“Cuando un escritor se coloca en primer plano se rompe el encantamiento”: Entrevista con Enrique Serna
Víctor Ortiz Partida – Edición
El reconocimiento a la obra literaria creada por Enrique Serna a partir de la década de los ochenta ha sido constante. Sus novelas, cuentos, ensayos y crónicas han sido leídas con gusto tanto por la crítica especializada en literatura, como por los lectores comunes. La descripción de su primera novela, Señorita México (1986), bien puede aplicarse a los títulos que desde entonces han ido apareciendo: “es una sátira cruel y conmovedora donde el humor negro está teñido de melancolía”. Lo que se dice de Uno soñaba que era rey (1989) también ayuda a ver las características de la escritura de este autor: “una novela que se lee con horror y fascinación por la sorprendente variedad de recursos que Enrique Serna despliega para narrar y reírse de lo narrado”.
La sátira y el humor, la indagación personalísima en la realidad (cotidiana e histórica) por medio del lenguaje literario son características presentes en cada uno de los títulos de este escritor mexicano que logra, gracias a esto, que sus libros no se puedan dejar a media lectura: el que se adentra en sus páginas queda atrapado por un tejido narrativo original y fascinante, ya sea la historia del niño al que Picasso le tatuó un minotauro en el pecho, las aventuras de una beata embaucadora en la Nueva España o el recuerdo de la seducción del joven Germán Lugo por el dramaturgo lagartón Mauro Llamas.
Enrique Serna nació en la ciudad de México en 1959, estudió Letras Hispánicas en la UNAM, pero no siguió estudiando la maestría en Literatura porque le fastidió la sobrecarga de teoría literaria que hay en los cursos de posgrado, y sintió que prefería dedicarse de lleno a la creación literaria, como reconoce en la siguiente entrevista, en la que, principalmente, cuenta las vicisitudes del oficio de escritor en su caso muy particular. La plática con Serna se realizó antes de su participación en el Festival Cultural Universitario ITESO 2010, en el contexto del proyecto Aula Abierta, el 12 de febrero pasado.
Llama la atención que en la biografía que aparece en uno de tus libros, diga: “Antes de poder dedicarse de lleno a la literatura fue redactor publicitario, argumentista de telenovelas y biógrafo de ídolos populares”. ¿Qué significa dedicarse de lleno a la literatura?, ¿cómo se llega ahí?, ¿en tú caso ha sido difícil?
Me pude dedicar de lleno a la literatura más o menos a partir de los cuarenta años, porque antes tuve que hacer muchos trabajos de supervivencia que estaban vinculados indirectamente con la escritura. El trabajo de redactor publicictario o el de argumentista de telenovelas tiene mucho que ver con la literatura, la verdad es que hasta cierto punto me sirvieron como aprendizaje, por ejemplo: las frases publicitarias son como epigramas, te obligan a desarrollar el poder de síntesis, y en el caso de las intrigas telenoveleras, te ayudan a saber manejar el suspenso, a estructurar bien una trama; claro que la telenovela es un género con muchas limitaciones impuestas por la mercadotecnia, pero en el sentido de la armazón folletinesca es algo que sí me enseñó mucho y que luego he aprovechado en algunas de mis novelas, concretamente en Ángeles del abismo, que tiene esa estructura.
¿Cómo describirías esa estructura?
Es una mezcla entre varios géneros: la novela picaresca, la comedia de enredos y el folletín.
En cuanto al medio publicitario: en algún momento fue un cliche decir que el escritor tenía que pasar por el medio publicitario. Está el caso de Fernando del Paso, García Márquez, Álvaro Mutis. ¿Pasar por el medio publicitario te marca?, ¿es un rito de pasaje?
Para mí fue muy importante porque en la agencia donde yo trabajaba, Procinemex, especializada en películas mexicanas, tuve la suerte de que hubiera un grupo de escritores, entre ellos el poeta Francisco Hernández y el dramaturgo Carlos Olmos, que tenían una tertulia permanente, en la que se discutía de literatura, de cine, algo de política, y ese fue mi taller literario, el primero al que asistí y el único, con gente a la cual le aprendí mucho, porque yo era mucho más joven que ellos, yo llegaba a escuchar y luego a buscar los libros que se recomendaban en esas pláticas.
También fuiste “biógrafo de ídolos populares”, cuando ya habían salido algunos de tus libros.
Sí, escribí una biografía de Jorge Negrete y también trabajé como ghost writer de María Félix, en su biografía Todas mis guerras. A principios de los noventa.
¿Firmaste alguna telenovela como autor o siempre fuiste colaborador?
