Vida activa y con compromiso en la jubilación

Vida activa y con compromiso en la jubilación

– Edición 482

Fotos de Lalis Jiménez

Las historias de tres personas que, al llegar a la edad de la jubilación, decidieron mantenerse activas, hacen pensar en lo que ganaría la sociedad en su conjunto si hubiera condiciones mejores para que los adultos mayores sigan participando en ella y compartiendo su experiencia

Por Priscila Hernández y Elizabeth Rivera

La experiencia es determinante para salir airosos en diferentes ámbitos de la vida. En este caso, la sapiencia que da una trayectoria profesional de 40 años y la especialización en áreas clave del médico David Enrique Díaz Santana, de 66 años de edad, fueron cruciales al establecer la estrategia aplicada en el Hospital General de Occidente (HGO) para enfrentar la pandemia de la covid-19, estrategia gracias a la cual no se ha dado un brote del virus entre el personal de ese nosocomio.

Como un homenaje a su participación en el diseño del plan para afrontar la amenaza viral, y también a su decisión de seguir ejerciendo como médico, pese al riesgo —absteniéndose de ejercer su derecho a no laborar durante la crisis sanitaria, cuando podría haberse jubilado desde hace 10 años—, él fue la primera persona vacunada contra el Sars-Cov-2 en Jalisco.

“Me sentí halagado, reconocido, bendecido y muy orgulloso por mi desempeño. Sentí que la mano de Dios estaba protegiéndome”, pensó cuando recibió la vacuna.

Díaz Santana egresó de la Facultad de Medicina de la Universidad de Guadalajara (UdeG) hace 40 años. Su experiencia incluye una lista de especialidades y cargos en la medicina pública y privada. En el hoy Instituto Nacional de Salud Pública hizo la especialidad en Planificación de Servicios de Salud y la maestría en Salud Pública, específicamente en el área de Epidemiología. Hoy día forma parte de varios consejos, uno de los cuales promueve la salud del pueblo wixárika, y otro coordina los servicios religiosos de sacerdotes para los enfermos creyentes en el hospital también conocido como Zoquipan. Es de los pocos epidemiólogos con especialidad en vigilancia epidemiológica en México.

“Soy muy serio”, advierte al iniciar la entrevista. Sin embargo, al avanzar la conversación brota una personalidad sobria, sí, pero también la de una persona agradable y con un sentido del humor bastante peculiar, propio de las personas inteligentes, que aun con títulos rimbombantes no pierden la gracia, la sencillez y la calidez. 

Platicamos con él en el área de ingreso del geriátrico reconvertido en Hospital covid-19 y en su oficina del hgo, donde tiene 27 años como jefe del departamento de Medicina Preventiva y Epidemiología. En este hospital aprendió vigilancia epidemiológica hospitalaria, primero, de sus compañeras de trabajo, las enfermeras y su secretaria, “porque, aunque soy epidemiólogo, no es lo mismo”; después tomó un diplomado en esa materia, luego otro de esterilización de instrumentos y superficies inertes.

En Francia, en la Universidad de Aix-Marsella, campus de Luminy, trabajó ocho años en un estudio sobre el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) con Jean-Claude Chermann, uno de los dos virólogos que lo identificaron. En ese país aprendió a ponerse y quitarse el traje de máxima protección sanitaria, crucial para evitar contagios, procedimiento que enseñó a dos mil 300 trabajadores del sector salud estatal en Jalisco, como parte de la capacitación para enfrentar la pandemia.

El doctor es uno de los 16 evaluadores líderes del Consejo de Salubridad General que certifica los procesos para que los hospitales estén estandarizados en seguridad y calidad, y ha sido maestro en diferentes instituciones.

Al médico, que escucha música clásica —y también electrónica—, le apasiona trabajar en el hospital con jóvenes o con profesionales que tienen menos experiencia que él; eso lo motiva a seguir adelante: guiarlos y ver cómo van creciendo.

“Enseñarles de nuestra experiencia, a saber dónde está la piedra con que yo me tropecé, para advertirles: ´No te vayas a caer, y si te caes, pues te vuelves a levantar, y te vuelvo a enseñar cómo, nos regresamos y volvemos a ver la película desde el inicio’. Con esa visión es con la que yo trabajo, con la que yo vivo”, relata.

