Rómpase en caso de Armagedón
Fernando de León – Edición 431
Cuando uno es quien espera la muerte, se despide de los seres queridos, resuelve asuntos, prepara un epitafio que apuntale con justicia el recuerdo de los vivos; pero cuando todos esperamos juntos la muerte simultánea, nada de eso tiene sentido.
Para que el mundo pueda acabarse necesitamos que su final tenga nombre. Es lo bello del Apocalipsis: sabemos de lo que trata con pasmosa exactitud, con jinetes, resurrección de los muertos y Juicio Final incluidos. Pero no es el Apocalipsis lo esperado, sino un confuso “fin del mundo”. ¿Qué significa? Si el tema fuera la destrucción del planeta, sería clarísimo. Si dijéramos: “la extinción de la especie humana”, estaríamos del otro lado. Pero ¿“mundo”?, ¿“fin”?, ¿“del”? ¡Qué dilema de vaguedad! Y lo que no se anuncia con precisión, no puede tener orden del día: del fin del mundo no sabemos si esperar un desastre climático, una guerra devastadora o el surgimiento de una nueva era de percepciones extrasensoriales —y de los tres panoramas, el tercero ni siquiera es temible; prepararse para ello es como alistarse para las rebajas de enero—. Asumamos mejor la guerra o el mal tiempo como posibilidades de lo que sucederá el 21 de diciembre del año en curso a las 11 de la mañana con 12 minutos.
Antes de hacerlo, considere que, cuando uno es quien espera la muerte, se despide de los seres queridos, resuelve asuntos, prepara un epitafio que apuntale con justicia el recuerdo de los vivos; pero cuando todos esperamos juntos la muerte simultánea, nada de eso tiene sentido. Conviene preguntarse: ¿quiero intentar sobrevivir, o quiero pasarla bomba el tiempo que queda? Si ha respondido sí a lo primero, lo felicito, pues tiene un instinto de supervivencia pleno y en activo; en tal caso, debemos desear que el fin del mundo se refiera al enloquecimiento climático, pues si el esperado viernes se desata una guerra nuclear, ahora es tarde ya para construir el búnker necesario; sin embargo, si el clima es el problema, debemos estar preparados contra terremotos, erupciones volcánicas (incluidas la lava y la incómoda ceniza), maremotos, tsunamis, ríos desbordados y huracanes. Pero siempre tenga en mente lo que dicta el sentido común: aunque sean simultáneos, no todos lo van a golpear a usted. ¿Dónde estará? ¿En la ciudad de México? Ningún tsunami lo acechará, pero su equipo para terremotos debe estar a la mano ¿Vive en la ciudad de Colima? No le quite la vista al volcán, aunque el maremoto será noticia distante. ¿En Guadalajara? Habrá inundaciones más fuertes que las de cada año, pero no lava y ceniza. El caos climático no puede ser “alegre y repartido como el pan de los pobres”.
Ahora bien: respondió que prefiere pasarla bomba el tiempo que queda. También lo felicito, su loco y suicida amor por la vida contagiará a propios y extraños. Lo primero que debe lograr es que adelanten los días feriados decembrinos con su respectivo aguinaldo. Morir alegre es caro. Es momento de tirar la casa por la ventana antes de que ya no tenga casa. Haga lo que siempre quiso hacer, pero seleccione sus impulsos: matar a su jefe o cobrar alguna venganza sólo lo desgastaría y le quitaría un tiempo único. Recuerde que todos nos vamos a morir, y pronto. Besar a la vecina, bailar desnudo en la calle o bañarse en una fuente céntrica tendrá mejores resultados en su ánimo. Nada como una autodestrucción masiva para fortalecer la autoestima e intentar la proeza de ser auténtico. Disfrútelo. m