Welcome to Tijuana
Omar García – Edición 469
Dos sucesos recientes han puesto a prueba a México como un país de paso de migrantes: la llegada masiva de haitianos en 2016 y las caravanas de migrantes centroamericanos en el otoño de 2018. En ambos casos, los pobladores del municipio que se ostenta como “la puerta de México” han sido protagonistas, de modos contradictorios, del drama que han traído consigo estas crisis humanitarias
“Ningún obstáculo nos puede impedir alcanzar nuestros sueños. Somos mexicanos, somos imparables”. La frase está en “la puerta de México”. O, mejor dicho, en la reja que separa a Estados Unidos de América del primer poblado de la geografía mexicana, unos tubos de más de dos metros de altura vigilados por agentes de la Border Patrol, dos hombres malencarados que se esconden detrás de unas gafas, sentados en sus camionetas blancas, esperando entrar en acción.
Del otro lado de estas rejas hay un país gobernado por un presidente xenófobo llamado Donald Trump. El presidente que ha amenazado con catalogar a los mexicanos como terroristas para con ello afirmar uno de los pilares de su estrategia electoral: conseguir recursos para construir un muro aún más difícil de traspasar.
Por lo pronto, ésta es la reja que detiene los sueños de cientos de miles de personas. Una reja que se adentra hasta unos 50 metros entre las olas del mar. Estoy en las playas de Tijuana. Leo ese letrero y pienso: “Lo consiguieron, me siento un mexicano imparable”.
En esta playa comienza un perímetro acorazado que es traspasado por miles de migrantes mexicanos y centroamericanos que buscan un mejor lugar para vivir. Muchos de ellos mueren en el intento.
Por su simbolismo, esta reja es utilizada por los artistas como escenografía del asombro. Una de las últimas ocasiones en que fue usada como locación fue cuando, en febrero pasado, la protagonista de la película Roma, Yalitza Aparicio, posó para la revista W Magazine.
Una mujer haitiana lava su ropa y la tiende a un lado de la casa de acampar donde se queda junto con sus hijos.
Esto es Tijuana: la frontera mexicana por antonomasia. Por sus garitas cruzan todos los días 40 mil personas hacia Estados Unidos, para trabajar legalmente. Por la noche, regresan a esta joven ciudad, de apenas 130 años de edad, para relajarse y emborracharse, quizá para divertirse en alguno de los tugurios de la avenida Revolución.
Tijuana está en Baja California, México. Es el espacio de operación política de la familia Hank, un linaje que ha construido su emporio alrededor de la industria inmobiliaria, el juego de apuestas y el futbol profesional. Toda una empresa aceitada por la política priista cuyo influjo envuelve a esta ciudad de más de un millón 300 mil habitantes.
Es también la ciudad de la colonia Lomas Taurinas: un cráter en medio de su accidentada orografía que se hizo famoso en 1994, cuando el entonces candidato presidencial priista Luis Donaldo Colosio fue asesinado. Mientras en las bocinas del evento retumbaba la canción “La Culebra”, de la Banda Machos, una persona se acercó al político y le hizo estallar los sesos con una pistola.
Tijuana, tierra de asombro para más de alguno. Por ejemplo, el franco-español Manu Chao, quien creó uno de los himnos no oficiales de esta tierra: “Welcome to Tijuana / tequila, sexo y marihuana / Welcome to Tijuana / Con el coyote no hay aduana…”.
Esto es Tijuana. El lugar adonde 16 mil haitianos decidieron llegar para pernoctar por seis meses, entre octubre de 2016 y abril de 2017. Todos, en busca de una oportunidad del otro lado de este muro. Pero la ciudad también ha sido un simbólico muro de contención para seis mil centroamericanos que llegaron en las diferentes caravanas migrantes durante el otoño de 2018.
Bienvenidos a la tierra donde inicia México. Al espacio donde nadie olvida que es un migrante.
En octubre de 2016 miles de haitianos quedaron varados en Tijuana. Algunos fueron concentrados en el Desayunador Salesiano Padre Chava, donde autoridades de migracion atendieron sus casos.
2016, el año de la crisis haitiana
El huracán Matthew ocasionó la mayor crisis humanitaria en Haití desde el devastador terremoto de 2010. Eso afirmaban los encabezados de las notas internacionales que se publicaron el 4 de octubre de 2016. Lo recuerda muy bien Juan Manuel Serrano Núñez, pastor de la Iglesia bautista radicado en Tijuana. Y quien se atrevió a ser solidario con el desconocido.
