Tecnología y crisis: el ADN de la nueva generación
Julio Sánchez Onofre – Edición 437
En un mundo que siempre está en crisis y en el que la idea de hacer una larga carrera dentro de una empresa se ha vuelto obsoleta, emerge una nueva generación de profesionales. No tienen miedo al cambio. Pueden trabajar en cosas radicalmente diferentes de un año a otro. Toleran la incertidumbre, incluso la disfrutan. Ésta es la Generación Flux.
La gran recesión económica detonaba en 2008. El banco de inversiones estadunidense Lehman Brothers se declaraba en quiebra y el mundo entraba a una etapa en la que reconfigurarían los sistemas financieros y de producción. Iniciaba una era en la que los países más ricos verían amenazada su capacidad para generar riqueza y sostener la calidad de vida de sus habitantes.
Durante ese mismo año, dentro de un aula de la Universidad Marista de la ciudad de México, Leticia Gasca recibía, a sus 21 años, una de las lecciones que marcarían su forma de ver la vida, cuando un profesor sentenció: “A partir de este momento, el mundo siempre estará en crisis”.
“Siempre habrá crisis, just deal with it”, parafrasea Leti —como le llama la gente que la rodea—, y ese mismo año, cuando estudiaba Administración y Mercadotecnia, decidió salirse de casa de su madre para ser totalmente independiente. “El mundo estaba en crisis y dudaba si sería el mejor momento para salirme. Pero lo hice”.
La historia de Leti lleva implícita una realidad: la emergencia de jóvenes que deciden tomar riesgos frente a condiciones adversas.
Para ellos, las tecnologías como internet y los dispositivos móviles son los grandes aliados que los han acompañado la mayor parte de su vida. Tienen, además, la capacidad de generar soluciones prácticas e innovadoras a los problemas y de adaptarse a entornos de incertidumbre y caos, no sólo en la vida personal, sino en las esferas social, profesional y de negocios. No están casados con una empresa, un gobierno o un partido político. Están comprometidos con uno o varios proyectos y no pararán hasta verlos materializados.
Varias personas han arriesgado definiciones de esta generación de profesionales. Don Tapscott, experto en negocios y tecnologías y coautor del libro Wikinomics, las llama “generación net (red)” porque se ha desarrollado en un entorno donde las tecnologías digitales han roto fronteras, acortado distancias y democratizado el conocimiento.
La revista Fast Company la denominó “generación flux” por la flexibilidad que muestran para trabajar e innovar en cualquier ambiente, ya sea en el gobierno, la iniciativa privada, la sociedad civil o en emprendimientos propios.
A diferencia de los “Millennials” —segmentación demográfica que corresponde a los nacidos entre la década de 1980 y 2000—, “la generación flux tiene un pensamiento que adopta la inestabilidad, tolera e incluso disfruta recalibrar carreras, modelos de negocio y paradigmas”, asegura Robert Safian en su artículo en Fast Company.
Esta nueva forma de ver el mundo evidencia que algunas ideas arraigadas en generaciones anteriores ya son obsoletas. Por ejemplo, la que solía ser la máxima aspiración de un empleado: escalar posiciones en un gran corporativo y dedicarle toda la vida a una empresa. Esta concepción es disonante en una época de recortes de personal, en la que las grandes corporaciones luchan por sobrevivir al constante cambio, y aumenta la incertidumbre de los trabajadores, que no saben si al día siguiente aún tendrán empleo.
“Las estructuras desde los años 1930 hasta hace una o dos décadas estaban basadas en la lógica de hacer una carrera, laborar en una empresa o profesión dentro de los ámbitos público, privado o financiero, donde un trabajador esperaba jubilarse. Esto se ha modificado con las nuevas tecnologías y los fenómenos de crisis internacional”, explica Ignacio Román, académico del Departamento de Economía, Administración y Mercadología del ITESO.
“Ya no es una lógica de un trabajo ascendente de la forma regular; ahora existe un periodo permanente de incertidumbre”.