Yo siempre fui argumentista en colaboración con Carlos Olmos, él escribió los libretos, tenía el trabajo más pesado y el crédito más importante. La más famosa de las que hicimos fue Cuna de lobos, las otras no tuvieron tanto éxito: La sombra del otro, En carne propia, Sin pecado concebido. Es una espinita que tengo clavada porque a mí me gustaría mucho escribir una telenovela, pero se ha cerrado tanto el medio de la televisión, está lleno de mafias de gente mediocre, y veo muy difícil que tenga una oportunidad así.
Carlos Olmos era dramaturgo.
Muy buen dramaturgo. Edité su Teatro completo en el Fondo de Cultura Económica, que salió hace unos años. Lo que pasa mucho en México con los dramaturgos es que después de muertos ya nadie se acuerda de ellos, pero Carlos tiene por lo menos tres o cuatro obras que van a perdurar.
¿Cuál fue la primera novela que escribiste cuando ya te dedicabas solamente a escribir?
A partir de El seductor de la patria. Tuve más tiempo para emprender investigaciones largas, para escribir las novelas históricas El seductor de la patria y Ángeles del abismo.
En cuanto a las editoriales, ¿a ti cómo te ha ido en el caso de tener una novela y proponérsela a un editor?
Al principio fue muy difícil para mí porque no tenía ningún conocimiento del medio literario y aparte, yo, por tener un carácter un poco hosco y proclive a la soledad, no me relacionaba con nadie del medio literario, entonces llegué a tener dos novelas guardadas en el cajón durante tres años, mis dos primeras novelas Señorita México y Uno soñaba que era rey. Por fortuna tuve la oportunidad de empezar a colaborar en el suplemento Sábado de Unomasuno, que dirigió Huberto Batis, el único editor de suplementos que les permitía libertad y les daba espacio a los jóvenes. Gracias a Huberto empecé a darme a conocer, a tener un pequeño núcleo de lectores, y eso me facilitó poder encontrar un editor para mis novelas.
¿Cómo fue en ese momento la respuesta a tu literatura?
Tuve muchas reseñas y una respuesta del público bastante mejor de lo que yo me esperaba. Logré que se reeditaran las dos en unos dos años. Yo tenía una idea un poco equivocada de lo que era el tiraje de un suplemento; cuando comencé a escribir estaba muy emocionado, pensaba que medio México me iba a leer y luego me di cuenta de que realmente el público es muy minoritario, y que toda la vida literaria pasa como en una familia bastante cerrada, cosa que es muy desalentadora, realmente.
Estudiaste letras, y después comenzaste a escribir y a publicar. ¿Esa formación en letras te sirvió para hacer tu obra literaria?
En las facultades de letras no te enseñan a ser escritor, no hay la licenciatura en escritura creativa, aunque creo que ahora sí ya las hay, en Estados Unidos, por ejemplo; pero la licenciatura en Letras me ayudó a mí por lo menos a sistematizar mis lecturas, me hizo descubir la poesía; antes de entrar no era buen lector de poesía, ahí me hice; me hizo descubrir la poesía del siglo de oro, que fue un gran deslumbramiento, de hecho escribí mi tesis sobre un poeta novohispano, Luis Sandoval Zapata, a quien luego usé como personaje en Ángeles del abismo. De modo que para mí sí fue muy importante la carrera. Ya no continué después porque tuve una decepción cuando estaba haciendo una maestría en Bryn Mawr College, en Pennsylvania, me fastidió la sobrecarga de teoría literaria que hay en los cursos de posgrado, y sentí que prefería dedicarme ya a la creación literaria, aunque eso significara perder la oportunidad que dan las carreras académicas de viajar, tener becas, que no es nada desdeñable.
¿Esa universidad tiene mucho prestigio?
Es una universidad femenina. Curiosamente, en una famosa película con Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis, del gran director Billy Wilder, Some like it hot, que en español se llamó Una Eva y dos Adanes, cuando ellos se disfrazan de mujeres dicen que son señoritas que estuvieron en Bryn Mawr College —ahí donde yo estuve— porque era un colegio para niñas ricas.
¿Y cómo entraste tú, si no eras señorita…?
