LOS ENAMORAMIENTOS
Eduardo Quijano – Edición
Quien lo dijo, acertó: los mejores amigos, los más fieles cómplices de Javier Marías, somos sus lectores. Ayer, con mi corazón culé algo más que machacado, lo imaginé con su aire impertinente sonriendo por el triunfo del Real Madrid en la Copa del Rey, pero también apático por el fútbol de los merengues, indignado con el entrenador y por la actuación de los árbitros. Lo imaginé escribiendo el próximo artículo de la Zona fantasma en El País Semanal. Lo imaginé rey en el Reino de Redonda, la pequeña isla deshabitada en el Mar de las Antillas, aquella en la que Glasworthy, un escritor aventurero, se proclamó rey hacia fines del siglo XIX, y cuyo título, a través de surreales y complejas sucesiones, heredó Marías.
Dos días leyendo Los enamoramientos, su más reciente novela han sido suficientes para renovar mi admiración por Marías, seguramente el mejor novelista en nuestro idioma. Desde Los dominios del lobo (1973), El hombre sentimental (1986), Todas las almas (1989), Corazón tan blanco (1992), Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Negra espalda del tiempo (1998) y Tu rostro mañana (publicada en tres tomos: Fiebre y lanza, 2002, Baile y sueño, 2004 y Veneno y sombra y adiós, 2007) Marías ha entregado una obra literaria profunda y apasionante sobre las tribulaciones de la vida y el mundo de los hombres. Es decir, su literatura puede bien nombrarse como una gran sinfonía de nuestras historias, su música refiere lo que nos ocurre a todos nosotros.
Coincido con la descripción de Claudio Magris: “Marías es un poeta de lo grande y de lo mínimo, de la historia y de los matices del corazón, de las pasiones, intrigas, aventuras, del misterio, de los objetos y fantasmas. A menudo enfoca en cámara lenta la existencia en escenas amplificadas, para después difuminar esa existencia en una sombra humanísima y protectora”.
Los enamoramientos es, como casi todas sus novelas, una experiencia hipnótica de provocación del sentido . Nos enfrenta a retadoras especulaciones, invenciones y reflexiones que trascienden la mera intriga sobre el lado oscuro de enamorarse. En los muchos planos de un potente tejido narrativo que va de lo cínico a lo sombrío, de lo lúdico a lo ético, se abordan los celos, el amor y la envidia, la amistad, el deseo, las relaciones de pareja, el azar y la memoria, la creación, la culpa y la muerte. El espejo y la escritura, el creador y la lupa a la intimidad.
Como invitación a leer Los enamoramientos, no me quedo con las ganas de compartir este soberbio fragmento:
Sí, todos somos remedos de gente que casi nunca hemos conocido, gente que no se acercó o pasó de largo en la vida de quienes ahora queremos, o que sí se detuvo pero se cansó al cabo del tiempo y desapareció sin dejar rastro o sólo la polvareda de los pies que van huyendo, o que se les murió a esos que amamos causándoles mortal herida que casi siempre acaba cerrándose. No podemos pretender ser los primeros, o los preferidos, sólo somos lo que está disponible, los restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es con eso poco noble con lo que se erigen los más grandes amores y se fundan las mejores familias, de eso provenimos todos, producto de la casualidad y el conformismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos, y aun así daríamos cualquier cosa a veces por seguir junto a quien rescatamos un día de un desván o una almoneda, o nos tocó en suerte a los naipes o nos recogió de los desperdicios; inverosímilmente logramos convencernos de nuestros azarosos enamoramientos, y son muchos los que creen ver la mano del destino en lo que no es más que una rifa de pueblo cuando ya agoniza el verano…