Tierra: recurso del pasado, material del futuro
Montserrat Muñoz – Edición 501
Lejos de ser sólo la reivindicación de lo tradicional o un movimiento en pro de la sostenibilidad, la llamada “arquitectura de tierra” emerge como una respuesta compleja que podría guiar un cambio cabal hacia una construcción más humana y consciente, mientras desafía normas y combina la sabiduría ancestral con una visión de futuro
Los fieles de la astrología lo saben: las personas nacidas bajo los signos de Tauro, Virgo o Capricornio —los llamados “de tierra”— se distinguen porque poseen energías y caracteres que evocan la solidez, la fuerza, la constancia, la resistencia y la confiabilidad, entre otros rasgos.
¿Qué son esas sino características propias del elemento a las que se les asocia? Sin embargo, el ámbito esotérico no es el único que percibe así a la tierra: la arquitectura más elemental, la que se edifica con la tecnología más rudimentaria (las manos del hombre), también le confiere estas virtudes.
Por siglos, la tierra ha sido la base de las construcciones más simples y también de las más monumentales. Desde las chozas del medioevo hasta los complejos arquitectónicos contemporáneos, sin olvidar las pirámides de Guiza, en Egipto; la ciudad de Shibam, en Yemen; o el palacio de la Alhambra en Granada, España —que son apenas algunos ejemplos—, este material ha demostrado su versatilidad y su resistencia. Sin embargo, hasta hace poco, apenas en las últimas décadas, se han comenzado a estudiar con mayor rigor sus propiedades físicas, químicas y estructurales, revelando que la tierra no sólo es un recurso abundante, sino también un material con un potencial inmenso para responder a las necesidades del siglo XXI.
Según se puede rastrear en la historia, la humanidad construye con tierra desde hace más de 10 mil años y, si bien nunca hubo una pausa en su utilización, el resurgimiento de la arquitectura de tierra comenzó en la década de los setenta del siglo pasado tras la crisis económica mundial, como una reinterpretación lejana a lo nostálgico y cercana a la búsqueda de un diseño moderno, funcional y vanguardista.
Este periodo se caracterizó por el surgimiento de grupos de investigación dedicados a la construcción con este material. Algunos de estos grupos son cobijados por el Centro Tierra de la Pontificia Universidad Católica del Perú; por el Instituto de Investigación de Construcciones Experimentales en Kassel, Alemania; por el CRAterre en Grenoble, Francia; por el Rammed Earth Work de California, Estados Unidos; y por el Ramtec en Perth, Australia.
Este nuevo enfoque, en el que se aboga por la conservación de sistemas constructivos ancestrales, pero involucrando las tecnologías, visiones y objetivos de la época contemporánea, no sólo ha sido aceptado, sino que ha sido premiado y aclamado como un modelo digno de seguir. Ejemplo de ello son arquitectos de talla internacional, como Diébédo Francis Kéré, Wang Shu y Jacques Herzog y Pierre de Meuron, todos reconocidos con el premio Pritzker en 2022, 2012 y 2001, respectivamente, quienes se posicionan como férreos impulsores de la tierra como material óptimo para la construcción.
Estos y otros cuerpos académicos y profesionales no sólo trabajan en la exploración técnica de la tierra, sino que también buscan ampliar el conocimiento del material como elemento sociocultural, su efecto en lo económico y, por supuesto, en lo ambiental.
La arquitectura, entendida como una disciplina desde siempre ligada a la innovación, se presenta como un pilar en la ecuación para crear estos entornos más sostenibles y eficientes que exigen la actualidad y, más aún, el futuro. La arquitectura de tierra no sólo sobrevive, sino que prospera con toda la nobleza que caracteriza a este material. Esta fusión de lo antiguo y lo nuevo asegura su supervivencia y garantiza su relevancia y su vitalidad.
Valor ≠ Costo
En un estudio publicado en 2018, la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés) señaló que la industria del cemento es la responsable de alrededor de 7 por ciento de las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2) y la tercera industria más consumidora de energía. Un dato más por considerar: el concreto es la sustancia manufacturada que más se usa en el planeta.