Díaz Santana sostiene que la convivencia intergeneracional en la medicina implica ir por el camino rápido, porque “le dices al joven cuál es tu experiencia, se la enseñas, la compartes, y el día que tú te vayas, el joven se quedó enriquecido y fortalecido con lo que le diste”.

Ayudar a nacer

Cada año, el DIF Jalisco entrega el reconocimiento al Adulto Mayor Distinguido. En 2020, 13 adultos mayores de Jalisco fueron elegidos por sus comunidades por ser “un ejemplo a seguir por su trayectoria y envejecimiento activo”, como la partera Juana Bernabé Guzmán, de 86 años de edad, que asistió a muchísimas madres en el proceso de parir; son tantos los bebés que ayudó a nacer, que perdió la cuenta. “Son miles”, asegura, incluidos 68 miembros de su propia familia.

Una partera también la trajo al mundo en el municipio de Gómez Farías. Fue la primera de 12 hermanos, y ella misma asistió a la partera que ayudó a dar a luz al menor. Primero aprendió a inyectar. Un día, cuando acudió a aplicar una inyección, presenció un parto complicado en el que el bebé venía de pies y se había quedado atorado de la cabeza; la partera atendió el nacimiento con la mejor intención, pero no estaba preparada para recibir a un bebé que “no venía bien acomodado, tiraba y tiraba al niño de los pies”. El bebé murió, y ahí nació en Juana la inquietud de “aprender bien” para evitar estas tragedias, así como los malos tratos a las parturientas, de los que también fue testigo.

En este oficio, el conocimiento se transmite principalmente de una partera experimentada a una aprendiz. Pero la inquietud de Juana la llevó a aprender de un médico, en un curso al que fueron 50 mujeres y que sólo terminaron dos; al final, sólo ella llegó a ejercer: su compañera no resistió el primer alumbramiento y se desmayó.

A sus 25 años atendió su primer parto: recibió a su sobrina, quien ahora tiene 53 años. Entre los niños que ayudó a nacer están personas que ahora son doctores, licenciados y un expresidente municipal de Gómez Farías. Juanita llegó a atender hasta cinco partos en un día, uno tras otro, la mayoría, de mujeres muy pobres que no tenían dinero ni para ir al hospital. “Tengo esa satisfacción: que yo pude servir y ayudar”.

Narra con orgullo que su récord de mortalidad es de cero, tanto de bebés como de madres. A quienes desean ser parteras les recomienda “mucha fortaleza y mucha confianza, que tengan valor, porque se necesita para darle ánimo a la persona que va a dar a luz”.

Ahora, en la región de Gómez Farías es la única partera. Conoció a otras, pero ya fallecieron. Ella tiene toda la voluntad y ganas de heredar sus saberes, pero “nadie ha querido”, se lamenta.

Antes, la transmisión de conocimientos entre parteras y personal de salud tenía lugar en los cursos del Centro de Salud de Ciudad Guzmán, pero dejaron de realizarse hace 15 años.

Enseñar a estar activos

J. Guadalupe Estrada decidió practicar lucha libre al ver cada viernes las peleas en la televisión del billar donde trabajaba en 1967, en Chapala. Un día acudió con unos amigos a la Arena Coliseo de Guadalajara. Ahí quedó enganchado al deporte, y a los 17 años de edad decidió ser luchador. Averiguó quién daba clases y conoció a sus primeros maestros, el réferi El Diablo Velasco, La Gacela y Ringo Mendoza.

 “Al principio cometí muchos errores por la falta de experiencia, pero no me di por vencido, seguí entrenando y aprendiendo”, comparte. Tras mucho entrenamiento y conocer los secretos del oficio, se hizo profesional en una gira de Ciudad Obregón a Tijuana. En ese viaje conoció al réferi y exluchador profesional Hilario Lomelí, quien le dijo que se reía igual que su primo; al continuar la plática se dieron cuenta de que eran familiares: “Me dijo: ‘Yo soy tu tío, soy primo de tu papá’, y ahí descubrí por qué me gustaba la lucha libre, me venía de familia”.

