Tampoco en el documental hay recetas infalibles para la confianza
Hugo Hernández – Edición 450
Para la confianza no hay recetas infalibles. Tampoco en el documental. Habría que recibir lo que éste nos muestra con reservas, no perder de vista que la objetividad no existe y que la verdad es una aspiración. Como escribió el académico Bill Nichols, “el documental es una ficción (en nada) semejante a cualquier otra”
Uno está dispuesto a creer en el documental, entre otras cosas, porque la forma y los elementos que a menudo se emplean en él generan confianza y nos hacen creer que lo que ahí se presenta es real. Por ejemplo, la presencia de sujetos reconocibles que hablan desde su propia experiencia —a veces el mismo realizador o la docta voz de un narrador— y la utilización de recursos retóricos, destinados a persuadir al espectador. El académico Carl Platinga anota que en la recepción del documental es fundamental la confianza que el espectador deposita en el realizador, y entre los ingredientes que la alimentan, que generan credibilidad, está la congruencia de lo que se afirma en la obra.
Pero para la confianza no hay recetas infalibles. Tampoco en el documental. Habría que recibir lo que éste nos muestra con reservas, no perder de vista que la objetividad no existe y que la verdad es una aspiración. La veracidad de los hechos que se presentan es valiosa, pero de ella no tendrían que depender la recepción y el juicio, porque el pasaje por la subjetividad puede generar alteraciones tal vez involuntarias. En caso de ser voluntarias, la desconfianza es inevitable; y es grave si es una obra con pretensiones históricas. En ningún caso habría que tomar como verdad absoluta —o verdad histórica— lo que expone un documental. Más bien habría que considerar, como en la ficción, la verdad del autor y su habilidad para hacer surgir la verdad de lo que aborda. Pues, como escribió el académico Bill Nichols, “el documental es una ficción (en nada) semejante a cualquier otra”. Y el abanico es amplio:
Roger y yo (Roger & Me, 1989)
Michael Moore se vio involucrado en una polémica por Roger y yo, en la que el documentalista alteró el orden de algunos acontecimientos y modificó algunas cifras. El debate confirmó lo que ya se sabía acerca de lo inalcanzable de la objetividad; en su defensa se decía que si el documental aspira a la verdad, como la filosofía, no necesariamente hay que buscarla en los datos que ofrece (como sí cabría hacerlo en la Historia o el reportaje periodístico; y, a veces, ni ahí). Las “inexactitudes” provocaron una pérdida de confianza en Moore, pero no invalidaron la denuncia que el documental hace sobre la política mezquina de General Motors.
Moore al ataque… otra vez
En Masacre en Columbine (Bowling for Columbine, 2002), Moore abona a la desconfianza. En un momento ingresa a la casa de Charlton Heston, entonces presidente de la Asociación Nacional del Rifle, y lo interroga acerca del uso de armas. El actor se disgusta y lo corre. Su reacción hace pensar que Moore no le dejó en claro el propósito de la entrevista. En Sicko (2007) halaga al sistema quebequense de Salud. Pero la percepción de los usuarios no es la misma (como se ve en la ficción Mis últimos días). Yo celebro la aguda crítica de Moore a su país, pero me cuesta trabajo confiar en alguien que manipula la información para manipular al espectador.
Errol Morris
Morris ha hecho de la entrevista más que un medio para compartir información: dar la voz al otro es una forma de compartir la verdad del otro. Así lo podemos confirmar en obras memorables como La delgada línea azul (1988), en la que regresa a un caso policial; Niebla de guerra (2003), habitada por los testimonios de Robert McNamara, otrora secretario de Defensa de Estados Unidos, e Iraq, derechos humanos (2008), en la que militares estadounidenses hablan de las torturas que infligieron en Iraq. McNamara muestra cómo la confianza de los entrevistados frente a la cámara se traduce en confianza frente a la pantalla: es un tipo de fiar.
Patricio Guzmán
Patricio Guzmán ha dado un seguimiento constante al devenir humano de Chile desde antes de Salvador Allende, con el mítico documental La batalla de Chile (1975-1979). Posteriormente denunció las atrocidades de la dictadura y no ha dejado de medir el pulso de su país, que no ha superado los terrores del pasado. Él cree en y practica lo que llama “documental de autor”, que “privilegia el punto de vista personal del cineasta”. A menudo, él aparece en sus películas, voz en off mediante. Suena honesto y sus reflexiones, además de pertinentes, son reveladoras. Así la confianza en su cine crece con cada nueva entrega.
Zelig (1983) y el falso documental
En Zelig, Woody Allen convoca a artistas e intelectuales conocidos —Susan Sontag, Irvin Howe y Saul Bellow— para hablar de un fenómeno insólito: un ser humano que podía cambiar sus rasgos de acuerdo con las personas entre las que se encontraba. Allen emplea los recursos del documental histórico y el espectador comienza a “creérsela”… hasta que ve que el “camaleón” se parece a Woody. El realizador relata un evento que no sucedió y utiliza la credibilidad que se concede al documental para poner en evidencia las miserias del hombre moderno. Es un falso documental, mas no lo que exhibe: a veces la falsedad es la ruta a la verdad.
Para saber más
:: Comparación de las teorías del documental de Carl Platinga y Bill Nichols.
:: Roger Ebert opinión sobre polémica de Roger y yo.
:: Acerca del documental y su recepción.
:: Narración de la polémica en torno a Roger y yo.
:: ¿Qué es el documental? Un texto de Carl Platinga.
:: Errol Morris (entrevista sobre The Unkown Known con subtítulos en inglés).