Se trata también de un sector que a escala mundial alcanza ingresos anuales cercanos a los 10 billones de dólares, reporta el World Economic Forum, y representa entre 5 y 8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de diversos países, tanto en vías de desarrollo como desarrollados.
“Vivimos en una sociedad que otorga valor a lo que cuesta dinero y se lo quita a lo que cuesta poco”, ha declarado la arquitecta y activista Anna Heringer, reconocida mundialmente por sus proyectos hechos a base de tierra en países como Bangladesh, Ghana, China, Alemania y Marruecos.
Al ser un material altamente disponible y accesible, el casi nulo beneficio económico que la tierra puede implicar para los grandes empresarios hace que la industria se resista a utilizarlo y promoverlo. Sin embargo, proyectistas de todo el mundo trabajan por renormalizar su uso a gran escala de manera urgente, utilizándola en obras que la alejan de los clichés de ser un material exclusivo de lo pobre y lo rural.
La arquitecta india Anupama Kundoo, una de las figuras más destacadas de este movimiento y ganadora del premio riba Charles Jencks, resume la simbiótica relación entre la tradición y la modernidad desde una perspectiva económica: “El diseño no es sólo para la gente con recursos, ni las situaciones de bajo coste para los que no tienen”, menciona en una publicación que recupera las memorias del XI Congreso Internacional de Arquitectura de Tierra, realizado en Valladolid, España.
Más allá de la relación costo-valor, lo cierto es que hay una comunidad cada vez más extensa de arquitectos y constructores, con diferentes formaciones y conocimientos técnicos, que emplean materiales propios del lugar en donde se realizarán los proyectos. Ahí es donde la tierra, las arcillas, las cerámicas, las gravas, los barros, los adobes y otros materiales naturales y autóctonos se convierten en protagonistas de las obras y se entienden no sólo como medios para hacer una edificación, sino también como elementos de cohesión social —la construcción con tierra ha probado ser un efectivo vehículo de integración comunitaria— y herramienta de progreso, empoderamiento y justicia social.
Al respecto, Heringer ha afirmado que es posible reinterpretar un material antiguo con el uso de técnicas de construcción y lenguajes de diseño actuales. El resultado es más que un edificio: es un proceso de transformación para la comunidad y el contexto físico, que promueve abrazar las tradiciones y respetar al planeta.
“Estoy completamente convencida de que, desde nuestra profesión, podemos hacerlo mejor para construir una armonía con el planeta y promover economía y la justicia social y aportar a la diversidad cultural”, ha dicho.
Para la también profesora honoraria de la Cátedra UNESCO de Arquitectura de Tierra, Culturas de Construcción y Desarrollo Sostenible, la arquitectura debe cumplir una función de cuidado. Y la tierra permite justo eso: cuidar a las personas, a las comunidades y al medio ambiente.
“Sabemos que la tierra como material arquitectónico puede mantenerse en pie durante cientos de años, es fácilmente reparable y es el único material que puedes reciclar cuantas veces quieras sin perder calidad. Esto hace que la tierra sea el mejor de todos los materiales sustentables y ecológicos. Es un material de baja tecnología con un rendimiento de alta tecnología”, apunta la activista.
Hoy en día, la evidencia de la eficacia y la durabilidad de las arquitecturas contemporáneas de tierra es abundante y persuasiva. Prácticamente cualquier tipo de tierra es adecuada para la construcción, siempre que se elija la técnica correcta y se enriquezca el material con aditivos que le confieran mayor durabilidad, resistencia y otras propiedades necesarias para el proyecto específico, de ser necesario.
Aprender del pasado, no romper con él
Regresemos. ¿La arquitectura de tierra cabe en el siglo XXI? No sólo cabe, sino que es necesaria. Ronald Rael, activista, artista y profesor de arquitectura en UC Berkeley, asegura que la vida de los cementos será aún larga en la industria de la construcción, pese a sus altos costos medioambientales.