Luego del desastre natural, y casi de manera instantánea, el rumor de que Estados Unidos brindaría protección a los haitianos en desgracia fue regándose por todo el continente. El rumor se convirtió en noticia oficial en menos de 48 horas. Una semana después, tres mil haitianos estaban en Tijuana tocando a la puerta del país gobernado, en ese entonces, por Barack Obama.
¿Cómo llegaron? ¿De qué manera se organizaron para viajar y cruzar los 4 mil 680 kilometros que separan a Puerto Príncipe de Tijuana?
Los tres mil haitianos que llegaron una semana después del desastre natural se convertieron en 17 mil en menos de tres meses —el equivalente a llenar dos veces el auditorio Telmex de Guadalajara—. Y estaban ahí, en la ciudad del cerco. Pocos de ellos hablaban español. Por su color de piel, eran sumamente visibles para una sociedad acostumbrada a hablar y sentir la migración.
Cuando uno cruza de Estados Unidos a Tijuana a pie y de manera legal, sabe que una vez que sale de la aduana habrá un montón de taxis esperándolo. Pero cuando la salida es obligada, porque eres indocumentado, entonces sales expulsado. Te dejan en la garita de El Chaparral, a unas cuadras del Centro Histórico de Tijuana. Ahí es necesario encontrar alguna manera de recorrer los caminos empinados de esta ciudad, para tratar de llegar a uno de los 12 albergues que tiene registrados el ayuntamiento.
El más cercano es el Desayunador Salesiano Padre Chava, ubicado en la zona centro. Pero sólo tiene capacidad de atender a 100 personas por día. Aquella llegada masiva de personas que no tenían dónde dormir ni qué comer obligó a actuar a otras iglesias, entre ellas la del pastor Juan Manuel.
“Nosotros abrimos el albergue por necesidad, al verlos en la calle. Ya no cabían ni en las banquetas. Me puse de acuerdo con otros pastores y decidimos dar el espacio. En ese momento decidimos albergar a 40 personas, pero la verdad es que eso era insuficiente”.
Juan Manuel durmió en su iglesia convertida en albergue durante las tres primeras semanas. Junto con su esposa, creó redes y equipos de trabajo para que las mujeres se encargaran de la comida y “cocinaran con su propia sazón”. Mientras tanto, los hombres se encargarían de la limpieza y la seguridad del albergue. Por más que quisieron, la capacidad del espacio sólo permitía atender a 100 haitianos por día.
Conforme pasaban los días, en la organización se estableció la siguiente dinámica, según cuenta Juan Manuel: los migrantes iban a solicitar el trámite al consulado estadounidense y, mientras esperaban ser llamados para cruzar a Estados Unidos, vivían en el albergue.
Quizá por cuestiones religiosas o quizá por mera empatía, el amor fluyó. “Eran muy nobles y obedientes, ellos sabían que la intención era ayudarlos. Nos veían como padres y nosotros los veíamos como hijos”. Y, como proveedores de familia, la pareja de religiosos se fue encargando de conseguir fondos para sobrevivir.
“Todos los días comprábamos 120 teleras. Ellos comen mucho arroz, entonces todos los días se cocinaban 20 kilos. El cilindro de gas de 45 kilos nos duraba cinco días”. Si el recibo de luz llegaba de tres mil pesos, durante la emergencia se triplicó esa suma. Y el cobro por el agua, un servicio muy escaso en Tijuana, se disparó: de pagar 200 pesos mensuales, ahora llegaron cobros de tres mil pesos.
“Al final de los seis meses que duró el albergue hicimos cuentas, y resultó que gastamos unos 900 mil pesos. Si hubiéramos pensado que disponíamos de ese dinero, no lo habríamos hecho. Lo resolvimos en el día a día. Dios proveyó, y para nosotros es una cuestión de fe y una acción de amor”.
Transcurrieron las semanas y las cosas se complicaron. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ocasionó el cierre de la frontera.
La oferta de acoger a los haitianos como refugiados, hecha durante la crisis humanitaria, perdió vigencia. El 12 de enero de 2017 salió el último haitiano del albergue del pastor Juan Manuel con rumbo al consulado.
“Vieron que los estaban deportando y tuve que hablar con ellos. Les dije que si ellos decidían quedarse, no podían estar más en el albergue. Les di un mes para que buscaran trabajo y un lugar para rentar. Nunca los corrí, no podía hacer eso. El último de ellos salió el 30 de abril de 2017, que fue el día que cerramos el albergue. En realidad duramos tres meses entre que cerrábamos y no”.
