Tiempo de cambios y lecciones
Gabriel Orihuela – Edición 479
Tras casi un año de padecer los efectos de la pandemia, las sociedades y los individuos podemos ya ir recapacitando acerca del significado de las transformaciones que esta situación inédita ha traído a nuestras vidas, sus efectos y los aprendizajes que hemos podido obtener
La pandemia de la covid-19 parece tener sólo aristas negativas.
No es para menos: al escribir estas líneas, a principios de diciembre de 2020, la propagación del coronavirus ha dejado alrededor de un millón y medio de muertes en el mundo y ha hundido a casi todas las economías del planeta en una crisis cuya recuperación tardará años.
Sin embargo, además del dolor, esta enfermedad también ha obrado otros cambios en la vida de la gente.
Nuevos empleos y nuevas habilidades. Viejos temores y viejas nostalgias. Éste es un intento de acercarnos a esas lecciones que nos ha ido dejando la covid-19, desde las voces de siete mexicanas y mexicanos de distintas edades y profesiones, así como tres investigadoras y un investigador que intentan explicar esas lecciones.
En el caso de los relatos, se mantuvo la narración en primera persona. No es una transcripción textual en todos los casos; se realizaron modificaciones mínimas para mejorar la lectura. Sin embargo, en todos ellos, los entrevistados reconocerán estas palabras como propias. Después de todo, no hay mejores personas para contarlo que quienes se enfrentaron a este virus.
Éstas son sus historias.
Un trabajo, la salud, la vida misma se te pueden ir
Angélica Núñez, contadora y profesora universitaria
Para mí, el cambio a trabajar en casa fue muy cómodo, pero la situación familiar se tornó diferente porque a mi esposo y a mí nos dio covid-19 al mismo tiempo. Estamos encerrados y cuidándonos; mi esposo sigue con oxígeno. Si yo tuviera que estar saliendo a trabajar, ¿quién lo hubiera cuidado a él?
A mi esposo le dio neumonía, estuvo muy grave tres días. No les dije a mis hijos, pero yo pensaba que no amanecía, y yo estaba sola con él. Me enseñé a inyectar con él, era algo que yo no hacía y aquí lo desarrollé: inyectarlo a él e inyectarme a mí para no involucrar a más personas, porque no pueden entrar por el virus.
Ahí vamos saliendo, ya pasó el peligro, esperamos que su oxigenación mejore, y yo espero que pronto lo den de alta porque ya fue demasiado tiempo. Pero lo grave ya pasó.
Con la contingencia, ahora tengo momentos de descanso que no tenía antes; durante un tiempo escogía entre descansar o comer. Era más mi sueño, mi cansancio, que mi necesidad de comer.
Tengo una enfermedad que se llama síndrome de Ménière, o vértigo. Todo este estrés, toda esta falta de alimentación, pocas horas de sueño, provocaban que constantemente tuviera estas crisis de vértigo, y ya tengo todo este tiempo sin ellas.
Con todo, aprendí que nada es para siempre. Todo es vulnerable, todo se te va de las manos: un trabajo, la salud, la vida misma se te pueden ir. Así que hay que rescatar la parte de los valores, de estar más con la familia, disfrutar más de los momentos, de lo que en realidad tiene un peso importante.
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“Tuve que hacerme a la idea de que iba a estar aquí, atorado”
Julián Iturria, gestor de redes sociales
Como todos, creí que la pausa iba a durar 15 días o un mes. Como nos mandaron a home office y no había visto a mi familia en unos seis meses, me vine a casa de mis papás, en Oco-tlán, después de cinco años de no vivir con ellos.
Fue un proceso muy complicado, no sólo por tener que readaptarme a la rutina familiar, a convivir con otras personas, sino porque terminé la relación con mi novia.
Sumado a esto, nos avisaron que nos iban a reducir el sueldo y eso se convirtió en dos meses completos sin recibir nada. Tuve que dejar la casa que estaba rentando en Guadalajara, tuve que hacerme a la idea de que iba a estar aquí, atorado, un buen rato más.
Mi vida se convirtió en trabajar y ver noticias, lo que me terminó afectando. Como en julio o agosto me enfrenté a inicios de depresión: duré dos semanas sin querer levantarme de la cama, sin comer, sin querer trabajar, trabajaba nada más por compromiso.
Con la terapia ya salí del bache; empecé otros proyectos y volví a hacer cosas que me agradan y a aprovechar el tiempo que tengo. Ya también asimilé mi ruptura, y aquí estamos, cada día un poco mejor.
