Una revolución económica desde los cuidados

Una revolución económica desde los cuidados

– Edición 480

Amaia Pérez Orozco es una de las voces imprescindibles de la economía feminista; sus críticas a un sistema productivo insostenible y sus propuestas de transición hacia una nueva estructura socioeconómica que ponga la vida en el centro cobran mayor sentido en un momento de innegables crisis

Amaia Pérez Orozco lleva varios años hablando y escribiendo sobre crisis: pensando y debatiendo acerca de las formas posibles —y las que aún no lo parecen— de darle la vuelta a una crisis multidimensional que atraviesa a la mayoría de las sociedades en el planeta. Una crisis estructural que amenaza las vidas humanas y no humanas, y que 2020 dejó en evidencia de forma implacable. Crisis, en plural, que no fueron causadas, sino develadas por un virus, y que desde hace varios años han sido el punto de mira de esta pensadora española que escudriña el sistema socioeconómico desde la perspectiva del feminismo.

Ya en las líneas inaugurales de su obra más destacada, Subversión feminista de la economía (2014), la autora exponía su preocupación ante la dimensión del problema: “Estas páginas surgen del desasosiego y la inquietud. Vivimos una crisis sistémica que implica la degradación generalizada de las condiciones de vida y la multiplicación de las desigualdades sociales”. En sus diversos artículos e intervenciones ha insistido en la urgencia de hacer frente al inminente colapso ecológico y a la precariedad como el nuevo régimen de existencia para las mayorías, donde es incierta la posibilidad de acceder de forma sostenida a los recursos para sacar adelante vidas. En suma, ha criticado incansablemente “un sistema socioeconómico que no pone la vida en el centro, sino que explota la vida para el beneficio privado de unos pocos”.

De eso ha hablado Pérez Orozco durante años, y ahora las grietas de la pandemia han dejado al descubierto esta crisis estructural y otros planteamientos fundamentales de la economía feminista. Por primera vez ha habido un reconocimiento generalizado de quiénes son las y los trabajadores esenciales: aquellos que no podían quedarse en casa porque tenían la misión prioritaria de sostener y cuidar la vida. Desde los balcones de cientos de ciudades o desde las redes virtuales se desbordaron la admiración y la gratitud por quienes atendían a los enfermos; el personal médico se llenó de aplausos por hacerse cargo de la vulnerabilidad humana. La crisis sanitaria también hizo evidente la necesidad de otras actividades prioritarias para seguir adelante, como las que llevan a cabo todos los miembros de la cadena de suministro de alimentos, o las de los docentes que tuvieron que transformar sus métodos para hacerse presentes a la distancia. Con el confinamiento se hizo imposible obviar la multiplicidad de trabajos domésticos necesarios para que la vida funcione, históricamente invisibilizados y asignados primordialmente a las mujeres.

Foto: Diario de Burgos-Patricia

“Todo lo que no ha podido parar cuando todo lo demás ha tenido que parar, eso son los cuidados”, planteó Amaia Pérez Orozco en una comparecencia reciente frente a un grupo de legisladores españoles. Cuando hablamos de cuidados, dijo la profesora de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid, hablamos de cambiar un pañal, dar de comer a una persona anciana que no se vale por sí misma, poner un respirador, tomar la fiebre en casa, comprar y preparar los alimentos, lavar y remendar la ropa, limpiar la casa, llamar para preguntar si los demás están bien, hacer mascarillas cuando las fábricas no dan de sí, asegurar el suministro de los servicios básicos. En suma, explicó, “hablamos de una cantidad y una variedad ingente de trabajos que desbordan con mucho la atención a la dependencia y a la infancia, y que son todas aquellas cosas imprescindibles para que la vida funcione en el día a día”.

Fue en junio de 2020 cuando la economista y activista social planteó su propuesta de cambio estructural ante la Comisión de Reconstrucción Social y Económica del Congreso español, un grupo compuesto por 46 miembros de todos los partidos políticos creado expresamente para discutir y consensuar las medidas tomadas por el gobierno ante la actual crisis sanitaria. Amaia Pérez Orozco, una de las principales teóricas y defensoras de la economía feminista en lengua española, habló de la urgencia de transitar del actual sistema productivo insostenible —en el que se persigue la acumulación a costa de una repartición desigual de las labores de cuidados— a un modelo reproductivo sostenible y al servicio de la vida, basado en un sistema colectivo y universal de cuidados.

Desde el feminismo se ha señalado, como crítica principal al sistema capitalista, que los cuidados para sostener la vida han sido invisibilizados, feminizados, racializados, privatizados y, la mayor parte del tiempo, no remunerados. Esos cuidados, que también han sido llamados trabajo doméstico o trabajo reproductivo, son lo que Pérez Orozco denomina “la cara b del sistema”: las actividades que no se toman en cuenta en el discurso económico dominante a pesar de ser indispensables para el desarrollo de todas las personas, vulnerables e interdependientes por definición. Como si el homo economicus, ese agente racional, egoísta y autónomo que está en la base de los modelos económicos, no tuviera niñez ni se hiciera viejo, no dependiera de nadie ni se hiciera responsable por otros.

