Tiempo de aprendizaje para las universidades
Gabriel Orihuela – Edición 477
La contingencia provocada por el covid-19 ha acelerado varios cambios en las instituciones de educación superior. Pero la pertinencia y la duración de éstos dependerán de que se logre una responsabilidad compartida
Debido a la pandemia de covid-19, Martín estuvo a punto de abandonar la universidad. No estuvo enfermo. Pero las clases en línea que comenzó a recibir desde marzo, como un sustituto de las presenciales, casi lo convencieron de claudicar en sus estudios.
“Me cuesta muchísimo trabajo prestar esa atención; yo no aprendo escuchando, yo aprendo practicando las cosas; entonces es algo bastante complicado para mí”, admite este estudiante de una universidad privada.
Martín —un seudónimo para evitar afectar a la persona— es uno de los casi cuatro millones de estudiantes de licenciatura que hay en el país. Desde marzo, todas y todos han tenido que tomar clases desde casa. Zoom, Google Meet, ms Teams, Moodle y Canvas, entre otras plataformas, se han convertido en su ventana a la educación universitaria.
La migración de lo presencial a lo virtual se dio, literalmente, en un fin de semana. No es de extrañar que los resultados y la recepción por parte del alumnado no fueran tan positivos.
“Así como hay materias 100 por ciento teóricas, hay materias que son muy prácticas y creo que los maestros, en lugar de buscar una solución, o de reponer la materia o encontrar la forma de que adquiramos ese conocimiento, lo omiten porque no ven la forma de enseñárnoslo”, afirma Kiara, otra estudiante de una universidad privada (también con seudónimo).
Claro, las quejas no se limitan a las universidades privadas —con poco menos de la tercera parte del alumnado de licenciaturas en Jalisco—. Para Francisco Javier Armenta Araiza, presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de la Universidad de Guadalajara (FEU), el impacto negativo es evidente: “Ya sea porque el profesor no contaba con las herramientas para dar clases, porque hay profesores en zonas regionales que no tienen internet o no tienen computadora, o porque el estudiante no tenía las condiciones para recibir clase, o bien porque el profesor no se quiso conectar”, explica.
¿Para qué sirve la universidad?
Como en otros sectores, la contingencia sanitaria se ha constituido como una oportunidad de analizar las virtudes y los defectos de la educación superior en México. ¿Qué tan bien lo hacen las universidades? Depende a quién se le pregunte.
Por ejemplo, el estudio “Educación superior. Resultados y relevancia para el mercado laboral”, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, tiene un tono más bien crítico. De acuerdo con este club de naciones ricas, los estudiantes requieren un apoyo mayor para tener éxito en sus estudios y desarrollar las competencias que necesitan en sus futuros empleos.
La escasa presencia de métodos innovadores de enseñanza, la alta proporción de profesores por asignatura —que no tienen una plaza en la universidad y a quienes se les paga por hora— y los pobres resultados en los Exámenes Generales de Egreso de Licenciatura (EGEL) —que más de la mitad reprueba— son algunos argumentos.
“La calidad y el impacto de la educación ni se fomentan ni se reconocen ni se gratifican”, se lee en el texto, publicado en 2018.
Claro, el estudio se enfoca en la formación de estudiantes para el mercado laboral. Se trata de un discurso común: los empresarios exigen que se enseñe lo que sus compañías necesitan, mientras que los emprendedores ensalzan a Bill Gates, Mark Zuckerberg o Steve Jobs, quienes dejaron las aulas para convertirse en multimillonarios.
Y el mensaje ha permeado: no son pocos los alumnos que se quejan de las “materias de relleno”, que, a falta de una definición clara, muchas veces se explican como aquellas en las que no se aprende a hacer algo.
Sin embargo, hay un mensaje en el que coincide la mayoría de los entrevistados —académicos y estudiantes—: la universidad sirve a muchos más fines que meramente a la formación para el trabajo.
“La universidad no sólo responde al mercado laboral, sino a la resolución de problemáticas sociales mucho más amplias”, señala María Elena Chan Núñez, jefa de la Unidad de Programas Estratégicos del Sistema de Universidad Virtual (SUV) de la Universidad de Guadalajara (UdeG).
