Vieja ciencia nueva
Juan Nepote – Edición 495
En los últimos años, el estudio científico del envejecimiento ha dado origen a una descomunal industria de la longevidad, que promete combatir el deterioro de nuestro organismo
Con esa misma relativa precisión con la que Augusto Monterroso sostenía que en la literatura solamente había tres temas (“el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre”), es posible asegurar que en la investigación científica, quizás, existe solamente un tema: el tiempo.
Los científicos buscan entender el tiempo mientras también lo utilizan como una de las variables fundamentales para realizar su trabajo, porque descifrar el mundo y comprender el lugar que ocupamos en él está ligado con observar, analizar e interpretar procesos y fenómenos que se transforman en el tiempo, desde el nacimiento de estrellas hasta el crecimiento de nuestras uñas con una rapidez aproximada de 0.1 milímetros todos los días, lo que nos deja cierta evidencia de nuestro estilo de vida y nuestros hábitos de higiene y nutrición; en promedio, nuestro cabello crece un centímetro cada mes y le toma hasta cinco o seis años caer (es decir, luego de haber crecido más de 50 o 60 centímetros) para ser reemplazado por otro nuevo. La parte más vieja del cabello es la punta, por lo que un cabello entero representa un registro de la forma en que lo cuidamos diariamente.
“El misterio del tiempo nos inquieta desde siempre, suscita emociones profundas. Tan profundas como para nutrir filosofías y religiones”, asegura el físico Carlo Rovelli, y su influencia también se nota en otras materias, como la literatura y la economía, porque una de las consecuencias más notorias del transcurrir del tiempo es el envejecimiento. Cuando a finales del siglo XIX, Oscar Wilde publicó una de sus más célebres narraciones, El retrato de Dorian Gray (que, curiosamente, pronto envejeció y se hizo mayor: pasó de ser un breve cuento a una madura novela), acerca de un sujeto obsesionado con mantenerse joven, no solamente nos heredó una de las mejor logradas historias para asimilar la vanidad y el narcisismo, sino que también evidenció uno de los padecimientos que habrían de ser más comunes en el siglo XXI: la gerascofobia o el miedo irracional a envejecer.
En los últimos años, el estudio científico del envejecimiento, desde la ingeniería genética y la biotecnología, ha dado origen a una descomunal industria de la longevidad que promete combatir el deterioro de nuestro organismo, porque el envejecimiento es considerado uno de los principales factores de riesgo para desarrollar enfermedades crónicas. En este momento, y así lo será durante los siguientes años, la industria dedicada a estudiar y pelear contra el envejecimiento es la que mayor capital de inversión atrae, superando los 600 mil millones de dólares, y no serán pocos los científicos que seguirán buscando la posibilidad de derrotar parcialmente al envejecimiento; es decir, de ofrecer vidas saludables por más tiempo, como de alguna manera ya lo intuyó el escritor André Maurois: “Envejecer no es más que una mala costumbre que el hombre ocupado no tiene tiempo de adquirir”.