Santuario no es la ciudad, es la gente

Protesta contra la política migratoria de Estados Unidos. Foto: Jessica Bolaños / Wikimedia Commons.

Santuario no es la ciudad, es la gente

– Edición 506

Protesta contra la política migratoria de Estados Unidos. Foto: Jessica Bolaños / Wikimedia Commons.

Al bajar del metro me sentí en una calle de México, aunque pronto me di cuenta de que hay más diversidad. La familia que vende ropa, los que ofrecen empanadas, quienes sirven esquites, licuados de frutas, flores, artesanías, bolsos. Gente de Ecuador, Colombia, Guatemala, República Dominicana, Honduras.

“No hay por qué tener miedo”, me dice con la mirada fija y la cabeza en alto. Estamos cerca del parque Prospect, en Brooklyn, Nueva York. Mexicana, sin documentos migratorios, trabajadora en un restaurante, corredora y activista, me dice: “Tenemos años aquí, contribuimos con este país, nos necesitan. No hay por qué tener miedo”.

Unas semanas atrás, por segunda ocasión, Donald Trump había sido elegido presidente de Estados Unidos. Aún no sabíamos cómo se iba a traducir su promesa de deportación masiva. Pero a una semana de haber ejercido el cargo nos dio la primera muestra. En un estacionamiento del Bronx se reunieron agentes federales con armas largas y vehículos blindados. Comenzaba una serie de operaciones para detener a supuestos criminales que están en el país de forma irregular. Kristi Noem, la secretaria que dirige las operaciones de ICE (el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, por sus siglas en inglés. O la migra), apareció maquillada, con aretes de perlas, el cabello peinado de salón y un chaleco antibalas verde militar diciendo: “We are getting the dirt bags off the streets”. Traducción: vamos a sacar de las calles a los indeseables, a los criminales, a los migrantes.

Camino las calles del sur del Bronx rumbo al departamento de Blanka Amezkua. La lluvia ligera de los últimos días de la primavera nos rocía a los transeúntes. Hay madres con carriolas, adolescentes con pelotas de baloncesto, hombres mayores que beben de latas envueltas en bolsas de papel. Todos vigilados por el New York Police Department, con policías en el andén del metro y cámaras desde cada poste de luz.

Blanka fue traída a este país cuando tenía cuatro años; después, separada de su familia y enviada a México, volvió a California, donde estudió arte y trabajó en un despacho de abogados. Viajó al este y aquí encontró su hogar, hace más de 20 años, en la avenida Alexander. No sólo eso; un artículo publicado el 17 de mayo de 2025 por el New York Times recoge el título que muchos le han dado: madrina de los artistas migrantes en el sur del Bronx. Blanka se ríe y manotea en el aire —“Tonterías”—. Como si fuera cualquier cosa haber abierto su departamento durante 14 años para, como resultado de cinco proyectos expositivos, recibir los trabajos de más de 150 artistas. Ocho años no tuvo sala ni estudio. Me dice que acaba de comprar los muebles donde ahora nos sentamos.

El artículo periodístico del Times habla de la exposición ¡Te amo porque S.O.S. pueblo!, que reunió el trabajo de 34 artistas inmigrantes en la galería BronxArtSpace. A la inauguración acudieron unos mil visitantes, según una de las administradoras del sitio, que no cabía en sí de agradecimiento por el fenómeno. Ese día hubo baile al ritmo de cumbias y salsa, y la inmortal voz de Selena Quintanilla. El Bronx era una fiesta. Después de meses de tensión, ahora se sentía como un espacio donde una comunidad de artistas, académicos y gente de a pie se recordaba “nos tenemos a nosotros”. Un mes después, durante la clausura, Blanka reconoció que algunos creadores habían preferido no asistir por miedo a ser detenidos.

“Yo noto la calle más callada. La gente tiene miedo, sale menos”, dice Blanka. Caminamos hacia La Morada, una cocina que abrieron Natalia Méndez y su familia durante los primeros meses de la pandemia por covid-19, y que aún sirve cientos de comidas gratuitas en el barrio. Hasta aquí han llegado muchas de las familias que sostienen industrias y servicios de construcción, cocina, delivery y limpieza. Marco Saavedra, el hijo de Natalia, también es artista y participó junto con Blanka y María Ponce en la curaduría de la exhibición. Esta tarde mira por la ventana del local mientras entrega pedidos. Habla del miedo que hay entre los inmigrantes y señala a través del vidrio: “Más con estos aquí”. Un centro móvil de la policía está situado frente al establecimiento: “Tienen más de un mes”. Supuestamente vigilan esta área, que consideran violenta… Y escogieron este preciso lugar para establecer sus operaciones.

Así se siente la ciudad. Vigilada. Observada. En una tensa calma que se puede romper en cualquier momento, como el miércoles 28 de mayo, cuando un grupo de manifestantes fue arrestado cuando intentaba evitar que dos camionetas del ICE con personas detenidas salieran de la Corte de Inmigración en la calle Varick, en el sur de Manhattan. Ese día, oficiales con las caras cubiertas, chalecos antibalas y escudos antimotines, empujaron, removieron y se llevaron a algunos manifestantes. La prensa no ha sabido decir el número exacto de inmigrantes arrestados. Lo que sabemos es que, desde el final de mayo, la migra comenzó a presentarse dentro y fuera de las cortes de inmigración en todo el país. San Diego, Los Ángeles, Boston, Miami; muchas ciudades han visto cómo personas con procesos de asilo son detenidas, encarceladas y presumiblemente deportadas. Seguir cada caso es complicado por la opacidad con la que se opera. Uno de los casos destacados en Nueva York es el de Dylan, un estudiante venezolano de 20 detenido cuando acudía a una audiencia obligatoria.