Magdalena Sofía Palau Cardona, coordinadora del Doctorado en Estudios Científico-Sociales del ITESO, agrega que, más allá de las habilidades técnicas del ejercicio de una profesión, hay una formación en términos éticos. Pero eso no es todo: “La universidad es el espacio para un pensar pausado, para intercambiar ideas, para convivir con los distintos y construir y abrirse al mundo, en ese sentido, de una manera más abierta que nos permite conocer lo diferente, respetar lo diferente, dialogar con lo diferente”, explica.
El rector general de la udeg y presidente del Consejo Regional Centro Occidente de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), Ricardo Villanueva Lomelí, agrega que la universidad es un espacio, como ningún otro, para la reflexión y la difusión del arte y la cultura, en un contexto de libertad académica. “Y en esa perspectiva, se erige como un espacio necesario para revitalizar la sociedad y la cultura en general”, añade.
Hay otra aportación social relevante: la creación de conocimiento. Miles de investigadores en diversas áreas están documentando, analizando y proponiendo soluciones a problemas sociales.
Sólo como ejemplo, la primera semana de agosto, una búsqueda de las palabras educación, covid y universidad en Google Académico —el buscador de Google enfocado en el contenido científico-académico— arrojaba 8 mil 740 resultados. Una semana después, ya eran 13 mil. Un par de días más tarde, 14 mil 700.
La universidad está haciendo lo que mejor sabe hacer: crear conocimiento. Esta vez, para resolver un problema propio.
Distancia sin computadoras y prácticas sin laboratorios
De hecho, no es sólo un problema, sino varios. Entre los prácticos, destaca uno que surgió desde el primer día de las clases virtuales: la brecha digital. Muchos no tienen conexión a la red y otros no cuentan con las habilidades para utilizarla.
“No va a ser solamente cuestión de voluntad, sino también de conectividad; aspectos muy prácticos que tienen que ver con la erogación económica mensual que cada familia puede hacer”, indica Alán René Coronado Ponce, profesor con cerca de 25 años de experiencia y estudiante del Doctorado en Educación en la Universidad Marista de Guadalajara.
Según un sondeo de la UdeG, la cuarta parte de las y los alumnos no tiene internet y 17 por ciento no cuenta con una computadora, recuerda Elia Marúm Espinosa, directora del Centro para la Calidad e Innovación de la Educación Superior del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas (CUCEA).
Una primera encuesta que hizo la FEU pinta un peor escenario: 30 por ciento de los estudiantes no tiene acceso a internet en su casa; poco más de 30 no cuenta con una computadora propia y, de quienes sí la tienen, alrededor de 60 por ciento la comparte con otros familiares.
“Sería imperdonable también que no fuéramos sensibles al hecho de que esta misma pandemia ha evidenciado la desigualdad en la que está viviendo esta sociedad, en términos del acceso a los recursos”, advierte Palau Cardona.
Como respuesta a esta situación, en abril la udeg lanzó su programa “Desde casa”, con el que se comprometió a prestar mil laptops y 500 iPads a estudiantes que no cuentan con equipo para conectarse y tomar clases. Con todo, para la FEU, el esfuerzo queda corto.
“Se reconoce, se agradece, pero no es suficiente, y creo que todavía se puede hacer algo al respecto”, comenta Armenta Araiza. En agosto, el Instituto Politécnico Nacional anunció un programa similar.
Otro problema de la educación en línea afecta a todos los estudiantes: enseñar materias prácticas es muy complicado cuando los alumnos están en su casa.
“Puedes ponerte a ver los videos que sea, pero un odontólogo aprende a ser odontólogo poniendo amalgamas o resinas; igual un estudiante de medicina o un ingeniero químico”, advierte el líder de la FEU.
En este asunto, las universidades han tenido diferentes enfoques: algunas han apostado por el uso de simuladores; otras, por dar acceso remoto a sus equipos desde las computadoras de ciertos profesores y estudiantes.
“Y con eso, que los jóvenes, en el desarrollo de proyectos que tienen que ver con cuestiones muy prácticas —desarrollo de software, por ejemplo—, puedan tener acceso remoto; en este caso, a los equipos con los que cuenta la universidad, aunque no van a ser comparables con los equipos con que cuentan en casa”, relata Coronado Ponce.