Ni señorita ni rica… Porque me dieron una beca. En posgrado era mixta, hasta licenciatura era sólo de mujeres. Y entonces era una de las universidades de la Ivy League con unos edificios parecidos a los de Harvard, de estilo neogótico, en medio de unos bosques preciosos. Estaba en pleno surgimiento de los movimientos de corrección política. Había un 80 por ciento de lesbianas en el campus, feministas muy recalcitrantes. A mí me dieron una beca para hacer la maestría en letras hispánicas, pero solamente duré un semestre. Sentía que por ese camino iba a escribir ensayos que únicamente iban a ser leídos por especialistas. Eso no me atraía demasiado, además coincidió con que comencé a escribir en Sábado, y al tener esa tribuna, al sentir que ya mis artículos provocaban respuestas, reacciones, me di cuenta de que ese era mi camino. Fue una buena época para mí, entre 1985 y 1990, porque escribí ensayos y crónicas para el suplemento y paralelamente los cuentos de mi libro Amores de segunda mano; luego esos ensayos formaron parte de mi libro Las caricaturas me hacen llorar. Era una época de muchos descubrimientos, de mucha golfería; muy placentero fue ese momento de mi vida.
Entonces no reflexionaste sobre la vida que se dan los doctores en letras que viajan por el mundo y escriben libros que en algunos casos pueden ser interesantes, pero que en general son muy aburridos y se quedan arrumbados en bibliotecas especializadas.
Es que yo creo que la meritocracia universitaria fomenta mucho la mediocridad. Muchos de los que llegan a doctorados y postdoctorados son los más pacientes, los más macheteros. Desde luego que hay casos de académicos muy talentosos, incluso en la creación literaria, pero creo que son garbanzos de a libra.
¿Después de esta etapa muy exitosa con la publicación de tus primeros libros, qué pasó con tu escritura? ¿Cambió tu punto de vista?
El cambio de mi punto de vista vino a partir de Amores de segunda mano, porque Uno soñaba que era rey es una novela que yo escribí a los 25 años, cuando era un joven rebelde que estaba indignado por la injusticia social y por la zafiedad de la burguesía mexicana. Es el punto de vista de un joven que trata de dinamitar un orden social podrido. La escribí en una época en la que yo no tenía acceso a ninguna tribuna periodística, de modo que mi novela era el único espacio en el que yo podía actuar como francotirador. Es una novela muy experimental, en la que, por ejemplo, en el primer capítulo, traté de hacer una síntesis entre la poesía barroca del siglo de oro, que era lo que yo venía de estudiar en la universidad, y el habla de los chavos banda, que también es bastante barroca y metafórica, porque es un habla que está creada precisamente para ocultarse de los demás, los marginados no quieren que se pueda descifrar fácilmente lo que dicen. Traté de hacer esa síntesis sobre todo en el primero y último capítulos de la novela. Es una novela en la que los personajes son resultado de su condicionamiento socioeconómico. Más adelante, a partir de Amores de segunda mano, cambió mi enfoque, mi visión de mundo, quizá mi dogmatismo político también. Entonces empecé a tratar de ver a los personajes desde adentro, a tratar de hacer estudios de carácter más complejos, y creo que eso enriqueció bastante mi literatura. También cambié en el estilo: en Uno soñaba que era rey, el autor se hace constantemente presente por el lenguaje, porque está sobrecargado de metáforas, etcétera, tanto, que diez años después de su publicación, la reescribí completamente, y la publiqué en una versión corregida, que es la que circula actualmente. Por fortuna ya ha circulado más la versión corregida que la primera versión. A partir de los 40 años, cuando entré en mi etapa de madurez, ya no quise mostrarme tanto en la narración, sino más bien ocultarme detrás de ella. Creo que cuando un escritor se está colocando en primer plano rompe la convención, el encantamiento que puede hacer con su lector. Por eso ahora he tratado que mi lenguaje sea un poco más neutro, desaparecer, lo cual implica un dominio del estilo más complejo todavía.
Para llegar a esa sencillez se necesita más trabajo.
Más trabajo de depuración, tratar de lograr transparencia verbal, de encontrar la palabra justa, y hacia allá he ido evolucionando.
En cuanto a conectar a los lectores, además de lo estético, ¿pensaste en el mercado? ¿Los editores pensaron en el acceso a un mayor público al publicar tu obra,?