Solía ser una persona muy frívola en cuanto a expresar sentimientos y emociones hacia otras personas, y me he dado cuenta de lo valioso que es tener personas que te escuchan, que te leen, que están dispuestas a apoyarte y, viceversa, estar ahí para otras personas.
Me queda muchísimo más claro que jamás debes minimizar los problemas de otra persona. Creo que hay que seguir aprendiendo de las experiencias, positivas o negativas; de nuestros fallos, de nuestros aciertos. Y darle para adelante.
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La pausa que nos obligó a pensar en nosotros
Tania Campos, publicista
Hace como un año me independicé y, junto con mi novio, comenzamos nuestro propio despacho creativo. Tenemos nuevos proyectos: entre ellos, somos socios en una escuela de fotografía y una galería de arte. Así que el año nos pegó bastante. Yo sí perdí trabajo, aunque mi novio, que labora para otras empresas, tiene más chamba.
No me había titulado; entonces pensé que era el momento; me volvía loca en la casa y necesitaba algo en qué pensar.
Esporádicamente voy a la oficina, pero algo que valoro mucho es comer en casa. Me di cuenta de que sí puedo y que, si me doy el tiempo, me organizo y preparo de comer, puedo hacerlo.
Tengo más cercanía con la familia que está lejos; ahora es bien cotidiano que nos conectemos en la semana a platicar por videollamada. O amigos que tenías lejos y que ahora les dices: “Hay que echarnos un Zoom”. Me encontré con amigos de la prepa que no veía. Mi hermano, por ejemplo, tiene un año viviendo en Egipto y, a partir de la pandemia, cada fin de semana nos conectamos.
El 2020 me ha enseñado a tomar las cosas con calma, a saber que no necesito vivir de prisa todo el tiempo. Para mí fue un año que nos abrió los ojos para detenernos a reflexionar sobre lo que estábamos haciendo y el ritmo de vida que estábamos llevando. En unos años voy a recordarlo como eso, como la pausa que nos obligó a pensar en nosotros mismos y a repensar el estilo de vida que estábamos llevando nosotros y el mundo en general.
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Si bien es cierto que la pandemia ha dejado un saldo negativo, también ha potenciado una serie de reflexiones sobre nuestras prioridades, considera María Luisa Ávalos Latorre, doctora en Psicología y profesora investigadora del Centro Universitario de Tonalá de la Universidad de Guadalajara (UdeG).
“Algo que se ha valorado mucho son las oportunidades que se han tenido para, por ejemplo, comer con más tranquilidad; compartir momentos, ver una película, este tipo de actividades que, a veces, por las demandas de trabajo, de estar fuera de casa y todo esto, no eran tan posibles”, comenta.
En medio de la contingencia han sido notorios los esfuerzos de los profesionales de la salud mental para divulgar la información precisa sobre cómo cuidarnos a nosotros mismos y cómo mejorar la comunicación con las personas con quienes convivimos.
“Se había hablado mucho de tener tiempo de calidad con tus hijos, por ejemplo. Pero era como un discurso, y ahora sabemos que los hijos valoran mucho que los papás estén en casa”, dice.
“Ahora que yo sé que trabajando en equipo cocinamos en 30 minutos, pues a lo mejor no va a ser necesario que yo lo haga sola al llegar del trabajo corriendo, sino que invite a los demás y hacerlo y sentarnos a comer”.
Una reflexión interesante que ha dejado la covid-19 se relaciona con el reconocimiento de nuestra situación respecto a las de otras personas.
“Por ejemplo, yo he escuchado en la terapia este discurso en el que la gente dice: ‘Yo soy bendito porque puedo estar en mi casa o porque tengo espacio y tengo mi habitación sola. Pero hay gente que tiene que salir a fuerzas a trabajar o gente que tiene que estar en una habitación con tres personas’”, explica.
Como de todas las experiencias, también es posible salir de ésta sin algún aprendizaje. Pero, en el caso de las relaciones interpersonales, el error sería desaprovechar la oportunidad de disfrutar la cercanía con nuestros seres queridos.
“No haber aprovechado este tiempo para mejorar nuestras relaciones interpersonales, para buscar medios de comunicación con las personas que en este momento tenemos cerca, por ejemplo; para aprovechar los medios digitales, porque eso ha sido otra gran ventaja para muchos: hay quienes viven fuera o no tan cerca de sus familias, y esto, lejos de distanciarlos, los ha acercado más, porque antes nada más iban de visita una vez al año y ahora cada semana se hablan”, señala la especialista.
