No conozco a nadie más ajeno a la autopromoción que luis/caballo, él ha preferido concentrar sus esfuerzos en compartir con otros lo que sabe

Cuenta la leyenda que muchos años antes de cargar al cuello su inseparable cámara fotográfica, Luis González Durán Vázquez (Guadalajara, 1953) era un animoso futbolista. Una mañana, cuando galopaba tras el balón en las canchas del Instituto de Ciencias, uno de sus compañeros, reparando en su peculiar estilo, le gritó: “¡Corres como caballo!”. A Luis le gustó el sobrenombre y se lo quedó. Se volvió tan suyo que hoy en día nadie lo identifica sino por su nombre equino, al que él añadió el “luis”, con minúscula, y la barrita diagonal, /, que se alza como un leve obstáculo entre el jinete y su montura. El uso habitual de las minúsculas en su firma de consumado fotógrafo obedece a ciertas características de su personalidad que lo vuelven inconfundible: calza siempre huaraches y luce una barba larguísima que le confiere un aire de antiguo sabio oriental.

Nos conocimos en el ITESO, flamantes alumnos en la carrera de Ciencias de la Comunicación. Pronto nos hicimos amigos y cada uno, con el paso de los semestres, fue encontrando su manera de estar en el mundo. Estoy seguro de que él descubrió en los procesos que intervienen en la toma, el revelado y la impresión de placas fotográficas algo más que un proceso alquímico: una forma de vida. Y al ejercicio de este arte, que es también una ciencia y una técnica, ha dedicado los trabajos de sus días. Soy testigo de la vigilante pasión y el amoroso cuidado con el que se acerca a los diferentes temas de su predilección: el desnudo femenino, las fiestas populares, los diversos rostros de la infancia. Juntos hicimos un libro, En el cauce del sueño (Pandora Impresores, 2018), donde reúne un conjunto de 40 fotografías que, realizadas con cámara analógica y película de blanco y negro, son uno de los más bellos homenajes que se han hecho al espacio escultórico creado por Edward James en Xilitla, justo en el corazón de la huasteca potosina.

 Pero hay mucho más. A sus 70 años recién cumplidos, nuestro fotógrafo cuenta con un archivo de proporciones inauditas, donde miles de negativos aguardan a ser convertidos en la gran exposición y el libro antológico que sin duda merecen. No conozco a nadie más ajeno a la autopromoción que luis/caballo, él ha preferido concentrar sus esfuerzos en compartir con otros lo que sabe. Maestro de numerosas generaciones en el ITESO, es también creador de “La Caja del Mundo al Revés”, un taller con el que ha viajado a lo largo y ancho de México, enseñando las mágicas posibilidades de la cámara estenopeica, otra de sus pasiones. Esta generosa actividad, paralela a su labor creativa, encarna también en los muchos años en que, al lado de Mónica Cárdenas, estuvo al frente de la editorial Los Ojos del Tiempo, especializada en fotografía. En los años recientes ha sido imprescindible su participación en el rescate, la exhibición y la edición de la obra de sus colegas jaliscienses. Ejemplos de esto son los libros y las exposiciones dedicados al extraordinario fotógrafo alteño Pablo Ibarra (1901-1973).

Si André Kertész afirmaba que había nacido siendo fotógrafo, y si toda vocación es al mismo tiempo un llamado y una elección, nada me cuesta pensar que luis/caballo nació a la suya en nuestros días de estudiantes universitarios. Una fortuna para quienes —aun en nuestros días de la vorágine digital— no hemos dejado de considerar a la fotografía como una de las bellas artes. La brevísima muestra de imágenes a la que acompañan estas líneas es una prueba de su talento y su dedicación admirables.