Aunque supeditadas a las decisiones de las autoridades sanitarias federales y locales, varias instituciones ya hacen preparativos para abrir, paulatina y eventualmente, sus laboratorios a grupos reducidos y con las medidas de seguridad necesarias.
“Dependiendo de las condiciones de la pandemia, estamos programando, más o menos, que sea la mitad de los estudiantes, estoy hablando de entre 10 y 14 estudiantes”, explica Óscar Blanco Alonso, secretario académico del Centro Universitario de Ciencias Exactas e Ingenierías de la UdeG. “Asistirían a una sesión presencial experimental cada 15 días con su profesor. El otro grupo asistiría, de forma escalonada, también cada 15 días con el profesor”. En los periodos intermedios, se prevé que el maestro trabaje con herramientas en la red y a través de simuladores, cuyas licencias se están adquiriendo.
Al ser una de las situaciones que más preocupan al estudiantado, estas estrategias generan esperanza.
“Si eso sucede y se respeta este próximo semestre, pues estaremos del otro lado”, adelanta el representante de los estudiantes de la UdeG.
Con todo, quizás el reto más complejo ha sido uno que tiene que ver poco con la logística y mucho con la resistencia al cambio.
“Si la universidad sigue con los modelos tradicionales del aula, con un docente o una docente formando solamente para carreras profesionalizantes, con un modelo enciclopédico-memorista, pues no va a responder a la sociedad y, por lo tanto, la sociedad no la va a ver como indispensable y necesaria”, advierte MarúmEspinosa.
Las y los entrevistados coinciden en que la contingencia por el covid-19 aceleró el cambio en las instituciones de educación superior, pero la directora del Centro para la Calidad e Innovación de la Educación Superior del CUCEAagrega que no todas las universidades marchan al mismo ritmo.
“Le tienen mucho miedo, o no tienen los elementos para hacer una innovación radical, una innovación disruptiva”, dice.
¿Hacia dónde queda la innovación?
¿Qué implica esa innovación disruptiva? Nadie lo sabe aún, por supuesto. Como todos los procesos por inventar, tendrá que ser un avance de prueba y error. Pero entre los entrevistados hay ideas comunes: un aprendizaje interactivo e interdisciplinario, cercanía con la realidad, mayor flexibilidad.
La institución tendría que pasar de los pequeños aprendizajes, que llegan al alumno en cajitas llamadas materias, a un aprendizaje integral, propone Emma Luz Velasco Zamora, profesora de la Universidad del Valle de Atemajac (Univa) campus Colima, acreedora este año de la presea “Celsa Virgen Pérez”, otorgada por el Congreso de Colima a mujeres destacadas en la pedagogía educativa.
“Hablaría de una especie de laboratorios en donde se diera todo el cúmulo de conocimientos. No decir: ‘Tengo mi profesor de matemáticas o mi profesor de esto’. No, yo hablaría más bien de algo que no esté tan disperso, porque el alumno va aprendiendo por partecitas, pero al final no están pegando las partecitas”, agrega.
Las carreras, como se conocen actualmente, no están ofreciendo respuestas a nuevos problemas, advierte Chan Núñez, del SUV de la UdeG: “Tenemos que ser mucho más interdisciplinarios. Creo que si algo está pidiendo el estudiante es que cuente con la posibilidad de tener intereses distintos y combinarlos. Es muy difícil ahora pensar en la carrera única, como si sólo hubiera una vocación”, dice.
Miguel Bazdresch Parada, coordinador de Innovación, Desarrollo y Experimentación Académica del ITESO, explica que éste es un cambio que se está dando ya en algunas universidades del mundo:
“Ya no tienen asignaturas: invitan a los alumnos a hacer proyectos, proyectos que son interdisciplinarios. Entonces, el que está aprendiendo ingeniería está junto con el que está aprendiendo derecho, con el que está aprendiendo comunicación, y esa relación con distintos intereses les va a dar una riqueza a todos los estudiantes”, agrega.
También están las opciones clásicas de formaciones genéricas, que son las licenciaturas en estudios generales, indica Marúm Espinosa, “donde lo que se requiere, efectivamente, es que tenga conocimientos generales de cuestiones instrumentales, como estadística, matemática, un buen uso del lenguaje, muchas habilidades blandas o suaves: de socialización, de resolución de problemas, de innovación, de compromiso social”.