Leti, a sus 27 años, con el fantasma de la crisis detrás, puede decir que es emprendedora social, ángel inversionista, consultora en nuevos negocios y en economía sustentable, además de periodista —ha trabajado en El Economista, y en las revistas HSM —ahora Wobi—, Alto Nivel y Expansión.
Ahora lleva la batuta de dos emprendimientos: FuckUp Nights, donde reúne a emprendedores que han fallado en sus proyectos, con el objetivo de que aprendan de sus fracasos; y Factual, una Organización No Gubernamental (ong) que busca mejorar la comunicación de ideas innovadoras para impulsar el desarrollo de un país con ayuda de los medios y el emprendimiento.
El fin de la era industrial
En palabras del experto canadiense Don Tapscott, la llegada de esta generación de profesionistas marca “el fin de la era industrial” y sus preceptos de estandarización y producción, para dar inicio a la era de la colaboración, que supone la unión de talentos y conocimientos para alcanzar un objetivo, y que pueden estar dentro o fuera de una organización.
La clave es la horizontalidad, un espacio en el que el director de una empresa y un empleado están al mismo nivel cuando se trata de proponer y ejecutar ideas. Esta concepción es casi natural en las generaciones que han crecido con internet y la han adoptado como una fuente de conocimiento y cooperación.
“No hay nada más poderoso que la idea de que ha llegado el tiempo de colaborar. Es tiempo de pensar diferente acerca de cómo creamos un negocio y una economía exitosos”, dice Tapscott, quien lleva más de veinte años estudiando a los jóvenes nativos digitales.
La generación del cambio considera internet como un espacio de oportunidades, donde todos son iguales sin importar el lugar del mundo donde se conecten o el nivel socioeconómico al que pertenezcan.
Las startups son una muestra de cómo las nuevas generaciones han encontrado formas de usar la tecnología a su favor para crear organizaciones horizontales —no jerárquicas— que les permitan innovar a paso veloz, tomar decisiones con rapidez, que generen productos o servicios con valor económico y social.
Nuevos modelos de hacer negocios basados en las redes de colaboración, transferencia del conocimiento y una economía basada en compartir, son otra muestra del camino que la “generación flux” ha comenzado a trazar.
Ante lo nuevo, y a pesar de que existe un reconocimiento del papel de la innovación como arma para enfrentar el declive económico, también hay resistencias.
Basta ver el caso de Airbnb, una plataforma digital de origen estadunidense que permite a los usuarios alquilar inmuebles o habitaciones de sus casas y departamentos. Dentro de este esquema, turistas pueden compartir un techo con sus propietarios durante un periodo de tiempo.
En mayo de 2013, las autoridades de Nueva York decretaron que esta plataforma es ilegal porque viola una ley que prohíbe a los ciudadanos alquilar sus propiedades durante un periodo menor a un mes. El objetivo de esta ley es evitar competencia desleal con el sector hotelero, que debe pagar un gravamen especial por prestar sus servicios de alojamiento y cumplir estándares de calidad.
Esta ley también privilegia la recaudación fiscal antes que la diversificación de las fuentes de ingreso de la población, en momentos en que el gobierno de Estados Unidos lucha a marchas forzadas por mantener a flote su economía sin incurrir en un impago de sus obligaciones.
“Internet está cambiando todo a gran velocidad, pero si una industria que ya tiene un modelo de negocio ve que llegan jóvenes que pretenden cambiarla repentinamente, entonces la industria se une para atacar”, comenta Andrés Barreto, joven colombiano creador del servicio de reproducción de música en línea Grooveshark.
Barreto, con formación académica en Ciencias Políticas, ha fundado desde 2005 varias empresas tecnológicas, entre ellas Socialatom, agencia de relaciones públicas para empresas tecnológicas; Pulso Social, un medio digital que cubre temas de emprendimiento y tecnología en América Latina; y Onswipe, una plataforma que ayuda a monetizar contenido en dispositivos de pantalla táctil. Esta serie de emprendimientos ha hecho que a Barreto se le conozca como “el Mark Zuckerberg de América Latina”.
Pero también hay compañías “tradicionales” que ya reconocen la importancia de adaptarse a los cambios, colaborar e innovar con rapidez para seguir con vida en la nueva economía.