Por ello, la apuesta debe estar, a su parecer, en construir puentes entre temporalidades y latitudes, viajando al pasado, considerando retos del presente y reinterpretando en clave de futuro, “reimaginando una profesión con la que estás cambiando el mundo”, compartió en entrevista con la plataforma ArchDaily.
Rael no construye edificios; él imprime arquitectura. Convertido en emprendedor, juega con adobes, arcillas y cerámicas y los convierte en insumo de tecnologías aditivas, explorando con ello salidas arquitectónicas, pero también artísticas y políticas.
Aunque a algunos les pueda resultar extraña esa combinación entre tierra cruda y la impresión en 3D, para el arquitecto es una unión natural: parte de la tierra, que considera el material de construcción más avanzado del planeta, y la fusiona con una tecnología de punta sin perder la memoria del material ni el conocimiento de las técnicas tradicionales de construcción, para responder desde otro enfoque a las necesidades arquitectónicas de la sociedad actual.
La sencillez de la tierra (que no es lo mismo que simpleza), combinada con un lenguaje arquitectónico actual, permite que un edificio se convierta en una amalgama de modernidad y tradición.
Rael explora los cruces entre la construcción con tierra y la inteligencia artificial. “Sigo investigando cómo conectar el pasado con el futuro”, añade.
La tierra como pilar de un futuro sostenible…
Una paleta de colores amplísima, donde reinan los marrones, ocres, chocolates, cafés y rojizos, define las construcciones de tierra, capaces de adaptarse tanto a contextos rurales como urbanos gracias a su alta disponibilidad.
Cuando se trata de sustentabilidad, la arquitectura de tierra se posiciona como una de las opciones más favorables para el medio ambiente. Este material ancestral, utilizado durante milenios, no sólo es por completo reciclable, sino que también se obtiene localmente, reduciendo la necesidad de transporte y con ello, la huella de carbono, señala Ana Rosa Olivera Bonilla, coordinadora de la Cátedra UNESCO de Arquitectura de Tierra, Culturas Constructivas y Desarrollo Sostenible en el ITESO.
“Una de las principales ventajas de la tierra es que es un material reciclable al infinito. Lo puedes tomar, puedes construir con él y, si se destruye, sí hay una reintegración al medio ambiente”, comenta.
Para los promotores de la arquitectura ecorresponsable, los mejores materiales para construir siempre van a ser los que estén en el lugar mismo de la construcción, lo que permite que la edificación tenga una integración muy natural con el paisaje. Al emplear tierra de la misma excavación, se minimiza la carga energética asociada a su extracción y su procesamiento, haciendo de la arquitectura de tierra una práctica de “Kilómetro Cero”.
“No pretendemos construir con tierra en todo el mundo, sino en los sitios donde exista tierra apta para construir. No es que caprichosamente llevemos un sistema constructivo a un lugar donde no se puede hacer, sino que tomamos lo que hay en él para moldearlo y hacer algo estéticamente correcto y que se pueda habitar”, señala la investigadora.
En términos de impacto ambiental, la tierra es un recurso imbatible. Su inercia térmica permite que los edificios construidos con este material almacenen calor durante el día y lo liberen durante la noche, lo que reduce la necesidad de sistemas de calefacción y refrigeración. Además, su capacidad para ser un excelente aislante acústico y su naturaleza inerte —que la hace resistente al fuego, la putrefacción y los ataques de insectos— la convierten en una opción sostenible y también en extremo duradera.
“La tierra es un sistema constructivo que tiene muchos beneficios. Al construir con ella tenemos que entender que es un material que se mantiene unido con la humedad. Al final hablamos de que la tierra es una materia trifásica: tiene humedad, aire —o espacio de gas— y granos. Entender la materia desde esta perspectiva es lo que nos ayuda a entender cuáles son las variantes de cohesión para poder hacer diferentes tipos de muros. Cada una de estas técnicas necesita tierra en un estado hídrico diferente y, por lo tanto, una tierra muy especial”, explica Mauricio Rodríguez Mejía, arquitecto del Taller Moro Arquitectura.
