Las películas deben cambiar el mundo
Hugo Hernández – Edición 478
No son abundantes, pero es posible mencionar al menos un puñado de películas que ambicionan y consiguen una verdadera metamorfosis en el mundo que las concibió o en los espectadores que las vieron. El arte cumple así la función que Oppenheimer y otros consideran que debe tener
Joshua Oppenheimer, realizador del polémico documental The Act of Killing (2012), sostiene que “las películas deben cambiar el mundo en por lo menos algunas maneras, o no vale la pena hacerlas”. Pero, ¿puede el cine cambiar realmente el mundo? Krzysztof Piesiewicz, coguionista de No matarás (1988), y los hermanos Dardenne, autores de Rosetta (1999), dirían que no… a pesar de haber concebido películas que impulsaron cambios sociales. (U2 se sumaría al coro con “God Part ii”: “No creo que el rock ‘n’ roll pueda realmente cambiar el mundo”.)
Sin embargo, es posible registrar momentos y productos en los que el cine no sólo ha cambiado la forma en que el espectador ve su realidad, sino que ha impulsado cambios puntuales en ella, sin tener necesariamente una agenda oportuna (u oportunista, como sucede en la actualidad —y sucederá con mayor frecuencia en el futuro—, pues es el cine el que cambia, y con una acomodaticia laxitud se sujeta a las directrices de la corrección política).
No son abundantes, pero es posible mencionar al menos un puñado de películas que ambicionan y consiguen una verdadera metamorfosis en el mundo que las concibió o en los espectadores que las vieron. El arte cumple así la función que Oppenheimer y otros consideran que debe tener: ser un microscopio o un prisma que nos confronta con los aspectos “más misteriosos y dolorosos” de lo que somos. Detona así conversaciones impensables antes de esa metamorfosis, y sería como el chico de “las ropas nuevas del emperador” al señalar lo que todos perciben, pero no se animan a abordar.
Tiburón (Jaws, 1975), Steven Spielberg
Por medio de películas amenas y taquilleras, populares, Spielberg influyó en la forma en la que vemos el espacio (Encuentros cercanos del tercer tipo, e.t.) y la historia (Rescatando al soldado Ryan, La lista de Schindler). Con Tiburón, en la que da cuenta de las víctimas que va dejando un hambriento tiburón, cambió la forma en la que la humanidad se acercó al mar (acaso más que el infatigable Jacques Cousteau): el mar seguía siendo el mismo, pero parecía más peligroso… y se convirtió en terreno del terror.
No matarás (Krótki film o zabijaniu, 1988), Krzysztof Kieslowski
Los destinos de un taxista odioso, un joven idem y un abogado bienintencionado se cruzan cuando el segundo asesina al primero, y el abogado debe defenderlo. Kieslowski concibe una película cruda, asfixiante y opresiva, que sacude e incomoda al que la ve, hoy como ayer. “No creo que el cine pueda influir en la vida”, señala Krzysztof Piesiewicz, quien comparte la autoría del guion con el realizador. No obstante, pocos meses después de su estreno (y de ganar el Gran Premio del Jurado en Cannes), Polonia abolió la pena de muerte.
Rosetta (1999), Jean-Pierre y Luc Dardenne
A sus escasos 18 años, los problemas en la vida de Rosetta se multiplican: pierde el trabajo y debe hacerse cargo de su alcohólica madre. Poco después de que la cinta obtuvo la Palma de Oro en Cannes, Bélgica promulgó una ley laboral que protege a los jóvenes, llamada Plan Rosetta. Jean-Pierre afirma que el ministro aprovechó el premio para la designación del plan; Luc añade: “Siempre esperamos que nuestras películas le hablarán a la gente, que la afectarán, pero nunca esperamos cambiar al mundo”. Y, sin embargo, lo cambian.
Avatar (2009), James Cameron
Para apoderarse de la riqueza de Pandora, los humanos utilizan avatares, seres creados a imagen de los locales, pero manipulados por mentes militares. Cameron entrega una cinta fascinante en lo formal (eleva los estándares del 3d, que no fue el mismo después de esta cinta) y lo sustancial (Avatar invita a vivir con el otro, a vivir desde el otro; ha impulsado la gesta ecologista, y lo seguirá haciendo en las cuatro secuelas que vienen). Para el espectador, el cine y la naturaleza —la realidad— no vuelven a ser como eran.
The Act of Killing (2012), Joshua Oppenheimer
Oppenheimer recoge los testimonios de los verdugos que a mediados de los años sesenta estuvieron involucrados en “la purga comunista” indonesia, por la que murió entre medio millón y un millón de personas. En pantalla, los matones se pavonean y recrean las atrocidades que cometieron. En Indonesia, este documental ha cambiado la forma en la que se ven el pasado y el presente. El espectador de otras latitudes tampoco sale indemne de la proyección: constata la inagotable capacidad humana para la abyección y la fuerza del cine como espejo.