El luchador fue conocido como Bruno Estrada, y por sus amigos como Chapala. Presume que en su trayectoria se enfrentó a Blue Demon, Huracán Ramírez y Mil Máscaras, y que luchó en el mismo programa que El Santo.

Bruno Estrada compitió en la lucha libre hasta finales de los años noventa. Ese deporte le dio seguridad y motivación en su vida personal. Laboró en la Arena Coliseo de Guadalajara, trabajo por el que obtuvo la jubilación. Después, Guadalupe Estrada se convirtió en instructor de pesas, y ya cumplió 25 años adiestrando a otros. Sigue activo a sus 71 años, en un espacio habilitado a un costado de la cancha de basquetbol de Chapala. Recomienda a los jóvenes que quieran ser luchadores, que primero terminen una carrera universitaria, “por si no tienen éxito en la lucha libre, que tengan opciones”.

Un país en transición

El doctor David Enrique Díaz Santana, la partera Juana Bernabé y el luchador Guadalupe Estrada cubren el perfil de una persona adulta mayor: tienen 60 años o más. Son parte de la población mayor del país, justo ahora que México está en transición generacional, al incrementarse la esperanza de vida. Hoy, las mujeres mexicanas llegan en promedio a los 77.4 años, mientras los hombres viven seis años menos. Esto contrasta con los 35 años de 1930.

Según datos de 2020 del Consejo Nacional de Población (Conapo), 923 mil habitantes de Jalisco son mayores de 60 años, lo que equivale a 11 por ciento de la población. El Instituto de Información Estadística y Geográfica (IIEG) de Jalisco y el Conapo proyectan que para 2030, casi 15 por ciento de la población en Jalisco tendrá más de 60 años, es decir, 1 millón 302 mil 346 personas.2

El envejecimiento es global, como lo señala la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que calcula que en 2050 una de cada seis personas será mayor. Pero, aunque quienes integran esta franja de la población estén jubilados y pensionados, no necesariamente dejan de ser productivos, confirma la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI: 31.9 por ciento (350 mil 165 personas) de quienes tienen 60 años y más en Jalisco es económicamente activo. Sin embargo, este grupo es de los más empobrecidos en México, como lo ha informado el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

“Generatividad”

El hecho de que no haya quien reciba los conocimientos de Juanita se debe a que en México no existen programas que vinculen experiencias intergeneracionales. Lo evidencia una de las líneas de investigación de la académica Verónica Montes de Oca, del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Envejecimiento y Vejez (SUIEV), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien emprendió una búsqueda de proyectos que incorporen el conocimiento y la experiencia de las personas adultas mayores.

“Son senior, personas mayores que entran a un proceso de capacitación, y luego ellos pueden ser mentores de jóvenes; les pueden dar pistas, consejos, acerca de cómo ser futuros profesionistas”, explica. En el ámbito gubernamental tampoco existe un programa que vincule a jubilados como voluntarios para compartir conocimientos a generaciones más jóvenes; el único programa para esta población es el de las pensiones entregadas por la Secretaría del Bienestar. Sin embargo, no es universal y se limita a la entrega de recursos económicos.

La investigadora admite que no conoce proyectos con este enfoque en México. “¡Mira que los he buscado!”, advierte, y da un ejemplo de Uruguay, un proyecto que conoce porque lo ha asesorado: la Red de Emprendedores Senior, que se define como “una organización sin fines de lucro que promueve la cultura emprendedora en personas de 50 años y mayores de esa edad”.

La Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) en Jalisco revisó si existen programas, proyectos o perfiles de personas mayores vinculadas en las empresas agremiadas, pero informó que no tienen registrados a mayores de 70 años.

Hasta el momento, en México no hay un proyecto intergeneracional. El hecho de que no exista es, más que una falla, un área de oportunidad, como explica la académica: de forma natural “todo eso existe, existe claramente cuando uno ve todo lo que hacen los empresarios y cómo heredan a sus hijos empresas; están ahí moviendo las cosas y transfiriendo muchas de sus experiencias políticas y económicas, algunas obviamente con responsabilidad civil, y otras que carecen absolutamente de ética”.

Un problema, advierte la académica, es que “desde la lógica neoliberal empresarial se deja de lado el bien colectivo, no busca preservar, sino depredar”; por eso “se les ha invisibilizado; tienen aportes sociales, pero no los vemos”.

