Wild In The Country
Elma Correa – Edición 484
Si no hay perros rastreadores ya están del otro lado, porque la segunda revisión generalmente es una cuestión de azar. Elena inspira confianza y Nancy, una cordialidad sensual. Los oficiales de la aduana apenas pondrán atención a lo que ocurre en el asiento trasero, donde Luisa y Nic fingirán viajar dormidas
Una sensación de desamparo impregna la noche. Se dirigen a la frontera con Elena al volante. Tiene la blusa pegada al cuerpo por el sudor y el cinturón de seguridad tan ajustado que parece a punto de rebanarle el tórax. Las venas de su cuello son visibles a causa de la tensión. Es muy bajita, así que recorrió el asiento lo más cerca del tablero para que sus pies llegaran a los pedales. Elena es delgada, con la constitución de una gimnasta olímpica pero sin los músculos. Al verla, da la impresión de que podría ser partida en dos con el mínimo esfuerzo, pero al tocarla es moldeable, como si estuviera hecha de plastilina. Se mueve nerviosa y preocupada. Si intenta marcar las direccionales activa el limpiaparabrisas y en la estación de servicio abrió la cajuela en lugar del tanque de gasolina.
Nancy ocupa el asiento del copiloto. Sentada sobre su pierna izquierda y manipulando las estaciones de radio pretende ser la más relajada, aunque la rigidez de su mirada oscura la delata. En la gasolinera entró al baño, se lavó la cara y los brazos, y recogió su cabello en un nudo que le estira la piel como si se hubiera sometido a un lifting. Se pintó los labios y se llenó las pestañas de rímel con la ilusión de aparentar ser mayor, pero el maquillaje recargado, el escote ombliguero y las muñecas decoradas con semanarios de metal barato que la convierten en una pandereta ambulante, sólo subrayan su aspecto vulgar. Algún moraloide que se las diera de perspicaz supondría que Nancy es víctima de trata de blancas. Nancy protege los pasaportes y las identificaciones.
Atrás están Verónica, quien desde hace varios años se hace llamar Nic, y Luisa. Nic es alta y sofisticada como una modelo de pasarela. Si fuera europea o viviera en Nueva York seguramente triunfaría como it girl y aparecería en las portadas de Vogue, Elle y Harper’s Bazaar, pero creció en un barrio despiadado que no perdona la belleza. Cuando era más joven fue atacada en grupo. La contagiaron con el virus del papiloma humano. Le cortaron un pezón. Verónica sabe que pudo ser peor. Cualquiera lo sabe. Por eso se rapó la cabeza y se travistió de marimacho. Nic se desplaza por la vida andrógina y asexuada al mismo tiempo. Es la única en el auto que no tiene miedo. Luisa, al contrario, está totalmente aterrada. Su cuerpo vibra transformado en guiñapo, en un ente perturbado que se desmorona en los brazos de Nic, que sostiene su pánico firme y dulcemente.
Sin darse la vuelta, Nancy estira una mano hacia Luisa para tocarle la frente. Las pulseras entrechocan sonando como cascabeles. Nic posa sus dedos ásperos sobre la manicura de Nancy y el contacto hace que Nancy rompa en sollozos. Elena observa por los retrovisores. Conduce con una precaución que en sí misma resulta sospechosa. Nancy quiere retirar la mano para enjugarse las lágrimas pero Nic la detiene. Limpia con saliva una manchita de sangre en una de sus pulseras. Cuando recupera su mano, Nancy continúa cambiando las estaciones. Elena le pide que deje una vieja canción country. No entiende bien el inglés ni sabe si es Elvis Presley marchito, gordo y triste, o Roy Orbison, pero la balada la tranquiliza. Nancy deja de llorar y lo único que se escucha debajo de la música, como un coro funesto, es el quejido de Luisa.
Nancy le pasa dos vicodines a Nic, para Luisa, que tiene el rostro amoratado por los golpes. Es probable que deban reconstruirle el tabique nasal, pero el legrado es más urgente. Nic se concentra para no pensar en los coágulos y pedazos de placenta que quedaron en la tina de aquel baño. Luisa se contrae de dolor. Los paquetes de heroína están ocultos, distribuidos en varios lugares de la carrocería. El dinero, a plena vista, que es siempre el lugar más seguro, en perfectos fajos bien comprimidos en la mochila de Nic. Ojalá no suelten a los perros. Si no hay perros rastreadores ya están del otro lado, porque la segunda revisión generalmente es una cuestión de azar. Elena inspira confianza y Nancy, una cordialidad sensual. Los oficiales de la aduana apenas pondrán atención a lo que ocurre en el asiento trasero, donde Luisa y Nic fingirán viajar dormidas.
Pese a todo, la sororidad que se respira en el ambiente es peculiar. Elena y Luisa habían ido a decirle lo del bebé a Andrés, el novio de Luisa. Lo buscaron en distintos puntos de la ciudad y al final lo habían encontrado con Nancy, en un sótano donde Andrés guardaba su mercancía de narcomenudista fracasado. Las cosas se salieron de control y Nic llegó a comprar un par de gramos cuando Andrés hacía papilla a Luisa con los puños, mientras Elena y Nancy trataban de detenerlo, histéricas. Nancy había visto a Andrés enloquecido en otras ocasiones y sabía de lo que era capaz. Una vez estuvo a punto de reventarle el cráneo a un muchacho, recreando la escena de Historia americana x.
Nic no siente remordimiento cuando piensa en Andrés con un agujero gigante en el abdomen y los ojos opacos. Muerto. Las tres mujeres habían cargado a Luisa hasta el baño, donde gracias a las patadas de su novio, dio a luz una bola de nervios sanguinolenta. Se llamará como su padre, lloró Luisa, estrujando los trozos de feto. Fue Nic la que entendió que las cuatro eran cómplices y que lo más sensato sería huir. Organizó a Elena y Nancy para que reunieran los globos de hache y el dinero, y habló por teléfono con su primo para que les consiguiera un carro con papeles. Nancy tenía contactos en el sur de California, si lograban llegar a Las Cruces, habría un lugar para que Luisa se recuperase y para que las demás decidieran qué hacer.
La fila avanza con lentitud. Se acercan al puente fronterizo y, en la garita, Nancy muestra las visas y sonríe a la cámara de tráfico internacional. Un norteamericano de expresión bonachona les pregunta a dónde y a qué van. Nic y Luisa sienten la luz de la lámpara pasar por encima de ellas. Se desperezan. Luisa ocultando el rostro mallugado y Nic saludando alegremente al oficial. El hombre le entrega los documentos a Nancy y les permite el paso. Elena acelera. A unos cuantos metros el semáforo de la aduana decidirá su destino. Si cambia a rojo terminarán en una prisión federal. Si cambia a verde, llegarán a Las Cruces al amanecer.
Elena oprime el volante como si estuvieran a punto de despeñarse a un precipicio. Nancy contiene el aliento enterrándose las uñas en los muslos. Luisa reza. Nic cierra los ojos y se toca el busto, el de la buena suerte. Los segundos se estiran resonando como latidos en las entrañas del automóvil.
El eco de los ladridos de la unidad canina las alcanza.
El semáforo cambia de color. .