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Uno no ve la covid-19 cerca hasta que está al lado de ti
Carlos Gálvez, redactor publicitario e hijo de Angélica Núñez
Uno tiene que continuar con su trabajo, con sus demás dinámicas, pero también tiene que cargar con este peso de decir: “Estoy encerrado, no puedo salir, no puedo ver a mis papás”, además de que no los puedo ver ahora que están enfermos.
Hablo con mi papá por teléfono y, entre tos y respiros, me comenta que hay unos días que le daba miedo dormirse porque creía que no amanecía. Es muy duro escuchar eso. Jamás creí que no existiera la enfermedad, obviamente, pero uno no la ve cerca hasta que está al lado de ti, tocándote el hombro.
Por otra parte, perdí mi trabajo. La empresa cierra en plena pandemia; justamente el 15 de septiembre, que era puente, fue mi último día, sin un aviso anticipado. En pleno pico de pandemia yo tenía que buscar trabajo. Estás entre la espada y la pared: no puedes salir y la gente no está contratando; al contrario, está haciendo recortes.
Para mi buena suerte, encontré un trabajo a los cuatro días, en una nueva empresa, mucho más grande, con más experiencia, y me sentó perfecto porque me duplicaron el sueldo.
Ahora entiendo que el trabajo no es para siempre: casarte con una empresa es absurdo, porque mañana ni un “gracias” te dan… ni una palmadita.
Hay muchas cosas en las que he tenido tiempo de pensar, como la parte de la conciencia social, es decir, que por mi culpa se puede morir el vecino, que es un adulto mayor, que tal vez tiene hipertensión.
Sé que hay un efecto dominó en las cosas que hacemos: que, por muy pequeñas que parezcan, sí logran un cambio, y creo que es algo que debemos entender.
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La salud va más allá de sólo comer bien o hacer ejercicio
Lineth Pérez, coordinadora de mercadotecnia
En mi trabajo hubo recorte, y a los que permanecimos nos cargaron la mano. Yo ya estaba teniendo hábitos para equilibrar mi vida: haciendo ejercicio, yendo con un nutriólogo, pero a partir de eso llegó un punto en el que estaba trabajando como 20 horas por día.
A partir de ahí bajó mucho mi estabilidad física y emocional. Llegué a un momento de quiebre. Comencé a pensar si realmente ese trabajo valía la pena y qué tipo de trabajo me llenaría.
Encontré que para ese nuevo empleo debía tener ciertas certificaciones y no tenía tiempo para tomarlas, así que decidí renunciar. Unos tres meses antes avisé en el trabajo que me iría, para que pudieran encontrar a alguien y capacitarlo. Terminamos muy bien la relación y pude utilizar ese tiempo para tomar esas certificaciones.
Comencé a buscar trabajo en todos lados, hice mi currículum e incluí mis certificaciones. También decidí invertir en mi maestría. Cuando estaba buscando vacantes, encontré una postulación para una pasantía en otra empresa, que me ayudó para tener el trabajo que tengo ahora.
Por otra parte, no llevo una buena relación con mi abuelo, en cuya casa vivía, y empecé a pensar si era el momento para independizarme. No tenía caso seguir en un ambiente donde todo siempre está tenso. Si no hubiera dejado el trabajo, tampoco habría reflexionado en todo esto que estaba pasando.
Ahora sé que, por más que queramos hacer mil cosas, es difícil lograrlo si no estamos cuidándonos a nosotros mismos. La salud va más allá de sólo comer bien o hacer ejercicio: también implica tomarnos el tiempo para reforzar esa inteligencia emocional.
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Muchas empresas mexicanas habían pospuesto las inversiones para su transformación digital. El cambio abrupto provocado por la covid-19 ha significado para este sector un avance de tres años, según algunos estudios. Para Guadalupe Jeanette González Díaz, coordinadora de la Maestría en Desarrollo y Dirección de la Innovación del Sistema de Universidad Virtual de la udeg, la pandemia evidenció la necesidad de infraestructura robusta en ciberseguridad y de flexibilidad para laborar de forma remota.