Los nuevos tijuanenses
Cuando el gobierno de Estados Unidos decidió cerrar la frontera a los haitianos, las autoridades de Tijuana ya había previsto que la política migratoria de Donald Trump sería muy restrictiva. El flujo de haitianos que llegaban todos los días iba de los 600 a los 700 diarios, hasta llegar los 17 mil que contabilizaron.
César Palencia, director de Atención al Migrante del ayuntamiento tijuanense, afirma que durante esa época la ciudad estuvo a prueba.
“Tijuana es una ciudad que recibe, entre migrantes que apenas van hacia arriba y deportados, unas 200 personas diarias”. Pero los flujos de la crisis obligaron a que las autoridades respondieran por encima de sus capacidades.
“Muchas organizaciones, sobre todo iglesias, decidieron abrir albergues. La verdad es que con muchas limitaciones. Los reporteros nos preguntaban si estábamos preparados, y la verdad era que no. Ninguna ciudad de México, y me atrevería decir que ni de Estados Unidos, puede recibir a tantas personas en tan poco tiempo. No hay capacidad para brindar espacios dignos donde puedan dormir y comer, que es lo que más necesitan los migrantes”.
De acuerdo con las estimaciones del propio gobierno municipal, de los 17 mil haitianos que llegaron durante los cinco meses, alcanzaron a cruzar 14 mil personas a Estados Unidos. Los tres mil restantes decidieron quedarse en Tijuana.
“Junto con el Instituto Nacional de Migración se instrumentó una estrategia de regularización. A ellos les empieza a convenir agarrar chamba en las empresas que están en la lista. En su nueva condición de regularizados pueden empezar a solicitar residencias temporales”.
Cuando un haitiano se registra en las listas del gobierno federal y se le otorga una visa por razones humanitarias, como ocurrió en el caso del desastre natural de Haití, debe renovar su situación cada año. Después de tres años puede pedir el estatus de residente temporal. Si mantiene su condición por tres años más, puede conseguir la ciudadanía.
“Ahora encuentras haitianos en la construcción, muchos ya pusieron sus negocios, otros de plano se están ganando la vida en el empleo ambulante. Pero ya los encuentras donde sea, la verdad es que son gente muy trabajadora”.
El ayuntamiento estima que unas 600 personas de origen haitiano se han integrado a la sociedad tijuanense. Algunos ya estudian en la Universidad Autónoma de Baja California. Otros ya han manifestado su intención de buscar la ciudadanía y otros más ya tienen hijos nacidos en México.
Es más: dice el funcionario que ya tienen registros de matrimonios entre mexicanos y haitianos. “Ellos ya están muy integrados, para nosotros ya no son un problema que requiera una acción específica de parte del Instituto de Migración”.
¿Y los centroamericanos?
Desde la segunda mitad del siglo XX y hasta principios de la presente década, los desastres naturales, los conflictos armados y la pobreza extrema mantienen a los centroamericanos en una constante emergencia humanitaria. Principalmente a los residentes de Honduras, El Salvador y Guatemala.
Esto ha ocasionado que busquen una salida para mejorar sus condiciones de vida. Esa salida, al igual que para muchos mexicanos y haitianos, es el “sueño americano”.
La llegada a Tijuana de más de seis mil migrantes centroamericanos integrantes de la llamada Caravana Migrante, a lo largo de noviembre de 2018, desencadenó una serie de acontecimientos que configuraron una condición de emergencia humanitaria para los migrantes y una situación de crisis para la ciudad.
El informe “La Caravana de Migrantes Centroamericanos en Tijuana 2018. Diagnóstico y propuestas de acción”, que realizó El Colegio de la Frontera Norte, concluye que los fenómenos de este tipo responden al hecho de que los integrantes de esas migraciones masivas encuentran en ellas una opción de movilidad que les permite tener visibilidad, así como hallar acompañamiento y protección por parte de organizaciones sociales, medios de comunicación y organismos defensores de los derechos humanos.
No fue la única caravana. Entre octubre de 2018 y febrero de 2019 hubo distintos momentos en que los centroamericanos se organizaron para realizar su movilización desde sus países de origen hasta llegar a la ciudad donde inicia el cerco: Tijuana.
En el camino se encontraron con la inesperada solidaridad de gobiernos locales, como el de Jalisco, que habilitó albergues y facilitó transporte, pero también con el estigma provocado por la excesiva exposición mediática que alcanzó el fenómeno, y que no buscaba encontrarle una explicación, sino sólo viralizarlo.
