«Zoo», de Ángel Vargas
Jorge Esquinca – Edición 502
Aquí se trata de la mirada, del azoro y la compasión de un niño que mira y es mirado. Una mirada recíproca. ¿Puede ser que niño y elefante se observen en igualdad de condiciones, tan herido el uno como el otro?
En mi pequeña ciudad había
un pequeño zoológico y en él
estaba el elefante;
gris y desnutrido y
con la oreja izquierda hecha pedazos.
Por mucho tiempo pensé
que todos los elefantes eran grises y flacos,
y que todos se movían con lentitud añosa,
sincronizada su respiración con un orden
profundo e inaccesible
para el niño que era.
Pasé varios domingos observando al elefante.
Y él me observaba a mí. Lo sé.
Y me reconocía.
El elefante tenía un nombre
como tienen nombre las cosas que nos importan,
como tienen nombre las cosas
que decidimos poner en una jaula;
nombrar es ponerle una prisión a lo que amamos,
y dejarlo ser
entre barrotes.
Al final del verano, del pequeño zoológico
de mi pequeña ciudad desconocida,
desapareció el elefante.
Se lo robaron.
El periódico local le dedicó una nota.
Y nadie más habló del tema.
A nadie le importó.
Pero a mí me sigue haciendo falta.
* * *
Algo nos conmueve en este poema de Ángel Vargas (Acapulco, 1989). Nos invita a pensar en nuestra relación con los animales, los otros compañeros de nuestra aventura terrestre. Hace algunos años se prohibió el uso de animales en los espectáculos circenses. En Guadalajara se debatió ampliamente el empleo de caballos en las célebres “calandrias”. Pero aquí se trata de la mirada, del azoro y la compasión de un niño que mira y es mirado. Una mirada recíproca. ¿Puede ser que niño y elefante se observen en igualdad de condiciones, tan herido el uno como el otro? ¿En qué otra parte se podría participar de la proximidad de un elefante si no fuera por un zoológico, aunque triste y pequeño? Aquel encuentro dejó huella en el poeta que hoy, al escribir el poema, descubre que las palabras, aun nombrando las cosas más queridas, se convierten en jaulas. La reflexión, entonces, toma un rumbo que va más allá de la nostalgia o de la denuncia de un robo. El poema forma parte del libro El estómago de las ballenas, publicado por el Fondo de Cultura Económica y otras instituciones, con el que su autor obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2024.