Samuel Meléndrez: Ciudad a la deriva
Dolores Garnica – Edición 494
“Me interesa hacer visible ese momento emocional donde las ausencias se tornan presencias sensibles a causa de la tiranía de la memoria y los recuerdos”, dice el artista
Una calle muy larga, una llave rota con un goteo donde podría comenzar un río, un edificio y arriba un tinaco y un tanque de gas. Normalmente caminamos con rumbo hacia alguna parte. ¿Y si dejáramos de hacerlo?, ¿si nos entregáramos a un “dejarse llevar por las solicitaciones del terreno y los encuentros que a él corresponden”, como explica Guy Debord en su teoría situacionista de 1958?1 ¿Y si el árbol nos lleva a otra calle y el tinaco a otra azotea? El caminar es una disciplina practicada por todas las personas, incluso por aquellas que no pueden llevar un pie y otro pie hacia adelante. Caminar implica, incluso, crear, como el acto de dibujar signos extraños con un bolígrafo en un papel al que llamamos escribir. Caminar es escribir y el pintor Samuel Meléndrez (Guadalajara, 1969) nos enseña que caminar también es pintar.
La obra del maestro tapatío no contempla una temporalidad, más bien la ausencia de ella, quizá por eso se siente tan cercano a Manuel Ahumada y a Javier Campos Cabello (pintor de una generación anterior), o evoca los conceptos de deriva y psicogeografía de Debord: la caminata sin objetivo. La ciudad como generadora de emociones.2 Lo de Meléndrez, el caminador, es deambular por la ciudad y detenerse en el marco de una ventana, en las formas sinuosas de un tanque de gas. Transitar desde arriba hacia abajo pasando por el intenso color de la pared que no observamos y también parar a causa de la monumental belleza de un edificio en ruinas, del cielo, de la ciudad que caminamos y no vemos. La deriva que observamos en varios lienzos. La urbe que se describe desde el caminar.
Las ausencias hablan del espacio, el tiempo y el silencio, “conceptos que tienen mucho que ver con la arquitectura. El vacío es una manera no directa de hablar sobre el silencio a través del espacio, es la ausencia de cualquier manifestación orgánica”, explica Meléndrez sobre la decisión de no agregar vida en sus pinturas —con algunas excepciones, como Godzilla o Luis Barragán (a quien dedicó su exposición en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara en 2022)—.3 Al respecto, agrega: “He llegado a la conclusión de que me interesa hacer visible ese momento emocional donde las ausencias se tornan presencias sensibles a causa de la tiranía de la memoria y los recuerdos. Un conjuro para invocar fantasmas del pasado. Mi obra habla de la evocación del tiempo perdido”: éste es el tiempo de su obra.4
Samuel Meléndrez ha exhibido su trabajo desde hace más de 30 años dentro y fuera de México. Al Museo de las Artes regresó después de 22 años, tras una intensa polémica en torno al arte contemporáneo con el curador Carlos Ashida, que inició por correspondencia en el diario Público y culminó en un foro en el museo. El tiempo también hizo de las suyas: “Hoy entiendo que es estéril mantener posturas atrincheradas y tratar de ahondar en rivalidades. Es tiempo de poner un alto y reflexionar. Hay espacio para todas las expresiones”, dice en 2023.5
Hoy, Meléndrez vive en Ciudad de México. “Adonde voy es lo que pinto”, dice acerca del extraño cambio de domicilio para alguien que ya es reconocido por la creación pictórica de una Guadalajara que es como la ciudad, pero que también es distinta y atemporal. “Lo que me interesa es la ciudad como fenómeno civilizatorio. Quiero retratarla con los elementos urbanos de todas las ciudades por las que he transitado”.6
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1. Guy Debord, Internacional Situacionista. Textos íntegros en castellano de la revista Internationale Situationisste (1958-1968), vol. I: La realización del arte. Internationale Situationisste #1-6 más “Informe sobre la construcción de situaciones”. Literatura Gris, Madrid, 1999, p. 50.
2. Cfr. Guy Debord, Obras Escogidas. Cobra Verde, 2014.
3. Dolores Garnica, entrevista a Samuel Meléndrez Bayardo vía telefónica, 2 de junio de 2023.
4. Idem.
5. Idem.
6. Idem.