“Primero hay que diferenciar. No podíamos tratar igual el fenómeno de los haitianos que el de las caravanas de centroamericanos, porque ambos tenían proyectos migratorios distintos”, dice Alonso Hernández López, académico de El Colegio de la Frontera Norte y exdirector de fm4 Paso Libre, en Guadalajara. “Los hondureños decían que no querían quedarse en México, y querían solicitar un ingreso formal a Estados Unidos. Pero sí hubo, en términos sociales, una comparación sobre el comportamiento de ambos flujos, influenciado por las conductas mediatizadas que no respondían a la situación de los propios migrantes”.
Alonso es migrante en Tijuana. Sabe que acá, en el zaguán de México, una charla siempre comienza con la clásica pregunta: “¿Y tú de dónde eres?”.
Estudió en el ITESO, radicó en Guadalajara, y sabe que “cuando piensas en Tijuana, piensas en migrantes”. Por eso fue sorprendente la forma tan contradictoria en que la sociedad tijuasense se comportó con los hondureños después de haber acogido tan bien a los haitianos. “Hubo mucho de estas actitudes hostiles, antes, durante y después de la caravana. Y la verdad es que sorprendieron a propios y extraños”.
Los centroamericanos de la última Caravana Migrante organizaron una manifestación desde el albergue temporal en la Unidad Deportiva Benito Juárez con rumbo a la garita de El Chaparral y fueron detenidos por elementos de la Policía Federal.
La mediatización: estigma, prejuicios y desinformación
Un reportero pregunta sobre la comida que recibían los migrantes que llegaron a Tijuana. La mujer se queja de la presentación de los frijoles que le dan. “Es comida que le darían a los chanchos (puercos)”. La declaración se sube a un video. El video se hace viral. Y así comienza el caos.
Alonso cree que, para bien o para mal, “la difusión masiva de la información en torno a la Caravana Migrante genera percepciones entre la población. Los grupos de centroamericanos llegaron a Tijuana con una carga negativa acumulada en su paso por el país”. Los conflictos que tuvieron al cruzar Guatemala, las imágenes de la basura, las tensiones que hubo con algunos estados y hasta los hondureños que se quejaron de la comida, todo eso contribuyó para que se alimentaran los prejuicios y la desinformación.
Así se explica que algunos ciudadanos tijuanenses salieran a las calles para manifestar su descontento por la llegada de los hondureños. “Una cosa que, por supuesto, rompió mucho con la idea de que Tijuana se ha desarrollado en torno a la migración”.
Ileana Martínez Hernández, del programa de Asuntos Migratorios del ITESO, fue observadora del paso de la Caravana Migrante por Jalisco. Lo primero que registra en su mente durante esos días fue el asombro de reporteros, funcionarios y estudiantes que estuvieron atentos a la gran cantidad de personas que estaban transitando hacia el norte.
“Cuando abrieron las puertas de los camiones, la reacción de los funcionarios fue de sorpresa. Nunca habían visto eso: para ellos era como ver lo que pasaba en revistas o películas, pero ¿vivirlo?”.
Aunque no tiene casos particulares sobre malas prácticas mediáticas, resultó igual de sorprendente que hubiera funcionarios y comunicadores tan desinformados acerca del tratamiento a las víctimas. “Si las personas que venían en la caravana estaban huyendo de agentes persecutores, lo que veías era a camarógrafos y fotógrafos tomando fotos de rostros, sin contemplación alguna”.
La caravana de las carriolas
La Caravana Migrante era la caravana de lo imposible. Ileana también se dice sorprendida por lo que llegó a ver: mujeres embarazadas, niños, hombres en mangas de camisa y sandalias. “Lo que las caravanas permiten es que haya posibilidades de que otros perfiles de personas puedan llegar hasta donde llegaron. No había manera de que las personas que veías hubieran llegado a Guadalajara en esas condiciones”.
“Yo nunca había visto una carriola arriba de un tren. Pero lo que vi era una caravana de carriolas. Cuando tú ves a mujeres embarazadas o con niños, te preguntas: ¿de verdad vas a caminar este país así?”.
Los gobiernos locales, como los ayuntamientos o los gobiernos estatales, atendieron de diferente manera la emergencia. Hubo, por ejemplo, quienes otorgaron el transporte por medio de camiones. “Pero ahí se la jugaron. En Veracruz hubo una noticia de que dos camiones se habían extraviado. Imagínate en la bronca que te metes si llega a pasar eso”.
Para el caso de Jalisco, Ileana Martínez Hernández reconoce su asombro “en positivo”, porque la historia reciente de atención al migrante había sido deficiente. En esta ocasión “hubo funcionarios que trabajaron en días de descanso, quizá sorprendidos, pero dispuestos a dar una atención integral”.
