga, la fotógrafa Natalie Behring, con quien cubrí la segunda Intifada palestina y los Juegos Olímpicos de 2008 en Pekín, me aconsejó hace mucho documentar las vidas de mis hijos. Asentí, sin intención de hacerle caso. Estaba exhausta por el maratón cotidiano de la maternidad, y amamantar diez veces al día hacía que fotografiar lo que sucedía en casa no fuera una prioridad.
Ahora pienso en los momentos que se han ido: los nacimientos, los primeros años. El viaje en ambulancia que tuvimos que hacer a mitad de la noche cuando Joe dejó de respirar y se desmayó. Había visto cantidad de bebés muertos en zonas de guerra y los había fotografiado; pero cuando mi propio hijo se puso blanco, los labios azules, el cuerpo exangüe, y pensé que había muerto, tomé el teléfono y pedí una ambulancia en lugar de tomar la cámara. Cuando los paramédicos llegaron, Joe estaba bien, aunque insistieron en llevarlo al hospital para asegurarse.
La fotografía y la maternidad brindan lecciones acerca de las pérdidas. Como fotógrafa, están las pérdidas de muchos momentos que no alcanzaste a capturar. Como madre, está la pérdida del espacio personal, de la modestia, de la identidad.
Este proyecto me ha hecho encontrar fotografías donde antes no habría pensado que las hubiera. Me ha permitido ver la universalidad de mi vida y cómo se refleja en muchas otras vidas. Tomo una fotografía de las huellas que Ben deja con su mano en el vidrio de la ventana, a contraluz con el sol del atardecer, y otra madre me habla de su propia vida, sus propias decisiones, las huellas de las manos de sus propios hijos.
A lo largo de los años en que corrí tras guerras y cumbres internacionales, pensaba que mi trabajo era personal, que mis fotografías expresaban mi punto de vista; pero siempre estaba distante de lo que sucedía a mi alrededor.
Hoy, lo personal es obvio y no hay necesidad de reclamar objetividad periodística. He aquí mis frustraciones, mis alegrías y mis inseguridades respecto a las elecciones que he hecho como periodista y como madre. He aquí el drama, la belleza y el humor de mi propia vida. m.