Con la palabra “generatividad” sintetiza la idea de cómo se tendría que orientar un programa o una iniciativa que incluya a las personas mayores. Este concepto se origina en la teoría del psicoanalista Erik Erikson, y “se define como el interés por guiar y asegurar el bienestar de las siguientes generaciones y, en último término, por dejar un legado que nos sobreviva”. “Generatividad” es “una palabra que surge de la generosidad y la productividad”, explica la doctora Montes y enfatiza que es necesario entender que “el mundo es muy diverso, no hay una forma exacta de ser persona adulta mayor”.

Experiencias internacionales

En América Latina hay distintos proyectos intergeneracionales. “Las historias de mi abuela las sé al derecho y al revés […] mitos y leyendas que te asombran”, entonan en un rap en lengua originaria escrito por jóvenes que cantan en la comunidad de Nauta, a la orilla del río Marañón. Sus cantos tienen por objeto promover el cuidado de la vaquita marina de la Amazonía en Perú, y se transmiten por Radio Ucamara, medio comunitario que impulsa la enseñanza del idioma y la cultura kukama, por parte de los ancianos de la comunidad a los niños y jóvenes.

El director de esta radio, Leonardo Tello, menciona que buscan “revitalizar la lengua kukama que está desapareciendo, los que la hablan son mayores de 70 años, en 10 o 15 años se acabará; entonces unimos a esta generación con los niños”. Esta experiencia fue reconocida por el Ministerio de Cultura de Perú, porque rescata la memoria individual y colectiva del pueblo kukama.

En Guatemala, mujeres mayas ch’orti’ de la aldea Tituque Abajo, en el municipio de Olopa, Chiquimula, comparten sus conocimientos y lograron recuperar el uso del telar tradicional de maguey y el uso de tintes naturales. En España, la organización Ashoka impulsa el proyecto Aquarius, enfocado a que personas mayores de 60 años arranquen un emprendimiento; mientras en Alemania, desde 1983, la organización Senior Experten Service, enfocada al voluntariado, vincula a expertos jubilados con ejecutivos de diferentes regiones del mundo, como América Latina y África.

Una universidad para el adulto mayor

Una de las experiencias locales formales que buscan que los profesores jubilados compartan sus conocimientos con otras personas mayores es el Sistema Universitario del Adulto Mayor (SUAM), de la Universidad de Guadalajara.

“Entre las inquietudes que teníamos estaba la de transmitir las experiencias, y que éstas sirvieran a la comunidad”, dice Víctor Hugo Carrera, encargado de la dirección del SUAM. Al menos cuatro universidades del país también trabajan con esquemas similares en Nuevo León, Tamaulipas, Mérida y Ciudad de México.

En el SUAM, 400 alumnos mayores de 60 años reciben 23 cursos, entre ellos inglés, salud mental y uso de smartphone. El concepto es educación continua, aunque no se emiten títulos ni diplomas. Este proyecto pertenece al programa de Ciudades Amigables con las Personas Mayores.

“Tradicionalmente se ve al adulto mayor como una persona a la que se le tiene que tratar de forma asistencial. El SUAM no ha pretendido caer en eso de que se invite al adulto mayor para ofrecerle un desayuno; aquí se trata de que acuda a nuestro sistema y que tenga el ánimo y el deseo de seguir superándose”, apunta Carrera, quien además de ser directivo, imparte la clase de matemáticas.

Con la pandemia, al igual que otros centros educativos, trasladaron la enseñanza al modelo virtual. Contrario a lo esperado para esta población tradicionalmente ajena a la tecnología, aumentó su matrícula, porque muchos aprendieron en el suam a usar la computadora y el celular. Pese a que es una de las poblaciones ya vacunadas, aún no saben cuándo regresarán a la presencialidad.

Una de las usuarias es María Ignacia Castellanos, de 67 años de edad. Fue profesora de los 22 a los 62 años, y ahora pasó de ser maestra a ser alumna. “Se siente bien, no es lo mismo estar enfrente del aula, que estar de oyente”, expresa.