“Con la adopción de tecnología, no sólo estamos hablando de invertir en infraestructura, sino de un cambio cultural en la empresa, y esto va desde los empleados hasta los dirigentes o los tomadores de decisiones, porque una empresa que tenía ideas obsoletas en este momento, donde percibían mal el trabajo remoto, tuvo que adaptarse para dar continuidad a sus operaciones: o dejaba trabajar de forma remota a los empleados o paraba de operar”, dice.
“Igual los empleados: tuvimos que administrarnos de forma diferente para poder trabajar desde casa”.
Para que estos procesos sean posibles, es necesario que haya un cambio cultural importante en las empresas, a fin de que desarrollen procesos más flexibles; en los trabajadores, que deberán tener más autogestión, y en las universidades, que requieren formar profesionales capaces de hacer frente y propiciar dichos cambios.
Las empresas han encontrado formas de innovación y, en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera han implicado grandes inversiones.
“Cuando hablamos de usar la tecnología como un medio para llegar a la innovación, no necesariamente tengo que invertir en un data center de millones de dólares. Puedo platicar de la tienda de aquí, la de la esquina de mi casa: lo único que hizo fue que, al darse cuenta de que estaba perdiendo ventas porque no están yendo a comprarle, habilitó un WhatsApp, compró una moto y le está yendo súper bien”, cuenta.
“Estamos abriendo posibilidades a las que no pensamos que tuviéramos alcance si no nos hubiera ocurrido esto”.
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Aprender a aprovechar todos los momentos
Érika Peralta, estudiante de licenciatura
Antes, de la escuela me iba a trabajar, del trabajo a natación, de natación al templo y del templo a mi casa, y así me la vivía. De repente, al no tener nada de eso, se me movió el piso. Era estrés, eran peleas con quien se me parara enfrente, eran enojos.
Me puse a hacer ejercicio, más por lo psicológico que por lo físico. El rato que hacía ejercicio me ayudaba a alejarme un poco de la situación y eso me hizo mejorar mucho mi salud; antes estaba en sobrepeso y ahorita ya tengo un peso saludable.
Mi familia ha aprovechado el tiempo para mejorar nuestra relación. Estoy con mi hermano todo el día y ahora tenemos una mejor relación; nos ponemos a ver películas juntos y comemos juntos, algo que antes no pasaba. Nos involucrarnos más en el trabajo de mis papás, porque ahorita llegan y nos cuentan qué casos han visto.
Lo educativo tuvo sus altas y bajas, porque las clases en línea son más complicadas que las clases presenciales. Pero tener más tiempo me llevó a meterme a cursos, empecé a ver maestrías… Mi hermano aprovechó para estudiar un diplomado en gastronomía internacional. Mi mamá se metió a estudiar la maestría.
La gran lección de esto fue aprender a aprovechar todos los momentos porque, por ejemplo, pasé mi último día de clases presenciales sin saber que era mi último día de clases presenciales. Vi a mis amigos sin saber que era la última vez que los iba a ver.
Otra de las grandes lecciones es que la vida no la tenemos comprada y en un segundo se va: en un segundo tienes a una persona y al día siguiente, tristemente, ya no.
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Para las instituciones educativas, no importa si son públicas o privadas, la lección que podría dejar la pandemia incluye que las que sufrieron menos este proceso son aquellas acostumbradas a centrar sus actividades en los estudiantes.
“Modelos más expositivos, más centrados en el control, tuvieron muchos más problemas para adaptar los métodos de enseñanza, porque ahí sí dependían por completo de la asistencia sincronizada a través de los sistemas de videoconferencia o de tener que estar haciendo control de la asistencia y no de actividad”, explica María Elena Chan Núñez, jefa de la Unidad de Programas Estratégicos del Sistema de Universidad Virtual de la UdeG.
Ahora, lo urgente es recuperar la experiencia de docentes y estudiantes; reconocer las ventajas y desventajas de las clases en línea, y que los administrativos de las instituciones identifiquen el modelo con el que se continuará en un futuro, que es probable que deba ser híbrido.
“El modelo educativo híbrido requiere una estrategia, un modelo a seguir: pautas, guías, lineamientos. No es cuestión solamente de que cada profesor traduzca su materia, es una cuestión de modelos, y los hay. Hay mucho trabajo en relación con esto, muchos avances, tanto en educación básica como en educación media y superior”, dice.
Otro pendiente es hacer investigación sobre la resiliencia con la que los estudiantes están tomando sus actividades de aprendizaje.
“¿Qué pasa con esos niños y jóvenes? ¿De dónde están sacando el ánimo y la motivación? ¿Los maestros qué están haciendo para poder generar esa fuerza que es mucho más emocional?”, cuestiona.
