Túnez: La Revolución del Jazmín
Natalia Barragán – Edición 425
La inmolación de un joven en una provincia de Túnez, no sólo trajo consigo una revuelta que derrocó al dictador Ben Ali, que llevaba 23 años en el poder, sino que esparció los aires de una revolución sin precedentes por todo el mundo árabe.
“¡Su muerte no fue en vano!”. El grito es de una madre tunecina que, pese al dolor, finalmente sintió que el sacrificio y muerte de su hijo tuvo recompensa. Fue el 17 de diciembre de 2010 cuando Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante y universitario de 26 años, se inmoló en una plaza de la ciudad de Sidi Bouzid, en Túnez, en protesta contra las acciones del gobierno que lo sumían en la miseria del desempleo. Lo que siguió fue un movimiento sin precedentes liderado en su mayoría por jóvenes —bautizado como la Revolución del Jazmín— que transformó el mundo árabe.
Las multitudinarias revueltas, representadas por hombres jóvenes asidos a la bandera roja y blanca y a carteles con lemas antigubernamentales —y una que otra mujer—, lograron que el mundo pusiera los ojos en Túnez y en la situación que vivían: crisis económica desde 2008, pobreza, desempleo, bajos salarios, riqueza sólo en las clases de elite y, sobre todo, mucha indignación.
Los disidentes lograron la desestabilización del gobierno del entonces dictador Zine El Abidine Ben Ali, pese a sus intentos por reprimir las revueltas que se propagaban en todo el país y que provocaron la muerte de un centenar de manifestantes.
El primer gran triunfo: su caída el 14 de enero de 2011, tras 23 años de poder sin límite, y con ello el regreso de la esperanza del sueño democrático: libertades civiles, cambios políticos, económicos y sociales, respeto a los derechos humanos.
Los aires revolucionarios se esparcieron por el mundo árabe: Egipto, Libia, Yemen, Siria, Argelia. “La caída de Ben Ali, a pesar de la dimensión limitada del país y de su escaso valor geoestratégico, cambió por sí sola el paisaje del mundo árabe”, asegura Lluis Bassets en un artículo del diario El País. “Los dictadores árabes pueden caer: nunca había sucedido antes. Si cae éste, pueden caer otros: Mubarak tardó cuatro semanas en confirmarlo. Era sólo el comienzo”.
El pasado 23 de octubre, en un ejercicio extremadamente vigilado —14 mil observadores (de los que 600 eran extranjeros), 35 mil interventores de partidos políticos y 40 mil policías y soldados— Túnez vivió sus primeras elecciones democráticas en 55 años. La participación en las elecciones alcanzó 90 por ciento y “superó todo lo esperado”, según la comisión electoral. La victoria fue para el partido islamista En Nahda.
Tras la votación, su líder Rashid Ganushi pidió a los tunecinos unirse para la tarea más complicada: la instauración de la democracia. m
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