Obviamente los editores privados siempre, cuando publican un libro, están esperando que llegue a un buen número de lectores. Es una ventaja publicar en esas editoriales porque sabe uno que se van a esforzar para promoverlo, para que esté en las librerías. Yo no he seguido nunca fórmulas de mercadotecnia. Por ejemplo: yo escribí El seductor de la patria, y tuvo un gran éxito, y partir de eso hubiera podido seguir con la vida de Iturbide, con la de Porfirio Díaz, etcétera, y sin embargo no lo hice porque realmente yo escribo literatura por una necesidad expresiva. He hecho muchos trabajos de encargo, en las telenovelas, en las biografías, cuando era publicista, etcétera, pero en la literatura no. Tampoco soy un escritor que quiera dirigirse a un público especializado, a un público exquisito de intelectuales; yo tengo en mente a un lector común, participativo, que trate de completar el significado de una obra, pero no necesariamente con una cultura literaria exquisita. Nunca he tenido prejuicios contra el best seller en general, dentro de los best sellers hay mucha basura, pero también hay algunas obras maestras de la literatura universal: El Quijote, Cien años de soledad, Fortunata y Jacinta, Madame Bovary… De manera que creo que rechazar en masa la literatura que tiene muchos lectores o de éxito es una actitud bastante pedante.
¿A partir de tu reflexión sobre la escritura, tu relación con los editores ha sido buena siempre?
Me ha ido bien. Ha habido algunas fricciones, me he cambiado algunas veces de editorial, pero en general me ha ido bien.
Hablando de la parte profesional de la literatura, ¿tienes agente literario?
Sí, en la actualidad tengo una agente alemana.
¿Cómo les va a tus libros en el extranjero?
Han traducido al francés Amores de segunda mano, El miedo a los animales y Uno soñaba que era rey. En Italia es en donde más me han traducido, ahora están traduciendo Amores de segunda mano, pero ya tengo allá cuatro libros. En inglés sólo han traducido El miedo a los animales.
¿Te han llegado las reseñas?
Me ha ido bien, sobre todo en Francia. He tenido muy buenas críticas. He reeditado El miedo a los animales y Amores de segunda mano. Es donde tengo más lectores.
Recientemente México fue invitado del Salon du Livre de París, tú fuiste, ¿cómo fue tu experiencia como parte de la delegación mexicana?
Una delegación de más de cuarenta escritores. Para mí fue una experiencia extraordinaria porque hay un público grande para la literatura en Francia, hay bastante curiosidad por la literatura mexicana, mucho más de la que hay en España, donde yo, por ejemplo, soy un completo desconocido. He publicado un par de libros ahí, pero pasaron totalmente inadvertidos. En Francia hay más interés por nuestra literatura que en España, paradójicamente, a pesar de que hablamos la misma lengua.
¿Entre los escritores que formaban la delegación mexicana con cuáles te podrías identificar?
Con varios de ellos. Estaba Mario Bellatin, Jorge Volpi, Elsa Cross, Taibo, es un tipo que me cae bastante bien. Yo no soy muy sociable, no tengo muchos amigos en el medio literario, pero también reconozco que hay muy buenos escritores de mi generación. Guillermo Fadanelli también estaba ahí.
Tú viviste en España recientemente.
Viví dos años y escribí una novela que ocurre ahí, voy a publicarla en abril.
El mercado literario en España es muy grande. Es curioso que los autores mexicanos no entren en el circuito comercial. ¿Por qué crees que suceda esto?
En España está la industria editorial más fuerte de todo el mundo de habla hispana. Ellos tienen el mercado más grande. De todos los países de habla hispana es el que más lectores tiene. Hay una hostilidad bastante fuerte no sólo hacia los mexicanos, sino hacia los latinoamericanos en general, que es una nostalgia que viene del éxito del boom latinoamericano, creó mucho resentimiento entre los escritores españoles, actualmente no hay ningún escritor español que tenga la fama de García Márquez o de Vargas Llosa, a pesar de que hay escritores españoles de enorme valía. Creo que todo eso ha ido creando un cierto pique, una cierta hostilidad, que hace que los escritores a los cuales se les presta atención son los que van a hacer allá una carrera de relaciones públicas, se filtran en esos medios literarios, pero fuera de ahí no hay el menor interés. Cuando estuve ahí me di cuenta de que cuando anunciaban un premio literario que ganaba un latinoamericano le daban un octavo de plana en una notita pequeñísima, si ese mismo premio lo ganaba un español, primera plana de la sección cultural; hay que reconocer que nosotros también ignoramos olímpicamente a los escritores españoles o de otras partes de Latinoamérica cuando publican aquí. En los últimos años se ha ido balcanizando mucho el mundo cultural de habla hispana, los libros ya no viajan, ya no se conoce bien, y claro, el hecho de que la industria cultural española sea la que decida qué libros se van a distribuir y cuáles no a escala continental nos ha perjudicado mucho.
Antes, los libros viajaban de Caracas y Buenos Aires a México, y de México a Bogotá y a otras ciudades. ¿Ya no sucede eso por cuestiones económicas?