“Eso va a ser un elemento fundamental, porque para nadie ha sido fácil; entonces, tal vez de ahí vamos a sacar los grandes aprendizajes, que tienen que ver más con la parte de la interacción y del sentirse con los otros”.
Al final, el sistema educativo está ante el reto de aprovechar el camino andado por profesores y alumnos.
“Espero que un resultado de todo esto sea que muchas personas, que estaban fuera de estos circuitos de información y de conocimiento, los hayan tenido tan accesibles, que abran la demanda”, comenta.
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La pregunta va a ser si recibimos el mensaje
Yeriel Salcedo Torres, activista del movimiento ciclista e investigador y académico en el ITESO
Cuando empezó la pandemia, pensé que se iban a afectar las movilizaciones o la participación ciudadana en las calles. Y no. Pudo haber bajado en ciertas cuestiones, pero otras se mantuvieron. Cuando salen a rodar, toman sana distancia, van con cubrebocas, intentando guardar estas nuevas dinámicas para tratar de no contagiarse, pero ahí estuvieron, en la calle.
Hay nuevas dinámicas, como los cambios generacionales: personas de 20, 25 o 30 años son las que salieron a rodar, y los que ya estamos un poco más viejos y tenemos otras responsabilidades tuvimos otros roles dentro de la participación ciudadana, más virtual, más de generar documentos, más de trabajo de escritorio.
En lo personal, tenía muchas dudas de hacer charlas virtuales, pero creo que a los jóvenes les ha gustado y eso facilita mucho las cosas, porque antes tenías que gestionar espacios, poner horarios, esperar a que lleguen las personas y, a veces, llegaban tres o cinco. Creo que esto va a ayudar a que podamos hacer, como sociedad civil, acciones que tengan mayor impacto y que requieran menos esfuerzo. No creo que sustituya, pero podemos estar haciendo una acción virtual, una presencial o, a lo mejor, acciones que nos hagan tener mayor incidencia.
Todo esto nos está mandando un mensaje de que, si queremos, podemos cambiar hábitos; que, si cambiamos, podemos ver los impactos de nuestra actividad sobre el medio ambiente y cuáles son las cosas que tenemos que dejar de hacer para no caer en otra pandemia. En cinco años, la pregunta va a ser si realmente recibimos el mensaje.
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Aun a la mitad de la pandemia, la indignación hace que las personas salgan a la calle, además de que potencia otras formas de organización, como el uso de las tecnologías de la información y la comunicación, explica Óscar Ramón López Carrillo, doctor en Ciencias Sociales y miembro del Departamento de Estudios sobre Movimientos Sociales de la UdeG.
“Podría decir que hemos aprendido a organizarnos, posiblemente de otros modos y, aun con todo y pandemia, sí creo que incluso la población ha salido”, señala.
“Me ha tocado darle seguimiento a algunas movilizaciones que han tenido el proceso de que se organizan en la red, se organizan por el uso de redes sociales digitales, pero luego consolidan mucho de su práctica política en la calle”.
Como ejemplo, López Carrillo enumera las manifestaciones feministas del 28 de septiembre y el 25 de noviembre; la de junio, por la muerte de Giovani López, quien había sido detenido por la policía; y la del 26 de septiembre, por los seis años de la desaparición de los estudiantes en Ayotzinapa.
Por otra parte, hay una reflexión sobre qué tanto vale la pena salir a la calle, para no exponer innecesariamente a los participantes de los colectivos, sobre todo cuando son adultos mayores o pertenecen a los grupos de mayor riesgo de contagio.
Además, el uso del cubrebocas se ha convertido en un símbolo de articulación y de protección de la identidad.
“Un cubrebocas cubre prácticamente el 60 por ciento de tu rostro; justo por esa parte hay una situación bastante interesante, que tiene que ver con lo simbólico y lo práctico-político: usar un cubrebocas, que se nos obliga a ponernos por la pandemia, a la vez sirve como una protección para tu identidad”, dice.
Con todo, debido a que la calle es el escenario natural de la movilización política, aún está por verse la capacidad de resiliencia de ésta, en un contexto en el que se sigue priorizando quedarse en casa.
“Nos pone a replantearnos a los académicos en dónde existe ahora la indignación popular: si solamente se quedará en las tecnologías de la información y la comunicación o qué tendrá que pasar para que se vuelva a reactivar en la calle”, indica.