Las instituciones de una ciudad con leyes Santuario, como Nueva York, no deberían colaborar con las políticas de inmigración federales que afectan a sus comunidades. Los acontecimientos muestran una realidad distinta. La oficina de comunicación del ICE anunció, el 16 de abril de 2025, que en una semana se arrestó a 206 personas en la Gran Manzana, en colaboración con sus “law enforcement partners”. Traducción: la policía.

Estas detenciones son parte de un nuevo esfuerzo por deportar con mayor agilidad por medio de una “remoción expedita”: la oficina de Kristi Noem presenta una moción ante los jueces para que desestimen los casos de asilo: si los migrantes aceptan la propuesta se quedan sin protección y pueden ser deportados. Antes era esperanzador que un juez desestimara el caso, pues los afectados podían continuar con su regularización. Ahora no. Peor: con todo y la amenaza los abogados recomiendan no faltar a las audiencias, pues hacerlo también podría derivar en una deportación.

“Bueno, eso lo hemos visto desde octubre”, me dice Milton X. Trujillo, un artista ecuatoriano que creció en Queens. Platicamos en la banca de un parque en el barrio de Jackson Heights. Me citó aquí para mostrarme la segregación en Nueva York, una de las características más evidentes y menos comentadas de la ciudad. Caminamos hasta el boulevard Junction. De súbito, se termina el paseo peatonal arbolado y flanqueado por edificios de tabique rojo donde vendedores ofrecen helados y sodas, para dar lugar a calles bulliciosas, negocios con música a chorros y verdulerías en las esquinas. Estamos en Corona, uno de los vecindarios con mayor presencia de población latina. Recuerdo la primera vez que estuve aquí. Al bajar del metro me sentí en una calle de México, aunque pronto me di cuenta de que hay más diversidad. La familia que vende ropa, los que ofrecen empanadas, quienes sirven esquites, licuados de frutas, flores, artesanías, bolsos. Gente de Ecuador, Colombia, Guatemala, República Dominicana, Honduras. Por eso dicen que Nueva York es la ciudad más latinoamericana, y quizá sólo aquí la idea abstracta de una Latinoamérica unida se refleja en la convivencia diaria, que no siempre es armoniosa.

Hace unas semanas asistí a una asamblea del Centro Corona, el espacio donde Milton y otras personas se organizan. Se habló de los juicios de valor y las divisiones que existen entre los latinos, y cómo los vuelven más susceptibles a amenazas como la deportación. En octubre de 2024 comenzó una operación policial y militar para, con arrestos e intimidaciones, “limpiar” la avenida Roosevelt, el principal espacio de venta, tránsito y encuentro en Corona. Lo que iba a ser un asunto de 90 días, continúa hasta hoy.

A inicios de mayo, la revista The New Yorker publicó un reportaje titulado en la web “Doce migrantes compartiendo un apartamento en Queens”. Se trata de un viaje exótico a una realidad que los acaudalados residentes del Upper East Side tienen a 45 minutos de distancia. De los latinos, el reportero Jordan Salama hace una crónica violenta, abundante en detalles morbosos. Destaca quiénes creen que los otros son unos borrachos, y cuáles creen que los otros son criminales; describe las minucias de los departamentos y la forma en la que muchas personas viven amontonadas, y discute las vicisitudes de quienes les arriendan casas y departamentos a los migrantes, pero que no refieren a los lujos y servicios que se sostienen a costa de ellos.

Viajo esos 45 minutos de Corona al Metropolitan Museum of Art. El ala Michael C. Rockefeller, que aloja piezas mayas, mexicas y de otras culturas de Mesoamérica, estuvo cerrada cuatro años. A la ceremonia de reapertura, el jueves 29 de mayo de 2025, asistieron cientos de personas a las que el museo pidió “vestir atuendo de cóctel” o la “vestimenta tradicional de su país”, como si sólo hubiera una. El sábado siguiente se celebrará un festival, y el museo abrirá espacios para cocineros de distintas latitudes. Hace unos días, en la mesa de La Morada oía cómo Natalia Méndez e Irwin Sánchez acordaban el menú que iban a ofrecer: tlacoyos con quintonil, mixiote, mextlapique, nachos con huauzontle y agua de chilacayote. “¿Cuántos llevamos de cada uno? ¿Y si no hay venta?”. Un día después de la fiesta me entero de que les fue bien; a las dos y media de la tarde estaban sold out. Natalia y su hijo Marco no han podido ir al ala Michael C. Rockefeller. No paran de trabajar.

Las largas jornadas de trabajo son una de las principales dificultades para que los migrantes se organicen. Pensar que puedan exigir sus derechos también es complicado. Milton dice que no existe un sujeto colectivo, y que la gente cree que no puede reclamar nada estando en un país ajeno. “No soy dueño de esta casa”, le dicen. Se trata de una casa donde ellos cocinan, construyen y limpian, pero también donde enseñan, bordan, pintan, bailan, crían, hacen negocios y deportes. Una cuyos “dueños” no siempre les reconocen el derecho a permanecer, pero que los latinoamericanos ya han hecho suya.

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MAGIS, año LXI, No. 506, julio-agosto de 2025, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A. C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Édgar Velasco, 1 de julio de 2025.

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