Lo que Pérez Orozco propone es que el reparto equitativo de las tareas de cuidados se convierta en una prioridad política, y que ése sea el eje vertebrador para la transformación del sistema. “Para mí, colectivizar los cuidados sería una manera de llamar a la revolución económica”, ha dicho la escritora,advirtiendo que no se refiere sólo a poner estas labores en manos del Estado, sino a que todas las personas se involucren con la responsabilidad de sostener la vida. Y eso, dice, es cambiarlo todo.

Foto: Reuters/David Mercado

La escritora situada

Cuando Amaia Pérez Orozco habla en público o pone sus ideas por escrito, se asegura de situarse a sí misma ante sus oyentes y lectores. “Hablo desde el Norte global”, advierte, porque localizarse “es una manera de entrever los sesgos introducidos en el análisis”. En un libro de 2006, que es la reelaboración de su tesis doctoral en un lenguaje menos académico, comparte algo más de sí misma y las circunstancias desde las cuales piensa y escribe: “Ninguna mujer está contratada para limpiar mi casa, pero sí tuve una beca para elucubrar durante cuatro años. No me planteo terminar trabajando [remuneradamente] en ninguna de las profesiones feminizadas que componen el suelo pegajoso [que, como diremos, atrapa a tantas mujeres]. Cuando he cruzado fronteras ha sido por deseo y con papeles. Soy una privilegiada en [los márgenes de] el Occidente capitalista, esclava del salario y que siente en carne propia eso de la precarización de la existencia”.

Pérez Orozco nació en 1977 en Burgos, al norte de España, y se asume privilegiada por haber crecido en una familia con sensibilidad feminista y de la cual heredó diversos compromisos sociales. Estudió Economía en la Universidad Carlos iii, donde descubrió las vertientes feministas y ecologistas de la disciplina, y se doctoró en Economía Internacional y Desarrollo en la Universidad Complutense, también en Madrid, con la tesis “Perspectivas feministas en torno a la Economía: El caso de los cuidados”Desde entonces ha colaborado con varios programas de posgrado en España y América Latina y ha trabajado con la administración pública en la elaboración e instrumentación de políticas de igualdad.

En 2018 fundó con dos compañeras la Colectiva XXK: Feminismos, pensamiento y acción, una asociación en la que combina la generación de ingresos con el compromiso político y vital. (magis contactó a Pérez Orozco solicitando una entrevista para este perfil, pero la economista respondió que no le era posible por la cantidad de trabajo que tenía en esos momentos en su organización). En la página de la Colectiva XXK, Amaia Pérez resume así su trayectoria profesional: “Estudié economía. Pretendieron adoctrinarme en el economicismo más ortodoxo; sin embargo, me engancharon las perspectivas críticas. Tengo el doctorado en Economía Internacional y Desarrollo. Intento tirar del hilo de qué significa eso de poner la vida en el centro y cómo cambian, en consecuencia, la forma de comprender el mundo y las apuestas políticas. Hoy lo hago con mis compañeras de XXK. Aquí están mis ilusiones y saberes acumulados a lo largo de una vida laboral ‘sin línea recta’, diversa, rica y arraigada en el estado español, pero con apertura global, especialmente hacia América Latina”.

Foto: EFE/Paolo Aguilar

Hacia una economía al servicio de la vida

Para Amaia Pérez Orozco, analizar el sistema socioeconómico desde los cuidados implica una perspectiva privilegiada —a diferencia de mirar desde los mercados—, porque los cuidados son la base de la vida y desde la base hay que empujar el cambio. “Desde los cuidados debemos abordar el momento actual, en el que necesitamos un reajuste estructural urgente”, afirma; “un cambio en el conjunto de la estructura socioeconómica para ponerla al servicio de la vida colectiva”.

Para hacer dicha transición desde un sistema capitalista heteropatriarcal y colonialista es necesario pensar desde múltiples lugares, sostiene la académica, y uno de ellos implica cuestionar, tal como se hizo al comienzo de la pandemia, cuáles son los trabajos socialmente necesarios. Así como cuestionar la “relación perversa” por la cual “entre mayor es el valor social de un trabajo, menor es su valor de mercado”; y entre “mayor es el valor social, mayor el índice de feminización y/o racialización de esos sectores”. Es el caso de enfermeras, asistentes de personas de la tercera edad, empleadas de hogar, docentes, repartidores, entre otros.

Los trabajos más valorados en el sistema actual, en cambio, son aquellos ligados al proceso de acumulación y suelen aportar muy poco a la vida, como la actividad especulativa que lleva a cabo un bróker de Wall Street. También, con la lógica del capital, los cuidados están injustamente repartidos: “quien más cuida, menos recibe —cuidar más te pone en debilidad socioeconómica—, y quien más cuidado recibe, es quien menos cuidado da”, señala Pérez Orozco, quien observa que los cuidados se organizan en flujos asimétricos: de mujeres a hombres, de clases populares a clases medias y altas, de población migrada a población autóctona, del sur global al norte global. Ella está convencida de que todo esto debería ser cambiado en una transición ecosocial.