Un ejemplo es Sony, que ha sido líder en el mercado de electrónica de consumo, como televisores y sistemas de entretenimiento, y quiere convertirse en el tercer jugador más importante dentro de la industria móvil, después de Samsung y Apple.
“Ahora somos una compañía más abierta. La mayoría de nuestra innovación no está dentro de la empresa, sino fuera”, explica Dennis van Schie, vicepresidente senior y jefe de Ventas y Mercadotecnia de Sony Mobile Communications. “Por eso adoptamos Android (sistema operativo móvil creado por Google) y estamos haciendo equipo con desarrolladores externos para traer la innovación”.
El caso de la industria móvil es emblemático de la era de cambio constante. Hace cinco años, Nokia, Motorola y Blackberry eran los líderes en el mercado de los teléfonos inteligentes, pero su grado de innovación fue superado por Apple y Samsung.
Los otrora líderes fueron absorbidos por empresas enfocadas al desarrollo digital: Motorola fue comprada por Google a 12 mil 500 millones de dólares; Nokia, por Microsoft mediante una transacción de 7 mil 200 millones de dólares; y Blackberry está a la espera del mejor postor.
No hay marcha atrás en la integración de nuevos profesionistas que no quieren exclusividad; prefieren usar sus propios teléfonos inteligentes antes que recibir un Blackberry para trabajar; que aborrecen los cubículos de trabajo y las jornadas estrictas de ocho horas de trabajo cuando una idea puede llegar en la madrugada de un sábado.
“Quédate con los viejos modelos industriales, económicos y sociales que están en declive, y finalmente te convertirás en alguien irrelevante para el mundo”, dice Don Tapscott.
La oportunidad en México
De origen jalisciense, Javier Jileta, de 30 años, es fundador de Scientika, una asociación con base en la ciudad de México dedicada a la creación y la divulgación de soluciones mediante la innovación y el conocimiento. Ha trabajado como asesor de las políticas de innovación del Gobierno del Distrito Federal y es también fundador de ocho empresas.
Él ve que la masificación exponencial de tecnologías como las redes sociales, los dispositivos móviles e internet tienen además el potencial de propiciar “menos queja y más acción”.
“La tecnología es una aplicación de la ciencia que permite la innovación. Sam Pitroda me enseñó que la innovación no la encuentras en un libro, sino que si alguien tiene un problema, es encontrar cómo lo vas a solucionar de una forma más ágil y efectiva. No metas los libros en esto”, dice Jileta.
Y no habla sin fundamentos. Jileta es el representante en México y América Latina de Sam Pitroda, el gurú de las telecomunicaciones de origen indio y reconocido por ser el responsable intelectual de acercar las tecnologías de la información y telecomunicaciones a la población de su país.
Los jóvenes profesionistas de la era de la incertidumbre, como Javier Jileta, tienen la oportunidad de jugar un rol estelar en la conformación de las nuevas instituciones de México y América Latina; y detonar una evolución en la economía, la política y la sociedad.
El colombiano Andrés Barreto comparte esta visión: “Podemos competir en innovación y en la nueva revolución. Nos perdimos la [revolución] industrial pero podemos formar parte de la revolución digital, de la información y del conocimiento. Además, la tecnología hace que la innovación no dependa de las cadenas de poder ni del nivel socioeconómico de las personas; crea una nueva clase con más oportunidades, que antes sólo tenían los poderes o los oligopolios, y el poder balancear la influencia en la política pública”.
Pero para hacer esto una realidad, se necesitan dos principios básicos: garantizar el acceso a internet y a las telecomunicaciones a todos los habitantes del país y reformar el sistema educativo para que los jóvenes desarrollen la capacidad de aprender y adquirir habilidades por sí mismos, así como para adaptarse a cualquier situación de cambio.
“Se necesita asegurar que todos los niños tengan acceso a las tecnologías, cambiar las escuelas y las experiencias de aprendizaje. Si se logra eso, ya se ha logrado un gran avance”, comenta Don Tapscott.