Se debe a cómo está organizada la industria. El que decide eso es un ejecutivo de mercadotecnia español que no conoce las literaturas nacionales de Latinoamérica. Mientras que en los años sesenta había editoriales fuertes en México, en Argentina, porque obviamente en España eran los tiempos del franquismo, que por cuestiones de censura y muchos otros problemas había debilitado a la industria editorial española. Entonces en México estaban Joaquín Mortiz, Siglo XXI, ERA, el Fondo de Cultura Económica; en Argentina estaban Sudamericana, Losada, Emecé; en Venezuela, Monte Ávila, la Biblioteca Ayacucho, etcétera. En esa ápoca había mejor circulación de la literatura hispanoamericana. Cuando los españoles se quedaron como dueños del pastel, tendieron a beneficiar y promover a sus autores, y además, como es una industria que ha desarrollado las mismas técnicas de venta del best seller norteamericano, tienden a crear muchos autores que escriben novelas de fórmula, como Pérez Reverte, Benítez, y todos esos escritores; eso ha empobrecido la difusión de nuestras literaturas.
¿Cómo lector qué se puede hacer si ya no se tiene el acceso a esas literaturas?
Hay que estar pendientes. Yo no había leído Leopardo al sol de Laura Restrepo, que es una gran novela, la mejor novela que se ha escrito sobre el narcotráfico en Latinoamérica, es extraordinaria, y se publicó en 1989, ¿pero qué pasó?, no llegó aquí. Luego la publicó la editorial Anagrama, pero si la distribuyó pasó totalmente inadvertida aquí en México. Aquí es donde volvemos a la cuestión de las mezquindades: ¿por qué los reseñistas no la comentaron? Seguramente porque estaban ocupados en publicar el libro del cuatito, de su mafia, etcétera, y pasaron por alto que estaba esa gran novela de Laura. Entonces es ahí donde veo yo las lagunas que son cuestiones que tenemos que combatir los que estamos en el medio literario. Hay que tener las antenas bien levantadas y al mismo tiempo tener la generosidad de reconocer el talento cuando uno lo descubre.
¿A ti cómo te ha ido con la crítica como autor?
Me ha ido bastante bien. He tenido críticas muy duras por algunas cosas. Sobre todo con El miedo a los animales, que levantó mucha ámpula, hubo gente que se reconoció, que se puso el saco, en esta sátira del medio intelectual mexicano; esa novela tuvo muchos ataques. Yo he tenido, por no hacer relaciones públicas en el medio literario, la certeza de que cuando me publican una crítica adversa o una crítica favorable, siempre es una crítica sincera, no he inducido a ningún crítico a que hable bien de mí. De manera que eso me ha servido porque las críticas siempre le aportan algo importante a un escritor, sobre todo cuando un crítico te fundamenta bien algún error, alguna fealdad de tu texto, etcétera, eso te puede ayudar bastante.
¿Has aprovechado algunas de esas críticas para una siguiente edición de un libro?
Sí las he aprovechado.
El medio literario mexicano puede ser muy difícil si no tienes grupo. ¿Crees que finalmente la literatura se abre paso?
Yo sí lo creo. Realmente no tenemos una gran abundancia de obras de calidad, ni en México ni en España ni en otros países. En ese sentido estamos en el mismo nivel. Nuestra literatura no es mejor ni peor que la argentina, la venezolana, la cubana, etcétera, ni que la española; digamos que en un año se publicarán tres o cuatro libros importantes, siempre, no más. Yo creo que la tarea de la crítica es hacer esa selección para tratar de que los lectores identifiquen cuáles son los libros que vale la pena leer. Desgraciadamente es algo que no hace la crítica, porque se guía por amiguismos, por intereses bastante mezquinos, entonces el público ajeno a esos ambientes realmente no sabe qué es lo que tiene que leer, porque si tú le dices a un lector que se publicaron cien libros en ese año y tiene que leer los cien, pues acaba por no leer ninguno. Que era eso lo que me pasaba a mí en España, yo quería saber cuáles eran los mejores escritores de ese momento. Me recomendaban algunos pésimos y me decía que no podían ser de los mejores. Pero es que no podía creer en lo que decían los críticos, porque conocí a varios, y luego te decían en privado: “Yo elogié esa novela, pero la verdad es que es una mierda”. Entonces cómo les vas a creer.
Los libros de Enrique Serna
Novela:
Uno soñaba que era rey
Señorita México
El miedo a los animales
El seductor de la patria
Ángeles del abismo
Fruta Verde
Cuento:
Amores de segunda mano
El orgasmógrafo
Ensayo:
Las caricaturas me hacen llorar
Giros negros