Sin embargo, como cualquier material, la tierra no está exenta de desafíos. Uno de los principales puntos débiles es el mantenimiento, que requiere considerar de antemano una erosión controlada y calculada. Para enfrentar este reto, se suele sobredimensionar las estructuras o estabilizar la tierra con aditivos y biopolímeros, técnicas que han demostrado ser efectivas para prolongar la vida útil de las construcciones.
Estudios comparativos han demostrado que los materiales de construcción a base de tierra, como los ladrillos de adobe y las paredes de tapial, generan emisiones de CO2 significativamente menores que las de otros materiales convencionales, como los ladrillos cocidos o los bloques de hormigón celular. Estos materiales de tierra emiten entre 22 y 26 kg de CO2 por tonelada mientras que los ladrillos cocidos emiten 200 kg de CO2 por tonelada, y los bloques de hormigón celular alcanzan los 375 kg de CO2 por tonelada. Cabe resaltar que hay profesionales, entre ellos la propia Anna Heringer, que opinan que materiales industrializados como el cemento deberían estar gravados por un impuesto al carbono, proporcional a su peligrosidad tanto para el medio ambiente como para las personas. A la par de estas críticas, surgen esfuerzos desde la industria cementera para procurar eficiencias energéticas, como la Iniciativa para la Sostenibilidad del Cemento (CSI, por sus siglas en inglés).
Además, la capacidad de la tierra para resistir fuerzas de compresión, en especial en técnicas como el adobe y el tapial, permite construir muros estructurales que no sólo soportan el peso de la edificación, sino que también pueden ser utilizados en la creación de bóvedas y cúpulas que cubran grandes áreas sin necesidad de apoyos adicionales. Esta versatilidad se combina con la posibilidad de ampliar o reformar estructuras existentes sin un daño ambiental significativo, ya que gran parte del material original puede reutilizarse.
“Si la edificación no se pudo construir con tierra, una opción puede ser instrumentarla dentro. Puede ser en un revestimiento o un muro interno, o paneles con tierra para lograr un equilibrio climático, y eso ya va a ayudar (a lograr un menor perjuicio ambiental)”, comparte Ana Rosa Olivera.
La tierra es un material inocuo, libre de sustancias tóxicas, siempre que provenga de suelos no contaminados. Esta característica, sumada a su reciclabilidad, la convierte en una opción completamente integrada al ciclo natural: al final de su vida útil, el material puede ser reintegrado al medio ambiente sin dejar desechos perjudiciales.
La arquitectura de tierra no sólo responde a los desafíos actuales de sostenibilidad, sino que también demuestra ser sismo-resistente cuando se emplea con las técnicas constructivas adecuadas y se elige correctamente la forma del edificio. En resumen, la tierra como material constructivo es una solución integral que aborda tanto las necesidades medioambientales como las exigencias estructurales de la construcción contemporánea.
En su libro Arquitecturas de tierra (Blume, 2019), el arquitecto, historiador y urbanista Jean Dethier afirma que “una arquitectura auténticamente ecológica puede, y debe, contribuir al cambio de paradigma social. Y el arte de construir con tierra nos permitirá́ habitar el planeta de una manera mejor”.
…y como un vínculo con la comunidad
Las razones para optar por la tierra como material de construcción van más allá del aspecto ambiental; también hay un fuerte componente social y un gran arraigo cultural. Al fin y al cabo, la arquitectura es, ante todo, un reflejo de las culturas y las comunidades que la utilizan.
El resurgimiento de la arquitectura de tierra también representa una oportunidad para reinsertar las tradiciones culturales en el diseño y la construcción de edificios. En muchas regiones, el uso de la tierra fortalece la identidad cultural y fomenta la autonomía de las comunidades. Al ser un material que refleja las creencias, costumbres y estéticas de una sociedad, la tierra se convierte en un vehículo para expresar la identidad local. Cada edificio construido con este material lleva consigo una carga simbólica, una manifestación del conocimiento transmitido de generación en generación.