Aunque no hay una ruta definida, existen modelos como SOLE (Self-Organized Learning Environment) diseñado por Sugata Mitra, investigador de India especializado en educación. El modelo está basado en preguntas abiertas que los niños deberán responder como resultado de la búsqueda en internet. La idea es que sean capaces, además, de explicar el origen y el contexto de los fenómenos por investigar y su relación con la vida cotidiana, con lo que se busca estimular la curiosidad del niño.
En la educación universitaria también se requiere una nueva visión hacia la generación de habilidades, complementa Ignacio Román, del ITESO: “Las nuevas competencias se reflejan en qué tanto voy a ser capaz de actuar con tecnologías diferentes, teorías diferentes, lógicas diferentes. Esto, más que una personalidad en cierto tipo de gente, empieza a ser un tipo de necesidad de adaptación para la mayoría”.
“Cuando hablamos del concepto de competencia [en el sentido de ‘ser competente’, no de competir,] no estamos hablando sólo de la cuestión ligada a conocimientos, actitudes, pericia, aptitudes, sino, en lo fundamental, de la capacidad de aplicar esos conocimientos”.
Esto rompe con la promesa sobre la existencia de un amplio campo laboral para las llamadas “carreras del futuro”, como Biotecnología, Robótica, Nanotecnología o Genómica. Ignacio Román advierte que éstas pudieran llevar a excesivas especialización y sistematización del capital humano sobre una tecnología que está en constante cambio.
“Se debe mantener un espíritu abierto dentro de los sistemas escolares, buscando formaciones que no sean demasiado especializadas en la vida cotidiana, en el plano laboral y otros aspectos de la vida. Es posible que al incluir un perfil humanista, con actividades culturales y recreativas, puedan desarrollar competencias o habilidades de pensamiento”.
El bono demográfico es otro elemento que se debe considerar. De acuerdo con el censo 2010 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), México tenía 112.3 millones de habitantes, de los cuales 55.3% era de menores de 30 años con la oportunidad de desarrollarse en un entorno tecnológico.
“México tiene un activo muy fuerte, que es la población joven, y es necesario asegurarse de que todos estén conectados. Necesitamos cambiar las instituciones, tanto las de educación como las generadoras de empleo, y que exista una nueva cultura de colaboración donde tengan al alcance las herramientas para crear”, agrega Tapscott.
La nueva conciencia
—¿Se consideran parte de una nueva generación que está rompiendo paradigmas? —pregunto por separado a Leti y a Javier.
Ambos responden que no. Para ellos, lo que hacen es algo casi natural. Pero durante una entrevista a fondo, confirman que el acceso a internet hizo florecer su curiosidad.
“Cuando yo era niña leía mucho, hasta cosas que no debía. Leía Cosmopolitan. Los contenidos siguen siendo los mismos y te dan los mismos tips sexuales. Yo tenía mucha curiosidad, y cuando internet llegó a mi vida fue como: ‘aquí está toda la información’. Fue fascinante, descubrí que mucha de la información estaba en blogs. Finalmente me di cuenta de que podía hacer uno”, recuerda Leti.
A Javier Jileta, la red de redes le permitió tejer redes de colaboración para intercambiar ideas e incluso conseguir alojamiento en un viaje a Nueva York para participar en un Modelo de las Naciones Unidas. “Vivía mucho tiempo en internet, leía muchísimas cosas. Iba de viaje a algún lugar y me metía al Internet Relay Chat para contactar gente y conocerla cuando llegaba a la otra ciudad”, recuerda.
El director de Scientika asegura que “todos somos genios en potencia”, por la capacidad de generar ideas para revolucionar al mundo, pero el reto es encontrar el camino para hacerlas realidad. Muy pocos lo consiguen, asegura.
“Tomar un riesgo no te hace un creador, te hace un kamikaze. Una cosa es tener la idea, y otra es aterrizar la idea y volverla una realidad”. Y es justamente el camino que se recorre desde la concepción de estas ideas innovadoras, hasta volverlas realidad, lo que perseguirá un profesional flux, no importa si es desde la trinchera gubernamental, la sociedad civil, un gran corporativo o un emprendimiento. m