Política migratoria
Año tras año, México se convierte en “la Turquía latinoamericana”: un país de contención de migrantes que buscan llegar a Estados Unidos, al igual que pasa en Túnez, Marruecos y Turquía para los migrantes que van hacia la Unión Europea. El problema de esta transformación mexicana, dice Ileana, es que los ejemplos que se tienen son de países que no se distinguen por estar en los mejores rankings de protección a los derechos humanos.
De acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en México, el número de personas que han solicitado asilo por razones humanitarias se ha incrementado de la siguiente manera: en 2014 se tuvieron 2 mil 136 registros; en 2015, 3 mil 424; un año después fueron 8 mil 788 y en 2017 la cifra ascendió a 14 mil 596 registros. El año pasado se contabilizaron 29 mil 600.
Joseph Herreros es oficial de protección de ACNUR. Desde Ciudad de México habla de su trabajo: garantizar que el gobierno mexicano atienda las solicitudes de protección internacional, las que se comprometió a cumplir cuando sus representantes firmaron convenios. En este caso, la Declaración de Cartagena sobre Refugiados, en 1984. Su trabajo, dice, “es dar asistencia humanitaria para la búsqueda de soluciones migratorias”. Y asegura que una persona que sale de su país perseguida por un agente persecutor que ponga en riesgo su vida o sus garantías como persona, tiene el derecho de obtener un visado en el país de llegada.
En el caso de la Caravana Migrante, el funcionario señala que una de cada tres personas pidió que el gobierno mexicano garantizara el derecho al no retorno. En el momento en que solicitan el apoyo de la autoridad, comienza a correr un plazo de 90 días para que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) haga las pruebas necesarias para confirmar que esas personas sí están huyendo. “La ayuda humanitaria no es una alternativa para regularizar migrantes”, reafirma el funcionario del organismo internacional.
Si el gobierno mexicano es incapaz de lograr un veredicto en ese lapso, existe la opción de pedir una prórroga de otros 90 días para conseguirlo. Eso es lo que dice la ley. Pero la realidad es otra: desde hace más de año y medio, la Comar no ha podido cumplir los tiempos que marcan sus protocolos, pues el edificio donde opera resultó dañado con el terremoto que golpeó a la capital en septiembre de 2017.
Joseph dice que es un error ver a México como un país de contención. Lo importante es que los países garanticen el apoyo a las personas que salen de su país por diferentes motivos. Venezuela, por ejemplo, vive ahora una crisis política que ha hecho que 8 millones de personas busquen protección en Ecuador, Brasil, Perú y Bolivia. Eso hizo que el año pasado una gran cantidad de oriundos de aquel país haya pedido ser recibida en México en calidad de refugiados. Por cada dos hondureños que solicitaron el trámite, hubo un venezolano.
Integrantes de la Caravana Migrante rompieron la manifestación y corrieron hacia la frontera para intentar cruzar entre todos a Estados Unidos, pasaron por la avenida Internacional y entraron a la canalización Río Tijuana que está a un lado de la garita de El Chaparral.
Pero la visibilidad de estos fenómenos, seas haitiano, venezolano o centroamericano, fue distinta. La Caravana llegó a Tijuana ya como un fenómeno hipermediatizado y con muchos contrastes. Tantos que no fue posible responder de manera adecuada.
De acuerdo con el informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) remitido a la Corte Interamericana a principios de diciembre de 2018, fue necesaria la emisión de 21 medidas cautelares a autoridades de los órdenes federal, estatal y municipal. La CNDH mantiene abiertos 19 procedimientos de queja por abuso, maltrato y omisiones de funcionarios en el recorrido de la Caravana.
Además, la CNDH “ha manifestado su rechazo a los hechos de violencia que se presentaron el 25 de noviembre de 2018 en el cruce fronterizo San Ysidro-Tijuana, como consecuencia del intento que llevaron a cabo diversos miembros de las caravanas migrantes por cruzar hacia los Estados Unidos de Norteamérica, situación que además de ocasionar el cierre del cruce internacional, imposibilitando el normal desarrollo de la vida cotidiana en dicha ciudad fronteriza, puso en riesgo innecesario a personas ajenas a las caravanas y que se encontraban en la zona, como resultado de la utilización de gases lacrimógenos y otras medidas implementadas por la seguridad fronteriza estadounidense para evitar la entrada de dichas personas a ese país”.
Todo esto ocurrió en Tijuana y a lo largo de todo México. Quedan muchas dudas sobre los migrantes que escogieron el camino a Matamoros o Ciudad Juárez. Pero acá, Tijuana es algo más que tequila, sexo y marihuana. Es el espacio donde las fronteras son mentales, pero también físicas. La ciudad donde nadie olvida que es un migrante. .