Basta revisar el programa de la Licenciatura de Estudios Liberales que ofrece el Centro Universitario de Tonalá (CUTonalá): lo mismo incluye Semiótica Musical que Introducción al Lenguaje Matemático, Astronomía que Pensamiento Político y Social.
Sorprendentemente, muchas de estas propuestas refieren a un método conocido —aunque poco utilizado—: el aprendizaje por proyectos.
“Necesitamos proyectos porque necesitamos contacto con la realidad. Necesitamos contacto con el empresario, para que no se queje. Necesitamos contacto con los grupos marginados, con los grupos en pobreza, para conocer esa realidad desde ellos, no desde los libros. Y necesitamos aprender cómo la ciencia y la tecnología que estoy aprendiendo en la universidad pueden vincularse con esas realidades”, puntualiza Bazdresch Parada.
En este sentido, en América Latina hay buenas prácticas de educación comunitaria y de aprendizaje activo vivencial que pueden tomarse como inspiración.
“Desde los noventa, por ejemplo, en Brasil se están haciendo grandes aportes a todo esto. Lo que pasa es que seguimos con el complejo de la jirafa: nomás estiramos el cuello y vemos para arriba, a Estados Unidos, y no volteamos a ver al sur; y hay una gran experiencia sur-sur, con las universidades del grupo Montevideo y con todos los esfuerzos que han hecho Brasil y México”, dice Marúm Espinosa.
Chan Núñez agrega que desde hace tiempo hay universidades locales que trabajan por proyectos, como el ITESO y el Tec de Monterrey. En cuanto a las carreras de origen multidisciplinario, están dos del CUTonalá, varios posgrados de la udeg, así como algunas universidades indígenas, como la de Michoacán.
Cualquiera que sea la respuesta, una cuestión parece clara: el aula ya no debe ser el espacio fundamental para el proceso de enseñanza-aprendizaje.
“Ya no más la cátedra expositiva en la que alguien vacíe el saber y el otro lo va a aprovechar en otro momento, que no necesariamente es el mismo espacio del curso. Yo creo que ése ha sido el fallo: que la gente no aplique y no sienta que con el conocimiento está resolviendo cosas”, profundiza Chan Núñez.
Esto implicaría un “ensanchamiento” de la universidad, una búsqueda de nuevos alcances, dice Palau Cardona, del ITESO.
“Las respuestas no podemos copiarlas ni tomarlas de Harvard o de Singularity University. Nosotros debemos tener respuestas propias a las necesidades de subdesarrollo, pobreza, marginación, que tenemos; y ahí, obviamente, tenemos que empezar la gran transformación universitaria”, recomienda Marúm Espinosa.
Pero no será sencillo, advierte Bazdresch Parada: la misma autoridad educativa puede convertirse en una traba para estos procesos.
“Si usted quiere validar un plan de estudios, le piden lo mismo que a un profesor de primaria: objetivo, contenido, horas, horas de clases y horas de trabajo libre”, señala. “No quiere decir que no tengamos que tocar el contenido, pero el contenido deja de ser el protagonista y, entonces, el profesor deja de ser el protagonista”.
Lo que parece innegable es que es momento de que las y los universitarios echen a andar su capacidad de innovación.
“La creatividad es lo que nos va a salvar a todos, porque el querer seguir haciendo las cosas como se venían haciendo, nada más adaptándolas al modelo virtual, me parece que es una ociosidad”, considera Miguel Camarena Agudo, docente de Filosofía en la Univa.
En el calendario 2020-B, la UdeG reporta 140 mil 359 aspirantes a ingreso de Educación Media Superior (SEMS) y Superior, en un total de 248 programas.
El gato y el cascabel
¿Por dónde empezar? Una respuesta lógica sería que por las y los docentes; después de todo, en sus espaldas ya se ha cargado buena parte del peso de la migración a la virtualidad.
“Es necesario cambiar de la posición del o la maestra sabelotodo y del método de exposición o presentación de información, hacia un rol de facilitador de ambientes de aprendizaje, ricos en opciones y propicios para lograr conocimientos y aprendizajes significativos, para que el estudiante perciba en la figura docente una fuente confiable de conocimiento”, precisa el rector Villanueva Lomelí.