La diversidad de técnicas constructivas que permite la tierra es otro de sus grandes valores. Existen métodos que requieren mano de obra especializada, mientras que otros son lo suficientemente sencillos como para ser utilizados por personas sin experiencia previa en la construcción, lo que fomenta el trabajo en comunidad mediante el involucramiento de sus integrantes más jóvenes y también los mayores.
Este tipo de construcción cooperativa promueve el desarrollo de redes sociales y fortalece la identidad de sus habitantes como grupo al ser partícipes de la creación y la modificación de su entorno más cercano. Su capacidad para conectar a las personas con su entorno y con su historia hace de este recurso constructivo un catalizador de cohesión social y cultural.
Retos: la arquitectura del futuro
Resulta utópico pensar que existe una solución única para todos los problemas sociales, económicos, medioambientales y de cualquier otra índole que la industria de la construcción tiene o provoca. Sin embargo, la arquitectura de tierra podría ser esa piedra que le dé a dos (o más) pájaros de un tiro.
En un futuro donde la sustentabilidad es imperativa, la tierra se posiciona no sólo como un recurso del pasado, sino como el material del futuro. Y es que tiene el potencial de redefinir la forma en que se construyen ciudades enteras.
Mientras el mundo enfrenta el cambio climático y otras crisis, la arquitectura de tierra ofrece una respuesta sólida y tangible.
“La arquitectura de tierra es fundamental; es un material clave para el futuro. Lo único que falta es educación y confianza en que este material se puede utilizar en grandes construcciones”, mencionó Heringer durante el Encuentro Internacional para la Construcción con Tierra y Materiales Naturales, realizado en el ITESO en junio pasado.
Coincide con ella Àngels Castellarnau, arquitecta española al frente de la firma Edra Arquitectura Km0, quien ha señalado que la falta de normativas ha sido un obstáculo para que más profesionales se atrevan a construir con tierra, ya que “trabajar así exige volver al origen de la arquitectura, donde es el arquitecto el que tiene grandes conocimientos técnicos y de cálculo y controla el material, como Gaudí. Hay que saber de fraguados, de cargas iónicas de las arcillas… sabiduría antigua que se ha ido perdiendo. Se pueden cumplir las normas y los parámetros con conocimiento y buen hacer, pero hay que renormalizar esta manera de construir, reintroducirla en el sistema”, apunta.
Durante el Encuentro Internacional para la Construcción con Tierra y Materiales Naturales se anunció la creación de la Red Mexicana de Construcción de Tierra, desde donde se buscará sentar las bases para crear un reglamento para la arquitectura de tierra en México. Pensada como una agrupación enfocada en la transmisión de conocimiento de los diversos sistemas de construcción con tierra, el lanzamiento de esta Red se programó para realizarse en el marco de la sesión ordinaria de la Comunidad de Práctica Construyendo con Tierra (CoPTierra), en septiembre de este año.
A pesar de sus numerosas ventajas, la arquitectura de tierra enfrenta desafíos significativos. Entre ellos, la falta de conocimiento técnico y la ausencia de normativas claras que regulen su uso. La educación arquitectónica también debe adaptarse para incluir estas técnicas y fortalecer estos conocimientos en la formación de los futuros profesionales.
Además, la arquitectura de tierra debe superar barreras sociales y culturales, ya que en muchos lugares se percibe como una opción de “bajo costo” asociada con áreas rurales. Sin embargo, proyectos innovadores en todo el mundo están desafiando estos prejuicios, al mostrar que la tierra puede ser el fundamento de estructuras modernas, sostenibles y estéticamente atractivas.
Avanzar hacia un modelo de construcción que priorice el uso de la tierra no es un retroceso, sino una evolución hacia una arquitectura socialmente más responsable y en armonía con el planeta.
La tierra, ese material que una vez fue la primera opción del ser humano para construir su refugio, vuelve hoy como una solución viable y necesaria para los desafíos del presente y del futuro. Cada muro levantado de tierra construye no sólo un edificio, sino también un futuro más sostenible para las generaciones venideras.