Experimentar la nación desde el espíritu
Luis Orlando Pérez Jiménez – Edición 471
En 2014, en la clase de Derecho Nuestro, intentamos responder qué significado tiene la palabra nación. Para construir una definición que hablara de nosotros, propuse recorrer las siguientes coordenadas: lengua, territorio, religión y el proceso histórico de cada uno de sus pueblos desde una perspectiva espiritual. Llamo espiritual al estilo de vida que abarca creencias, actitudes, comportamientos, relaciones y estructuras, así como las fuentes que alimentan dicha forma de vida.
¿Qué aprendimos? Una primera respuesta fue asumir que hablar de la lengua nos abría la ventana de la pluralidad y la diversidad de sonidos para hacer presente el mundo de cada quien. La razón era que en aquella aula, de arquitectura local, estábamos personas que habíamos crecido con distintas lenguas maternas: ombeayiüts, ayuuk, zapoteco, mixteco, náhuatl y castellano. Si bien todas éramos bilingües, en ocasiones algunas ideas sólo podían ser dichas en lengua materna porque el sonido muestra los afectos.
De esta forma, comenzamos a asumir que no podíamos hablar en singular del concepto nación, sino en plural, naciones, porque no es lo mismo aprender a ver, nombrar y experimentar el cielo estrellado en el territorio mixe, que contemplar la luna desde la ribera del mar en territorio ikoot. La experiencia cala en el espíritu de manera distinta y, en ese sentido, la nación es también sinónimo de formas diversas de asir la vida.
Asimismo, nos dimos cuenta de que hablar de territorio es sinónimo de narrar lo que significa subir su cerro, nadar en su lago, descansar a la orilla del río o sentir la brisa del mar, según sea el caso. En este sentido, con el territorio se establecen formas distintas de relación. A su vez, el territorio tiene un sabor específico, pues en esa tierra concreta se pueden sembrar semillas tales que dan posibilidades de crear una gastronomía que anuncia con aromas y texturas lo que ese territorio es.
Una segunda respuesta la encontramos al hablar de su religión, la cual nos llevó a la experiencia de la fiesta, el lugar donde las relaciones humanas pueden renacer. La fiesta es uno de los espacios en donde las condiciones están dadas para poder hablar con las personas con quienes nos distanciamos. También, puede ser el momento para comenzar a ampliar la familia: nuevos compadres y ahijados tocarán a la puerta y otras casas se volverán posada.
Finalmente, cuando hablamos del proceso histórico local, queda al descubierto la historia de amor comunal que narra los encuentros y desencuentros colectivos. Por eso pensamos que la nación va más allá de himnos ad hoc que buscan crear una identidad nacional. La nación no es creada, la nación primero se carga en la espalda y se padece, por eso duele y congrega. Qué difícil es entender esto cuando no se ha experimentado una nación desde el espíritu, cuando lo mismo da vivir en aquella tierra que en ésta, sin que se haya sembrado el corazón en ninguna parte..