La exprofesora de primaria y secundaria, especializada en matemáticas, se jubiló de ambos niveles con 40 años de experiencia. Desde agosto de 2016 es alumna del SUAM, donde por cuatros años ha tomado diferentes clases, entre ellas acondicionamiento físico, baile avanzado, inglés, computación, uso de celular y otros más. “Se me hace un buen detalle que, aun con la edad que tenemos, tengan paciencia para enseñarnos”, agradece. Sus clases virtuales son una forma de “estar ocupada en algo y no estar teniendo malos pensamientos”.

En el SUAM “no hay restricción de la edad y tampoco tenemos requisitos de escolaridad para los adultos mayores. Tenemos adultos que no han terminado la primaria y tenemos adultos que tienen posgrado. Eso hace que la experiencia sea muy enriquecedora”, explica Carrera, quien enseña matemáticas para que los alumnos ejerciten la mente y se distraigan. “A nosotros nos enseñaron las matemáticas con sangre y lágrimas”, recuerda.

Cuando un adulto mayor ingresa al SUAM, “hay un cambio radical en la actitud y en el desarrollo del adulto mayor. Entran muy temerosos a la tecnología; iniciarlos para manejarla no es fácil, pero eso es al principio, en el arranque, como en todo. El adulto mayor que entra al suam ya no se quiere salir”, relata.

El SUAM pretende también que haya vinculación entre el adulto mayor y sus familiares jóvenes. El maestro, quien dio clases en el Centro Universitario de Ciencias Exactas e Ingeniería de la udeg durante 40 años, sostiene que la persona mayor que usa la tecnología se empodera, y eso trae bienestar a la familia. “Buscamos que el adulto mayor sea visible en su entorno”.

Otra experiencia enfocada a las personas mayores son los talleres que ofrece el DIF Jalisco: bisutería, manualidades, tallado de madera, repostería, entre otros. También tienen el área de emprendedurismo.

“Yo no sabía que podía hacer esto y a esta edad”: es una de las expresiones que escucha Angélica Contreras Robles, responsable de los Centros de Día del DIF Jalisco, quien dice que tratan de integrar a adultos mayores a la vida productiva: “Hay personas que vienen y que normalmente están solas. Los jubilados y retirados, cuando acuden a estos centros, transforman su vida”.

La pesadilla de no seguir

“Me arrepentiría de no haber tomado la decisión” de estar en la primera línea de batalla contra la covid-19, afirma el doctor Díaz Santana. Explica que hacerlo ha sido muy enriquecedor: “Hemos tendido lazos de colaboración entre todos los trabajadores de la salud, desde el personal de vigilancia, intendencia, cocina, enfermería, médicos, directivos… Ahora tenemos una cohesión muy sólida”. Reconoce que el equipo está cansado, agotado; que juntos han “llorado a partir de presenciar algunas tragedias, por ejemplo, la de una familia, de ver cómo se van muriendo uno y otro y otro y otro y otro; de ver llegar un vehículo con gente gritando ‘¡Auxilio!’, y que el paciente se muera antes de bajarlo del coche”. Con esta pandemia, reconoce, “más que hacernos duros, nos hicimos más sensibles”.

El doctor Díaz Santana sigue enseñando, lejos del aula. Para él, seguir trabajando en el hospital es la mejor opción. Admite que “a veces las organizaciones, las instituciones, no favorecen el que los viejos nos quedemos, porque a veces cargan un tanto la mano con el trabajo, parece una productividad no apreciada”.

Reflexiona en cómo la palabra honorarios viene de “hacer el honor”. Por eso, todos los días elige seguir activo. Tiene su rutina para ir al hospital: “Al iniciar el día, poniéndose la bata, sale uno de la casa pareciendo ya médico, y la bata es lo que nos viste, es como un sacerdote al ponerse una sotana”, comparte.

Ante el ritmo de vida y de trabajo que lleva, sus amigos le preguntan si toma vitaminas o cómo le hace. Pero él les da la receta: “Lo que más revitaliza es el trabajo y saberse útil; yo me siento con fuerza, no me veo jubilado, no me veo retirado, no me veo abriendo los ojos y descubriendo que estoy ya desocupado. Lo que tal vez para muchos es un sueño, para mí sería una pesadilla”, concluye Díaz Santana..

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