Celebraciones
Eduardo Quijano – Edición
Francisco Toledo: La Nopalera
NO amo a mi patria
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
José Emilio Pacheco
No a la celebración de los medios, que ruidosamente promueven vulgares festejos a la Patria envueltos en rancio nacionalismo. No al ostentoso despliegue de una celebración oficial vacía, indigno y costoso maquillaje para un pueblo con el agua al cuello y el corazón apachurrado de miedo. No a la reiteración de una mexicanidad efímera, desmemoriada, que agita banderas y truena cuetes frente a las inacabables atrocidades de la historia de cada día. Cuánta confusión para conmemorar un pasado sin presente, cuánta ceguera para mirar, más allá de la sangre y la dolorosa inequidad, a la sociedad que hemos construido. Priva el altanero autodesprecio que pareciera condenarnos a la corrupción eterna, a la estupidez o a la impotencia.
Esto somos repiten el eco mediático y los aguzados críticos (leer el espléndido artículo de Roger Bartra: Poder, intelectuales y opinadores), miremos la ominosa crisis, el patético desempeño de la clase política, la crueldad del crimen organizado, miremos nuestra indefensión . Pero el espejo, con su innegable realismo, ya no basta. Jesús Silva Herzog Márquez lo explica de manera contundente: A falta de relato que ponga las cosas en su sitio, a falta de una historia que explique génesis y transformación de nuestra crisis y que explique el propósito y el alcance de la política gubernamental, impera el caos de imágenes que nos bombardean los medios. Nos salpica una violencia sin sentido que aparece por todas partes. Impera la inmediatez del periodismo. No aparece por ningún lado el faro de la política. Un gobierno sin narrativa no hace política. Por más que actúe, por más que hable es incapaz de proveer sentido a las circunstancias y dirección a sus acciones.
México 2010: el mismo territorio donde la inequidad y la injusticia privan, da abrigo a millones que no matan, roban, ni engañan, tampoco quieren seguir igual, son millones que trabajan, crean, piensan,- pese a todo cantan, sueñan, tienen hijos, hacen la vida sin ninguna reserva de esperanza- A ése país violento, desunido, nada cuesta nombrarlo El Infierno, como si el lastimoso recuento de miserias y lacras lavara la responsabilidad de cada uno en la persistencia de lo que padecemos. Como si ante la indignante barbarie bastara con amplificar sus saldos. para conjurarlos.
¿Qué nombramos con eso, qué futuro anunciamos al decir que éste es el peor momento de nuestra historia y que no tenemos más que balas y muerte? Me parece que ya casi nada. La nación no existe. En ese discurso no está el país que queremos –y podemos- construir, tampoco las muchas, asequibles y complejas tareas comunes que reclaman otro entendimiento de lo que somos. No, entonces, a quienes dicen que no hay nada que celebrar, como si la rabiosa bravuconada perfilara los términos del diálogo. Elijo, a cambio nombrar a la patria minúscula y larga, a la patria cotidiana en sus fragmentos, esa patria monstruosa, tensa y fascinante que habito y me subyuga, con admiraciones profundas y arraigos sentimentales, la que nos pertenece, con sus voces, tentaciones, ciudades, bebidas, novelas, parajes, poemas, comida, recuerdos, teatro, seres. . Son otras celebraciones de México.
I. VOCES: De evocación, sensualidad y arraigo