Valeria Luiselli: Silencios y vacíos

Valeria Luiselli. Foto de Zony Maya

Valeria Luiselli: Silencios y vacíos

– Edición 434

Escribir como una forma de detenerse, interrogar y comprender mejor —y, al cabo, preservar de su propia transitoriedad el instante que nos contiene. Eso es lo que puede concluir el lector que se tope con los escritos de Luiselli.

Estar de paso es una expresión que entraña una secreta paradoja —acaso irreconocible por la eficacia con que dicha expresión sirve a nuestra urgencia de determinar una circunstancia indefinible de otro modo—: al usarla, quiere decirse que uno está en un sitio (en una calle, pongamos, cierta tarde hecha del tedio y de la curiosidad suficientes para salir de un libro, de una página escrita a medias, de las caminatas insidiosas en torno a uno mismo en el encierro, para dar una vuelta en bicicleta), pero también que está ya marchándose (arriba, digamos, de la bicicleta cuya fijeza es invariablemente una ilusión). No siempre nos damos cuenta: aunque vivimos confiados en nuestras suposiciones de permanencia, de inmutabilidad, somos incesantemente inestables y perentorios; puede que vayamos a velocidades distintas, pero todo el tiempo nos encontramos en fuga, de un olvido al siguiente, entrando para salir, yéndonos cuando apenas llegamos: es —por más que lo tengamos sabido— la quizás no tan obvia consecuencia de haber nacido y tener que morirnos. De ahí que haya algo excepcional en detenerse y constatar que se está así, de paso. Por ejemplo, en una ciudad extraña, en el cementerio de esa ciudad, “en silencio lo que dura un cigarro prendido, para dejarse poseer por la vitalidad que florece entre las tumbas”. La escritura como una vía de conocimiento puede servir muy bien a la ocurrencia de esas ocasiones, no sólo en el sentido de que consigna los hallazgos que éstas susciten, sino, sobre todo, por cuanto propicia dichos hallazgos: escribir como una forma de detenerse, interrogar y comprender mejor —y, al cabo, preservar de su propia transitoriedad el instante que nos contiene.

Papeles falsos, el primer libro de Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), consiste en una serie de indagaciones de talante ensayístico y de cierta voluntad novelesca cuyo asunto, en buena medida, es la corroboración de nuestra condición pasajera: extravíos, búsquedas, derivas, excursiones por la memoria o por la lectura a través de las cuales sea posible dar con el lugar o los lugares que nos corresponden en el mundo. Al tener por materia prima la propia experiencia, el resultado termina por sugerir un autorretrato fragmentario, pero principalmente afirma una poética, es decir, un modo de concertar la experiencia con la escritura: una escritura, en este caso, que, más que establecer, prefiere insinuar —aludir, sugerir—, y que más que agotarse en explicaciones persuade a la lectura para que las complete por su cuenta, de manera que quien lea acabe desprendiendo sentidos íntimos y preciosos de aquello que presencia. “Escritor es el que distribuye silencios y vacíos”, anota Luiselli hacia el final de “Relingos”, un ensayo que parte del misterio propuesto por determinados espacios de la Ciudad de México (aunque los hay en cualquier ciudad) que, “como piezas sobrantes de un rompecabezas”, inútiles para cualquier propósito, sirven para suscitar la interrogación por lo que ha quedado por decirse, y para aventurar una observación que llega a una conclusión como ésta: “Los lugares existen en tanto sigamos pensando en ellos, imaginando en ellos, en tanto los recordemos, nos recordemos ahí, y recordemos lo que imaginamos en ellos”.

De la búsqueda de la tumba del poeta Joseph Brodsky en el cementerio de San Michele en Venecia, en el primer apartado del libro, al relato, en el último, del accidentado e insólito episodio que la llevó a convertirse, matrimonio por conveniencia de por medio, en residente de esa ciudad, en Papeles falsos hay también meditaciones en bicicleta, mudanzas, la pesquisa del significado de la voz portuguesa saudade, una considerable provisión de lecturas venidas provechosamente a cuento siempre que la ensayista se encuentra de nuevo con la necesidad de entenderse mejor a través de los libros, mapas, ciudades, la memoria de la infancia, y, envolviéndolo todo, los vislumbres de lo que la vida va siendo y de lo que podría ser. Pero de tal modo que es irresistible, como sucede con los mejores frutos de la escritura ensayística, preguntarse también por lo que sea que sea la propia vida. (Además, hay que señalarlo, una prosa estimable por alcanzar la hondura con su levedad, por el humor que se permite cuando hace falta, por la precisión con que elige sus palabras.)

El siguiente libro de Luiselli, también memorable, es Los ingrávidos, una novela presidida por el fantasma de Gilberto Owen —quien tenía la costumbre, mientras vivía en Nueva York, de pesarse todos los días antes de subirse al metro: “Había una báscula en la estación de la calle 116, que le devolvía la certeza de que se estaba desintegrando”. m

 

Libros de Valeria Luiselli

:: Papeles falsos (Sexto Piso, 2010)

:: Los ingrávidos (Sexto Piso, 2011)

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