Las ideas de los entrevistados incluyen que el maestro desarrolle una mejor habilidad de comunicación con los alumnos, y que tenga una actitud de apertura frente a la cultura digital y al conocimiento de los estudiantes.
“A veces, en el profesor hay una actitud temerosa que podría traducirse en: ‘El estudiante va a saber más que yo si me atrevo a tratar de usar otras herramientas’”, advierte Chan Núñez.
Palau Cardona agrega que el docente debe concebirse como un acompañante en el camino de los alumnos, compartir su propia experiencia e “impulsar que los estudiantes hagan, se muevan, avancen, superen lo que está pensado en un curso o un espacio educativo particular”.
Pero las y los profesores no son los únicos que deben cambiar. Todos los entrevistados advierten que los estudiantes tendrán que asumir un papel más activo en su aprendizaje.
“No es el profesor el que me da: soy yo quien aprendo, quien hago y quien aprendo haciendo. Y ‘haciendo’ es leyendo, y ‘haciendo’ es construyendo un modelo, y ‘haciendo’ es desarrollando un soft-
ware, produciendo una película, un corto, tomando una fotografía”, precisa Palau Cardona. “Es muy cómodo ir a escuchar clases, pero de eso no se trata la universidad, y no se trata de que sea presencial o a través de plataformas. La universidad implica un trabajo por parte de los estudiantes”.
Ni en la educación en línea ni en la presencial el estudiante debe limitarse a desempeñar un papel pasivo o de mero receptor de la información, advierte el rector Villanueva Lomelí: “Debe transformarse en sujeto activo, gestor de sus propios procesos de enseñanza, colaborar con otros en su propio aprendizaje, reflexionar, resolver problemas, realizar comparaciones, obtener conclusiones, así como desarrollar competencias de búsqueda, organización, procesamiento, clasificación y recuperación de información”, precisa.
Pero, junto con el alumnado y el profesorado, hay un tercer actor del que poco se habla y que también debe hacer cambios importantes: el directivo.
“No nos dejen toda la carga al magisterio y al estudiantado: los principales actores que deben transformarse, y que durante toda la reforma no se han transformado, son los gestores y directivos”, dice Marúm Espinosa. “Nosotros estamos muy acostumbrados al cambio, pero los gestores siguen gestionando de la misma manera desde los años setenta, si no es que desde antes”.
Apostarle a la capacitación docente, invertir en recursos tecnológicos, escuchar a los estudiantes y permitir una mayor flexibilidad son sólo algunas de las peticiones de los expertos entrevistados.
“Es, sin duda, en la formación de los miembros del personal docente y directivo en donde es necesario poner mayor energía, en tanto que es en ellos en quienes descansa la responsabilidad final de generar procesos exitosos de aprendizaje y, en consecuencia, de formación”, comenta Villanueva Lomelí.
Pero, aunque hay mayor flexibilidad, también es cierto que la apertura es diversa. Hay universidades dispuestas a que no se pase lista a los estudiantes, pero que crearon aplicaciones para que los profesores “chequen tarjeta”.
“La administración también enseña. También se puede aprender de una estructura administrativa que sea suscitadora de aprendizaje y no una de trámites burocráticos y ya. ‘¿Para qué quiero la firma? Para pagarte. No firmaste, no te pago’. Eso es medieval”, dice Bazdresch Parada.
Y eso por no hablar de los salarios que se ofrecen a los profesores. La página de empleo Computrabajo estima que el sueldo medio para este puesto en México es de 5 mil 26 pesos al mes.
El artículo “Condiciones laborales de profesores por hora del nivel superior: de la omisión a la visibilidad de la precariedad en la docencia universitaria”, de Abril Acosta y Angélica Espinosa, investigadoras de la Universidad Autónoma Metropolitana, concluye que es posible reconocer que el trabajo docente es precario debido a “sus bajas remuneraciones, la inestabilidad, las horas de trabajo extra aula que no son retribuidas y, en el caso de las privadas, escasas prestaciones”.
Así que, al final, parece que el cambio es de tres y cada uno tiene que asumir su responsabilidad en la construcción de la nueva universidad.
Como dice Martín, el estudiante que, afortunadamente, ha decidido no dejar de serlo: “Tenemos que adaptarnos a los cambios y esta modalidad es uno de esos cambios importantes y marcados por los que nos tocó pasar”. .