La rutina en la cocina: un refugio y un reto

La rutina en la cocina: un refugio y un reto

– Edición 507

Jugar con los colores de los ingredientes es una manera de cambiar la rutina al cocinar. Foto: pxhere.com

Cuando los sabores nos aburren, cuando perdemos el apetito frente a lo que ya conocemos, el reto es tener la valentía creativa de proponernos dar un giro

La cocina de casa es uno de los escenarios más íntimos, donde ocurren cosas que revelan nuestra historia familiar, nuestros hábitos y formas de autocuidado. Hacer el desayuno que nos gusta es una manera de consentirnos; prepararlo para compartirlo con quienes queremos le da aún más valor. Esas rutinas cotidianas son parte de nuestra estabilidad y de nuestro placer personal; recibir el gesto familiar de un sabroso almuerzo puede darnos serenidad, nos conecta con nuestra familia o con el lugar donde vivimos. Pero, con el tiempo, quizás esa repetición de hábitos alimenticios también puede cansarnos. Son las dos caras de la rutina.

La cara amable nos da sostén, estructura… Si alguno de ustedes vio la película animada The Triplets of Belleville (Sylvain Chomet, 2003), tal vez recuerde la comida de la abuela para su nieto ciclista. No se detallan ingredientes ni cantidades, pero su carga simbólica y repetitiva la vuelve parte esencial del ritual diario. Madame Souza prepara una comida sencilla, espesa y humeante, que sirve a su nieto, Champion, quien la come con concentración y obediencia. Esta escena se repite durante varios días: ella cocina, él entrena en su bicicleta fija. Todo medido, todo constante. La comida forma parte del entrenamiento, una forma de amor perseverante.

La otra cara de la rutina es más áspera: cuando los sabores nos aburren, cuando perdemos el apetito frente a lo que ya conocemos. El reto entonces es tener la valentía creativa de proponernos dar un giro.

Desobedece la receta

Si el deseo es dejar de aburrirse en casa, olvidemos la receta y cocinemos guiados por los colores. Hay dos caminos posibles: buscar los contrastes o experimentar con gamas similares.

Comencemos con una sola gama monocromática. Cocinar platillos con ingredientes de colores similares puede ser una forma visual y gozosa de romper la rutina desde lo sensorial. Aquí algunas sugerencias:

Verde: espárragos, chícharos, edamames, brócoli, aguacate, hojas de menta; todo con un poco de jugo de limón o aceite de nuestra preferencia.

Naranja: zanahoria en juliana, camote en trozos, cúrcuma y naranja en ralladura, con aderezo de miel, para cerrar.

Rojo: betabel, arroz arborio, cebolla morada y brotes de betabel, con vinagre balsámico y aceite de oliva.

Amarillo: mango tierno, piña, pimientos amarillos en cubitos; con un poco de jengibre rallado y aceite de ajonjolí.

Blanco: coliflor, cebolla blanca, ajo, pasta, almendras fileteadas, queso parmesano.

Café: hongos portobellos, champiñones, nueces, todo con un poco de vinagre balsámico y aceite de oliva.

Cuestión de contrastes

El otro camino es el del alto contraste cromático: estimular la vista, romper la monotonía y transformar el acto de cocinar en un juego visual. Algunas combinaciones posibles:

Verde y amarillo: hojas de espinaca baby, granos de elote, rábanos en rebanadas finas, queso feta y ajonjolí negro.

Negro y amarillo: tostadas con frijol negro, cubitos de mango y chile jalapeño crudo, coronadas con cilantro.

Blanco y café: champiñones salteados con puré de coliflor al ajo y nuez moscada.

Rojo y negro: pimientos rojos rellenos de arroz negro, coronados con granada.

Púrpura y amarillo: trozos de betabel cocido, con pimientos amarillos; o col morada en tiritas con zanahoria rallada; o cebolla roja fileteada con papas cocidas. Todo aderezado con aceite de oliva, limón, pimienta gorda y sal de grano.

El color nos guía. Nos permite salirnos de la fórmula y mirar la comida como composición, como juego, como lenguaje.

Para cerrar, los invito a pensar que la rutina no es el enemigo, es una estructura donde pueden colarse el deleite y la belleza. Quizá no se trata de romperla, sino de habitarla con otra mirada.

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