HISTORIAS REDONDAS 4
Eduardo Quijano – Edición
Mañana sin mañana. El día D para la selección de Javier Aguirre pudiera ser el principio del fin de la aventura africana. No es el Tri un equipo impresentable, sofocado por la inexperiencia como los bafana bafana. Muchos claman a los cuatro vientos, que se trata de la mejor generación de futbolistas de muchos años. Su pequeñez es distinta: la de un alborotador peter pan de las canchas en el país de nunca jamás cuya modestia provoca más temores que ilusiones.
Una vez más, inmejorable ocasión con los ojos de la afición mundial y de la nación entera puestos en su desempeño. No pareciera necesitar mucho: basta y sobra una actuación a la altura de sus capacidades, una presentación sustantiva de su crecimiento. En la otra cara de la moneda están la dudas y flaquezas, el incómodo el laberinto del juego inicial frente el anfitrión para un seleccionado al que tantas veces han descarrilado las miradas cortas, la falta de audacia, puntería y filo. Sabemos demasiado bien lo que ocurre cuando toda la apuesta se pone en la canasta de la garra, cuando son la fe y adrenalina los que corretean al rival.
Los años lo han puesto en claro: aquí, en el escenario de las batallas mayores, lo esencial es pensar con el balón en los pies. En el fondo, adentro y afuera, la confianza en los tricolores enfundados de negro, se basa en la mitología de la suerte y los heroísmos individuales. ¿Valen? Ojalá que aparezcan y sean suficientes.
Nunca como ahora debutar ganando es condición de sobrevivencia. De otra forma, qué amargo trayecto el que sigue.