¿Cómo? Redistribuyendo los trabajos remunerados y los no remunerados, por ejemplo, y revalorizando aquellos que sean esenciales. En la propuesta de Pérez Orozco, una nueva política del empleo incluiría una reducción drástica de la jornada sin pérdida de masa laboral, la cual tendría que partir del siguiente cuestionamiento: si se reparte de forma equitativa entre todas las personas el trabajo de no mercado que hay que hacer, ¿cuánto tiempo de vida nos queda para ir a los mercados? La profesora calcula que unas 20 o 25 horas semanales. O, como afirmó ante los legisladores españoles: “La jornada de ocho horas fue pensada para un señor que tiene una señora que hace trabajos gratis en casa, y eso no es lo que existe ni lo que queremos”.

En el mismo foro propuso la creación de un sistema estatal de cuidados que permita pensar los cuidados como política, en contraste con la tendencia creciente de mercantilizar la resolución de las necesidades vitales. La académica y activista plantea que debe imperar la lógica de lo común —o de lo público-comunitario— en los sectores esenciales: en la salud, la educación, la alimentación, la vivienda, la energía, el transporte, la atención a la infancia y a la dependencia, el trabajo de casa. Y que esos sectores tendrían que ser ampliados, a la vez que se reducen otros sectores poco sostenibles, como el turístico, el financiero o el inmobiliario. El sector energético tendría que sufrir una transformación radical: abandonar los combustibles fósiles y las prácticas extractivas para enfocarse exclusivamente en las formas de energía limpia.

Foto: Reuters/Lucy Nicholson

Todo lo anterior, por supuesto, implica la necesidad de mayor financiación pública, por lo que Pérez Orozco también considera urgente redistribuir los recursos mediante una reforma fiscal profunda, con impuestos cada vez más progresivos a los grandes capitales y a las grandes fortunas. En su visión, las grandes corporaciones tendrían que perder peso —no las pequeñas empresas— y el sector público-comunitario tendría que ganarlo. Y cuando dice esto no se refiere a construir un gran Estado todopoderoso, burocrático y lejano a la gente, advierte, sino a un sector público cercano a la ciudadanía y arraigado a cada territorio.

La economía en general tendría que estar más arraigada al territorio, menos globalizada y más localizada, considera la profesora. En primer lugar, por un motivo de sostenibilidad, pero también para volver a acercar los procesos socioeconómicos a las personas y que cada una adquiera corresponsabilidades en el sostenimiento de la vida colectiva. Y, además, “por resiliencia vital”, dice, “para poder seguir en marcha”, ya que las grandes cadenas globales de comercio y de cuidados son en extremo frágiles, señala en la conferencia “El bienestar antes que el PIB”.

Pérez Orozco tiene múltiples propuestas, y cuando las comparte en voz alta lo hace con plena convicción y sin pausas, como quien domina su campo de pensamiento y acción. Pero también tiene la certeza de que muchos de sus planteamientos están inacabados y que se requiere mucha potencia política compartida para continuar con su construcción y puesta en marcha; considera que las sociedades democráticas cuentan con algunas herramientas sociales para comenzar a hacer cambios de inmediato, pero insiste en que muchas otras herramientas aún deben ser imaginadas; y está convencida de que incluso hay conceptos básicos que necesitan ser debatidos por sectores amplios de la sociedad. Plantea que hay que repensar la riqueza, por ejemplo, para que sea entendida como aquello que nos permite estar vivos: la tierra, la vivienda, la biodiversidad, los ecosistemas. Otro concepto que piensa que es necesario reconstruir es el de bienestar colectivo o buen convivir, a cuyo servicio tendría que estar puesta la reorganización de la economía. Para la activista, es insostenible una noción de bienestar mercantilizada, individualista e hiperconsumista como la que tenemos hoy, y en su opinión, una nueva definición de bienestar, sea cual sea, tendrá que respetar dos criterios éticos: ser universalizable y respetar la diversidad vital.

Amaia Pérez Orozco lleva varios años pensando en la crisis, pero también en sus posibles resoluciones; en la necesidad de responsabilizarnos como colectivo sobre ese lugar al que queremos transitar y sobre “la clase de vida que merece ser vivida”. En su horizonte utópico, la vida no está al servicio del mercado, las necesidades esenciales son un derecho para todas las personas, sin excepción, y la responsabilidad de los cuidados se reparte de forma equitativa. La activista abraza el reclamo que lanzaron en España las trabajadoras del hogar y que fue retomado por las marchas feministas del 8 de marzo: “Sin nosotras no se mueve el mundo”. Pero ese reclamo, alega Pérez Orozco, tendría que traducirse en reformas laborales y cambios sistémicos profundos, “porque no queremos seguir moviendo el mundo solas, queremos que sea responsabilidad compartida por todos los agentes”. Y esto con una conciencia cada vez más clara sobre la nueva realidad que se quiere construir, “porque no queremos seguir moviendo este mundo”, afirma, “queremos mover un mundo diferente, donde el cuidado de la vida colectiva sea un eje vertebrador de nuestra estructura socioeconómica”. .

Foto: EFE/Juan Ignacio Ronconori

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